sábado, 14 de julio de 2007

UNA TARDE DE COMPRAS

                                                                                        El goce erótico se basa en la violación de la ley
                                                                                                                                                    G. Bataille
Todo empezó con la compra de un bikini. Un bikini que apenas utilice y que, al final, se quedó en Madrid. Era diminuto y floreado. Al adquirirlo, en Valencia, quedo claro que, por sus reducidas dimensiones, solo lo llevaría junto a José Luis. La tanga, escasamente me cubría el culito y las tetas se escapaban de las cazoletas del sujetador. Era ideal para las playas, para desprenderse, sin problemas, de la parte superior o para incrustárselo entre los glúteos y dejar así el culo, prácticamente al descubierto. Fue José Luis quien se encargó de rasurarme el pubis, respetando una fina banda de pelo alrededor del coño, y junto a él lo estrene, primero, en Peñíscola y luego en La Malvarrosa.
Es probable que aquel afeitado y su posterior mantenimiento, condicionasen mis últimos días en la capital de España ya que, el principio del viaje, a causa de una serie de desarreglos hormonales, de alergias inoportunas y de maratonianos discusiones político-religiosas con unos amigos, fue un completo fracaso en todo lo relativo al sexo y a lo erótico.
Nos hospedamos, como el año anterior, en El Centro Colón, un enorme apartotel muy bien situado y con una excelente relación calidad-precio. Me quedaba por delante una semana y salvo dos o tres reuniones de trabajo, teníamos las tardes libres para ir al cine, al teatro o de compras, y las noches enteras para nuestro disfrute personal.
He dicho que todo se inició con la compra de un bikini, pero la verdad es que aquello solo sirvió para adecentar visualmente mi entrepierna. Lo que realmente me alboroto las neuronas fue, y no exactamente en este orden: el calor, la escasa vestimenta que lucían la mayoría de las madrileñas y el hecho de ya encontrarme en perfectas condiciones físicas.
Las siestas interminables, los paseos por las grandes arterias comerciales, las copas nocturnas en las terrazas de la Castellana, los desfiles de las muchachitas, y no tan muchachitas, con aquellos reducidos bodys de finísimos tirantes dejando los ombligos al aire, o con blusas semitransparentes bajo las que no se adivinaban, sino que se veían perfectamente, sus pechitos morenos y juguetones y el mucho sexo en el acogedor y recoleto apartamento, hicieron que, progresivamente, me sintiese mas provocadora, mas audaz, mas deseosa de ser yo una de aquellas mujeres que, sin pudor, lucían sus encantos ante las miradas de quienes quisieran observarlos. Daba la impresión de que el sol y el ambiente animaban a que cada cual hiciera y se pusiera lo que le viniera en gana. Nadie se lo iba a recriminar.
De forma progresiva y, casi sin querer, empecé a adentrarme en el precioso juego del soterrado desnudo callejero. Quien primero lo sufrió, o mejor dicho, lo disfrutó, fue uno de los camareros del Centro. Todas las mañanas el servicio del Apartotel nos subía un suculento desayuno a la habitación a base de bollitos, café, jugos y, para mí, huevos con pan y mantequilla. Normalmente era José Luis quien abría la puerta y esperaba mientras él depositaba lo pedido en la mesa del salón. Aquel día varié el decorado a conciencia. De entrada me levanté mas temprano de lo habitual. Me duche, acicalé y me vestí con un picardías blanco. Hacía años fue un regalo de José Luis. Servía de todo menos para dormir. La parte superior, de encaje semitransparente hasta debajo de los pechos, terminaba en una franja de raso que apenas si alcanzaba la parte alta de los muslos. La braguita, muy corta, era del mismo material, con grandes y provocativas aperturas laterales. Si el camisón era ya de por sí agresivo, aquel día lo fue mas al prescindir, con premeditación, de su parte inferior. Los encajes dejaban entrever mis negros pezones y la franja de raso apenas me tapaba los glúteos. Al hacer cualquier movimiento, por ligero que fuese, dejaba al aire mi culito o mi coñito. No me importó. Salí, abrí y el camarero, muy joven, no pareció alterarse por mi aspecto. Depositó el pedido en la mesa y me entregó la comanda para firmarla. Perdió un minuto fijándose en mis tetas y salió. Quedé contenta. Podía andar medio desnuda y nadie se escandalizaría. Lo hecho me animó, me animó muchísimo.
A partir de ahí desterré el sujetador. Paseé por Goya en una chaquetilla de satén rojo recién adquirida. En condiciones normales, o sea, correctamente abrochada, era una prenda de lo mas recatada, pero, dejando abiertos los tres botones superiores y encima yendo sin ropa interior, el pecho no solo ya se insinuaba, sino que, en determinadas posiciones, era visible por completo. Entramos en tiendas, tomamos un aperitivo en Los Jardines de Serrano y regresamos al hotel. Yo muy excitada y José Luis con ganas de poseerme.

De noche, me aventuré más. Estaba claro que la nocturnidad favorecía mis instintos básicos. Los Espejos, era una de las muchas terracitas de La Castellana. Tenía un área interior acristalada y otra exterior sobre el paseo peatonal. Por lo general, la penúltima copa la tomábamos allí viendo el ir y venir de la gente que aprovechaba esas horas nocturnas para refrescarse. Un continuo desfile de chicos y chicas, hombres y mujeres dispuestos a exhibirse, a ver e intentar ligar, daban vida al chiringuito en el que cada cual hacía y vestía como mejor podía, sin que ello escandalizará a nadie, mas bien daba tono al lugar y su clientela aumentaba. Cambie la chaquetilla por una blusa floreada y semitransparente. Era una prenda eminentemente playera para llevar sobre el bikini o sobre una camiseta de tirantes. A conciencia me la puse a pelo sobre la piel. José Luis me miró perplejo, no tanto por la blusa sino por haberme maquillado los pezones, ya de por sí oscuros y grandes, con lo cual resaltaban, aún mas, bajo la tela...- No te preocupes, le dije.Salí así, luciendo tetas y ansiosa por ver las reacciones del personal. Nada pasó. Nos sentamos, pedimos dos gin-tónics y durante casi una hora la gente circuló a nuestro alrededor. Algún despistado me echaba una mirada lujuriosa pero ahí se acababa la fiesta. El final erótico de la noche lo finalizamos en la habitación.
Quería más. Si un día fue el sujetador la prenda que desapareció, al siguiente lo fueron las bragas. Tras una siesta y su correspondiente ducha, regresamos a las compras, las postreras de mi corto verano. Sin comentar nada a José Luis me arreglé con una faldita negra y la misma chaquetilla roja del día anterior. Debajo nada, ni bragas ni sujetador.
Al principio tuve una sensación rara, mezcla de cosquilleo y humedad, pero el tiempo y el bochorno estival la fueron eliminando. A medida que las horas pasaban me iba olvidando de mi desnudez. Entramos en ZARPA, tienda especializada en sandalias y zapatos, con clara orientación al segmento juvenil y más popular de la población. Pedí varios modelos y empecé a probármelos. De repente José Luis se dio cuenta que iba sin nada por debajo. Al separar las piernas y colocarme los zapatos mi sexo se reflejo en el espejo inferior del área de probadores. Sentí un calambre en el estomago. ¿Solo José Luis lo habría visto o más gente lo estaría contemplando?. Medio me aloqué. A pesar de haber elegido ya un par que me gustaba pedí otros modelos únicamente para observar de nuevo mi raja en el espejo y constatar si alguien la miraba. Salí nerviosa y contenta. En respuesta al “ Eres mala Sonia, muy mala, pero me gustas” dicho por José Luis, le susurre..- Venga, entremos en otra zapatería, quiero hacerlo de nuevo.LOEWE es la más selecta de las tiendas madrileñas. Todo en ella es carísimo, buenísimo y, el trato de los empleados de excepcional. No pensaba comprar nada pero al menos disfrutaríamos del aire acondicionado. Un solicito dependiente se nos acercó, nos acomodó en un sofá bajo tapizado en sepia y salió como un tiro a por una serie de modelos por mí solicitados. Por desgracia allí no había espejos para los pies y si dos de cuerpo entero distribuidos por el local.
Aún rumiaba mi desilusión cuando regresó el dependiente con lo pedido. Hasta entonces jamás había entrado en una tienda como aquella y siempre era yo quien me probaba la ropa o el calzado. Pero LOEWE era distinta. El chiquito sacó, de no se sabe dónde, una banquetilla y se sentó a mis pies dispuesto a probarme el material. Me ruborice. Tal como estaba y más como iba vestida, quedaba claro que si le ofrecía el pie vería, de inmediato, toda la dimensión de mi coño. Vi la sonrisa de José Luis cuando el empleado tomo mi pie, lo descalzó y lo introdujo en uno de los modelos. Quedé abierta de piernas ante sus ojos. No pareció importarle. Veía sus ojos entre mis muslos y mi sexo se humedecía hasta chorrear. ¿Le gustan?, le oí decir mientras sus manos ascendían por mi pierna elevándola a fin de resaltar la calidad del articulo. No solo me admiraba el coño abierto y empapado, sino que, como sin querer, me estaba acariciando la pierna, Fueron segundos eternos hasta que dije.- No, estos no me sientan bien, dejando descansar de nuevo el pie en el suelo. Probaremos otros.Así, durante casi 20 minutos el dependiente estuvo probándome, observándome y excitándome. No compré nada pero él debió quedar contentísimo con lo visto y yo agitadísima por lo sentido.
El agobiante calor consiguió secar mi entrepierna pero no apaciguar mi estado de ansiedad. Había tenido mas de lo que esperaba. Un paseo por Velásquez, un cafecito y dos o tres comentarios jocosos de José Luis me tranquilizaron. “Que quieres, vida.”, me decía de vez en cuando, “No deseas comprarte nada más.”. Al final le hice caso, no porque lo necesitara, sino porque el escaparate de la tienda era una preciosidad. GLAMOUR una boutique de lencería situada en la esquina de Ayala con Hermosilla exponía prendas de ensueño..- Con entrar no perdemos nada, dije a José Luis.Volví a repetir el mismo error que en LOEWE. Tan pronto atravesamos la entrada una dependienta, como de unos 35 años, rubia y con bastante buen tipo nos acaparó, mejor dicho, me acaparó a mí: “Que desea”, “Que talla usa”, “Que colores prefiere”. Mire los anaqueles y seleccione diferentes tipos de bragas, sujetadores y camisones..- Pase al probador, me dijo, ahora se los llevo.José Luis quedo curioseando por el establecimiento y yo pase a un vestidor enmoquetado, un perchero, una mesa, un silloncito y dos de las paredes cubiertas por sendos espejos de cuerpo entero. Colgué el bolso y me senté a esperar. La empleada apareció con una pila de estuches que fue abriendo y ordenando sobre la mesa al tiempo que comentaba: “Le gustan”, “Son los modelos que deseaba”, “Los colores, las tallas”. Dije un “Si” lejano y espere a que desapareciera para probármelos a mi gusto.
No se movió. Sin duda en las tiendas caras y elegantes el “Modus operandi” es diferente al de los grandes almacenes o al de las tiendas tipo ZARA o BENETTON, en las que se entra en los probadores con la ropa deseada. En GLAMOUR daba la impresión que la dependienta estaba allí para ayudar, asesorar, evaluar y convencer. No me pareció ni bien ni mal. El único problema es que estaba sin ropa interior y al despojarme de la blusa o la falda, quedaría totalmente desnuda frente a Claudia, así se llamaba la señorita. “ Quiere que le ayude” dijo ante la duda que me embargaba “No, gracias” respondí quitándome la camisa. Salvo una leve sonrisa y el brillo malicioso de sus ojos no pareció afectarse. Empecé a probarme sujetadores y a sufrir desmedidos halagos por su parte: “ Tiene muy buen cuerpo”, “Ese le queda muy bien”, “El blanco le favorece”, a la vez que sus manos se deslizaban, una y otra vez sobre mis hombros desnudos. El nerviosismo y la morbosidad volvieron apoderarse de mí. Surgió de nuevo el cosquilleo en él estomago y el fuego entre las piernas. Empezaba a creer que aquel modo de ayudar no era del todo el correcto. “ Es mejor que te pruebes alguno de los conjuntos”, dijo. El tuteo y el desparpajo ni me sorprendieron ni me amilanaron. Solté la presilla de la falda y que vestida con el sujetador negro que entonces llevaba, pero con el coño y el culo al descubierto. El brillo de sus ojos volvió a endurecerse. “Pruébate este” dijo ofreciéndome uno crema de encaje muy abierto. Sentí sus manos sobre mí y de repente, me vi desnuda. “Tienes muy buen tipo”, volvió a repetir mientras sus dedos, sin ningún pudor descendían hasta mi pecho y sus uñas circundaban y acariciaban mis pezones, duros y fruncidos. Estaba estupefacta. No fui capaz de reaccionar y deje que me sobara, besara, pellizcara. Con una rara habilidad se desprendió de su bata y, ante mi asombro, quedo como yo, desnuda por completo. No pude fijarme en su cuerpo ya que me encontré, de pronto, sentada en el silloncito, con las piernas abiertas, la cabeza de Claudia entre ellas y su lengua relamiéndose con mi clítoris. No se como pero me corrí de inmediato. Mis muslos empezaron a vibrar y una serie de sacudidas secas me convulsionaron.
Nos vestimos, salimos y con un “Vuelve otro día, cuando hayamos recibido la moda otoño-invierno”, se despidió aquella rubia que, con la impunidad del probador, había tenido a bien el masturbarme con la lengua mientras me intentaba vender algo que, de entrada, sabía que no iba a comprar.
La noche, en Los Espejos, estuvo cargada de lujuria. Mi coño ardía y José Luis se empeñaba en tomar la última copa del día. Presa de una excitación muy fuera de lo normal y amparada en la oscuridad tome su mano y la llevé hasta mi sexo “Estas ardiendo” dijo, “Si mi vida, enfríalo tu “ conteste.
Sin saber el porque de la acción, tomo un cubito de hielo de su ginebra y me lo introdujo en el coño. Sentí un frío intenso seguido de un placer desconocido. Jamás hasta entonces, y menos en público, habíamos hecho nada parecido. Me gusto, me gusto mucho. Cerré las piernas. Mi vagina se convirtió en un manantial de líquidos viscosos que goteaban lentamente humedeciendo la moqueta del suelo. “Vámonos”, dijo de pronto, “Quiero comerte enterita, hacerte gozar tanto como estoy gozando yo”.Son las 10 de la mañana. A las 14 sale mi avión vía San José y probablemente hasta dentro de un año no volveré a transgredir el pudor de esta sociedad sin pudor, ni a gozar de la erótica de los hoteles, de las zapaterías o de las tiendas de lencería. El próximo año todo lo vivido en este lo superaré y nuevas experiencias vendrán así ampliar mi bagaje erótico. ¿ Que haré?¿, ¿Qué me harán? ¿Quién me verá?¿, ¿Dónde?, ¿Cómo?........ . Todo quedará pendiente para 1999.

lunes, 9 de julio de 2007

LENCERÍA FINA

Es miércoles, 28 de Mayo de 1998. Esta tarde, en la capital de Holanda, el Real Madrid y la Juventus de Milán jugarán la final de la Copa de Europa de Campeones de Liga. Yo, para mi desgracia, no la veré. Tenía previsto disfrutarla en compañía de mi hijo y mi yerno, uno del Atlético y otro del Real, pero el destino me tiene encomendada otra actividad. A la misma hora, Erika, hija de una de mis amigas costarricenses, llega a Madrid. Debo ir a recogerla, enseñarle la capital, pasearla por los bares y darle una serie de regalos para su madre y Sonia. Mal que me pese he de olvidarme del partido, de los aperitivos que prepara mi hija y de las ginebras con tónica con que los riego. Debo centrarme en mis funciones de anfitrión.
1. - Ámsterdam.
Las calles aparecen vacías, en los establecimientos públicos la televisión solo refleja una imagen: El Ámsterdam Arena. Sobre el césped los jugadores, aun enfundados en sus chándal, hacen ejercicio de precalentamiento. En las gradas 30.000 aficionados, 15.000 del Madrid e igual número de la Juve, gritan y cantan enarbolando sus respectivos símbolos. Es el preámbulo de una gran tarde-noche futbolística. Cuando los jugadores se retiran a los vestuarios llego al Hotel Arosa y, en el preciso momento que se anuncian las alineaciones: Por el Madrid Illgner en la portería, Panucci, Hierro,...., aparece Erika.
Esta radiante. Desde que la conocí, de niña, hace años, siempre me pareció muy sensual. Sin poseer una belleza deslumbrante, tiene una cara, una picardía en los ojos, una boca y un cuerpo generoso que la convierten en centro de muchas miradas. Pero a mí, lo que siempre me obsesionó de ella fue la rotundez de sus pechos. Bien es verdad que siempre los observé bajo los amplios blusones que acostumbraba a llevar, pero imaginé que, tras ellos, la buena de Erika, tenía unas tetas grandes, acogedoras y macizas. Alguna vez idealice sobre el color y la dimensión de los pezones, pero dado que era la hija de una amiga y que siempre andaba enrollada con su novio, al que indefectiblemente abrazaba, besaba, y magreaba en público sin ningún tipo de pudor, nunca dedique mucho tiempo a sus encantos; siempre la asocie a dos magníficos pechos y un acoso desmedido y liberal hacia su pareja que, por cierto, nunca se veía correspondido.
Ahora, su figura alegre y colorista resaltaba con la decoración blanda y acaramelada del hotel. Llevaba una de sus enormes blusas que compensaba con creces la escasez de la falda. Lo que por una parte cubría con recato, por otra enseñaba con generosidad. También, ese detalle, me había impresionado, en otros tiempos. Sus piernas, sin ser nada del otro mundo, las mostraba con descaro. En cierta ocasión llegué a vislumbrar, entre sus muslos, el color azulado de sus braguitas. Me abrazó, me besó, me entregó un paquete de Sonia y, con la mas dulce de sus sonrisas dijo..- Donde vamos.Salimos en dirección a Callao viendo, de refilón, como el árbitro daba el pitido inicial y el balón empezaba a correr.
2. - Primer tiempo.
Las terrazas de Gran Vía están desiertas. Los pocos clientes rodean los televisores y solo algún turista despistado brujulea por los grandes almacenes de la zona.
Nuestro primer vino llega acompañado de un disparo lejano de Zidane que sale fuera por poco y una gran ocasión fallida de Raul en el minuto 25. Caminamos hacía la Puerta del Sol, subimos por Montera donde, el segundo vino, nos sorprendió con una serie de faltas en cadena cometidas por Davids, alguna merecedora de tarjeta amarilla y por el aburrido juego de control que ambos equipos practicaban. Todo lo oía desde lejos, viéndolo a retazos entre una cortina de humo y cabezas alborotadas. Erika, ajena a mi interés futbolístico me relataba su viaje por Europa, su mañana de tiendas, las bellezas de Madrid, lo agradable de la gente, lo barato del vino. Hasta entonces no me había percatado que ella bebía más rápido que yo. Mientras aún apuraba mi segundo vaso, nervioso sin duda por el partido, ella iba ya por el cuarto y su carita empezaba levemente a colorearse.
El alcohol, el bochorno reinante y el espíritu de libertad que dimana de los viajes estaban transformando a Erika en un ser más jovial, mas desinhibido y más hablador del que yo recordaba. Por ello, en el instante que el colegiado alemán pitó el final de la primera parte, dándose cuenta de mi interés por el encuentro y, en un arranque de deferencia por su parte, propuso ir al hotel a ver la continuación. Así, mientras yo seguía el partido ella podría ir haciendo las maletas. No lo dudé. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en la habitación yo, ante el aparato de televisión y ella deshaciendo paquetes y ordenando bultos.
3. - Segundo tiempo.
La noche empezaba arreglarse. Pedimos, pues Erika se animó también por el trago mas fuerte, ginebra, tónicas, limón y mucho hielo. Serví una copa a cada uno y me atrinchere en el sofá justo cuando, en el minuto 49, Redondo reclamaba un penalti a Deschamps.
“No pudo ser”. Entre los vinos, la copa, el paseo y la emoción del viaje, Erika estaba desatada. Primero tuve que quitar la voz del televisor y poner música, algo que no me importó. Luego, cada cierto tiempo, aparecía con un vestido diferente o un regalo y me pedía la opinión. Así, entre un paradón de Illgner a tiro de Inzaghi, una falta a Raul al borde del área y un dudoso fuera de juego de Morientes, iban pasando los minutos con aquel inquietante cero a cero inicial. Mi fijación futbolística impidió que me apercibiera del cambio de vestuario de Erika. Solo, cuando en el minuto 66 Mijalovic recogiendo un centro medido de Panucci y recortar a dos defensores marco el gol que, a la postre, daría la 7ª Copa de Europa al Real Madrid, me di cuenta que ahora llevaba un vestido veraniego. Salté de alegría por el gol, no por el vestido, y rellene ambas copas. Los últimos minutos fueron de inquietud, de nerviosismo. Por un lado el Madrid se defendía con orden, pero el resultado estaba en el alero. Por otro Erika seguía exhibiéndose con nuevos y audaces modelitos y mi atención empezaba a orientarse, cada vez mas, hacía su anatomía.
Los vinos y los posteriores gin-tonics habían acabado por reducir a nada sus ya escasos perjuicios. Cada pase era mas atrevido, insinuante y erótico. Un trajecito de tirantes, una minifalda que dejaba al aire su braguita, una camisa, apenas abrochada, a través de la cual se veía, mas que se adivinaba, la solidez de sus pechos, un pantalón corto, un..... . El final del partido me lo perdí. Hubo, en el minuto 90, una tangana entre Redondo y Juliano y, a continuación, el árbitro pitó el final del partido. El Real Madrid se acababa de proclamar Campeón de Europa. La 7ª Copa de Clubes era ya blanca.
4. - La Séptima Copa
En el campo abrazos y en la habitación nuevos gin-tonis. Los jugadores formaban una piña humana bajo la Copa, los hinchas gritaban enardecidos, un clamor de bocinas empezaba hacerse dueño de la noche madrileña. Yo, de pie, evitaba mirar a Erika que, ante el bullicio de la victoria salía de nuevo vistiendo exclusivamente una larga camiseta medio abotonada. Brindamos por la conquista del trofeo y, al hacerlo, sus muslos surgieron curiosos tras los faldones mientras sus tetitas brincaban de alegría. Sin duda por las prisas y el nerviosismo del momento olvido ponerse el sujetador. Nos acomodamos en el sofá viendo la celebración y escuchando emocionados los comentarios de los jugadores, unos bañados por las lágrimas, otros eufóricos resbalando por el césped.
Erika, sentada a mi lado, estiraba las piernas: libres, enormes, indecentes. No parecía importarle estar junto a mi medio desnuda. Flotaba en el espacio, respiraba felicidad.

.- He comprado mas cosas, ahora te las enseño dijo de repente levantándose y dirigiéndose al dormitorio.
Quedé escuchando entrevistas hasta que la oí a mis espaldas.
.- Mira si te gusta.
Claro que me gusto. Al girarme la veo lucir un exquisito camisón de seda blanca con aperturas laterales. Quede boquiabierto..- Estas guapísima, acerté a decir, sin querer creer del todo lo que admiraba.
Era una pura insinuación. Sus pechos, sus caderas, su culito se adivinaban bajo la liviana tela que la cubría, mientras giraba sobre sí misma.
.- Tengo mas, dijo, esfumándose.
Ya no mire la tele. Espere verla salir y evitar sorprenderme. No lo conseguí. Salió con un picardías de lo más atrevido. Su cuerpo casi se veía. La parte superior, una blusa de tirantes, dejaba al aire los brazos, los hombros, el cuello y el inicio de los senos. La braguita únicamente ocultaba el coñito dejando a la vista glúteos y caderas. Se dio unos pases ante mí y termino la copa mientras decía..- Ponme otra que ahora vuelvo.Ignora que hacer. Me encontraba ante una situación dificilísima. A favor, el alcohol me animaba a quedarme, a observar como terminaba todo aquello. En contra, mi cabeza gritaba que estaba cometiendo una canallada, que era muy joven, que estaba borracha y que, sin duda, algún día, lo lamentaríamos. La nueva aparición me atonto. Cuantas veces imagine sus pechos, sus pezones, su culito. Ahora los tenía ante mí. Lucía una especie de salto de cama de encaje negro y transparente sujeto por un lazo en la cintura. Sus tetas bailaban alegremente y el pelo del coño se convertía en un imán poderoso para mis ojos.
.- Te gusta, volvió a preguntarme, mientras se acomodaba a mi lado con su nuevo gin-tonic.
Iba desnuda, desnuda y provocativa. Mire sus pezones: pequeños, rosados, turgentes.
.- Ven, dijo apoyándose en mi hombro, ven.
Sus brazos me rodearon la cabeza, sus labios se pegaron a los míos y su lengua, con un marcado sabor a ginebra, se entrelazo con la mía. Sentí su carne entre mis manos que, ya bajo la tela, pugnaba por llegar a su pecho.
Fue mi Ángel de la Guarda, mi viejo y protector Ángel de la Guarda.
.- Espera, vuelvo enseguida dije saliendo hacía el baño.
Al regresar se había dormido. La vi recostada sobre el sofá con una sonrisa angelical en los labios, el vaso caído en el suelo y su salto de cama, abierto por completo, mostrando al natural aquella belleza joven, lujuriosa y salvaje.
Apague la televisión y me quede contemplándola. Sus pechos, antaño codiciados, eran duros, carnosos, apetecibles. Su cintura se moldeaba cilíndricamente, algún día caería, pero hoy invitaba acariciarla. Su sexo, oscuro y poblado surgía agreste entre los muslos brillantes como troncos de bambú.
Apoye mis labios en los suyos y los fui desplazando hasta terminar en los pezones. Instintivamente se endurecieron cuando mi lengua los acaricio, ensalivo, chupo. Mas tarde la acosté sobre la cama, la tape, le escribí una nota de despedida y me marche. Confiaba que alguien, al día siguiente, la despertase y llevase al aeropuerto.
5. - Madrid
Cibeles era una orgía blanca y morada. Miles de madrileños coreaban el grito de.”Madrid. Madrid. Madrid. Campeones. Campeones. Campeones.”
Rodeé la mítica diosa, ahora protegida por la fuerza pública para evitar que la hinchada se encaramase en su carro y subí por la Castellana hacía Colón. Todo el centro de la capital estaba tomado y en cualquier esquina la muchedumbre podría abalanzarse sobre uno para, juntos, celebrar la tan deseada Copa tras 32 años de sequía.
Me aleje del bullicio recordando otra fecha similar. Hacía justo un año el Madrid gano la Liga Española y celebro de igual modo su victoria. Entonces, al contrario que ahora, no estaba solo. Termine borracho y me levante amando. Hoy acabaría lúcido y más sobrio que nunca. Pensaré en Sonia, mi compañera de entonces, en Erika, el sueño juvenil inalcanzable, en sus pechos, en su cuerpo desnudo dormido sobre el diván. En Martha, su madre, ajena a esta extraña aventura que tal vez ella hubiese deseado vivir y terminar. En mi, solo en este Madrid festivo, sin nadie con quien poder festejar el triunfo del fútbol y de la carne.
No pude dormir. Soñaba con aquellas tres mujeres. Con Sonia, amada, poseída, entregada, cómplice, en Erika, apetecible, deseada, inalcanzable, en Martha, ajena, madura, incomprendida. Soñaba con aquel desfile de lencería fina con que, la mas joven, me había obsequiado y con el que ambos habíamos celebrado la 7ª Copa de Europa del real Madrid.