Es miércoles, 28 de Mayo de 1998. Esta tarde, en la capital de Holanda, el Real Madrid y la Juventus de Milán jugarán la final de la Copa de Europa de Campeones de Liga. Yo, para mi desgracia, no la veré. Tenía previsto disfrutarla en compañía de mi hijo y mi yerno, uno del Atlético y otro del Real, pero el destino me tiene encomendada otra actividad. A la misma hora, Erika, hija de una de mis amigas costarricenses, llega a Madrid. Debo ir a recogerla, enseñarle la capital, pasearla por los bares y darle una serie de regalos para su madre y Sonia. Mal que me pese he de olvidarme del partido, de los aperitivos que prepara mi hija y de las ginebras con tónica con que los riego. Debo centrarme en mis funciones de anfitrión.
1. - Ámsterdam.
Las calles aparecen vacías, en los establecimientos públicos la televisión solo refleja una imagen: El Ámsterdam Arena. Sobre el césped los jugadores, aun enfundados en sus chándal, hacen ejercicio de precalentamiento. En las gradas 30.000 aficionados, 15.000 del Madrid e igual número de la Juve, gritan y cantan enarbolando sus respectivos símbolos. Es el preámbulo de una gran tarde-noche futbolística. Cuando los jugadores se retiran a los vestuarios llego al Hotel Arosa y, en el preciso momento que se anuncian las alineaciones: Por el Madrid Illgner en la portería, Panucci, Hierro,...., aparece Erika.
Esta radiante. Desde que la conocí, de niña, hace años, siempre me pareció muy sensual. Sin poseer una belleza deslumbrante, tiene una cara, una picardía en los ojos, una boca y un cuerpo generoso que la convierten en centro de muchas miradas. Pero a mí, lo que siempre me obsesionó de ella fue la rotundez de sus pechos. Bien es verdad que siempre los observé bajo los amplios blusones que acostumbraba a llevar, pero imaginé que, tras ellos, la buena de Erika, tenía unas tetas grandes, acogedoras y macizas. Alguna vez idealice sobre el color y la dimensión de los pezones, pero dado que era la hija de una amiga y que siempre andaba enrollada con su novio, al que indefectiblemente abrazaba, besaba, y magreaba en público sin ningún tipo de pudor, nunca dedique mucho tiempo a sus encantos; siempre la asocie a dos magníficos pechos y un acoso desmedido y liberal hacia su pareja que, por cierto, nunca se veía correspondido.
Ahora, su figura alegre y colorista resaltaba con la decoración blanda y acaramelada del hotel. Llevaba una de sus enormes blusas que compensaba con creces la escasez de la falda. Lo que por una parte cubría con recato, por otra enseñaba con generosidad. También, ese detalle, me había impresionado, en otros tiempos. Sus piernas, sin ser nada del otro mundo, las mostraba con descaro. En cierta ocasión llegué a vislumbrar, entre sus muslos, el color azulado de sus braguitas. Me abrazó, me besó, me entregó un paquete de Sonia y, con la mas dulce de sus sonrisas dijo..- Donde vamos.Salimos en dirección a Callao viendo, de refilón, como el árbitro daba el pitido inicial y el balón empezaba a correr.
2. - Primer tiempo.
Las terrazas de Gran Vía están desiertas. Los pocos clientes rodean los televisores y solo algún turista despistado brujulea por los grandes almacenes de la zona.
Nuestro primer vino llega acompañado de un disparo lejano de Zidane que sale fuera por poco y una gran ocasión fallida de Raul en el minuto 25. Caminamos hacía la Puerta del Sol, subimos por Montera donde, el segundo vino, nos sorprendió con una serie de faltas en cadena cometidas por Davids, alguna merecedora de tarjeta amarilla y por el aburrido juego de control que ambos equipos practicaban. Todo lo oía desde lejos, viéndolo a retazos entre una cortina de humo y cabezas alborotadas. Erika, ajena a mi interés futbolístico me relataba su viaje por Europa, su mañana de tiendas, las bellezas de Madrid, lo agradable de la gente, lo barato del vino. Hasta entonces no me había percatado que ella bebía más rápido que yo. Mientras aún apuraba mi segundo vaso, nervioso sin duda por el partido, ella iba ya por el cuarto y su carita empezaba levemente a colorearse.
El alcohol, el bochorno reinante y el espíritu de libertad que dimana de los viajes estaban transformando a Erika en un ser más jovial, mas desinhibido y más hablador del que yo recordaba. Por ello, en el instante que el colegiado alemán pitó el final de la primera parte, dándose cuenta de mi interés por el encuentro y, en un arranque de deferencia por su parte, propuso ir al hotel a ver la continuación. Así, mientras yo seguía el partido ella podría ir haciendo las maletas. No lo dudé. En un abrir y cerrar de ojos estábamos en la habitación yo, ante el aparato de televisión y ella deshaciendo paquetes y ordenando bultos.
3. - Segundo tiempo.
La noche empezaba arreglarse. Pedimos, pues Erika se animó también por el trago mas fuerte, ginebra, tónicas, limón y mucho hielo. Serví una copa a cada uno y me atrinchere en el sofá justo cuando, en el minuto 49, Redondo reclamaba un penalti a Deschamps.
“No pudo ser”. Entre los vinos, la copa, el paseo y la emoción del viaje, Erika estaba desatada. Primero tuve que quitar la voz del televisor y poner música, algo que no me importó. Luego, cada cierto tiempo, aparecía con un vestido diferente o un regalo y me pedía la opinión. Así, entre un paradón de Illgner a tiro de Inzaghi, una falta a Raul al borde del área y un dudoso fuera de juego de Morientes, iban pasando los minutos con aquel inquietante cero a cero inicial. Mi fijación futbolística impidió que me apercibiera del cambio de vestuario de Erika. Solo, cuando en el minuto 66 Mijalovic recogiendo un centro medido de Panucci y recortar a dos defensores marco el gol que, a la postre, daría la 7ª Copa de Europa al Real Madrid, me di cuenta que ahora llevaba un vestido veraniego. Salté de alegría por el gol, no por el vestido, y rellene ambas copas. Los últimos minutos fueron de inquietud, de nerviosismo. Por un lado el Madrid se defendía con orden, pero el resultado estaba en el alero. Por otro Erika seguía exhibiéndose con nuevos y audaces modelitos y mi atención empezaba a orientarse, cada vez mas, hacía su anatomía.
Los vinos y los posteriores gin-tonics habían acabado por reducir a nada sus ya escasos perjuicios. Cada pase era mas atrevido, insinuante y erótico. Un trajecito de tirantes, una minifalda que dejaba al aire su braguita, una camisa, apenas abrochada, a través de la cual se veía, mas que se adivinaba, la solidez de sus pechos, un pantalón corto, un..... . El final del partido me lo perdí. Hubo, en el minuto 90, una tangana entre Redondo y Juliano y, a continuación, el árbitro pitó el final del partido. El Real Madrid se acababa de proclamar Campeón de Europa. La 7ª Copa de Clubes era ya blanca.
4. - La Séptima Copa
En el campo abrazos y en la habitación nuevos gin-tonis. Los jugadores formaban una piña humana bajo la Copa, los hinchas gritaban enardecidos, un clamor de bocinas empezaba hacerse dueño de la noche madrileña. Yo, de pie, evitaba mirar a Erika que, ante el bullicio de la victoria salía de nuevo vistiendo exclusivamente una larga camiseta medio abotonada. Brindamos por la conquista del trofeo y, al hacerlo, sus muslos surgieron curiosos tras los faldones mientras sus tetitas brincaban de alegría. Sin duda por las prisas y el nerviosismo del momento olvido ponerse el sujetador. Nos acomodamos en el sofá viendo la celebración y escuchando emocionados los comentarios de los jugadores, unos bañados por las lágrimas, otros eufóricos resbalando por el césped.
Erika, sentada a mi lado, estiraba las piernas: libres, enormes, indecentes. No parecía importarle estar junto a mi medio desnuda. Flotaba en el espacio, respiraba felicidad.
.- He comprado mas cosas, ahora te las enseño dijo de repente levantándose y dirigiéndose al dormitorio.
Quedé escuchando entrevistas hasta que la oí a mis espaldas.
.- Mira si te gusta.
Claro que me gusto. Al girarme la veo lucir un exquisito camisón de seda blanca con aperturas laterales. Quede boquiabierto..- Estas guapísima, acerté a decir, sin querer creer del todo lo que admiraba.
Era una pura insinuación. Sus pechos, sus caderas, su culito se adivinaban bajo la liviana tela que la cubría, mientras giraba sobre sí misma.
.- Tengo mas, dijo, esfumándose.
Ya no mire la tele. Espere verla salir y evitar sorprenderme. No lo conseguí. Salió con un picardías de lo más atrevido. Su cuerpo casi se veía. La parte superior, una blusa de tirantes, dejaba al aire los brazos, los hombros, el cuello y el inicio de los senos. La braguita únicamente ocultaba el coñito dejando a la vista glúteos y caderas. Se dio unos pases ante mí y termino la copa mientras decía..- Ponme otra que ahora vuelvo.Ignora que hacer. Me encontraba ante una situación dificilísima. A favor, el alcohol me animaba a quedarme, a observar como terminaba todo aquello. En contra, mi cabeza gritaba que estaba cometiendo una canallada, que era muy joven, que estaba borracha y que, sin duda, algún día, lo lamentaríamos. La nueva aparición me atonto. Cuantas veces imagine sus pechos, sus pezones, su culito. Ahora los tenía ante mí. Lucía una especie de salto de cama de encaje negro y transparente sujeto por un lazo en la cintura. Sus tetas bailaban alegremente y el pelo del coño se convertía en un imán poderoso para mis ojos.
.- Te gusta, volvió a preguntarme, mientras se acomodaba a mi lado con su nuevo gin-tonic.
Iba desnuda, desnuda y provocativa. Mire sus pezones: pequeños, rosados, turgentes.
.- Ven, dijo apoyándose en mi hombro, ven.
Sus brazos me rodearon la cabeza, sus labios se pegaron a los míos y su lengua, con un marcado sabor a ginebra, se entrelazo con la mía. Sentí su carne entre mis manos que, ya bajo la tela, pugnaba por llegar a su pecho.
Fue mi Ángel de la Guarda, mi viejo y protector Ángel de la Guarda.
.- Espera, vuelvo enseguida dije saliendo hacía el baño.
Al regresar se había dormido. La vi recostada sobre el sofá con una sonrisa angelical en los labios, el vaso caído en el suelo y su salto de cama, abierto por completo, mostrando al natural aquella belleza joven, lujuriosa y salvaje.
Apague la televisión y me quede contemplándola. Sus pechos, antaño codiciados, eran duros, carnosos, apetecibles. Su cintura se moldeaba cilíndricamente, algún día caería, pero hoy invitaba acariciarla. Su sexo, oscuro y poblado surgía agreste entre los muslos brillantes como troncos de bambú.
Apoye mis labios en los suyos y los fui desplazando hasta terminar en los pezones. Instintivamente se endurecieron cuando mi lengua los acaricio, ensalivo, chupo. Mas tarde la acosté sobre la cama, la tape, le escribí una nota de despedida y me marche. Confiaba que alguien, al día siguiente, la despertase y llevase al aeropuerto.
5. - Madrid
Cibeles era una orgía blanca y morada. Miles de madrileños coreaban el grito de.”Madrid. Madrid. Madrid. Campeones. Campeones. Campeones.”
Rodeé la mítica diosa, ahora protegida por la fuerza pública para evitar que la hinchada se encaramase en su carro y subí por la Castellana hacía Colón. Todo el centro de la capital estaba tomado y en cualquier esquina la muchedumbre podría abalanzarse sobre uno para, juntos, celebrar la tan deseada Copa tras 32 años de sequía.
Me aleje del bullicio recordando otra fecha similar. Hacía justo un año el Madrid gano la Liga Española y celebro de igual modo su victoria. Entonces, al contrario que ahora, no estaba solo. Termine borracho y me levante amando. Hoy acabaría lúcido y más sobrio que nunca. Pensaré en Sonia, mi compañera de entonces, en Erika, el sueño juvenil inalcanzable, en sus pechos, en su cuerpo desnudo dormido sobre el diván. En Martha, su madre, ajena a esta extraña aventura que tal vez ella hubiese deseado vivir y terminar. En mi, solo en este Madrid festivo, sin nadie con quien poder festejar el triunfo del fútbol y de la carne.
No pude dormir. Soñaba con aquellas tres mujeres. Con Sonia, amada, poseída, entregada, cómplice, en Erika, apetecible, deseada, inalcanzable, en Martha, ajena, madura, incomprendida. Soñaba con aquel desfile de lencería fina con que, la mas joven, me había obsequiado y con el que ambos habíamos celebrado la 7ª Copa de Europa del real Madrid.
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