jueves, 22 de septiembre de 2011

TENTACION Y CAIDA DE DINORA

Ensalada de aguacates
Ingredientes.

4 Aguacates.
1 Cucharada de alcaparras
250 gr. de camarones.
1 Lata de sucedáneo de caviar.
Mayonesa.
Sal y limón.

Preparación
Pelar los aguacates, retirarles el hueso, trocearlos en dados, salarlos y rociarlos con limón. Mezclarlos con la mayonesa y las alcaparras. Colocarlos en una fuente y adornarlos con los camarones y el sucedáneo de caviar. Acompañar con el resto de la mayonesa servida en salsera aparte.
Si no fuera por mis conocimientos de cocina habría muerto de hambre y aburrimiento haría ya muchos años. No recuerdo con precisión como me inicie en este mundo, ni cuando cuaje mi primera tortilla de patatas, ni donde me lance a la cocina preciosista, fue cuestión de tiempo, de cubrir las horas vacías de tantos sábados y domingos pasados en soledad, de agasajara amigos, de sorprender a incrédulas mujeres que, al saber que vivía solo, su pregunta inmediata era: "Entonces, quien te hace la comida?". "Pues me la hago yo", respondía, "Y seguro que me sale mejor que a ti". En la mayoría de los casos de ahí surgía una controversia dialéctica en la que, solía terminar como amanerado, afeminado o marica. Nadie entendía que me gustase guisar, que fuera al mercado, que no permitiera la entrada en mi cocina a las mujeres, que me desviviera por servirlas, que autocriticase con dureza la calidad de mis platos, no entendían que un europeo, ya maduro, tuviera esos gustos tan extraños.
Con el tiempo mis amigos superaron su estupor inicial y mi dominio del arte culinario les termino pareciendo de lo mejor. Sonia fue una excepción. Desde el primer día estuvo encantada de que alguien cocinara para ella, que la "chinease" en todo lo relativo al mundo de la cazuela y la cuchara. Ella ordenaba, insinuaba o proponía un determinado plato y yo le complacía. Lo hacia con amor, con cariño, poniendo en cada receta la imaginación que dimanaba de mi estómago y mi paladar. Pensando en ella reelabore menús, mezcle ingredientes, cuide las presentaciones, hice todo lo que en mi mano estaba para que siempre se olvidara de la preparación y se centrara en la degustación. Esta inversión de funciones nos proporcionaba mucho tiempo libre, con lo cual, las largas sobremesa podíamos utilizarlas para hablar, descansar, o hacer el amor.

Nuestra primera comida la hicimos en un restaurante. Casi no nos conocíamos y no tenía confianza para llevarla a casa. El hecho de que fuera a recogerla a su oficina creo un cierto alboroto. Amigas, compañeras y subordinadas se cebaron en mi. Para unas era bajo y gordo, para otra un tipo vulgar y para Dinora, curiosamente, un ser excepcional. Vestía bien, me movía con gracia, era, sin lugar a dudas, un caballero. Con el tiempo, esa veneración por mi persona, no solo se mantuvo, sino que fue creciendo. Cada vez que iba a recoger a Sonia y ella me veía, comentaba algo positivo: el perfume, la corbata, lo bien que me sentaba el bronceado. Sonia la picaba diciéndole que me invitara a salir, que fuéramos a bailar, a tomar una copa. Dinora siempre se negó.
La idea, la maligna idea de pervertir a Dinora, surgió de Sonia. Un buen día, en uno de nuestros excesos sensoriales, comento: " Y si participáramos a Dinora de nuestro erotismo?". "Bueno, dije, siempre que todo parezca normal". La cosa no paso de ahí, pero tanto en ella como en mi quedo el regusto de tentar a Dinora, de ver como reaccionaria ante una inusitada situación aparentemente fortuita.

Corvina con almejas.
Ingredientes

1 kilo de corvina en trozos.
1/2 kilo de almejas
1/2 kilo de patatas
1 Lata de guisantes
Aceite.
Ajos, cebollas, perejil y pimentón.
Harina.
Sal, pimienta negra y agua.

Preparación
En una cazuela de barro se pone el aceite y se reoga la cebolla, el ajo picado, el perejil y el pimentón. Cuando empieza a dorarse se sazona y se espolvorea la harina. Se añade, luego, el caldo de hervir las almejas, las patatas cocidas, peladas y cortadas en cuadradito y los guisantes. Se pone a fuego lento y, cuando empieza a hervir, se distribuye, por encima, los trozos de corvina y las almejas. Se deja cocinar de 4 a 5 minutos y se sirve adornándola con una ramita de perejil.

Conociendo mis aficiones no fue raro, ni ocasiono suspicacias, el que un viernes invitáramos a Dinora a almorzar a casa. Al no haber venido nunca quedo gratamente sorprendida por el orden, por la decoración, por la luminosidad y por lo mas importante, allí trabajaba el hombre y la mujer descansaba. Se sentaron en el jardín, les serví un aperitivo, abrí una botella de vino blanco y fui a cambiarme de ropa. Me vestí con una camiseta y un pantalón corto guatemalteco y volví a la cocina. Sonia, al verme, creyó conveniente imitarme, hacía mucho calor y estábamos en confianza. Se puso un atuendo similar al mío pero con una camiseta de tirantes. Dinora, que vestía faldita corta y blusa escotada, opino que a ella no le afectaba el calor y rechazo algo mas fresco que le ofrecía la anfitriona. Fue un almuerzo alegre regado con buen vino. Se hablo, como era de esperar, del trabajo, de los jefes, de las mujeres. Vaciadas tres botellas los temas cambiaron. Fueron ahora líos de faldas, amores frustrados, ilusiones perdidas. Sin quererlo, y sin decirlo, el sexo afloraba silenciosamente y las familiaridades entre ella y nosotros,
crecían.
Mousse de limón y kiwi
Ingredientes

1 Limón en zumo.
2 Kiwis.
150 gr. de azúcar.
Ralladura de 1/2 limón.
4 Huevos.
Un pellizco de sal.

Preparación

En un cazo se remueven, con cuchara de madera, las yemas, el azúcar, el zumo de limón y un kiwi triturado. Se pone la mezcla al baño de María y dándole vueltas constantemente se cocina durante 20 minutos. Se retira del fuego y se añade el medio limón rallado. Se baten las claras a punto de nieve, con el pellizco de sal y se incorporan a la crema. Se vierte el contenido en copas de champan y se enfría en la nevera un par de horas. Se sirve adornado con el otro kiwi y acompañado de lenguas de gato.
El ágape se cerró con un aromático café chorreado y una helada botella de champan. Recogimos los platos y volvimos a la terraza a finalizar las copas. Fue entonces, solo entonces, cuando la farsa comenzó. A mí, al atento anfitrión, al solícito servidor de las damas, le entró repentinamente, un profundo mareo. "No es nada, dijo Sonia, convenientemente aleccionada, debe ser una caída de tensión, lo recostamos un poco en la cama y enseguida se le pasará".
Apoyándome en ellas me fui arrastrando, con un profundo rictus de dolor en el rostro, hasta la cama, a cuyos pies caí, aparentemente, inconsciente. Con enorme esfuerzo me depositaron allí y ante mi continuada inmovilidad Sonia tomo la iniciativa. "Dinora, desnúdalo para darle unas friegas de colonia". Salió de la habitación hacia el baño, dejando a Dinora ante un hombre inconsciente al que había que desnudar. Se sentó en el borde y, púdicamente, empezó a quitarme la camiseta. Yo, más que impedimentos, allanaba el camino, con lo cual, esta operación, que podía parecer complicada, se facilito sobremanera. Quedo observándome indecisa, no se atrevía a continuar con el pantalón. Se cuestionaba si debía o no seguir, si sería suficiente con el pecho. Era, lo dicho, un mar de dudas. Sonia llego con el frasco de colonia y dos toallitas y siguió mandando. "Anda, mi amor termina de desnudarlo". Note las manos de Dinora sobre mi cintura incapaces, por pudor, miedo o respeto, de hacer descender el pantaloncillo. "No seas tonta, dijo Sonia, mientras con precisión matemática me lo sacaba dejándome totalmente desnudo, es solo un hombre, no te va a comer". Quede como vine al mundo ante las dos mujeres, una temerosa, la otra regocijada y las dos excitadas. "Venga, vamos a darle unas friegas", dijo Sonia apoyando la idea con la acción de empapar la toalla y distribuir el líquido sobre mis piernas. Por la posición a Dinora le correspondía el pecho, y sobre él extendió y masajeo la colonia. El encanto se había volatilizado. Estaba ante ellas con los ojos cerrados, sentía las manos de una que se desplazaban desde el cuello al estómago y las de la otra que me friccionaban las piernas rozando mi pene y mis genitales. "No lo querías ver y tocar, dijo Sonia, pues ahí lo tienes, aprovéchate". Note como sus manos se detenían en mi cintura y una de Sonia se cerraba sobre mi pene dormido. "No seas tonta, tómalo" comentó Sonia ofreciéndoselo a su amiga. Dudo. Podía percibir el sudor, el calor de su piel, su miedo, su deseo. Venció lo último y su mano descendió hasta desplazar, de su sitio, a la de Sonia, abarcando, con mimo, mi sexo. La una con mi pene y la otra jugueteando con mis genitales. Todos empezábamos a excitarnos. Lo que en un principio era un miembro flácido iba tomando forma y tamaño. Sonia quería forzar aun más el clímax. "Démosle la vuelta", dijo. Dicho y hecho. Me voltearon dejando mi culito al aire, abierto y a su disposición. "Juguemos con él", propuso la anfitriona apoyando su dedo en mi ano. Estaba frío y le era difícil introducirlo, por lo que se lo embadurnó de vaselina. Note como se perdía en su interior y como mi pene se endurecía. "Ahora tú Dinora, méteselo tú", dijo Sonia. Estaba lanzada. Distribuyo vaselina por sus dedos y sustituyeron, con avidez, a los de Sonia.
El juego, el maligno juego de perversiones se había iniciado y así, mientras Dinora tomaba posesión de mi culo, Sonia buscaba, con su boca, mi pene erecto y empezaba suavemente a chuparlo.
Debía despertarme. Era imposible que en tal situación me mantuviera inconsciente. Abrí los ojos. Vi a una entre mis piernas, sentí a otra a mi espalda. Mis manos descendieron hacia Sonia arrancándole la camiseta, a la vez que ella se desprendía del pantaloncillo. Olvidándome de todo la atraje hacia mí y la poseí. Dinora quedo al margen, mientras nosotros, desnudos, nos revolcábamos a su lado. Duro poco. Nos percatamos de su situación embarazosa y nos pusimos a desnudarla. No opuso resistencia. Con lentitud le desabroche la blusa, el sujetador, le acaricie los pezones, le baje la falda, las braguitas, note su coño caliente, mojado. Estaba ya como nosotros. La mire despacio. Era pequeña, casi sin pechos, con una abundante mata de pelo entre las piernas y un culito redondo y juguetón. Nos la colocamos entre los dos y la abrazamos yo, por delante, Sonia, por detrás. Formamos un magnifico sándwich con ella en el centro.
Como diría un castizo las cartas estaban echadas y había que jugarlas. La recostamos en la cama y, mientras Sonia se masturbaba, le fui acariciando lentamente con la lengua. Se poso en sus labios, descendió hasta sus senos, se recreo allí envolviendo y ensalivando los pezones, los succiono, los mordisqueo. Llegó, mas tarde, hasta su ombligo y de allí, a través de un bosque negro y tupido, se encontró con un clítoris sediento de placer que poco a poco iba humedeciéndose. Era ya fácil perder los dedos en su vagina, mojar la entrada de su culito, aun por descubrir. Le dimos la vuelta y Sonia se aventuro en aquel jugoso pozo, yo, por mi parte, me centre en su vagina. Sentimos sus espasmos de placer, sus gemidos callados, su respiración entrecortada. Cayó rendida. Sonia busco mi sexo con su boca y se cebo en él. Dinora a nuestro lado lo miraba y su atracción fue superior a su cansancio. Se arrodillo y acompaño a su amiga. Sus dedos lo aferraron, lo friccionaron. "Quiero verte correr aquí, en mi mano, dijo".Entre la una y la otra lo iban a conseguir. Mi placer aumento bruscamente hasta hacer brotar un chorro de semen blanco y caliente que se esparció entre ellas. Luego, ambas, con gula, absorbieron las últimas gotitas de aquel líquido sagrado. Caímos sobre la cama. Sonia tomo nuestras manos para que siguiéramos. Llevo la de Dinora a su pecho y la mía a su clítoris. Debíamos excitarla, hacerla gritar, conseguir que una cadena de orgasmos pulverizara sus piernas. Dinora empezó a pellizcarle los pezones y yo a masajearle rítmicamente el clítoris. Cambie la mano por la lengua y esta recorrió umbrosas cavidades abriéndose paso hacia la vagina. Su lubricación estaba al máximo y uno a uno todos mis dedos desaparecieron en su sexo, tremendamente dilatado. Me abalance sobre él y mi pene ocupo el divino lugar del placer. Introduje mis dedos en su boca, ella se acaricio el clítoris y Dinora dio placer a sus pechos. Ella, que parecía ausente, iba paulatinamente entrando en escena. Abandono su labor y se situó a mi espalda. Su lengua me recorrió desde la nuca al ano, acaricio mis testículos, jugo con mi culito hasta terminar perdiéndose en su interior. La sentía en mí. Notaba como sus dedos entraban y salían, como se endurecía mi pene, hundido aun en el coño de Sonia. Dinora empezó a masturbarse y así todos, llegamos a la vez al orgasmo. Quedamos agotados y felices sobre aquel amable campo de batalla, en el que, por aquello de las prisas, ni siquiera habíamos quitado el edredón.
A los pocos días Sonia me comunicó que Dinora estaba orgullosa de mis cualidades culinarias y estaría encantada de volver otro día a casa. Desde entonces cada dos semanas nos reunimos a almorzar, alargando la sobremesa hasta muy entrada la tarde hora en la que por motivos familiares, tiene que retirarse a su casa.

jueves, 15 de septiembre de 2011

FOTOGRAFA AFICIONADA

La primera vez que José Luis me hizo una foto completamente desnuda tenía la cara cubierta por una mascarilla de barro volcánico. Cuando a él se le ocurrió hacerlo, ambos estábamos desnudos y embadurnados de un sustancia negruzca. Primero me tomo solo de cara, luego reflejada en un espejo y por último, de cuerpo entero. A mi, la idea me gusto y le hice a él otra serie, si bien es verdad que, como a los hombres, si no se les excita tienen el sexo dormido, su pene apenas si salió visible. Yo sentí, en aquellos momentos, un regusto interior, tanto cuando pose como cuando actué de fotógrafo.
Desde aquel día han sido muchas las ocasiones en las que nos hemos fotografiado de tal guisa en playas, saunas, piscinas y ríos. Debo reconocer que al principio me daba un poco de corte, por lo general uno imagina que lo van a ver, o, que quien las revele se regodeara con todas y cada una de las instantáneas. La realidad es que no. Revelan tantas y el proceso esta tan mecanizado, que ni cuenta se dan de lo que aparece en los positivos. A la larga todo me daba igual y no sentía ningún reparo en ir a recoger los revelados, o en solicitar ampliaciones de alguno de mis desnudos.
Ahora, cuando echo la vista atrás, pienso que siempre me gusto exhibirme. Nunca me dio miedo estar desnuda o me molesto mostrar mi cuerpo en público. Afortunadamente a José Luis también le encantan estas actitudes y, desde que estamos juntos, así paseamos, nos bañamos o dormimos. No nos asusta que nos vean y, a veces, tanto lo deseamos que forzamos la situación. Con el tiempo la desnudez ha dejado de ser un problema y la incitación a ella de los demás, un juego. A los dos nos gusta excitar, forzar las situaciones normales hasta límites extremos, ninguno nos detenemos cuando la acción, por la causa que sea, rebasa nuestro control y los acontecimientos cambian bruscamente de rumbo, ambos los sabemos manejar a la perfección.
Guardo celosamente en mi casa una hermosa colección de nuestros desnudos y cuando me encuentro triste o deprimida, los contemplo con lujuria, reviviendo los momentos en que las hicimos. A él le ocurre lo mismo, salvo que su soledad la adorna con ampliaciones de mis mejores retratos.

No me extrañó, por ello, cuando le visite la última vez, el verme reflejada por toda la casa, ni me obsesiono el hecho de poder ser admirada por quienes nos visitasen. Encima, mi espíritu crítico hizo que eliminase alguna y reclamo la presencia de otras que, por error u omisión, no habían sido incluidas. Fueron momentos divinos los empleados en la elección de los negativos, en la evaluación del tamaño de la ampliación, en la obtención de las mejores partes de mi anatomía. Pasamos días de excitación esperándolas retirar del laboratorio, o de duda por acertar en la elección de los marcos mas idóneos.
En un afán de dejar, para su goce lo mejor de mi, acudí cientos de veces al establecimiento fotográfico que nos hacia los trabajos y hable muchas veces con Viti, su encargada, intentaba dar, a cada foto, su contraste perfecto, el grado de luz necesario o la ampliación mas conveniente. Con los días fuimos intimando. Era natural. Iba por allí dos o tres veces por semana y pasaba el rato analizando sombras y colores. Verdaderamente yo no me di cuenta y tuvo que ser José Luis quien me comentase que tanto desnudo y tanta insinuación estaban alterando a nuestra querida dependienta. Empecé a notar que se sonrojaba, que al verme bajaba los ojos, que apenas si discutía mis indicaciones. Estaba, con mis fotos en la mano, nerviosa y excitada. Para suavizar esta situación cambie los temas de conversación y así me enteré de su afición por la fotografía, de los cursos en los que estaba matriculada, de sus incursiones en el mundo del reportaje gráfico. Casi sin quererlo los encuentros en el laboratorio dejaron de ser lo incómodos del principio para pasar a ser una agradable charla entre amigas.
No se de quien surgió la idea. Tal vez de Viti, con ánimo de obtener algún beneficio extra, o de mí, por insinuar que me gustaría posar para ella. El caso fue que acordamos aprovechar un sábado para que me tomase varios carretes y de entre ellos seleccionar, para futuras ampliaciones, las mejores instantáneas.
Con puntualidad germana apareció cargando cámaras, trípodes, luces, objetivos, lentes, en fin, todo lo necesario para obtener de mí algo digno de un novel profesional. Era un día luminoso de Julio en el que sol brillaba en todo su esplendor. Una mañana magnifica para ir a la playa, a la piscina, o, como en nuestro caso, aprovechar la luz natural para evitar sombras, brillos o reflejos. Cuando llego estábamos desayunando en un pequeño solario, anexo a la cocina y allí se vino a tomar un café y a planificar la sesión. A José Luis, dada su afición por estos temas, mi idea de pagar a alguien para que me retratase le hizo mucha gracia y mas aun, cuando supo que el aprendiz seleccionado era Viti, la gordita del laboratorio, la que ponía los ojos vidriosos cada vez que me daba la copia de alguno de mis desnudos. Le agrado el despliegue organizativo y la programación de tomas en la que se detallaban lugares, tipo y color de la ropa, adornos, etc. Le entusiasmo su sugerencia de utilizarlo como auxiliar en todo lo referente a iluminación y atrezo. Según lo previsto empezaríamos en el solario, con luz natural, y luego pasaríamos al interior con luz artificial.
Mientras distribuían sobre la terraza objetos y plantas fui a cambiarme de ropa. En las primeras tomas llevaría algo suelto y de color claro a fin de contrastar con el azul celeste dominante. Me maquille con exceso y me vestí con una blusita blanca y una minifalda roja. Al cuello me puse un collar típicamente tropical. Para posibles cambios prepare una camiseta amarilla, una blusa azul clarito y adornos para el pelo y el cuerpo. Regrese y, siguiendo las indicaciones de Viti, se inicio la sesión.
De cuerpo entero, de frente, recostada sobre las plantas, apoyada en la pared, con el pelo suelto, en movimiento, planos medios, primeros planos. Fue en ese momento cuando empezaron a surgir pequeños problemas. En estos encuadres, debido a la generosidad del escote y a mi constante movilidad, los tirantes del sujetador se veían, a menudo, sobre mis hombros. Ante las continuas observaciones de Viti me retire al interior y me despoje de mi ropa interior. Continuamos la sesión. Mis pechos se movían libremente bajo la blusa dejando ver, cada poco tiempo, la negra sombra de mis pezones. "Por favor, cámbiate de blusa, dijo Viti". Yo, de la forma mas natural me despoje de la que llevaba y así, con los pechos al aire, para gozo de José Luis y de algún vecino curioso que, desde la casa de enfrente seguía nuestro divertimiento, rebusque entre la ropa preguntándole cual era la mas adecuada. Note que se sonrojaba, que un cierto brillo afloraba en sus ojos. Tras segundos de indecisión escogió una camiseta larga de tirantes. Me la puse y al comprobar que deslucía con la falda, me la quite. Seguimos. Algunos primeros planos, tomas de cuerpo entero, detalles de ojos y labios. El sol alcanzaba su cenit y tanto la excesiva luminosidad como el agobiante calor invitaban a seguir en el interior. Entramos al salón y elegimos, como encuadres mas idóneos, los relativos al sofá y a dos grandes sillones con orejas. Mientras José Luis salió a buscar refrescos a la cocina, Viti y yo comentamos las posibilidades de la siguiente serie. Fuimos al dormitorio en busca de ropa apropiada y allí me pidió que si no tendría inconveniente en prestarle algo más ligero, pues su vestimenta le daba mucho calor. Desgraciadamente éramos, físicamente, muy diferentes. Yo, baja, muy morena y con el pecho pequeño, ella, grande, rubia y pechugona. Tras mucho revolver elegimos una camisa suelta, amplia para mi pero un poco ajustada para ella. Por esta razón, entre los primeros botones del escote asomaba parte de su prominente pecho. En principio este detalle no le importo, aunque supuse que a José Luis le molestaría ver los bordes blancos del sujetador entre la hilera de botones. Por mi parte me vestí con un blusón cuyos faldones morían en mis muslos. Volvió hacerme gracia la mirada de Viti cuando, de nuevo, quede desnuda ante sus ojos al quitarme el vestido que llevaba. No sabía si se excitaba o se asombraba de mi impudicia.
En el salón José Luis ya había dispuesto el escenario y nos esperaba saboreando una copita de vino blanco frío ya que, por una tremenda improvisación de su parte, no quedaban refrescos en la nevera. Nos sentamos con él y le acompañamos con sendas copas. Al iniciar las tomas me desabroche generosamente los botones superiores y empecé a posar. Allí en casa, los pocos cuidados tenidos en la terraza desaparecieron y así, de la forma mas natural del mundo, surgía, a veces, entre la ropa, uno de mis pechos, parte de mi culito o la sombra negra y esplendorosa de mi sexo. Nadie parecía darse por enterado. La botella de vino descendía, el calor era, cada vez, mas sofocante y nuestra confraternización seguía en aumento. Fue José Luis quien, aprovechando uno de los cambios de carrete, comento:"Viti, porque no le haces ahora una serie de desnudos". A mi, lógicamente, la proposición no me molestó en absoluto, casi hasta me alegró. Viti, empujada por el ambiente, nos miro y con un "Bueno, procuraré que salgas guapísima" se presto a continuar. Me despoje de la blusa y seguí posando. Me recosté, me puse de pie, me mostré sensual y lujuriosa. No se exactamente porque, pero la cámara fotográfica actúa como un poderoso imán sobre el ojo y sobre la mente de fotógrafo, en especial si es aprendiz. Oí como los disparos se multiplicaban, como Viti se movía excitada por la habitación, como José Luis observaba la escena con ojos picaruelos.
Sus continuos desplazamientos, sus posturas, a veces forzadas, y la estrechez de la camisa, hicieron que los botones superiores fueran desabrochándose. Ni ella ni yo nos dimos cuenta del hecho hasta que vi a José Luis mirándole, con ilusión, los pechos cubiertos por un antiestético sujetador y bordeados por una camisa totalmente abierta. "Venga, Viti, dije, quítatela del todo, así tienes una pinta horrible". Si una mujer, totalmente desnuda, te hace tal insinuación, los motivos de discusión suelen ser escasos. Dejo la cámara y quedo pensativa. No se decidía. Creo que interiormente lo deseaba, pero su educación religiosa le ponía una serie de impedimentos mentales. "Bueno, Viti, te decides o no", apuntillé sentándome en el sofá. Termino por despojarse de la camisa quedando vestida con un sujetador que, más que cubrir, resaltaba sus espléndidos pechos blancos y carnosos. "Venga, venga" volví a decir mientras me levantaba y me servia otra copa de vino, "Hazle ahora algunas a José Luis". "Que, también me desnudo", insinuó". No, aun no" conteste mientras él se colocaba en el sofá y ponía cara de foto. Viti empezó a disparar desde todos los ángulos, José Luis inicio un pequeño strip-tease y yo, desde mi posición de espectadora los animaba. "La camisa, la camisa, el pantalón...." sugería con grandes gritos. Casi sin quererlo nos encontrábamos yo, desnuda, José Luis en calzoncillos y Viti con sujetador y un pantaloncillo corto que le dibujaba una incipiente barriguita y un culo poderoso." Venga Viti", dije levantándome, "Haznos a los dos unas desnudos, seguro que nunca fotografiaste así a una pareja, y tu, José Luis, quítate esos calzoncillos". No se hizo de rogar y en un santiamén ambos quedamos sin ropa esperando que Viti hiciera su trabajo.
La buena de Viti estaba sonrojada, con la cámara entre las manos y la necesidad de ver a una pareja desnuda por el objetivo. Entre risas y bromas continuamos la sesión. Veía a Viti sudar, secarse constantemente las manos, beber, notaba su embarazosa situación y en mi fuero interno me reía. En uno de los múltiples cambios volví a intervenir."José Luis, haznos tú ahora unas fotos a Viti y a mi, quiero tener un recuerdo suyo". El tomó la cámara y yo la arrastre al sofá. "Quedáis fatal", dijo José Luis, "Una desnuda y otra medio vestida, pero si lo queréis así, adelante". Me acerque mas a Viti y mientras oía los sucesivos disparos intenté convencerla para que se desnudara. Sus protestas fueron breves. Bajo la mirada de José Luis que, interesado, asistía al último acto del espectáculo, se bajo los pantalones, se quito las braguitas, dejando ver la hermosa mata de pelo castaño que cubría su coñito, por último, sus pechos quedaron libres. Estábamos desnudas. Éramos opuestas. Lo que a mi me faltaba a ella le sobraba. José Luis seguía disparando mientras su sexo, hasta ahora flácido, empezaba a tener dureza y espesor. Como tres veteranos nudistas corríamos por el salón, nos rozábamos, ella y yo juntábamos nuestros pechos, nuestros culos, nos abrazábamos, hacíamos resaltar lo opuesto de nuestros atributos. Ambas quisimos tocarle el sexo, rozarlo por ver si aumentaba de tamaño. Inconscientemente nos íbamos excitando. Por instinto me acerque a José Luis y le acaricie el pene, los genitales. Note como crecía en mi mano, como los ojos de Viti estaban fijos en aquel instrumento de placer, ahora erecto y preparado. Lo seguí masturbando para ella, quería ver que haría ante tal insinuación. El me deseaba y no estaba ni para ella ni para nadie. Sin darme cuenta me tumbo en el sofá y me penetro. Note su pene en mi vagina y enloquecí. A nuestro lado, sentada en uno de los sillones, Viti nos miraba excitada. Se acariciaba los pechos, recorría nuestros cuerpos con la mirada. No quería que entrase en nuestro juego erótico pero deseaba que gozara. "Mastúrbate" le dije. La mire a los ojos. Vi su mano descender hasta su clítoris, perdiéndose allí con movimientos rítmicos. Así, ella sentada y José Luis y yo tumbados, nos corrimos. Luego él la recostó sobre el sofá y con delicadeza fue besando aquellos grandes pechos, acariciando su clítoris, masajeando la vagina empapada de líquidos. Vi como su cuerpo se convulsionaba de placer, mientras yo, como ella antes, perdía mis dedos en mi culito alcanzando, con ella, el cenit del placer.
José Luis y yo, cada uno en un sillón, contemplábamos el cuerpo de Viti tumbado en el sofá. Era una buena fotografía, salvo que no debía haberse obsesionado con mis desnudos, ni haber aceptado mi maligna proposición. De cualquier forma la sesión había sido un completo éxito.
Mientras recogía su equipo y José Luis abría una nueva botella de vino, contemple en un espejo nuestros cuerpos. El pudor había desaparecido y los tres brindamos porque las fotos hubieran salido bien y, porque, en caso contrario, repitiéramos la sesión la próxima semana.
Las fotos fueron magníficas y, o mejor, es que me salieron gratis, mejor dicho, me costaron dos orgasmos a mi otros dos a Viti y uno a José Luis, dado que, en estos menesteres, la capacidad del hombre es sensiblemente inferior a la de la mujer.

sábado, 3 de septiembre de 2011

HOTEL OCOTAL

José Luis
Una de las ventajas, o inconvenientes, de mi cargo, son las múltiples invitaciones que recibo y la consiguiente obligación de asistir a ellas por muy aburridas que resulten. Cuando mi secretaria me recordó la presentación de un libro sobre Costa Rica, editado por una empresa española, la idea no me entusiasmo sobremanera, pero termine asistiendo. Entre canapé y canapé, el introductor comentó el impacto positivo que, determinados lugares del país, tienen sobre las personas. No dio explicaciones del porque, pero en mi mente quedaron grabadas las sensaciones beneficiosas de Playa Ocotal o del Volcán de la Vieja, y las negativas de Playa Dominical o del Cerro de la Muerte. Durante el coloquio lo único que se aclaro fue que tales hechos eran ciertos, y salvo la posible incidencia de emanaciones volcánicas, o la acción del polvo silíceo proveniente de la destrucción de los corales, no existía ninguna razón sólida para explicar tales fenómenos. Anote algunos nombres, con la esperanza de conocerlos y constatar, personalmente, la verdad de lo dicho y abandone, muy ufano, aquella actividad.
El Hotel Ocotal se asienta sobre una loma en la playa del mismo nombre y puede ser o no ser relajante, pero es, sin duda, un lugar maravilloso. Construido en una ladera marina, incluye dos niveles de habitaciones adosadas con piscina y jacuzzi en cada uno e independencia absoluta del resto de los servicios generales: comedor, sala de juegos, cafetería, etc. Cada habitáculo goza de espléndidas vistas sobre el océano y esta amueblado con dos camas matrimoniales, nevera, mesita y televisión, en la parte anterior, y servicio de baño y aseo, en la posterior. Un gran marco acristalado da paso a una pequeña terraza bordeada por el camino de acceso a la piscina, al jacuzzi y a los servicios centrales.

Sonia
El viaje ha sido pesado, sofocante, pero valió la pena. Acabamos de instalarnos en la habitación nº 33 y tanto la vista como su distribución, son excelentes; con razón José Luis tenía tanto interés en pasar aquí unos días. Son las cinco, el sol esta iniciando su caída sobre el horizonte y yo empiezo a enjabonarme. José Luis se dedica a distribuir correctamente la comida y la bebida en la mini-nevera. "Oye, cariño, le oigo decir, voy a pedir que nos suban hielo, aquí no hay". Termino de ducharme, con la toalla arrollada en la cabeza, salgo al aseo. Desde el fondo de la habitación veo, a través del cristal, el mar, el camino de acceso. Estoy completamente desnuda. Siento en mi estómago un extraño regusto ante la posibilidad de que aparezca por la puerta el camarero con el hielo y me vea así. Inconscientemente alargo la espera, anhelo que llegue, suspiro porque me sorprenda sin ropa. José Luis, ajeno a todo, deambula por el recinto, vuelve a llamar a la cafetería, sale a la terraza. El tiempo se me hace eterno. Regreso al baño y me siento a esperar. Fuera José Luis sigue moviéndose: coloca sillas, enciende y apaga la televisión. "Pase, llevamos mas de media hora esperándole". Salgo desnuda con la toalla como turbante. El camarero alza los ojos, me ve, se mantiene en la puerta. José Luis, de espalda, fuerza mas la situación."Espere un momento” dice, buscando algo suelto para darle una propina. Percibo sus ojos en mi cuerpo, siento el roce del lavabo en mi sexo. Son minutos larguísimos sintiéndome vista, observada, deseada por alguien desconocido. Se retira cuando mi excitación es máxima, cuando todo mi cuerpo arde de pasión y de celo. Salgo a la terraza. Mi piel recibe, al unísono, el aire fresco de la tarde y las pupilas de José Luis que la recorren con lujuria. Me arrastra al interior, medio corre las cortinas y ambos caemos en la cama. Me acaricia, su lengua pasa desde mi boca a mi sexo, tan pronto esta sobre mí como yo sobre él. "Quiero que nos vean” susurro. Se levanta y abre un poco más las cortinas. Estamos enlazados por el sexo, solo un cristal nos separa de un mundo en acción en donde la gente se desplaza. Siento sus dedos en mi boca, en mi clítoris. Me voltea y los introduce en mi culito, luego su pene me penetra desde detrás. Estoy de rodillas, miro hacia el mar, hacia el camino que discurre por delante de la habitación. José Luis sigue penetrándome. Yo solo tengo ojos para el exterior. Quiero ver a alguien. Oigo voces y una chica del servicio cruza por el sendero. Pasa por delante, regresa sobre sus pasos, nos mira y sigue. "Nos ha visto, pienso". Al poco vuelve con otra y se detienen junto al cristal. José Luis empieza febrilmente a moverse, siento como se corre en mi interior mientras cuatro ojos nos observan desde fuera. Se van. "Chúpame”, le digo. Sus labios y su lengua se funden con mi clítoris. Mi fuente de jade brota copiosamente. Ha anochecido
José Luis
Luce una mañana espléndida. Son las 7 y estoy en la piscina antes de bajar a desayunar.
Regreso a la habitación. A la luz del sol, el cuerpo moreno de Sonia, su culito, sus piernas, resaltan sobremanera contra el blanco de las sábanas. Me inclino sobre ella. Mis labios recorren su espalda. Se despierta, me ofrece la boca, después, casi como una autómata, engulle mi pene, lo ensaliva, lo agranda para introducírselo en ella. Esta sobre mí. Acaricio sus pechos. Mi excitación es máxima y un chorro de semen invade su vagina. Se tumba a mi lado. Jugueteo con sus pezones mientras se masturba. Se acaricia el clítoris, se penetra, le beso los labios, le susurro "Sigue, sigue masturbándote para mi". Un grito y un espasmo recorren su cuerpo. Se duerme.
El sol cae de plano sobre la piscina. Leemos apaciblemente. Al lado, otra pareja goza al igual, de las caricias del astro rey. Ella rubia y grande, él musculoso Pueden ser sajones, tal vez alemanes. Ella se embadurna de crema, cambia constantemente de postura, se mueve inquieta sobre la tumbona. Observo su cuerpazo blanco junto al pequeño y moreno de Sonia. Cada cierto tiempo nos bañamos y al cruzarnos con ellos nos sonreímos. Han pasado dos horas, hemos enrojecido y nuestra intimidad ha aumentado. En un inglés deficiente hablan con Sonia. Se llaman Helga y Ditter, son alemanes y están de vacaciones.
Escudado tras las gafas contemplo a las dos mujeres. Ambas lucen bikinis sin tirantes sujetos por la espalda, ambas se los desabrochan cuando toman el sol boca abajo, y ambas, cada cierto tiempo, se cubren el cuerpo de crema bajándose la parte superior del bañador hasta límites insospechados. Ninguna se recata, parece que compiten por ver quien será capaz de broncearse más, de dejar sin color la mínima parte de su cuerpo. Con el tiempo, el cuidado en la colocación de la parte superior de sus bañadores es cada vez más deficiente. Ambas se lo sujetan con los brazos y en cada movimiento desciende un poco más. Para mi deleite es Helga quien primero enseña su pecho. Su bikini termina resbalando y su seno derecho queda libre momentáneamente. Es muy blanco, con un pezón pequeño, rosado. Animada por ello y ante la nula observación de su pareja, se sienta sobre la tumbona, se desprende totalmente de él y se distribuye crema sobre sus pechos, luego se tumba boca arriba mostrando su turgencia, imaginando que esta en cualquier playa de la Costa Azul, donde esta forma de solearse es la mas natural. Sonia no le queda a la zaga. Viendo su comportamiento la imita y como ella queda tumbada con los pechos al aire. Desde hacía tiempo no veía un espectáculo como este: las dos con sus pechitos libres ante mis ojos. El calor es sofocante, y primero ellos y luego nosotros, nos retiramos a la habitación.
La puesta de sol es única. Sentados junto a la piscina vemos como el disco solar desciende sobre el mar. Sin él, la noche cae de repente. Una noche estrellada, cálida, alumbrada por una luna llena que, como un potente faro, ilumina nuestros cuerpos, dándoles brillos y sombras insospechadas. El agua actúa a nuestra espalda como un imán que nos atrae. Sin hablar caemos en su influjo. Esta tibia, abriga nuestros cuerpos. Nos retiramos a uno de los extremos de la piscina y nos fundimos en un beso. Mis manos buscan su cuerpo bajo el bañador, mientras ella me despoja del mío.
Estamos solos. La excitación hace que nos olvidemos del mundo.primero es la parte alta de su bikini la que desaparece, luego la inferior. Quedamos desnudos, nos besamos, nos acariciamos. No se cuando llegaron, pero frente a nosotros, en dos sillones, proximos a los que antes ocupabamos, estan Helga y Ditter. La luz de la piscina nos ilumina; lo sabemos, nos sentimos observados pero seguimos allí. Nos encontramos recostados sobre el borde, cubiertos exclusivamente por el agua. Ellos captan el reto. Con aparente indiferencia se despojan de sus bañadores. Veo el cuerpo integro de Helga, la mata de pelo rubio entre sus piernas, su culo poderoso. Entran en la piscina , pasan ante nosotros y ocupan el lado opuesto de la misma. Se abrazan. Sonia me toma entre sus brazos, siento sus pechos en mi pecho, su lengua en mi boca, noto como se me endurece el sexo. Ella lo fricciona con cariño hasta que un chorro de semen blanquecino se disuelve en el agua. La abrazo por detras. Mis dedos se hunden en su vagina, le pellizco los pezones. Vemos como nuestros amigos hacen el amor como nosotros. Oigo gritos de placer, veo el agua agitarse, siento los orgasmos de Sonia. Vestidos con los reflejos de la luna salimos de la piscina. Bajo la caricia de la brisa nocturna y la mirada agradecida de los alemanes nos dirigimos a la habitación.
Sonia
La mañana ha sido de ensueño. Hasta hoy nunca había estado al sol, en un sitio público, con los pechos al aire. Realmente o el sitio o nosotros tenemos un magnetismo especial. Ir a la piscina de un hotel, encontramos allí solos con otra pareja, ver como la mujer excita a José Luis poniéndose aceite, bajándose la parte superior del bikini, frotándose los pechos. Ver como se los broncea, como se pavonea por la piscina sin recato, fue algo que no pude soportar. Pese que al principio me dio algo de corte, empecé a imitarla. Me baje el sujetador, mostré mis negros pezones, me puse leche solar sobre mis pechos. Al final, cuando ya no pude mas me despoje por completo de la parte superior y como ella, pasee por delante de su pareja para que me viera bien. Tenía un cosquilleo interior al sentirme desnuda de medio cuerpo hacia arriba, ante los ojos de dos hombres que, en apariencia, apenas si me miraban. Sabía que José Luis si, que nos miraba a ambas, que se lo estaba pasando en grande. Lo peor, o lo mejor, fue cuando apareció un camarero con unas cervezas frías. Ni me moví de la tumbona. No quise saber si ella se había cubierto o no, lo cierto es que llego y me vio con mis tetitas al aire. Sentí que toda mi vagina se inundaba de placer. Hubiera querido hacer el amor allí mismo.
Pase el día nerviosa. Por la tarde, en el jacuzzi, me desvistió por completo, se quito su traje de baño y, en medio de un pasillo, hicimos el amor. Luego me fotografió desnuda contra los azulejos adornada de burbujas. Me gusto, me gusto muchísimo.
Por la noche, en la piscina, nos bañamos en compañía de los alemanes. Fuimos desnudos hasta nuestra habitación y allí, con las cortinas abiertas, volvimos a poseernos. La luna brillaba, José Luis empezó a besarme, a pasar su lengua por mi clítoris, a lubrificar mi vagina. Me levanto luego, me apoyo en el cristal de la ventana y así me penetro desde detrás. Veía el mar, el pasillo de acceso y sus manos sobre mis pechos mientras me masturbaba febrilmente. Volvimos a la cama, lo volteé y empecé a jugar con su culito. Lo engrase con la lengua, introduje por él mis dedos. Como yo antes lo levante y lo apoye sobre el cristal. Volví a introducir mis dedos en su culo, le acaricie el pene, regresamos a la cama. Nos entrecruzamos. Tome su sexo con mi boca y el hundió su cara entre mis piernas. Sentí su lengua en mi clítoris, sus dedos entrar y salir de mi vagina, de mi culito. Se coloco sobre mí y ambos empezamos a acariciarme. Puso sus dedos en mi boca, me pellizque los pezones, acompañé a su pene en mi cavidad vaginal. Daba gritos de gozo cuando me corrí. Estábamos muy calientes. Salimos a la terraza a refrescarnos. Como siempre, nadie turbo nuestro descanso. Por el pasillo no aparecieron ni huéspedes ni encargados. Veíamos las estrellas, el tintineo de las luces de los barcos, éramos dichosos, muy dichosos.
José Luis
La última ducha antes de partir. Sonia esta ya arreglada y anda recogiendo las maletas. Oigo su ir y venir, el abrir y cerrar la puerta acristalada, escucho su "Estas bien, cariño" mientras el agua discurre por mi cuerpo.
Ocotal, su bahía, sus habitaciones, sus vistas, su piscina, todo va quedando atrás. En el coche Sonia introduce su mano por los bajos del pantalón buscando mi sexo. Se desabrocha la blusa y saca sus pechos. Me masturba mientras conduzco. Reduzco la velocidad. Mi semen brota lentamente empapando su mano. Me susurra "Eres feliz?, somos muy felices"