sábado, 3 de septiembre de 2011

HOTEL OCOTAL

José Luis
Una de las ventajas, o inconvenientes, de mi cargo, son las múltiples invitaciones que recibo y la consiguiente obligación de asistir a ellas por muy aburridas que resulten. Cuando mi secretaria me recordó la presentación de un libro sobre Costa Rica, editado por una empresa española, la idea no me entusiasmo sobremanera, pero termine asistiendo. Entre canapé y canapé, el introductor comentó el impacto positivo que, determinados lugares del país, tienen sobre las personas. No dio explicaciones del porque, pero en mi mente quedaron grabadas las sensaciones beneficiosas de Playa Ocotal o del Volcán de la Vieja, y las negativas de Playa Dominical o del Cerro de la Muerte. Durante el coloquio lo único que se aclaro fue que tales hechos eran ciertos, y salvo la posible incidencia de emanaciones volcánicas, o la acción del polvo silíceo proveniente de la destrucción de los corales, no existía ninguna razón sólida para explicar tales fenómenos. Anote algunos nombres, con la esperanza de conocerlos y constatar, personalmente, la verdad de lo dicho y abandone, muy ufano, aquella actividad.
El Hotel Ocotal se asienta sobre una loma en la playa del mismo nombre y puede ser o no ser relajante, pero es, sin duda, un lugar maravilloso. Construido en una ladera marina, incluye dos niveles de habitaciones adosadas con piscina y jacuzzi en cada uno e independencia absoluta del resto de los servicios generales: comedor, sala de juegos, cafetería, etc. Cada habitáculo goza de espléndidas vistas sobre el océano y esta amueblado con dos camas matrimoniales, nevera, mesita y televisión, en la parte anterior, y servicio de baño y aseo, en la posterior. Un gran marco acristalado da paso a una pequeña terraza bordeada por el camino de acceso a la piscina, al jacuzzi y a los servicios centrales.

Sonia
El viaje ha sido pesado, sofocante, pero valió la pena. Acabamos de instalarnos en la habitación nº 33 y tanto la vista como su distribución, son excelentes; con razón José Luis tenía tanto interés en pasar aquí unos días. Son las cinco, el sol esta iniciando su caída sobre el horizonte y yo empiezo a enjabonarme. José Luis se dedica a distribuir correctamente la comida y la bebida en la mini-nevera. "Oye, cariño, le oigo decir, voy a pedir que nos suban hielo, aquí no hay". Termino de ducharme, con la toalla arrollada en la cabeza, salgo al aseo. Desde el fondo de la habitación veo, a través del cristal, el mar, el camino de acceso. Estoy completamente desnuda. Siento en mi estómago un extraño regusto ante la posibilidad de que aparezca por la puerta el camarero con el hielo y me vea así. Inconscientemente alargo la espera, anhelo que llegue, suspiro porque me sorprenda sin ropa. José Luis, ajeno a todo, deambula por el recinto, vuelve a llamar a la cafetería, sale a la terraza. El tiempo se me hace eterno. Regreso al baño y me siento a esperar. Fuera José Luis sigue moviéndose: coloca sillas, enciende y apaga la televisión. "Pase, llevamos mas de media hora esperándole". Salgo desnuda con la toalla como turbante. El camarero alza los ojos, me ve, se mantiene en la puerta. José Luis, de espalda, fuerza mas la situación."Espere un momento” dice, buscando algo suelto para darle una propina. Percibo sus ojos en mi cuerpo, siento el roce del lavabo en mi sexo. Son minutos larguísimos sintiéndome vista, observada, deseada por alguien desconocido. Se retira cuando mi excitación es máxima, cuando todo mi cuerpo arde de pasión y de celo. Salgo a la terraza. Mi piel recibe, al unísono, el aire fresco de la tarde y las pupilas de José Luis que la recorren con lujuria. Me arrastra al interior, medio corre las cortinas y ambos caemos en la cama. Me acaricia, su lengua pasa desde mi boca a mi sexo, tan pronto esta sobre mí como yo sobre él. "Quiero que nos vean” susurro. Se levanta y abre un poco más las cortinas. Estamos enlazados por el sexo, solo un cristal nos separa de un mundo en acción en donde la gente se desplaza. Siento sus dedos en mi boca, en mi clítoris. Me voltea y los introduce en mi culito, luego su pene me penetra desde detrás. Estoy de rodillas, miro hacia el mar, hacia el camino que discurre por delante de la habitación. José Luis sigue penetrándome. Yo solo tengo ojos para el exterior. Quiero ver a alguien. Oigo voces y una chica del servicio cruza por el sendero. Pasa por delante, regresa sobre sus pasos, nos mira y sigue. "Nos ha visto, pienso". Al poco vuelve con otra y se detienen junto al cristal. José Luis empieza febrilmente a moverse, siento como se corre en mi interior mientras cuatro ojos nos observan desde fuera. Se van. "Chúpame”, le digo. Sus labios y su lengua se funden con mi clítoris. Mi fuente de jade brota copiosamente. Ha anochecido
José Luis
Luce una mañana espléndida. Son las 7 y estoy en la piscina antes de bajar a desayunar.
Regreso a la habitación. A la luz del sol, el cuerpo moreno de Sonia, su culito, sus piernas, resaltan sobremanera contra el blanco de las sábanas. Me inclino sobre ella. Mis labios recorren su espalda. Se despierta, me ofrece la boca, después, casi como una autómata, engulle mi pene, lo ensaliva, lo agranda para introducírselo en ella. Esta sobre mí. Acaricio sus pechos. Mi excitación es máxima y un chorro de semen invade su vagina. Se tumba a mi lado. Jugueteo con sus pezones mientras se masturba. Se acaricia el clítoris, se penetra, le beso los labios, le susurro "Sigue, sigue masturbándote para mi". Un grito y un espasmo recorren su cuerpo. Se duerme.
El sol cae de plano sobre la piscina. Leemos apaciblemente. Al lado, otra pareja goza al igual, de las caricias del astro rey. Ella rubia y grande, él musculoso Pueden ser sajones, tal vez alemanes. Ella se embadurna de crema, cambia constantemente de postura, se mueve inquieta sobre la tumbona. Observo su cuerpazo blanco junto al pequeño y moreno de Sonia. Cada cierto tiempo nos bañamos y al cruzarnos con ellos nos sonreímos. Han pasado dos horas, hemos enrojecido y nuestra intimidad ha aumentado. En un inglés deficiente hablan con Sonia. Se llaman Helga y Ditter, son alemanes y están de vacaciones.
Escudado tras las gafas contemplo a las dos mujeres. Ambas lucen bikinis sin tirantes sujetos por la espalda, ambas se los desabrochan cuando toman el sol boca abajo, y ambas, cada cierto tiempo, se cubren el cuerpo de crema bajándose la parte superior del bañador hasta límites insospechados. Ninguna se recata, parece que compiten por ver quien será capaz de broncearse más, de dejar sin color la mínima parte de su cuerpo. Con el tiempo, el cuidado en la colocación de la parte superior de sus bañadores es cada vez más deficiente. Ambas se lo sujetan con los brazos y en cada movimiento desciende un poco más. Para mi deleite es Helga quien primero enseña su pecho. Su bikini termina resbalando y su seno derecho queda libre momentáneamente. Es muy blanco, con un pezón pequeño, rosado. Animada por ello y ante la nula observación de su pareja, se sienta sobre la tumbona, se desprende totalmente de él y se distribuye crema sobre sus pechos, luego se tumba boca arriba mostrando su turgencia, imaginando que esta en cualquier playa de la Costa Azul, donde esta forma de solearse es la mas natural. Sonia no le queda a la zaga. Viendo su comportamiento la imita y como ella queda tumbada con los pechos al aire. Desde hacía tiempo no veía un espectáculo como este: las dos con sus pechitos libres ante mis ojos. El calor es sofocante, y primero ellos y luego nosotros, nos retiramos a la habitación.
La puesta de sol es única. Sentados junto a la piscina vemos como el disco solar desciende sobre el mar. Sin él, la noche cae de repente. Una noche estrellada, cálida, alumbrada por una luna llena que, como un potente faro, ilumina nuestros cuerpos, dándoles brillos y sombras insospechadas. El agua actúa a nuestra espalda como un imán que nos atrae. Sin hablar caemos en su influjo. Esta tibia, abriga nuestros cuerpos. Nos retiramos a uno de los extremos de la piscina y nos fundimos en un beso. Mis manos buscan su cuerpo bajo el bañador, mientras ella me despoja del mío.
Estamos solos. La excitación hace que nos olvidemos del mundo.primero es la parte alta de su bikini la que desaparece, luego la inferior. Quedamos desnudos, nos besamos, nos acariciamos. No se cuando llegaron, pero frente a nosotros, en dos sillones, proximos a los que antes ocupabamos, estan Helga y Ditter. La luz de la piscina nos ilumina; lo sabemos, nos sentimos observados pero seguimos allí. Nos encontramos recostados sobre el borde, cubiertos exclusivamente por el agua. Ellos captan el reto. Con aparente indiferencia se despojan de sus bañadores. Veo el cuerpo integro de Helga, la mata de pelo rubio entre sus piernas, su culo poderoso. Entran en la piscina , pasan ante nosotros y ocupan el lado opuesto de la misma. Se abrazan. Sonia me toma entre sus brazos, siento sus pechos en mi pecho, su lengua en mi boca, noto como se me endurece el sexo. Ella lo fricciona con cariño hasta que un chorro de semen blanquecino se disuelve en el agua. La abrazo por detras. Mis dedos se hunden en su vagina, le pellizco los pezones. Vemos como nuestros amigos hacen el amor como nosotros. Oigo gritos de placer, veo el agua agitarse, siento los orgasmos de Sonia. Vestidos con los reflejos de la luna salimos de la piscina. Bajo la caricia de la brisa nocturna y la mirada agradecida de los alemanes nos dirigimos a la habitación.
Sonia
La mañana ha sido de ensueño. Hasta hoy nunca había estado al sol, en un sitio público, con los pechos al aire. Realmente o el sitio o nosotros tenemos un magnetismo especial. Ir a la piscina de un hotel, encontramos allí solos con otra pareja, ver como la mujer excita a José Luis poniéndose aceite, bajándose la parte superior del bikini, frotándose los pechos. Ver como se los broncea, como se pavonea por la piscina sin recato, fue algo que no pude soportar. Pese que al principio me dio algo de corte, empecé a imitarla. Me baje el sujetador, mostré mis negros pezones, me puse leche solar sobre mis pechos. Al final, cuando ya no pude mas me despoje por completo de la parte superior y como ella, pasee por delante de su pareja para que me viera bien. Tenía un cosquilleo interior al sentirme desnuda de medio cuerpo hacia arriba, ante los ojos de dos hombres que, en apariencia, apenas si me miraban. Sabía que José Luis si, que nos miraba a ambas, que se lo estaba pasando en grande. Lo peor, o lo mejor, fue cuando apareció un camarero con unas cervezas frías. Ni me moví de la tumbona. No quise saber si ella se había cubierto o no, lo cierto es que llego y me vio con mis tetitas al aire. Sentí que toda mi vagina se inundaba de placer. Hubiera querido hacer el amor allí mismo.
Pase el día nerviosa. Por la tarde, en el jacuzzi, me desvistió por completo, se quito su traje de baño y, en medio de un pasillo, hicimos el amor. Luego me fotografió desnuda contra los azulejos adornada de burbujas. Me gusto, me gusto muchísimo.
Por la noche, en la piscina, nos bañamos en compañía de los alemanes. Fuimos desnudos hasta nuestra habitación y allí, con las cortinas abiertas, volvimos a poseernos. La luna brillaba, José Luis empezó a besarme, a pasar su lengua por mi clítoris, a lubrificar mi vagina. Me levanto luego, me apoyo en el cristal de la ventana y así me penetro desde detrás. Veía el mar, el pasillo de acceso y sus manos sobre mis pechos mientras me masturbaba febrilmente. Volvimos a la cama, lo volteé y empecé a jugar con su culito. Lo engrase con la lengua, introduje por él mis dedos. Como yo antes lo levante y lo apoye sobre el cristal. Volví a introducir mis dedos en su culo, le acaricie el pene, regresamos a la cama. Nos entrecruzamos. Tome su sexo con mi boca y el hundió su cara entre mis piernas. Sentí su lengua en mi clítoris, sus dedos entrar y salir de mi vagina, de mi culito. Se coloco sobre mí y ambos empezamos a acariciarme. Puso sus dedos en mi boca, me pellizque los pezones, acompañé a su pene en mi cavidad vaginal. Daba gritos de gozo cuando me corrí. Estábamos muy calientes. Salimos a la terraza a refrescarnos. Como siempre, nadie turbo nuestro descanso. Por el pasillo no aparecieron ni huéspedes ni encargados. Veíamos las estrellas, el tintineo de las luces de los barcos, éramos dichosos, muy dichosos.
José Luis
La última ducha antes de partir. Sonia esta ya arreglada y anda recogiendo las maletas. Oigo su ir y venir, el abrir y cerrar la puerta acristalada, escucho su "Estas bien, cariño" mientras el agua discurre por mi cuerpo.
Ocotal, su bahía, sus habitaciones, sus vistas, su piscina, todo va quedando atrás. En el coche Sonia introduce su mano por los bajos del pantalón buscando mi sexo. Se desabrocha la blusa y saca sus pechos. Me masturba mientras conduzco. Reduzco la velocidad. Mi semen brota lentamente empapando su mano. Me susurra "Eres feliz?, somos muy felices"

                                                            

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