sábado, 29 de enero de 2011

LA DECISION DE SOFIA

Hoy, 12 de Junio, salgo hacia Madrid vía Ámsterdam. Hace dos años viaje desde Oviedo a Sto. Domingo, para un trabajo que se aborto. Los últimos cinco meses los he pasado en San José de Costa Rica intentando recuperarme del trauma moral, profesional y económico que tal cancelación me produjo. Ahora, regreso Asturias. Dejo atrás un periodo confuso en el que se han alternado alegrías y tristeza, y en el que mi mente pensó más en el pasado que en el futuro.Recuerdo, sobre todo, como ha influido en mí este periodo vivido en Centroamérica, como afecto a Sonia y a nuestra relación. La convivencia continúa en un hogar prestado, en el que me sentía y no me sentía a gusto, en el que era huésped y no dueño, en el que, como pareja, vivíamos pendientes del entorno, del que dirán o que pensaran.Salgo de America con la duda del regreso y con la ilusión de un futuro mejor, o al menos diferente.He pasado horas meditando, regando y cuidando una magnifica colección de orquídeas, leyendo, haciendo ejercicio, encerrado entre cuatro paredes sin salir, sin recorrer las playas y bosque de este país tropical. Han sido muchos días y noches en los que la convivencia se alteró, en los que los problemas económicos, profesionales y familiares socavaron nuestra relación personal.
¿Cuántas veces me he preguntado el porqué?, su porqué no. Hasta ahora Sonia y yo éramos una pareja sexualmente compenetrada, en la que el “No”, jamás existió. Si uno de los dos deseaba hacer el amor, se hacía. Hoy es diferente. Ha surgido el cansancio, los dolores de cabeza, la maledicencia, el si nos verán o nos escucharan. En estos meses la ropa ha sustituido a la piel y el sueño al sexo.¿Qué pasó?, me pregunto y no tengo respuesta. Será el hastío, el miedo al futuro, la costumbre, la convivencia en hogar ajeno. Por la noche pienso en ese alejamiento sexual, en ese no querer, o no poder, que nos aleja, que nos enfrenta y enoja.He vivido cinco meses de reuniones familiares, de visitas amigos, de larguísimas pérdidas de tiempo en La Galería de Arte donde no se vende nada pero de la que se habla y escribe como la más prometedora del País en lo que arte moderno se refiere. En ella, primero entre semana y al final solo los sábados, leía, veía deambular a la gente por la Avenida 7, siempre con la ilusión de que alguien entrará a ver la exposición en curso. Nadie, o casi nadie, se intereso, en esos meses, por el arte.Ha sido un periodo estéril. Por alguna razón mi mente se agotó. La vieja imaginación con la que describía los hechos cotidianos que me rodeaba, desapareció arrastrada por una de aquellas tormentas tropicales que cada tarde descargaban sobre San José. Veía y vivía una existencia desprovista de sexo, de erotismo, de sensualidad. Nada de lo que pasaba a mi alrededor desprendía esa lujuria contagiosa con la que tantas veces, antes, había convivido. Mi vida se adocenó, se encerró en si misma con la sola idea de “ya pasará” del “esto es fruto del momento” o,” estaré envejeciendo”. Los días discurrían con una pasmosa igualdad, solo alterada por mis enfados internos, por las repetidas pérdidas de mis queridas siestas, por la desaparición de los amaneceres cargados de sexo o por mis goces solitarios.Nada me interesaba, ni aun el hecho de que Manguita se empeñase en presentarme a uno de sus anticuarios predilectos, al que compraba todo tipo de “chunches” viejos para sus obras de arte, ni que, para llegar a su almacén-tienda, debiéramos pasar por una casa de putas, modificó la estabilidad de mi mente. No obstante y por idéntica razón a la que hasta entonces me había mantenido apático, aquella sugerencia empezó a revitalizarme.La tal casa de putas se situaba en el barrio rojo de San José, muy próxima al Mercado Central. Sin ser un experto en el tema no dudo en definirla como uno de los peores antros dedicados al floreciente negocio de la carne. Un largo pasillo, en el que, se situaban las mujeres a la derecha y los hombre a la izquierda, terminaba en una garita, al pie de una escalera lateral por donde ascendían las parejas tras abonar el correspondiente precio de la habitación y el de la señorita.

En aquellos momentos desconocía la parte superior del putero pero solo el pasillo y el personal que lo adornaba era digno de cientos de comentarios. Mujeres jóvenes y no tan jóvenes, blancas, indias y negras se acomodaban en una amplia bancada para ser las elegidas. Era sábado por la mañana y la afluencia de parroquianos muy escasa. Diez o doce trabajadoras del sexo, ligeras de ropa, hablaban entre si sin importarles que, los compradores de la tienda del fondo, entraran o salieran. Lo suyo, evidentemente, era otro tema y el mercantilismo del anticuario no interfería en su actividad, tal vez hasta la mejoraba.Lo peculiar de la tal lugar lo comenté, inocentemente, el domingo siguiente en una comida familiar. Su impacto fue desigual. Desde Wilma, que no presto ningún interés, hasta Sofía, que quedo gratamente impresionada, tanto que me pidió que la acompañara allí algún día, pasando por Albita que recriminó a Sonia por llevar al señor (yo) a tales sitios habiendo otros muchos en San José mas bonitos. La cruda realidad es que el tema se agoto de inmediato.Me olvide del lugar, de la calle y del deprimente espectáculo. Mi vida volvió a encauzarse en la monotonía cotidiana, rota ahora por la preparación de mi viaje de regreso a España..- José Luis, me dijo Sofía por teléfono, podrías acompañarme a esa casa de putas. Tengo que hacer un reportaje para la U.C.R, sobre ese tipo de lugares.Su solicitad me sorprendió. No podía imaginar que alguien reincidiese en el tema y menos que estuviera interesado en conocerlo..- Bueno respondí, cuando quieras.Y quiso. Exactamente, el 7 de Junio, cinco antes de mi partida..- José Luis, volvió a llamarme por teléfono, ya tengo todos los permisos de la Universidad. Que tal si vamos el sábado.Así fue como, en compañía de la sobrina mayor de Sonia, regrese aquella casa de putas.Sofía llego a La Galería a las 11 de la mañana. Iba en vaqueros, con un niqui blanco muy ceñido y sin mangas. Puede que por pudor, o por respeto a mis años, paso al baño y se cubrió con una camisa muy amplia a juego con los pantalones. Su intención era hacer una entrevista a una de las señoritas, conocer su lugar de trabajo, ver sus condiciones higiénicas y sanitarias, las tarifas y el probable futuro de sus vidas. También, si fuese posible, hacer alguna foto. Con todo en la mente partimos hacia el cuchitril.El plan preveía que entrase yo por delante, seleccionase a una de las candidatas, le hiciera la proposición de Sofía y, si aceptaba, regresar a por la periodista, presentársela, subir a la habitación y, por espacio de una hora que ambas hablasen de sus temas.Como todos los fines de semana a primera hora, el pasillo era un enjambre de mujeres sentadas a la derecha y poquísimos hombres, de pie, a la izquierda. Me puse en cola y elegí una, a mi entender la mas aceptable. Morena, casi negra, de unos 30 años y con una figura muy estilizada. Faldita corta y blusa de tirantes que dejaba ver, muy claramente, sus generosos pechos. Me acerque y le propuse la idea: subir al cuarto, hablar y cobrar. Le pareció bien. Pidió 1.500 colones por el servicio y yo le prometí 2.000 si se portaba correctamente y colaboraba para que el reportaje saliera perfectamente. Es mas, le dije por animarla, si todo discurre bien es fácil que mi amiga te invite almorzar.Salí, hable con Sofía y regrese a la cola. Estaba claro que el orden era primordial para la buena marcha del negocio. Tras media hora de paciente espera alcance la ventanilla. Pague otros 500 pesos por la habitación, una toalla y un preservativo, hice una seña a la muchacha seleccionada, salí por Sofía y los tres pasamos al piso superior.Si la entrada era asquerosa, el servicio del cuarto lo era más. En un rectángulo de apenas dos metros cuadrados se distribuía un catre de madera con colchón de goma espuma recubierto por una sábana negruzca que, en mi opinión, se debería cambiar después de cada servicio, una palangana con agua, dos rollos de papel higiénico, una papelera con múltiples condones y una silla de madera. En la pared, un ventanuco, cruzado por dos tablones a modo de persiana, daba sobre el almacén del anticuario y dejaba filtrar un potente chorro de luz.Sofía y Charo, así se llamaba la chica, se sentaron en la cama. Yo ocupe la silla. Todo iba bien. Sofía saco una grabadora, un cuaderno y un bolígrafo. Se la veía relajada. Charo se acomodo en la cabecera, se despojó de los zapatos y nos ofreció una enigmática sonrisa..- ¿Bueno amigos, dijo, es esto lo que queríais ver?Ante mi mutismo o mejor, mi extrañeza siguió..- En esta habitación, empezó a decir, la gente viene a “coger”, casi nunca hablar. Aquí subo con un hombre, o dos, nos desnudamos y me “cogen”. Luego se lavan, o no, y nos vamos. En todo eso gastamos menos de 15 minutos, depende.Sofía callaba y yo hacía esfuerzos por saber a donde iría a parar con aquella perorata. Sin duda, pensé, busca más dinero. Si lo habitual eran 15 minutos y yo le había apalabrado una hora estaba claro que la nueva tarifa seria superior..- Aquí, continuo, subo a trabajar, y lo hago desnuda. En este cuchitril, con el calor que hace, la ropa sobra. Estas paredes “papitos” están acostumbradas a ver a la gente “chinga”.Seguía sin adivinar sus intenciones. Al principio pensé que estaba drogada y todo lo hecho hasta entonces había sido en vano, que lo más correcto era darle el dinero prometido e irnos. Sofía ya tendría una idea global del ambiente para poderlo redactar..- Y tu, mi niña, que miras, decía ahora con una media sonrisa en sus labios, seguro que nunca estuviste en un sitio como este. Vamos hablar. Hablemos de mujer a mujer. Te voy a proponer un “jueguecito”.Vi como sus ojos se iluminaban y como Sofía enrojecía de repente..- En este tugurio trabajo desnuda y quienes están conmigo, también lo están.De nuevo repetía la frase y otra vez me perdí en sus ideas..- Te propongo,” m´ija” que me hagas la entrevista estando todos “chingos”. Si aceptas, seguía, te cuento mi vida y todo cuanto quieras saber de este puerco trabajo que ejerzo, sino, tomo el dinero me callo y nos vamos ¿Qué te parece?No era una proposición indecente, pero casi. Se acabó, pensé. De aquí salimos como entramos pero mas sucios y con menos dinero. Sofía, muy pálida, miraba la Charo. Se escuchó el silencio de su mente durante 30 larguísimos segundos..- En caso afirmativo, la oí susurrar, ¿podré tomar fotos y preguntar lo que quiera?Quede helado. Sofía, la dura Sofía, la nieta díscola de la familia, la, para mi, aparente mosquita muerta, estaba haciéndole frente a la Charo..- Claro mi alma, respondió, si nos desnudamos tu preguntas y haces lo que te venga en gana.El silencio volvió a paladearse. Solo el polvillo, iluminado por los rayos de sol, daba vida al recinto. Sofía callaba. Evaluaba todas y cada una de las posibilidades. Mi presencia, sin duda era lo mas problemático..- De acuerdo, dijo, como tú quieras..- Si que tienes ovarios, escupió la Charo, empezando a despojarse de la faldita. Tu, “papito” dijo refiriéndose a mi, aligera la ropa.
Hará más de 40 años, cuando hice la “mili”, mis compañeros me apodaban cariñosamente “La puta”. No por mi vida licenciosa, sino por la rapidez en vestirme y desnudarme. Entre ese don natural, que el cielo me dio, y mi tranquilidad espiritual, fui el primero en quedarme totalmente “en pelotas” y el único, en justa compensación, en poder observar el original “strip-tease” que, gratuitamente, se me brindaba.La Charo, por su profesión, debería ser rápida desprendiéndose de la ropa, no así Sofía que, salvo algún polvo extemporáneo con su novio, o con algún amigo, tendría poca práctica y menos ahora, en tan horrible situación. Mi ojo crítico la evaluaba como “con poca gracia” a la hora de desnudarse.Sentado en el taburete, que hacía las veces de silla, y apoyado contra la pared, tenía la ventaja de mantenerme en un espacio mal iluminado, y la enorme satisfacción de contemplar la actuación de las damas bajo el mejor de los focos posibles: el rayo de sol que entraba por el ventanuco. Daba la sensación que ambas se habían olvidado de mí. Salvo una mirada inicial de Sofía, como pidiéndome permiso o disculpa, y una sonrisa irónica de la Charo, la dos se enfrentaban ahora cuerpo a cuerpo y al desnudo.Primero la falda, luego la Charo se despojó de la blusa quedando sus carnes ceñidas por un sujetador y una braguita, ambos negros, que en un primer momento, se ajusto con recato. Sofía, mas lenta, se desabrocho el vaquero desprendiéndose de él como de una segunda piel. Luego, aquella camisa, protectora de su decencia, resbalo por sus hombros, manteniéndose con el niqui y un minúsculo tanga que, más que ocultar, resaltaba su culito. Era como un juego de prendas.
Cada una estaba cumpliendo lo pactado y el juego continuaba. No recuerdo cuando, pienso que en alguna revista o en el cine, había visto antes abrir un sujetador por delante. Ahora lo veía. La Charo se llevó los dedos entre las tetas, hizo con ellos un ligero movimiento circular y aquella prenda que los cubría se desprendió dejando al aire sus magnificas “domingas” coronadas por dos enormes pezones oscuros. Sofía seguía yendo más lenta. Se extrajo el niqui por la cabeza y echando las manos hacía detrás se desabrochó el sostén. Surgieron dos pechitos blancos, apenas si crecidos, con los pezones pequeños, erectos y sin casi aureola. Las mejillas le brillaban y sus ojos seguían fijos en la Charo. Casi a la vez echaron mano de sus “calzones” y en un abrir y cerrar de ojos, se los sacaron.Para mi todo eran comparaciones, odiosas comparaciones. El culo hermoso y moreno de una contrastaba con el enjuto de la otra. La cintura, apenas formada de Sofía era un guiñapo contra las formas opulentas de la Charo. Eso si, la mata de pelo púbico de ambas era muy similar. Me asombre del mechón negro que protegía el coñito de la más joven frente al rizado y recortado Monte de Venus de la profesional, sin duda más trajinado que el de la otra.
Ambas estaban, por fin, desnudas. El encanto, el morbo inicial, había muerto. Las mire “chingas”, sentadas en la cama, relajadas y tranquilas. La pátina bermellón que hasta entonces cubría en rostro de Sofía, había desaparecido.- ¿Qué, empezamos? dijo la Charo.Como si estuvieran en la sala de estar de la casa, se pusieron hablar. Una preguntaba y la otra respondía. Yo miraba. Miraba y pensaba: en la maldad de Charo y en la obcecación de Sofía. Iba a por un reportaje y lo estaba consiguiendo. No le importó meterse en una casa de putas, subir a un cuarto de mala muerte, desnudarse ante mí. No le afecto nada. Deseaba una cosa y ya la tenía.Terminaron con un beso. Se despidieron, se besaron y me besaron, las dos completamente desnudas. Aun siento en mis carnes, pasado el tiempo, los mullidos pechos de una y los duros y puntiagudos de la otra. Nos vestimos, le pague y nos fuimos. Entre ellas, creo recordar, quedo pendiente un almuerzo..- Muchas gracias, José Luis, fue lo último que Sofía dijo antes de tomar el autobús para Heredia, cuando tenga el reportaje te lo enviaré. Vuelve pronto.Era el 7 de Junio. Tras casi cinco meses de estancia en Costa Rica, fueron, la entrevista a la Charo y el desnudo de Sofía lo mas erótico que me sucedió y. como siempre en mi vida, ocurrió en el momento de partir.Salgo para España. Dejo atrás otro periodo de mi vida en el que perdí muchas cosas y gane otras; en el que sufrí situaciones de pareja hasta ahora desconocidas, visité una curiosa casa de putas, asistí a una entrevista en la que ambas partes estaban desnudas, cuidé una colección de orquídeas y me apunte a un gimnasio en el que perdí 5 kilos a base de correr, nadar y saltar.
Recordaré una Costa Rica diferente a la que antes había conocido y, sobre todo, alabaré la decisión de Sofía ante la insidiosa solicitud de la Charo.

sábado, 22 de enero de 2011

EL HOMBRE QUE RECOGÍA BASURA

Octubre llegaba a su fin. Tanto Manguita como Ana o yo misma creíamos que la vida empresarial de nuestra Galería de Arte estaba dando sus últimas bocanadas. Tras ímprobos esfuerzos logramos convencer a Manga para coordinar, en Diciembre, una exposición de Pintores Primitivistas Limonenses y, en función de los resultados, seguir o clausurar la Galería Roberto Lizano. A lo largo de dos meses contactamos con cinco de los pintores mas representativos de la Zona Atlántica y después de muchas llamadas telefónicas fijamos los días 23 y 24 , viernes y sábado, para concretar fechas, número de cuadros y condiciones económicas. Si no hubiese sido porque José Luis llegó el 18 y deseaba aprovechar la coyuntura para que juntos disfrutáramos el fin de semana, lo normal es que la tal reunión, como ya había sucedido con otra previa, nunca se hubiera celebrado, pero Manguita, obsesionado por saludar a viejos conocidos y José Luis, ansioso de pasar conmigo tres días de soledad, playa y sexo, terminaron convenciéndome. Anita, por un inoportuno catarro, decidió no apuntarse. Hable con el prohombre del grupo, hice las reservaciones oportunas en un hotelito de Puerto Viejo, medio escribí los términos de aceptación económica, preparé café y bocadillos para el viaje y el 23 salimos hacia Limón.Por causas que, aún hoy en día, se escapan de mi memoria, debimos retrasar la hora de partida, hecho que, salvo a mí, a nadie molesto. A mí si. Debería conducir con sol y calor y en vez de las tres horas de carretera estaríamos cuatro o cinco, pues Manguita querría parar a desayunar y, como a él, el tiempo no le importaba, se demoraría, así sucedió, observando el paisaje o recordando algunos lugares de su infancia limonense.La cita con Negrini, era a las 9,00, pero por lo ya dicho, y por haber, amanecido, el citado pintor, con una resaca espantosa, fruto de las mil cervezas de la noche anterior, eran más de las 11,00 cuando, sentados en el porche-cera de la entrada, seguíamos leyendo y concretando los términos del contrato. Nadie tenía prisa. Cuando se presento, y en prueba de buena voluntad, nos ofreció jugo frío de lima e inicio una divagación filosófica sobre el tiempo, el arte y sus amigos. A mediodía, el sol y la bebida habían conseguido romperme los nervios. Estaba intranquila, pegajosa y sucia; aun así no avanzábamos nada. Perdimos otra hora esperando, infructuosamente, la aparición de los otros artistas, decidiendo, al final, tomar el coche e ir a buscarlos.Solo encontramos a uno. Vivía como a 30 Km. del centro urbano y estaba participando en un mitin político. Eran ya las 14,00, tenía hambre y me sentía furiosa, sudada y agotada. No se llegó a nada. Los pintores se oponían, o no entendían, nuestras condiciones. Eso si, prometieron estudiarlas y transmitirnos su decisión el domingo. Hubo que habilitar a Manguita en casa de unos amigos y, sobre 16,15, ahora con una violenta lluvia tropical muy calida, tomamos la ruta de Puerto Viejo. No habíamos comido y tanto José Luis como yo estábamos bastante cabreados.
Después del terremoto del 92 y de los tifones de los años 94 y 96, la carretera Limón-Puerto Viejo, era una sucesión, continua de baches. Si a esto se unía la lluvia y el barrillo arcilloso que tapizaba el poco asfalto existente, fue un éxito llegar de día y sin ningún percance al hotelito que habíamos reservado.“Villas del Caribe”, así se anunciaba, estaba constituido por una serie de cabañas adosadas de dos plantas, con vistas al mar por el este y a las montañas Bri-Bris por el oeste. Por su reciente construcción estaban en muy buen estado. La parte superior incluía un amplio dormitorio con terraza y en la inferior se situaba el cuarto de baño, una cocinita con desayunador y un saloncito con puerta acristalada a través de la cual se llegaba a un solario y una zona de jardines que se extendía hasta la orilla del mar y por la cual se comunicaba al resto de cabañas. Desde mi punto de vista lo más novedoso era el cuarto de baño, en el que se conjugaban sabiamente la ducha, un espacio cubierto de vegetación y un techo de cristal, que proporcionaba luz y calor.
Si el viaje fue largo e infructuoso, al menos el hospedaje era bueno, mucho mas teniendo en cuenta que, tanto por la estación como por el clima, éramos los únicos clientes.
Por fin podíamos ducharnos, quitarnos el sudor que nos cubría, prepararnos una copa bien fría y gozar de la noche tibia y oscura del caribe.Con su habitual rapidez José Luis se acicaló, deshizo la maleta, coloco la comida que traíamos en la nevera de viaje, en el frigorífico de la cabaña, salió a recepción a pedir hielo, sitúo, en la terraza del dormitorio una mesita baja y empezó a distribuir sobre ella bebida y aperitivos. Mientras subía y bajaba, yo, sola en el baño, gozaba de las delicias del silencio y de las ventajas que nos ofrecían aquellas cabañitas del Atlántico. Pensaba en Manguita, solo en algún cuchitril de Limón, o en Anita con su gripe en San José. Me relamía con la copa que me esperaba y con la cena a la luz de la luna.Salí del agua, me peine, me di crema hidratante, me perfume, me ceñí a la cintura uno de los pareos que traía y salí. José Luis lo había recogido todo y se le escuchaba trajinar en lo alto. Me acerque a la puerta acristalada y contemple la noche, el movimiento fantasmagórico de las palmeras, el tintinear de algunas luces en el jardín. Quedé medio extasiada ante aquella quietud cálida y acogedora. Salí al solario, me tumbe en una de las hamacas y cerré los ojos. Cuando los abrí lo vi a mi lado. No se ni de donde vino ni por donde surgió, pero allí, apenas dos metros de mi, el hombre encargado de recoger la basura estaba extrayendo una bolsa llena de desperdicios y la sustituía por otra vacía. Yo, vestida exclusivamente con el pareo en la cintura y con los pechos al aire, quede paralizada. No sabía si cubrírmelos con las manos o entrar de nuevo al salón. No hice nada. Quede quieta viendo como terminaba la operación, como me miraba complacido y como desaparecía en la noche. Todo sucedió en menos de un minuto. Llegó, me vio desnuda, hizo su trabajo y se ausento. Quede excitada. No por el hecho de haberme visto con las tetitas al aire, sino por esa sensación de complicidad malsana que hizo que me quedase en mi sitio, que me exhibiera ante él.Entre, cerré la puerta y subí. José Luis, ataviado con un pareo similar al mío, empezaba a beber su segundo gin-tonic “Que pasa”, pregunto. “As tardado muchísimo”. Mientras tomaba mi copa y picaba las chucherías dispuestas sobre la mesa, mi nerviosismo iba en aumento. No se si por los guiños sucesivos de la luna, entrando y saliendo de las masas nubosas, por el cimbrear de las palmeras o por la experiencia vivida minutos antes, pero me sentía inquieta, excitada, caliente. A él le pasaba lo mismo, y aquellas copas servida para durar, murieron en los vasos.Empujados por una fuerza irracional, fuimos de la terraza a la cama. Allí, se desato el sexo. De inicio, me sentí su objeto de deseo. Inmóvil deje que se recreara con mi cuerpo. Su lengua y sus manos me recorrían, su saliva humedecía mi sexo. Se arrodillo e introdujo su miembro en mi boca. Como un contorsionista y, sin sacarlo de allí, volvió acariciarme el clítoris con la lengua. Durante mucho tiempo se dedico, en exclusiva, a darme placer. No me penetraba, solo me excitaba, me masturbaba, llenaba con sus dedos todos mis huecos de goce. No se el porque, pero cuando mi excitación aumenta mis fantasías sexuales se acrecientan. En esos momentos estaba excitadísima. José Luis me hacía todo tipo de perversidades y yo solo deseaba que alguien viera lo que me hacia. “Quiero que Manguita y Ana nos vean” dije exultante de vicio. “Si” respondió José Luis, “Piensa que nos están viendo, que están sentados ahí, a los pies de la cama”. “Ve como nos miran” “Ahora verán como te poseo”. Diciendo esto introdujo su verga en mi coño y empezó un delirante sube y baja. “Nos están mirando” seguía diciendo. “Si, si, están aquí y nos ven” murmuraba yo. En mi interior los sentía allí, muy cerca, como si fuesen reales, lo estaba deseando. “Córrete, córrete ya” le oí decir, y, acoplándome a sus movimientos, creyéndome observada, me convulsione violentamente.Amanecí sola. Una lluvia caliente y plomiza difuminaba el bosque de palmeras. Quede pereceando en la cama. En la cocinita oí a de José Luis mientras el ambiente se llenaba de un agradable aroma de café. Fue un desayuno opíparo: tortillas, fruta, tostadas, polen, recubierto por un paisaje brumoso y adornado con una serie de orquídeas robadas, ilegalmente, del jardín.Puerto Viejo estaba muerto. Recorrimos sus calles vacías, intentamos, infructuosamente, comprar algo, llamamos por teléfono y, pese a lo irregular del tiempo, regresamos a la playa del hotel. Estaba gris, desierta. Las olas rompían estrepitosamente creando grandes manchas de espuma blanca y el sol, jugando con las nubes, aparecía o huía en función de las rachas de viento. José Luis se metió en el agua y yo extendí una toalla en la arena e intente aprovechar algún rayo perdido de sol. La verdad es que allí, protegida por una serie de alomaciones apenas si se notaban las inclemencias climáticas, en cambio el sol, cuando de repente surgía en el cielo, calentaba de lleno. A media mañana las nubes se ausentaron y el calor comenzó a notarse con rigor. Los árboles circundantes nos servían de parasol y pudimos gozar, en solitario, de la belleza de aquella larga lengua de arena. Al amparo del ambiente me despoje de la parte superior del bikini y José Luis disfrutó haciéndome fotos. Me embadurne de crema bronceadora y me adormile bajo los almendros. José Luis se fue a pasear y yo desconecte de todo lo terrenal.Abrí los ojos y le vi. De pie, a 5 metros, un morenito como de 25 años, me observaba con curiosidad. Es cierto que estaba con el pecho al aire, pero pensaba que tal práctica no era inusual en aquellas playas solitarias. Me senté y le devolví la mirada. Debió sentirse incomodo ya que se alejo hacía el mar. Llego hasta uno de los muchos troncos secos cercanos a la orilla y, con premeditada lentitud, se despojo de su pantaloneta y se metió en el mar. Me recree viendo su cuerpo desnudo, su espalda musculosa, su culo respingón, sus piernas cortas y su pelo ensortijado. Quede abstraída. Era yo ahora quien miraba y él, el observado. Al poco salió. Su pecho brillaba bajo el sol y un negro penacho de pelo cubría su sexo cilíndrico apenas empequeñecido por el agua. Se seco dando saltitos, moviendo sin vergüenza aquel gran badajo que oscilaba entre sus piernas. Con idéntica parsimonia que cuando se desvistió se ajusto el pantaloncillo y deshaciendo el camino paso ante mi alejándose en la playa.Quede, de nuevo, nerviosa e inquieta. Aquel ambiente, aquella vegetación lujuriosa, la sucesión de situaciones confusas que estaba viviendo me hacían sentir extremadamente sensual. En la ducha, bajo una cascada de agua fría, pretendí eliminar de mi cuerpo la arena marina que lo cubría y de mi mente la imagen desnuda del moreno. En parte lo conseguí. José Luis, en el saloncito, acababa de descorchar una botella helada de vino blanco y me esperaba para empezar.
Recogí la ropa, me puse la parte inferior de otro bikini y salí al solario a colgar las toallas mojadas. Tal vez el destino, pero de nuevo, y como surgiendo de la nada, el encargado de cambiar las bolsas de basura volvió aparecer y, otra vez, me encontró medio desnuda, haciendo algo aparentemente normal. Paso a mi lado, hizo el cambio de bolsa correspondiente y se fue. Volvía a verme con los pechos al aire y yo barruntaba de nuevo, un regusto extraño en mi interior, una excitación pecaminosa y querida. Estaba bien, muy bien, sabiéndome mirada y deseada. José Luis ni se enteró. Comimos, bebimos y otra vez, como autómatas subimos al dormitorio.Ahora yo soy la activa. La escena del negrito y del hombre que recogía la basura, me tenían a mil. Caí sobre José Luis con hambre de sexo. Mi boca se cebo en el pene, nota como crece, como va adquiriendo dureza y grosor. Lo toco, lo chupo, me lo restriego por el cuerpo, lo cabalgo. Vibra en mi interior. Lo saco, otra vez lo acaricio, lo relamo. José Luis se coloca sobre mí y me penetra violentamente. También esta caliente. Elevándose sobre los brazos entra y sale de mí con un ritmo infernal. Con su sexo en el mío se recuesta a mi lado, quedando todo mi cuerpo al descubierto. Pienso en el negrito, en lo excitante que sería que nos viera, que estuviera a nuestro lado, que me acariciara los pechos mientras José Luis me penetra. Quiero sus manos sobre mí, las siento pellizcándome los pezones y descendiendo luego hasta el clítoris. Noto sus dedos masturbándome y el pene de José Luis poseyéndome. Un escalofrío de placer me recorre el estomago. Mi hombre real se eleva de nuevo y mientras su verga entra y sale de mi coño yo suspiro por unas manos morenas que acaricien mis pechos, unos labios gruesos que chupen mis pezones, unos dedos ásperos que se pierdan en el negro orificio de mi culo. “Ya, ya” oigo gritar a José Luis cuando ahora soñaba con poseer el grueso pene del moreno y degustaba sus dedos muy dentro de mi boca. Una sacudida de gozo hizo desaparecer su imagen y una serie de orgasmos en cascada dejaron mi cuerpo flácido, relajado y feliz.La noche, aquella noche, fue más negra. Por una de esas casualidades tercermundistas el fluido eléctrico desapareció. Debimos cenar a la luz de unas velas, pero nos dio lo mismo. El día nos había dado ya de casi todo.El domingo se presentó encapotado, con una lluvia fría y constante que solo invitaba al recogimiento. Pese a todo salimos a pasear, a recorrer, por última vez, aquella playa cubierta de troncos, aquel jardín de palmeras con orquídeas como detalle floral. Volvimos empapados. El agua, apenas perceptible, había ido calando lentamente nuestra ropa y al entrar en el adosado, chorreábamos. Nos desnudamos y entramos en la ducha. Limpios, perfumados y envueltos en sendas toallas nos dispusimos a tomar un aperitivo-comida previo al viaje de regreso. José Luis abrió la ultima botella y se repanchingó en el sofá. Yo, empecé a preparar la comida.

Ahora lo vi. Al contrario que las dos veces anteriores, en las que surgió como por encanto, el hombre que recogía la basura apareció por el caminito de acceso. Como en días anteriores venía hacer el cambio de bolsa, pero al contrario que en aquellos, yo me encontraba totalmente cubierta por la toalla de baño. Venía despacio, mirando con curiosidad al interior de la casa, balanceando en la mano la negra bolsa de plástico.No se porque reaccione así. Puede que el ambiente, las experiencias vividas, mi propia malicia, la proximidad del viaje, no lo se. La realidad fue que, lentamente, sin venir a cuento, desate el nudo de la toalla, la separe de mi cuerpo y empecé a secarme esa humedad que no tenía. Estaba haciendo un Streep-tease completo en exclusivo para el hombre que recogía la basura. Me estaba pseudo secando ante sus ojos. Se paro, me miro durante un largo minuto, recogió la bolsa, hizo el correspondiente cambio y se marcho. Seguí allí, desnuda, con la toalla en la mano, viendo a José Luis, perplejo, observar como el hombre se perdía tras un seto de crotos. ¿Qué había hecho? Sin premeditación alguna me acababa de desnudar para un hombre que no conocía de nada pero, ni me sentía incomoda ni culpable.Tras los crotos se perfilaba la figura difusa del hombre, su traje de faena, sus manos apartando el ramaje para facilitar la visión. Ahora, a conciencia, me estaba observando y eso me excitaba aun más, mucho más de lo que ya estaba. José Luis seguía en el sofá envuelto en su toalla. Me abalance sobre él y se la arranque. Quería hacer el amor, deseaba que me poseyera allí mismo. Sabía que me estaban mirando y deseaba exhibirme. Brinque sobre él. A mis espaldas percibía unos ojos curiosos que no perdían detalle. Quería más. Manteniendo nuestros sexos unidos me dí la vuelta. Estaba a horcajadas sobre él mirando hacía el jardín, mirando hacia el mar. Al hombre, entre los crotos, lo veía y me veía perfectamente. Empecé acariciarme las tetas, a pellizcarme los pezones a moverme sobre el pene erecto de José Luis, todo ante aquella mirada desconocida del hombre que recogía la basura. Me masturbe viendo unos ojos atónitos que no creían lo que estaban viendo. El hombre se levanto y se marcho, nosotros regresamos al baño.El grupo de pintores nos comunico que no pensaban exponer en nuestra Galería. Me dio lo mismo. Durante las tres horas del viaje de regreso solo pensé en el adosado y en todo lo que allí sucedió. Sería bonito regresar , interesante volver con un grupo reducido para constatar si el ambiente, la arquitectura y el erotismo verde y húmedo que rodeaba las cabañas nos afectaba a todos por igual o si al contrario solo fue un hecho aislado que exclusivamente me afecto a mi. En “Villas del Caribe” viví momentos maravillosos y todo lo imaginado, lo soñado lo realizado, lo volvería a repetir una y mil veces.

domingo, 16 de enero de 2011

LAS ARDILLAS, HEALTH SPA

Sin duda la culpa fue del Fenómeno del Niño. Era ilógico que, a principios de diciembre, siguiese lloviendo, soplase un viento endiablado y los cielos estuviesen siempre encapotados. Otros años, para estas mismas fechas, los Alisios habían barrido las nubes y el verano tropical lucía en todo su esplendor. Pese a todo, el próximo fin de semana habíamos decidido salir de San José.
Lo que al principio parecía fácil, se fue complicando por momentos. Incomprensiblemente todos los hoteles, albergues y cabañas del entorno capitalino estaban al completo. Los mejores, los más lujuriosos nos daban demoras entre 4 y 5 semanas y los considerados normalitos retrasaban su confirmación hasta el mismo día de llegada. Fuimos reduciendo el círculo hasta acabar eligiendo un establecimiento en San José de la Montaña, localidad próxima al Volcán Barba, para disfrutar en el unos días de relax. Conocíamos el Hotel Las Ardillas por haberlo visitado con anterioridad y poseer un Health SPA con sauna, jacuzzi, sala de masajes y gimnasio. El gerente, viejo conocido, nos desilusionó diciéndonos que estaba al completo. No obstante la empresa acababa de adquirir una serie de cabañas, “Las Milenas”, próximas al hotel y había alguna disponible. Tendríamos, eso si, los mismos derechos y servicios que los dados en “Las Ardillas”.
El viernes amaneció, como no, lloviendo. Los aledaños del volcán eran una masa brumosa, húmeda y fría, entre la que se adivinaban extensos bosques de eucaliptos y majestuosos árboles centenarios. “Las Milenas” seis pequeñas cabañas diseminadas por un valle, semejaban, desde el exterior, las casitas de Hetel y Gretel, perdidas entre caminos enfangados y enormes acumulaciones de vegetación. La que inicialmente nos asignaron, era todo menos agradable. Carecía de luz, la cama era un colchón sobre el suelo, el servicio sanitario olía fatal y la chimenea estaba obstruida, total, un desexito. Protestamos y nos la cambiaron. Tuve que alegar una vieja dolencia lumbar, una artritis congénita y, sobre todo, nuestra amistad con el gerente, para que nos trasladasen a otra mejor del mismo complejo.
Francamente ganamos con el cambio. Salvo la cobertura vegetal que tapaba la puerta y se introducía por alguno de sus ángulos, el habitáculo era sobrio y agradable. Un gran recinto corrido con una cama matrimonial, muy alta, en su extremo norte y una chimenea a los pies de la misma. Entre ambos una especie de saloncito y una mini cocina. Estaba limpia y, aunque algo húmeda, mas seca que la anterior.
Tras ímprobos esfuerzos logramos encender fuego, acondicionamos la leña húmeda a su alrededor, podamos parte de la vegetación que cubría la puerta y regresamos a la recepción de Las Ardillas para solicitar el servicio de sauna y jacuzzi incluido en el precio del paquete.
Aunque nos habían indicado que el establecimiento estaba al completo, la verdad es que no vimos a nadie. Daba la impresión que éramos los únicos clientes. Debíamos esperar una hora a que el circuito termal adquiriera la temperatura adecuada, ya que solo lo encendían cuando había clientes, así que regresamos a la cabaña a comprobar el tiro de la chimenea y recargarla con leña ya seca.
El SPA se veía poco cuidado. La sauna, grande y con un ventanal hacía la montaña, se adornaba con telarañas en las esquinas y, pese a llevar mas de una hora encendida, estaba solo templada. El jacuzzi mostraba un agua semitransparente y a pesar de la decoración, algo mozárabe, daba la impresión de utilizarse muy poco. El recinto se completaba con dos salas de masaje, unas tumbonas y un área de descanso. Toda la estancia estaba presidida por una enorme chimenea, hoy apagada. El único detalle vivo era un jarrón lleno de calas blancas en uno de los extremos de la pileta.
Entramos en la sauna, nos tumbamos sobre un banco cama de madera y empezamos a sudar. Todos los problemas anteriores de selección y acondicionamiento del lugar fueron lentamente disipándose. Salimos empapados a la ducha y volvimos a comprobar de nuevo la soledad reinante. Éramos los clientes exclusivos así que nos despojamos de los bañadores y regresamos a la sauna. Seguimos sudando y descansando. Tras hora y media de relax, nos acicalamos, apagamos el calefactor, cerramos la puerta y nos fuimos, no sin antes avisar a recepción que tomaríamos otra sesión por la tarde.
La cabaña estaba caldeada, confortable y olía a leña quemada. Entre ese ambiente, una botella de vino blanco que nos metimos entre pecho y espalda y lo ya sudado, la siesta subsiguiente fue de celebración. Nos costó un mundo levantarnos para llegar al jacuzzi a las 7,30, pero lo conseguimos. Realimentamos la chimenea y regresamos al SPA.
El ambiente vespertino era idéntico al de la mañana. No había nadie. Encendimos las luces. El jacuzzi funcionaba perfectamente y su temperatura era la ideal. El agua, como ya comprobamos, con una coloración extraña, tal vez por algún tipo de producto aromático, no era ni traslucida ni transparente pero tampoco podría decirse que estuviese sucia. Al amparo de la soledad nos despojamos de la ropa y, completamente desnudos, nos introdujimos en aquel líquido cálido y burbujeante. La sensación de bienestar fue total. El frío y la oscuridad exterior contrastaban con el vapor y el colorido de la tina. Miraba de refilón a Sonia y veía sus pechitos, sus pezones, surgir y desaparecer entre grandes burbujas. Por debajo, al amparo de la masa de acuosa, se vislumbraba la mata negra de su sexo, sus piernas, sus pies. Nos acariciábamos con los dedos y ambos disfrutábamos de un estado perfecto de relajación. Nadie ni nada nos molestaba.
Surgieron de repente. Es probable que la oscuridad, el vapor, o nuestro estado de relajación, difuminaran momentáneamente sus figuras, pero en un abrir y cerrar de ojos nos dimos cuenta que una pareja de jovencitos nos contemplaba desde el mismo borde del jacuzzi. Rondarían los 30 años, iban cogidos de la mano y el sostenía una bolsa de deportes. Los cuatro nos quedamos mirándonos. Sonia y yo desnudos en el agua, ellos de pie, vestidos e indecisos. Pese a la turbidez del líquido y a la oscuridad reinante, estaba claro que ambos se habían percatado que estábamos sin ropa, más aun, que las tetitas de Sonia estaban al ras del agua y sus negros pezones pasaban más de la mitad del tiempo fuera de la misma. El muchacho, sin duda muy tímido, empezó a investigar el local. La chica, más atrevida, nos pregunto, de golpe, si podían utilizar el jacuzzi. Con nuestro mutuo asentimiento se retiraron a los vestuarios.
Durante los siguientes cinco minutos nos preguntamos si los nuevos usuarios entrarían desnudos en el jacuzzi, o si, por el contrario, lo harían en bañador. A nosotros nos era imposible ponérnoslos, ya que, confiados por lo vivido hasta entonces, los habíamos dejado en la cabaña, así que tendríamos que mantenernos desnuditos, llegasen como llegasen. Aparecieron con amplios y pudorosos bañadores. O eran una pareja de recién casados o un par de amigos no muy íntimos.
Con una sonrisa, mas recatada que atrevida, depositaron sus toallas en uno de los bancos y se introdujeron en el jacuzzi, justo enfrente de nosotros. La conversación, la poca que hubo, tardo en iniciarse. La peculiar situación, ellos vestidos y nosotros desnudos, no daba pie a mucha charla. Eran matrimonio y venían desde Cartago a pasar el fin de semana. Ella hablaba, el miraba constantemente a Sonia, a sus pechitos juguetones y a sus negros pezones siempre fuera del agua. No se que pensarían pero yo, y creo que también Sonia, habíamos pasado de estar nerviosos a sentirnos tranquilos y excitados.
“Que harían aquellos dos viejos desnudos en un jacuzzi público, no les daría vergüenza” pensaría en muchacho, o “Si ellos lo hacen no se porque nosotros no nos hemos metido también “chinguitos”, opinaría la chica recriminando mentalmente la poca decisión de su acompañante. “Que gusto que nos vean o nos intuyan desnudos este par de “carajillos”, seguro que se mueren de envidia por estar como nosotros” razonaba Sonia, o “No se porque esta moza no se ha decidido a despelotarse, con lo buena que está” me lamentaba yo. Todos eran pensamientos callados bajo sonrisas de pudor.
En menos de quince minutos salieron del agua se despidieron, desde lejos, se vistieron y se fueron. Nosotros nos quedamos besamos, tocamos bajo el agua y excitándonos más de lo que ya estábamos. Salimos chorreando, nos enfundamos en sendas camisetas y nos fuimos a la cabaña.
Eramos pura lujuria. Sobre la cama nos excitamos aun más de lo que estábamos contemplando las brasas cambiantes y rojizas. Fue una noche de calor, de risas sobre la situación vivida en el SPA, sobre lo que pudo haber sido y no fue. Sobre el pudor de los jóvenes, sobre nuestra desinhibición. Fue una noche de sexo, de mucho sexo.
Lo que había sido quietud y tranquilidad se trocó en bullicio durante el desayuno matinal. Las mesas del restaurante estaban a tope. Todos eran parejitas jóvenes que apenas si hablaban y comían con excesiva educación, el gallo pinto con huevos, la fruta y el café. Nuestros amigos del jacuzzi llegaron con retraso y nos saludaron en un murmullo. El hotel era, sin duda, una especie de picadero para “un polvo” furtivo de fin de semana. Los tortolitos apenas salían de sus habitaciones, por vergüenza o miedo a que los reconocieran, y eso producía una sensación de vacío. Nosotros no teníamos esos problemas.
Sonia conocía la zona y salimos a recorrer algunos de los senderos de montaña que bordean la falda del volcán. Antes, no obstante, avisamos al recepcionista para que a las 12 nos tuviera preparada la sauna. La caminata fue agotadora. El calor húmedo, las fuertes pendientes y una lluvia fina e intermitente consiguieron que, tras dos horas de marcha, nuestros cuerpos pidiesen a gritos un descanso; ese gratificante relax de una sauna templada.
El SPA era de nuevo nuestro, solo nuestro. No había nadie. El resto de los residentes seguían recluidos en sus refugios de sexo y pecado. Hoy, por fin, la sauna estaba a la temperatura adecuada. Extendimos las toallas sobre la bancada y desnuditos nos tumbamos a sudar. El escaso pudor del primer día se había esfumado, mucho mas después de la experiencia del jacuzzi.
No se cuanto permanecimos tumbados, solo recuerdo que en un momento determinado el silencio se rompió por unas voces lejanas. Al principio me preocupe. En la sala central el encargado y una pareja hablaban sobre las excelencias de la sauna y del jacuzzi. Oí el deambular de los visitantes y las explicaciones del funcionario. Sonia, no se inmutó. Quedamos expectantes ante el hecho que en cualquier momento se abriese la puerta para enseñar, a los nuevos clientes, las excelencias del local. No sucedió. Si, en cambio, pude constatar dos pares de ojos que nos contemplaban a través de la ventanita acristalada de la puerta. Fueron discretos al no perturbarnos pero les perdió la curiosidad y se recreaban viéndonos tumbados, sudorosos y desnudos.
Quedamos quietos. Los vimos por el rabillo del ojo y supimos que éramos su objeto de observación. Luego desaparecieron. Cuando salimos, todo estaba, como siempre, desierto. Nos ceñimos sendas toallas a la cintura y nos acomodamos en dos de las hamacas de la zona de relax. Allí nos encontró Adela. Daba la impresión que la gente aparecía siempre sin que nos diéramos cuenta.
Surgió de la nada. Con su bata blanca, una sonrisa diáfana y un encanto muy fuera de lo normal, se acerco hasta nosotros y se intereso por la opinión que teníamos de las instalaciones. No pareció importarle que solo ciñéramos una toalla en la cintura y que Sonia, por consiguiente fuera con los pechos al aire. Tampoco se asombro cuando, mas tarde, nos despojamos ambos de las toallas y nos ducháramos casi ante sus ojos.
Adela era la masajista del SPA. Tendría de 35 a 40 años y la bata que la cubría disimulaba las formas de su cuerpo. Su piel blanquísima, el pelo rubio con melenita lacia, los ojos oscuros y las manos pequeñas y regordetas. Según nos explico la contrató la gerencia como masajista y encargada, por lo que lamentaba infinito que los días anteriores no hubiese podido acudir a las instalaciones al tener que acudir a un compromiso ineludible en San José. Nos pregunto si deseábamos recibir un masaje, cosa que rechazamos por lo avanzada de la hora, pero se ofreció a darnos uno, mas tarde, en nuestra cabaña, ya que éramos los únicos clientes que utilizábamos el SPA. Convenimos en que se presentaría a las 6,00 de la tarde y, tras agradecerle su deferencia, la dejamos ordenando una serie de frascos y pomadas.
La cabaña, como el día anterior, estaba caliente y acogedora. Realimentamos la chimenea, comimos y dormimos una siesta. La caminata, la sauna, nuestra exhibición nudista ante aquellos visitantes desconocidos y Adela, quedaron en el olvido.
Fue una siesta corta, pero intensa. Hay situaciones que se barruntan y ante las que los cuerpos, sin desearlo la mente, se preparan. Nos levantamos, nos duchamos arreglamos un poco la estancia y nos sentamos a esperar. Ambos vestíamos camisetas con motivos ecológicos que, por su amplitud y largura, permitían llevarlas sin utilizar nada por debajo. Sin una razón especial ambos estábamos contentos y relajados.
Fue puntual. Vestía igual que por la mañana y de una bolsa de plástico extrajo dos botellita con aceite de almendras dulces mezclado con esencia de rosas. Era muy simpática. Antes de iniciar su trabajo preparé y tomamos un te con hierbabuena y a su término, utilizando la elevada cama a modo de camilla, extendió sobre ella una toalla cubriéndola con una sábana. Extrajo de uno de los armarios dos rulos, uno para la cabeza y el otro para los pies y solicito a Sonia que se tumbara boca abajo apoyando la cabeza en uno y los pies en el otro.

Con la mayor naturalidad del mundo se despojo de la camiseta y se recostó. La vi desnuda sobre la cama con su culito menudo y respingon y las piernas abiertas esperando recibir el masaje. Antes nunca la había visto así y jamás había presenciado como alguien le daba un masaje. Adela lleno el cuenco de su mano con aceite y, con exquisita profesionalidad, lo fue extendiendo sobre la espalda y las piernas. La miraba y sentía una envidia sana. A mi también me hubiese gustado masajear a Sonia y mas con una experta a mi lado. Veo como sus manos suben y bajan, como sus dedos circunvalan cada vértebra, como efectúan arrollamientos, golpeteos, estiramientos. Como amasan los laterales, como friccionan, como presionan. No se porque ni cuando pero en un momento indeterminado le pregunte si podía ayudarla.

Sin inmutarse, y sin dejar de trabajar, me contesto que si con la cabeza. Yo lo deseaba. Me situé al otro lado de la cama, me rocíe de aceite las manos y empecé. “Sigamos por las piernas”, dijo Adela, “Usted por una y yo por la otra”Así se inicio aquella sesión doble de masaje. Mis manos se deslizaron sobre la pierna, del tobillo al glúteo, sobre el gemelo, en la pantorrilla. Estaba eufórico. Apenas si me daba cuenta de lo que hacia Adela. Yo friccionaba, torsionaba, presionaba, me concentraba al máximo. “Lo hace muy bien” la oí decir “Parece que lo ha hecho toda la vida”, “Siga usted con las piernas y yo me centraré en la espalda”. Fue mi confirmación en el arte del masaje. Me sitúe a los pies de la cama y contemple el culito de Sonia, sus piernas muy abiertas. Amplíe los movimientos coordinándolos en su conjunto. Mis manos ascendían por una pierna y descendían por la otra. Tan pronto estaban en el exterior como en el interior de los muslos. Golpeaban los glúteos descendiendo por la unión de los mismos rozando apenas el ano o el coñito, a mi parecer, totalmente húmedo. Solo el fuego de la chimenea y una pequeña lámpara sobre la mesilla iluminaban la cabaña. Inconscientemente mi audacia fue en aumento. Contemplé Adela dedicada a la espalda y yo, casi sin quererlo, empecé aventurarme en tocamientos que nada tenían que ver ya con el masaje.
El culo abierto y el sexo en carne viva me animaban. Deje las piernas, los muslos, los glúteos, lo deje todo. Mis dedos comenzaron a circunvalar su ano, lo empaparon de aceite, sintieron como se abría, como invitaba a su penetración. Bajaron luego hasta su coño y lo encontraron dispuesto, palpitante. Mas que un masaje era una masturbación con público. Así fue. Olvidándome de Adela los introduje en sus orificios. Entraban y salían. Mi propio sexo empezaba a tomar turgencia y grosor. Solo la camiseta evitaba que se viera. Quería más. Del cajón de la mesita de noche tome un vibrador y empecé, con el, acariciarle las piernas. Lo fui moviendo hasta la entrada de su sexo, lentamente se lo introduje y lo hice vibrar. Adela, a todo esto, se mantenía a lo suyo. O bien no veía nada, o estaba de acuerdo en mi actuación.
Sonia era la excitación en grado máximo. Yo, también. Alce los ojos y vi Adela centrada en su trabajo. Todo estaba igual. Bueno, todo no. Si al principio lo había pasado por alto ahora me di cuenta que se había desabrochado la parte superior de la bata, que no llevaba sujetador y que sus pezones, erectos, pugnaban por salir. Vi el canalillo de separación de sus tetas adornado por múltiples gotitas de sudor, sus aureolas casi transparentes, sus…., no pude ver mas pues en aquel instante dijo. “Por favor, dese la vuelta”.Sonia no dudo. Tenía ahora su coño ante mis ojos y sus tetas bajo las expertas manos de Adela. De nuevo me olvide del mundo y me centre en aquel clítoris que solo pedía caricias. Primero con los dedos y luego con el vibrador lo fui recorriendo. Voy excitándola, voy introduciéndoselo. No se mueve, acepta todo lo que se le haga. Adela ya se olvido de su profesionalidad y esta acariciándola, pellizcándola, sobándole las tetitas. Dejo el vibrador y, arrastrado de un deseo incontenible, introduzco mi lengua en su sexo. Esta mojadísimo. Hundo los dedos en su vagina y siento mi polla a punto de explotar. Adela, dueña ahora del vibrador, va recorriendo con el los pezones, el cuello, la boca. Todos estamos poseídos por una lujuria desatada. Sonia, de repente, levanta los brazos desbrocha los últimos botones de la bata de Adela y se la quita. Queda solo en braguitas. Veo sus dos tetas grandes, blancas con pezones minúsculos. Me quito la camiseta mientras ella hace lo mismo con las bragas y caemos los dos, como un ovillo, sobre la cama, donde Sonia untosa y ardiente nos espera.
Allí se concretó una orgia a tres bandas. Éramos seres enloquecidos por el sexo y ansiosos de nuevas experiencias. Mientras chupo y excito el sexo de Sonia, Adela se centra en mi culo, en mi pene. Pasa sus tetas por mi espalda. Yo doy placer a mi pareja y la experta masajista me lo da a mí bajo la atenta mirada de la primera que se mueve, se contorsiona y grita. Los tres llegamos al borde del espasmo y los tres nos corremos casi a la vez. Los tres, por ultimo, caemos rendidos sobre la cama.
Por la mañana nos despedimos. Estamos felices y contentos. Sin duda para cada uno de nosotros ha sido una experiencia nueva e irrepetible. Ninguno sabía que mecanismos nos habían abocado a ello, pero ninguno nos recriminamos el haber hecho lo que hicimos. Gozamos como locos. “Algún día volveremos”, dijo Sonia “y entonces confío que las instalaciones del SPA sean mas confortables. El resto ha sido excepcional, sobre todo los servicios de la masajista”

domingo, 9 de enero de 2011

25 DE DICIEMBRE

Las 8 de la mañana. El sol, filtrándose por las cortinas, ilumina la habitación. Ni recuerdo a qué hora nos acostamos. Empecé la noche hablando y bebiendo y la termine de idéntica forma. La cena de Navidad, la fiesta subsiguiente y la animación nunca decayeron. Al final, solo los más jóvenes continuaron. Sonia y yo nos acostamos cansados, felices y algo borrachitos.
Sigue durmiendo. Esta a mi lado dándome la espalda, ligeramente acurrucada, desnuda, abrazada a la almohada. Acaricio su cuerpo. Los hombros, la cintura, los glúteos, las piernas. No se mueve, no dice nada, asiente. Vuelvo a recorrerlo. Bajo hacia su culito. Mis dedos lo dibujan para perderse luego entre las comisuras de sus redondeces. Se detienen en el ano, descienden hasta el sexo y, con infinito cuidado, lo van entreabriendo. Siento su clítoris dormido, los labios de su vagina cerrados.Me aparto y la contemplo. Reinicio, con la lengua, lo ya hecho con la mano. La deslizo por la espalda, recorro su cintura, cae, por fin, en la negra oquedad de su culo. Allí se detiene. Juguetea con el ano, lo ensaliva. Llega al clítoris, cada vez más húmedo, más lubrificado, mas caliente. Mi lengua permanece en el culito y mis dedos le friccionan y masturban. Los introduzco en su interior. No se mueve. Se mantiene de espaldas y acepta todo lo que le haga. Alterno la lengua por los dedos y son estos los que se pierden en su interior. Al tiempo que su clítoris y mi lengua se hermanan.
Tengo el sexo hinchado, con él le restriego el suyo y termino introduciéndolo en su interior. No se ha movido. La estoy penetrando desde la espalda y la agitación de mis movimientos, se coordinan con los suyos. Estamos follando con una violencia inusitada. No hemos hablado, no nos hemos besado, exclusivamente la he excitado y ahora la estoy poseyendo. Ambos gozamos. Ella debe imaginar que alguien se la está “cogiendo” por detrás, un ser desconocida y anónimo. Nos corremos convulsivamente. Coloco, de nuevo, mi cara entre sus piernas y absorbo la humedad de su sexo, en el que se mezclan mi semen, sus líquidos vaginales y mi saliva. La abrazo y nos dormimos.
Me despierto. Son las 11 y la habitación esta recalentada. Sonia, a mi lado, sigue durmiendo. Su piel morena se extiende sobre las sábanas. La contemplo. Pienso en mí, en ella, en mi viaje de regreso. Me levanto y preparo la cámara fotográfica. Quiero retratarla así como está: desnuda y dormida. Quiero tener su coño, su culito, su cuerpo. Acoplo el flas, el teleobjetivo, enfoco y disparo. Me excito. Acerco la imagen.
El ojal negro del ano, su clítoris ensortijado, su culo y su sexo unidos. Son 12 fotos magnificas. Sigue dormida. Ni los destellos ni los disparos le han hecho cambiar de posición. Dejo la cámara y tomo su vibrador. Lo conecto y recorro con él sus partes más íntimas: los muslos, el ano, el sexo, el clítoris. La humedad vuelve a poseerla. Sin abrir los ojos se da la vuelta. Queda boca arriba, con las piernas abiertas y el coño palpitante. Solo utilizo el vibrador. Con él la restriego, la acaricio, la recorro. La humedad de su vagina permite que entre y salga de su cuerpo sin el menor problema, está totalmente encharcada.
Me tumbo sobre ella sin dejar de masturbarla. Sonia toma mi pene y se lo lleva a la boca. Empieza a chupármelo. Formamos así un 69 novedoso. Tengo mi verga en su boca y el vibrador en su coño. Nos movemos como locos. Al final me corro entre sus labios. Ella se convulsiona, se excita quiere más, está muy caliente y desea volver a “correrse”. “Ven”, me dice, voy a masturbarme en la bañera. Me arrastra hasta ella, conecta el agua caliente, elimina la alcachofa de la ducha se recuesta sobre el piso abre las piernas y dirige el corro de agua hacía su clítoris.

La contemplo concentrada en su placer. Un placer solitario y compartido. “Mírame”, dice. El agua golpea entre sus piernas mientras se pellizca los pezones. Comienza a vibrar. Poco a poco es presa de un movimiento continuo. Veo el agua recorrer su coñito, la admiro tumbada, sudorosa con sus ojos en mí mientras se masturba. “Sigue, sigue” le digo “me gusta muchísimo lo que haces”: Por fin un espasmo seco y una relajación total.
Volvemos a la cama.
Son la 5 de la tarde y el avión que me traslada a Madrid ha encendido los motores y solicitado permiso de despegue. Salgo con su recuerdo, sus fotos con esa mañana del 25 de Diciembre llena de sexo dormido y violencia.
Tardaremos mucho en volvernos a ver, pero tendré, durante ese tiempo infinitas sensaciones que recordar. Sabré que, cuando nos reencontremos viviremos momentos mejores, más excitantes, más peligrosos, más imaginativos y, tal vez, a la larga, otros muchos 25 de Diciembre, vuelvan a repetirse.

viernes, 7 de enero de 2011

TUS FOTOS ENVENENAN MIS SUEÑOS

“Estaba guapísima”. Lo dijo así, como si nada, como quien habla del tiempo o de los altibajos de la Bolsa. Cuando Antonio me dio su regalo, lo único que comento, aparte de “Confío que nos veamos la próxima semana”, fue eso: “Sonia estaba guapísima”Era viernes, acababa de llegar de Oviedo y había recorrido medio Madrid para recoger los detalles que me enviaba. Mientras Roberto despotrica en medio de un embotellamiento en Ríos Rosas voy abriéndolos uno por uno: Algunos libros, varios pañuelos, un paquete de café, un tarro de palmitos, un sobre grande con cartas y dos carretes de fotos. Uno con una cinta adhesiva en la que se lee: “Los desnudos son solo para ti”.A las 8,45 los tengo revelados. Uno, muy antiguo con fotos de Navidad. El otro, mi regalo. En aquel momento la casa de mi madre era un guirigáis, razón por la cual guarde las copias en el cajón de la mesilla pensando que, mas tarde, con luz y tiempo por delante, me recrearía observándolasTras comprobar que en algunas, la parte inferior estaba ligeramente velada, sin duda por el reflejo del flas sobre el soporte de cristal en el que apoyo la cámara, y que tendría que hacer, de ellas, muchas ampliaciones para eliminar esas zonas alteradas, me acosté preocupado. Entonces no me fije ni en la calidad ni en el contenido ni tampoco, por supuesto, en el proceso de ejecución.Han pasado los días y ya tengo las copias mejoradas. 

Eliminé las áreas dañadas y encuadre las imágenes. Sus tomas, o al menos a mi me lo parecen, magnificas. Extendidas sobre la mesa del comedor materno la veo sonreír a esa cámara inanimada y quiero imaginar cómo, ella sola, se las fue tomando. Esta maquillada, peinada, reluciente. En todas tiene los ojos abiertos y una sonrisa pícara ilumina su cara.Se las tomó, sin duda, un sábado por la mañana. Uno de esos días luminosos y cálidos del trópico en el que sus hijos han salido y tiene la casa entera a su disposición. Se levantaría temprano, se haría la toga, se hidrataría el cuerpo, desayunaría café, gallo pinto con huevos y fruta, leería la prensa, oiría música. Sobre la 9,00 A.m. estaría libre y, en ese momento de inspiración, pensó en regalarme las imágenes desnudas de su cuerpo. Con esa excitación nerviosa que da lo novedoso, sacaría la cámara, movería el sillón del salón hasta colocarlo bajo el móvil azul de Manguita, dispondría, en frente, la mesa soporte, seleccionaría una serie de adornos y collares, entraría del jardín las orquídeas florecidas y se acicalaría con esmero.Finalmente, en un quiero no quiero, sacaría de su armario el vibrador que un día le regale y empezaría a componer posiciones y tomas. Primero con las orquídeas y el sofá como referencia visual y luego ajustando la luz y los enfoques. A partir de ahí, con ese regusto interno que produce lo prohibido, iniciaría su sesión privada; esa sesión pensada y ejecutada solo para mí.Miro los positivos e intento situarme en la escena como un “Voyeur” invisible y agradecido. En las primeras su cuerpo se protege tras las orquídeas y cubre su cintura esa que, según ella, la afea, con un pañuelo colorista. Son fotos lejanas en las que el sexo se oculta tras una maceta estratégicamente colocada y sus pezones surgen traviesos entre un bosque de flores amarillas. Son, sin duda, las más tímidas, las de precalentamiento. Luego debió pasar el salón, se adorno con un collar de fantasía anaranjado y situó la cámara ante sí. Se autorretrató desnuda, radiante, jubilosa. Primero de espaldas, ofreciéndome su culito abierto, después tumbada, jugando con la orgia verde de las flores, Mas adelante sentada con las piernas abiertas y los brazos sobre el pecho, por último recostada, con su sonrisa más sensual y maliciosa. Son tomas en las que aun es difícil precisar la expresión de su rostro o el contorno de su cuerpo oculto por ese obstáculo caprichoso y colorista de las orquídeas.Mas adelante, su actitud cambia. Ha conseguido afinar las distancias y elimina así las orquídeas como obligado punto de referencia. No solo eso. Vuelve, como una autentica modelo profesional, a cambiar su escueto vestuario. Su cuerpo se adorna con un colgante de artesanía colombiana y el pelo, lacado y brillante, se acopla, como un guante, al óvalo de su cara. Hace más. Saca a escena su vibrador. Toda la malicia de su ser, aparece de golpe. Ora se muestra lujuriosa chupándose un dedo, ora abierta de piernas enseñando a la cámara, y a mí, la frondosa negritud de su sexo. Ora sentada, con su coñito como referencia central de la imagen y con el vibrador a escasos centímetros del mismo.Hay dos tomas en que se la ve acodada sobre la mesa. Son tal vez las mejores. En una oculta, con un pañuelo, su vibrador y en la otra este aflora ligeramente quedando muy cerca de la comisura de los labios. Son dos instantáneas divinas. Parece mentira que pudiera habérselas hecho sola. Imagino que para tomárselas a cualquier modelo profesional hubieran sido necesarias muchas y muy variadas repeticiones.Pienso, por la cadencia de los negativos y el brillo de sus ojos que, a estas alturas de la mañana, estaba húmeda, excitada, caliente. En las siguientes, como si fuese una vedette de revista, toma posesión de la mesa. Hay tres instantáneas de excepción. Una sentada con las piernas recogidas y apoyándose en los brazos, otra con las manos sobre la cabeza resaltando la redondez de sus tetas y la erección de sus pezones. La última, con las piernas muy abiertas ofreciéndome su sexo negro y poblado. En todas el vibrador, como serpiente curiosa, aparece juguetón y temerario. De pronto entre las piernas, próximo a la rajita de su coño, luego sobre su vientre y en la tercera lamiéndolo con lujuria. En todas luce una expresión radiante y, sus ojos, muy abiertos, reflejan satisfacción y deseo.El carrete finaliza con dos instantáneas de poder. Sonia de ha desinhibido de la cámara aproximándosele como queriendo poseerla. En la primera esta de pie, desafiante, con un pañuelo intentando cubrir las redondeces de su estomago. En la siguiente a horcajadas sobre una silla en la que los barrotes del respaldo tienen idéntica misión que el pañuelo: tapar parte de su explosiva anatomía.La serie monográfica de su cuerpo fue, sin duda, el preámbulo al amor solitario con el que debió acabar la sesión. Ese vibrador que surge atrevido en muchas de las fotos, pasaría a ser el protagonista principal de lo no filmado. Igual que me recree con el proceso previo, lo hago ahora con su culminación.Esta febril, sudorosa, ardiente. Tumbada en el sillón, con las piernas abiertas apoyadas sobre la mesita de ratán y el vibrador en la mano, contempla la cámara silenciosa. Piensa en ese ojo inanimado que la mira y al que quiere ofrecer su placer. Conecta el vibrador y, con infinita paciencia, empieza a recorrer el interior de sus muslos, lo acerca hasta su sexo, allí se recrea con suaves caricias. Esta muy mojada. Nota el cosquilleo de su pene mecánico. Lo restriega contra su clítoris. Progresivas oleadas de placer la van inundando. Quiere sentirse observada y solo el ojo ciego de la cámara la mira. Desea ser poseída y lo introduce en sus entrañas. Ve como desaparece por completo. Se llena de un hormigueo delirante y el movimiento de entrada y salida de su cuerpo se acelera. Con la mano libre se acaricia el clítoris y con los ojos muy abiertos chilla, dirigiéndose a la cámara: Mírame, mírame, mírame, cuando la violencia de un orgasmo convulsiona su cuerpo. Más adelante, sobre el mismo sofá, se adormece soñando en su osadía y en ese regalo especial que en breve me enviará.Tengo las fotos en mi mano y la sesión fotográfica en mi mente. ¿Qué mas hubiera deseado? Puede que contemplar su coñito, ver la grieta del placer abierta ante mis ojos, ver como el vibrador se hundía entre las piernas. Son puntos suspensivos de un reportaje inacabado.
Por las noches esas imagenes vagan por mis sueños. Me acuesto con su imagen. Siento como se filtran entre los surcos de la mente, como activan mis centros sensitivos. Cada amanecer el sexo se despierta hinchado y mi mano le extrae y te ofrece mi semen caliente. Poco a poco, esas fotos que hicisteis y me regalaste, van envenenando mis sueños, van alimentando mi deseo dormido, haciendo más cortos los minutos, los días , los meses que faltan para que volvamos a encontrarnos, para que nuestros sexos se unan en un beso incontrolado y el goce cambie de solitario a compartido.

jueves, 6 de enero de 2011

EL INTERNAUTA

Aun hoy, casi tres meses después de lo sucedido, siento, al recordarlo, un ligero cosquilleo en el estómago y un regusto de placer. Es como revivir una travesura juvenil, una trasgresión de lo permitido, un juego perverso e inimaginable.
Siempre viajo a Oviedo en otoño, en esa estación gris y lluviosa tan típica de la capital del Principado. Un ambiente que invita al recogimiento, a la comida, a la bebida; un periodo de tiempo en el que se mezclan destellos luminosos de sol con interminables cabalgatas de nubes. A mi me daba lo mismo. Iba a pasar una temporada con José Luis y esta claro, que ni la climatología ni nada podía empañar nuestros encuentros.
El “orbayu” de la mañana se alterna sin transición con las copas de la tarde y las interminables noches de sexo. Nada entonces me hacía presagiar que este ritmo podría alterarse, ni que ningún acontecimiento extraño salpicaría lo monótono de nuestras vidas.
Fue durante una noche desmedida de lujuria, en la que nuestros cuerpos se fundían en posiciones inverosímiles y nuestras mentes volaban hacía fantasías irrealizables, cuando me dijo “Te gustaría que nos vieran que nos estuvieran mirando”. Desde siempre, más bien desde que un día yo dije en San José, en otra noche de pasión, esa frase u otra similar, eso era el detonante erótico que hacía vibrar nuestros cuerpos abocándolos al orgasmo. Siempre alguno de los dos lo decía, el otro contestaba con un “Si quiero” o “Deseo que alguien nos observe” para corrernos de inmediato y olvidarnos, mas tarde, de todo lo dicho.
Dije “Si, me gustaría que nos vieran y, mientras ambos llegábamos al clímax, José Luis me susurro al oído: Sí lo quieres mañana buscaremos a alguien para que nos mire”. Me dormí y me olvide, como siempre, de todo lo dicho.
Por la mañana al darme el periódico local “La Nueva España”, comentó “lee la Sección de Línea de Amigos”. He de reconocer que en España se anuncian en la prensa todo tipo de propuestas. Desde “Relaciones y Contactos” hasta “Servicios de relax o teléfonos eróticos”. Todos son lo mismo, la comercialización del sexo, del puro sexo en todas sus facetas. Lo de “Línea de Amigos” era nuevo. Gratuitamente, llamando al teléfono 902117222 podías poner en mensaje en alguna de las siguientes secciones: 1.-Amistad, 2.-Relaciones estables, 3.-Chica busca chico, 4.-Chico busca chico, y 5.- Otros contactos. A cada uno se le asignaba un buzón de de llamadas y mediante el teléfono se contactaban los anunciantes con los demandantes. Todo muy sencillo. El negocio estaba, como mas tarde me enteré, en el precio de las llamadas y en el control que hacía de las mismas una empresa de telefonía.
Pero, al margen de esos aspectos financieros y publicitarios, la cruda realidad era que, en el apartado 5.- Otros contactos, José Luis había enmarcado en rojo una serie de propuestas, textos que, por su contenido, me hicieron recordar lo susurrado la noche anterior.
.- Chico de 30 años desearía contactar con matrimonio maduro para relaciones esporádicas. Buzón 5703
.- Casado de 42 años, culto y atractivo. Para matrimonios. Solo observarlos en su intimidad. Buzón 5892
.- Me llamo Juan. Me ofrezco a parejas. Inexperto. Buzón 5793.
.- Chico joven se ofrece a matrimonios para todo tipo de fantasías sexuales. Solo para ella. Máxima discreción. Sin interés económico. Buzón 5628.
Lo leí perpleja. Bueno leí esos anuncios y el resto de las secciones. En Costa Rica tal tipo de publicidad en un periódico de ámbito nacional es impensable. Tenía en mis manos la posibilidad de hacer realidad lo tantas veces dicho en momentos de abandono moral y solo de mi dependía el concretarlo. José Luis salió y quede el resto del día dando vuelta a lo que tenía en las manos. “Sonia, nadie lo sabrá”; “Podría vernos y fotografiarnos sin que nos comprometiéramos”; “Sería excitante, atrevido, perverso”. Pensaba, evaluaba los pros y los contras. Al final me decidí.
En comparación con la noche anterior esta fue un derroche de violencia. Estaba excitadísima, me imaginaba extravagancias, desmanes, deseaba que el tiempo corriese muy deprisa. Me levante temprano y ojerosa. Tras una ducha relajante empecé a seleccionar entre los anunciantes aquellos que mas me convencieran. : Tal vez el de las “Fantasías sexuales”, o el especialista en “Video y fotografía”, o simplemente el mirón, o el inexperto. Lo que al principio se me antojo fácil se fue lentamente complicando. Detrás de “La Línea de Amigos” había un montaje comercial encubierto y así, el primero resulto ser un profesional del sexo que, lógicamente, quería cobrar; el segundo correspondía a una agencia de contactos; otro, a un club privado para parejas, uno no contestó y, por último, Juan, el inexperto, con una voz apagadísima y entrecortada pidió que se le llamase mas tarde y a otro número. Total, un perfecto fracaso.
Pase la tarde de mal humor renegando de los anuncios por palabras y de las líneas de amigos. Cuando llame de nuevo a Juan, a su número personal, estaba convencida que la excitación de la noche anterior había sido flor de un día y que él, como los demás, me haría alguna propuesta descabellada. Me confundí. Juan tenia la misma voz indecisa que por la mañana y, para mi asombro, no pidió nada. Dijo que había puesto el anuncio y que yo era la primera en contestar. Estaba dispuesto a lo que quisiera y que, si lo deseaba, podíamos conocernos con anterioridad, solo por ver si congeniábamos. No me pareció mal, al menos era honesto. Quedamos a tomar el aperitivo en la sidrería “El Pegoyu”, muy cerca de casa, y así terminamos la charla.
Juan era tímido. Apareció en la sidrería y nos reconoció casi de inmediato. No muy alto, más bien rellenito, con manos pequeñas y regordetas. Sus uñas, limpias y bien cortadas coronaban unos dedos cortos, casi cilíndricos, el pelo escaso y rubiáceo que, junto a sus gafas de concha, le daban un aspecto de intelectual de provincias, de niño bien de colegio de pago.
Hablo poco. Supimos que era de Mieres, se dedicaba a la informática, tenia 34 años y apenas salía de su casa. Se pasaba la vida navegando por Internet. En líneas generales no estaba mal y le invitamos a que pasase por casa al día siguiente a tomar una copa y a disfrutar de sus…, de nuestros servicios.
Fue otra noche de sexo febril condicionada por nuestra futura- próxima experiencia. Apenas si hablamos del hecho y solo José Luis, para tranquilizarme, comento que él se encargaría de todo. Yo solo tendría que obedecer, no protestar y aceptar cualquier sugerencia, insinuación o capricho que a él se le ocurriese.
Pasamos la mañana preparando algo que picar por la noche, discutiendo que ropa ponernos para recibirlo y mirando mil veces un reloj que no avanzaba. A la hora indicada, con una precisión casi matemática, se presento. Vestía muy parecido al día anterior y como detalle adicional me obsequio con un ramo de flores. Yo, por insinuación de José Luis, llevaba un manteo blanco con conchitas en los bordes de mangas y falda, algo que años atrás, en mi época hippie, me confeccione personalmente y que si bien no se transparentaba por completo, si dejaba entre ver las formas de mi cuerpo. “Total, había dicho, si al final tiene que vernos desnudos no hay porque al principio poner excesivas trabas”, razón por la cual no llevaba sujetador ni braguitas. José Luis iba con pantalón corto y camiseta y, al igual que yo, sin ropa interior.
Juan pareció relajarse cuando de entrada lo llevamos al comedor y le ofrecimos una copa y algo que comer. La reunión se fue distendiendo. Nos fuimos enterando de su vida solitaria, de su afición por la informática, de su pudor desmedido, su pasión por navegar por Internet, de descubrir transmisiones más o menos excitantes, de su vicio de poner anuncios en la prensa para conocer personas. Llegue a la conclusión que estaba totalmente enganchado a su ordenador y que era mas aficionado al sexo virtual, frio, lejano y seguro que al contacto físico y real con mujeres de carne y hueso. Era incapaz de mirarme de frente y cada vez que sus ojos escudriñabas a través de los agujeros de la malla de mi manteo, en busca de las aureolas de mis pezones o de la frondosidad de mi sexo, este más fácilmente visible por lo corta de la prenda, enrojecía de repente. Pensé que estaba disfrutando como nunca al hablar de sus aficiones y contemplarme semidesnuda, libre y desinhibida. Ignoro si la situación, las copas, los comentarios escabrosos e irónicos de José Luis o el pensar en lo que íbamos hacer fue condicionando mi ser. Estaba nerviosa, provocativa, atrevida. Consciente o inconscientemente procuraba insinuarme, ofrecerme. Al levantarme de la silla o al agacharme, dejaba aflorar mis tetitas por la amplia apertura del escote, ahora desabrochado por completo y me relamía de gusto viendo turbarse al bueno de Juan. Estaba húmeda, deseaba entrar en acción, de que la lenta sucesión de copas finalizase, de que José Luis se decidiese a ir un poco más allá.
Fue como una trasmisión de pensamientos. De repente se levantó, me beso en la boca y me susurro al oído: “Acompáñame y haz lo que te diga”.

No fuimos hacía el dormitorio, como había pensado y deseado, sino que me llevó al sofá. En el me acomodó boca abajo, apoyando la frente sobre uno de los brazos, con mi pierna izquierda sobre los almohadones y la derecha semiapoyada en el suelo, situándose él junto a mi cabeza. Quede tumbada, de espaldas al respetable, con el culo en pompa y las piernas abiertas a la espera de lo que a José Luis se le ocurriese hacerme. La humedad, que desde hacía rato empapaba mi sexo, aumentaba por minutos. “Sonita, estas bien” le oí decir, “Y tu Juan, pasa y acompáñanos. Estas cómodo, ves bien”.
Sentí que lentamente empezaba a tirar de mi blusón subiéndolo y subiéndolo. “No te muevas” le escuche decir cuando las conchitas del borde cosquilleaban bajo mis glúteos. Estaba acalorada y caliente. José Luis iba a exhibir mi culo ante nuestro invitado. Lo percibí de repente y mi vagina se inundó de jugos. Por minutos quede así, enseñando y no enseñando mi lindo culito. José Luis se acercó a la mesa y trajo su ginebra con tónica, luego continuo. El borde fue ascendiendo hasta quedarla parte inferior arremolinada en la cintura con mis piernas y el culo completamente al descubierto, mas aún, totalmente abierto por la posición en que me encontraba. La raja negra de mis glúteos, mi ano y parte del coño eran el espectáculo para los ojos de Juan.
Estaba sofocada, ofuscada, avergonzada. “Te gusta” oí decir a José Luis moviendo sus dedos por mis riñones, circunvalando mis nalgas, acariciando el interior de los muslos, jugueteando con mi coño, arañándome el ano. Estaba mojada, muy mojada. Empezó a pellizcarme el clítoris, a friccionarme el esfínter con su dedo travieso y juguetón. Entraba y salía de cada una de mis negras cavidades para perderse en la otra. Me daba cuenta que estaba siendo utilizada, exhibida y, sin embargo, mi estado de excitación era tal que ya nada me importaba, mas bien, deseara que siguiese.
“Acércate Juan” le oí decir “Veamos como lo haces”. Gire la cabeza y le vi levantarse y acercarse. “Venga, no seas tímido, seguro que te gusta”.
Los finos dedos de José Luis desaparecieron de mi cuerpo dejándolo vacío, huérfano de placer. Después otros, más gruesos e inexpertos los sustituyeron. Sin duda debía ser la primera vez que Juan tocaba un coño ya que movía su mano como queriendo sin querer, sin acercase, sin apenas tocar mis labios vaginales sin aproximarse al ano. Esporádicamente introducía un dedo en mi vagina y rápidamente lo retiraba. Estaba tan inmersa por lo que me sucedía entre las piernas que apenas me entere cuando José Luis me sacó el vestido por la cabeza, ni cuando el se despojo de la ropa quedándonos ambos desnudos por completo.
Levanté la cabeza. Vi su polla ligeramente erecta ante mis ojos y en una reacción casi irracional me la metí en la boca. La encontré como yo: caliente, apetecible, palpitante. Era poseída por detrás y glotona por delante. El sexo de José Luis crecía entre mis labios a la par que los torpes dedos de Juan campaban por mi coño y, con pudor, se hundían a veces en mi vagina. José Luis pasaba su tiempo pellizcándome los pezones, acariciándome la espalda, preguntándome si estaba bien y a gusto, si gozaba.
Claro que lo hacía, como una loca. Nunca hube imaginado una experiencia como esta.
“Anda Juan, cambiemos” dijo José Luis sacando su sexo de mi boca y dirigiéndose a mi espalda. “y desnúdate de una vez”. Mientras lo hacía note la lengua de José Luis adentrándose entre mis glúteos humedeciéndome el ano al intentar perforarlo. Su lengua se relamía con mi clítoris y sus dedos se hundían, a la vez, en los dos canales de mi anatomía. Puso sus manos en mis caderas y lentamente me penetró. Estaba feliz. Vi a Juan ante mí. Su tripita blanca, sus piernas lampiñas, su sexo flácido y rojizo. Era como una estatua incapaz de reaccionar al placer. Estire la mano y me apodere de su polla. “No, no” dijo “que me corro”. Note el empuje de José Luis y mi excitación fue irrefrenable. “Bueno, pues córrete” dije sintiendo de inmediato un chorro de semen caliente entre mis dedos. Nosotros seguimos.
Volví a tener, mas tarde, el sexo de José Luis en mi boca, ahora con el sabor agridulce de mis líquidos y volví a sentirla luego en mi interior. No quería moverme, deseaba ser poseída, penetrada y observada. “Acércate Juan” dijo José Luis sin sacar su sexo de mi vagina “y haz algo útil. Métele el dedo en el culo, en su lindo culito”. Note su dedo perderse en mi interior y empecé a convulsionar. Uno de mis hombres se movía con violencia y el otro mantenía, inmóvil, su dedo en mi trasero. Al final José Luis se corrió y al sentirlo explote en un orgasmo interminable. Caímos sobre el sofá ante la atónita mirada de Juan que, no supimos nunca cuando, se había vestido y, sentado en la mesa, esperaba que nos repusiésemos. José Luis, ya descansado del esfuerzo, fue a la cocina canturreando algo así como “Esto hay que celebrarlo, tomemos una botella de cava”.
Alrededor de la mesa los tres formábamos un conjunto curioso. El, vestido triste y muy colorado. Nosotros agotados, desnudos y sedientos. “Debo irme” dijo de repente “tengo una conexión a Mieres en media hora”. Así, a la francesa, se despidió de nosotros y se perdió en la bruma de los tiempos.
Terminamos el cava y nos fuimos a la cama. Allí, otra vez, el pene de mi hombre volvió a despertar. Mi boca termino de enderezarlo y mientras era de nuevo poseída pensaba en Juan y en su ordenador; imaginaba que en esos momentos tendría algún orgasmo frio y distante mientras notaba en mis labios gotas perdidas de un semen caliente y espeso, con un ligero gusto a cava catalán.
Han pasado meses y las imágenes del sofá aun no se han borrado de mi mente. Rememoro el sofoco que tuve cuando José Luis alzaba mi vestido y enseñaba mi culo. La humedad que se me produjo al ser tocada y penetrada. Mi estomago se contrae al recordar con que perversidad actuamos, cuanto disfrutamos y gozamos exhibiéndonos ante aquel tímido internauta que tuvo la negra suerte de cruzarse en nuestro camino de vicio. Miro mi ordenador apagado y pienso en él, absorto en su pantalla, luchando con alguna internauta distante y desconocida. Mi mano, sin querer, se pierde entre mis piernas. Están, como entonces, húmedas, calientes, dispuestas. Mi habilidad e imaginación harán el resto.