jueves, 6 de enero de 2011

EL INTERNAUTA

Aun hoy, casi tres meses después de lo sucedido, siento, al recordarlo, un ligero cosquilleo en el estómago y un regusto de placer. Es como revivir una travesura juvenil, una trasgresión de lo permitido, un juego perverso e inimaginable.
Siempre viajo a Oviedo en otoño, en esa estación gris y lluviosa tan típica de la capital del Principado. Un ambiente que invita al recogimiento, a la comida, a la bebida; un periodo de tiempo en el que se mezclan destellos luminosos de sol con interminables cabalgatas de nubes. A mi me daba lo mismo. Iba a pasar una temporada con José Luis y esta claro, que ni la climatología ni nada podía empañar nuestros encuentros.
El “orbayu” de la mañana se alterna sin transición con las copas de la tarde y las interminables noches de sexo. Nada entonces me hacía presagiar que este ritmo podría alterarse, ni que ningún acontecimiento extraño salpicaría lo monótono de nuestras vidas.
Fue durante una noche desmedida de lujuria, en la que nuestros cuerpos se fundían en posiciones inverosímiles y nuestras mentes volaban hacía fantasías irrealizables, cuando me dijo “Te gustaría que nos vieran que nos estuvieran mirando”. Desde siempre, más bien desde que un día yo dije en San José, en otra noche de pasión, esa frase u otra similar, eso era el detonante erótico que hacía vibrar nuestros cuerpos abocándolos al orgasmo. Siempre alguno de los dos lo decía, el otro contestaba con un “Si quiero” o “Deseo que alguien nos observe” para corrernos de inmediato y olvidarnos, mas tarde, de todo lo dicho.
Dije “Si, me gustaría que nos vieran y, mientras ambos llegábamos al clímax, José Luis me susurro al oído: Sí lo quieres mañana buscaremos a alguien para que nos mire”. Me dormí y me olvide, como siempre, de todo lo dicho.
Por la mañana al darme el periódico local “La Nueva España”, comentó “lee la Sección de Línea de Amigos”. He de reconocer que en España se anuncian en la prensa todo tipo de propuestas. Desde “Relaciones y Contactos” hasta “Servicios de relax o teléfonos eróticos”. Todos son lo mismo, la comercialización del sexo, del puro sexo en todas sus facetas. Lo de “Línea de Amigos” era nuevo. Gratuitamente, llamando al teléfono 902117222 podías poner en mensaje en alguna de las siguientes secciones: 1.-Amistad, 2.-Relaciones estables, 3.-Chica busca chico, 4.-Chico busca chico, y 5.- Otros contactos. A cada uno se le asignaba un buzón de de llamadas y mediante el teléfono se contactaban los anunciantes con los demandantes. Todo muy sencillo. El negocio estaba, como mas tarde me enteré, en el precio de las llamadas y en el control que hacía de las mismas una empresa de telefonía.
Pero, al margen de esos aspectos financieros y publicitarios, la cruda realidad era que, en el apartado 5.- Otros contactos, José Luis había enmarcado en rojo una serie de propuestas, textos que, por su contenido, me hicieron recordar lo susurrado la noche anterior.
.- Chico de 30 años desearía contactar con matrimonio maduro para relaciones esporádicas. Buzón 5703
.- Casado de 42 años, culto y atractivo. Para matrimonios. Solo observarlos en su intimidad. Buzón 5892
.- Me llamo Juan. Me ofrezco a parejas. Inexperto. Buzón 5793.
.- Chico joven se ofrece a matrimonios para todo tipo de fantasías sexuales. Solo para ella. Máxima discreción. Sin interés económico. Buzón 5628.
Lo leí perpleja. Bueno leí esos anuncios y el resto de las secciones. En Costa Rica tal tipo de publicidad en un periódico de ámbito nacional es impensable. Tenía en mis manos la posibilidad de hacer realidad lo tantas veces dicho en momentos de abandono moral y solo de mi dependía el concretarlo. José Luis salió y quede el resto del día dando vuelta a lo que tenía en las manos. “Sonia, nadie lo sabrá”; “Podría vernos y fotografiarnos sin que nos comprometiéramos”; “Sería excitante, atrevido, perverso”. Pensaba, evaluaba los pros y los contras. Al final me decidí.
En comparación con la noche anterior esta fue un derroche de violencia. Estaba excitadísima, me imaginaba extravagancias, desmanes, deseaba que el tiempo corriese muy deprisa. Me levante temprano y ojerosa. Tras una ducha relajante empecé a seleccionar entre los anunciantes aquellos que mas me convencieran. : Tal vez el de las “Fantasías sexuales”, o el especialista en “Video y fotografía”, o simplemente el mirón, o el inexperto. Lo que al principio se me antojo fácil se fue lentamente complicando. Detrás de “La Línea de Amigos” había un montaje comercial encubierto y así, el primero resulto ser un profesional del sexo que, lógicamente, quería cobrar; el segundo correspondía a una agencia de contactos; otro, a un club privado para parejas, uno no contestó y, por último, Juan, el inexperto, con una voz apagadísima y entrecortada pidió que se le llamase mas tarde y a otro número. Total, un perfecto fracaso.
Pase la tarde de mal humor renegando de los anuncios por palabras y de las líneas de amigos. Cuando llame de nuevo a Juan, a su número personal, estaba convencida que la excitación de la noche anterior había sido flor de un día y que él, como los demás, me haría alguna propuesta descabellada. Me confundí. Juan tenia la misma voz indecisa que por la mañana y, para mi asombro, no pidió nada. Dijo que había puesto el anuncio y que yo era la primera en contestar. Estaba dispuesto a lo que quisiera y que, si lo deseaba, podíamos conocernos con anterioridad, solo por ver si congeniábamos. No me pareció mal, al menos era honesto. Quedamos a tomar el aperitivo en la sidrería “El Pegoyu”, muy cerca de casa, y así terminamos la charla.
Juan era tímido. Apareció en la sidrería y nos reconoció casi de inmediato. No muy alto, más bien rellenito, con manos pequeñas y regordetas. Sus uñas, limpias y bien cortadas coronaban unos dedos cortos, casi cilíndricos, el pelo escaso y rubiáceo que, junto a sus gafas de concha, le daban un aspecto de intelectual de provincias, de niño bien de colegio de pago.
Hablo poco. Supimos que era de Mieres, se dedicaba a la informática, tenia 34 años y apenas salía de su casa. Se pasaba la vida navegando por Internet. En líneas generales no estaba mal y le invitamos a que pasase por casa al día siguiente a tomar una copa y a disfrutar de sus…, de nuestros servicios.
Fue otra noche de sexo febril condicionada por nuestra futura- próxima experiencia. Apenas si hablamos del hecho y solo José Luis, para tranquilizarme, comento que él se encargaría de todo. Yo solo tendría que obedecer, no protestar y aceptar cualquier sugerencia, insinuación o capricho que a él se le ocurriese.
Pasamos la mañana preparando algo que picar por la noche, discutiendo que ropa ponernos para recibirlo y mirando mil veces un reloj que no avanzaba. A la hora indicada, con una precisión casi matemática, se presento. Vestía muy parecido al día anterior y como detalle adicional me obsequio con un ramo de flores. Yo, por insinuación de José Luis, llevaba un manteo blanco con conchitas en los bordes de mangas y falda, algo que años atrás, en mi época hippie, me confeccione personalmente y que si bien no se transparentaba por completo, si dejaba entre ver las formas de mi cuerpo. “Total, había dicho, si al final tiene que vernos desnudos no hay porque al principio poner excesivas trabas”, razón por la cual no llevaba sujetador ni braguitas. José Luis iba con pantalón corto y camiseta y, al igual que yo, sin ropa interior.
Juan pareció relajarse cuando de entrada lo llevamos al comedor y le ofrecimos una copa y algo que comer. La reunión se fue distendiendo. Nos fuimos enterando de su vida solitaria, de su afición por la informática, de su pudor desmedido, su pasión por navegar por Internet, de descubrir transmisiones más o menos excitantes, de su vicio de poner anuncios en la prensa para conocer personas. Llegue a la conclusión que estaba totalmente enganchado a su ordenador y que era mas aficionado al sexo virtual, frio, lejano y seguro que al contacto físico y real con mujeres de carne y hueso. Era incapaz de mirarme de frente y cada vez que sus ojos escudriñabas a través de los agujeros de la malla de mi manteo, en busca de las aureolas de mis pezones o de la frondosidad de mi sexo, este más fácilmente visible por lo corta de la prenda, enrojecía de repente. Pensé que estaba disfrutando como nunca al hablar de sus aficiones y contemplarme semidesnuda, libre y desinhibida. Ignoro si la situación, las copas, los comentarios escabrosos e irónicos de José Luis o el pensar en lo que íbamos hacer fue condicionando mi ser. Estaba nerviosa, provocativa, atrevida. Consciente o inconscientemente procuraba insinuarme, ofrecerme. Al levantarme de la silla o al agacharme, dejaba aflorar mis tetitas por la amplia apertura del escote, ahora desabrochado por completo y me relamía de gusto viendo turbarse al bueno de Juan. Estaba húmeda, deseaba entrar en acción, de que la lenta sucesión de copas finalizase, de que José Luis se decidiese a ir un poco más allá.
Fue como una trasmisión de pensamientos. De repente se levantó, me beso en la boca y me susurro al oído: “Acompáñame y haz lo que te diga”.

No fuimos hacía el dormitorio, como había pensado y deseado, sino que me llevó al sofá. En el me acomodó boca abajo, apoyando la frente sobre uno de los brazos, con mi pierna izquierda sobre los almohadones y la derecha semiapoyada en el suelo, situándose él junto a mi cabeza. Quede tumbada, de espaldas al respetable, con el culo en pompa y las piernas abiertas a la espera de lo que a José Luis se le ocurriese hacerme. La humedad, que desde hacía rato empapaba mi sexo, aumentaba por minutos. “Sonita, estas bien” le oí decir, “Y tu Juan, pasa y acompáñanos. Estas cómodo, ves bien”.
Sentí que lentamente empezaba a tirar de mi blusón subiéndolo y subiéndolo. “No te muevas” le escuche decir cuando las conchitas del borde cosquilleaban bajo mis glúteos. Estaba acalorada y caliente. José Luis iba a exhibir mi culo ante nuestro invitado. Lo percibí de repente y mi vagina se inundó de jugos. Por minutos quede así, enseñando y no enseñando mi lindo culito. José Luis se acercó a la mesa y trajo su ginebra con tónica, luego continuo. El borde fue ascendiendo hasta quedarla parte inferior arremolinada en la cintura con mis piernas y el culo completamente al descubierto, mas aún, totalmente abierto por la posición en que me encontraba. La raja negra de mis glúteos, mi ano y parte del coño eran el espectáculo para los ojos de Juan.
Estaba sofocada, ofuscada, avergonzada. “Te gusta” oí decir a José Luis moviendo sus dedos por mis riñones, circunvalando mis nalgas, acariciando el interior de los muslos, jugueteando con mi coño, arañándome el ano. Estaba mojada, muy mojada. Empezó a pellizcarme el clítoris, a friccionarme el esfínter con su dedo travieso y juguetón. Entraba y salía de cada una de mis negras cavidades para perderse en la otra. Me daba cuenta que estaba siendo utilizada, exhibida y, sin embargo, mi estado de excitación era tal que ya nada me importaba, mas bien, deseara que siguiese.
“Acércate Juan” le oí decir “Veamos como lo haces”. Gire la cabeza y le vi levantarse y acercarse. “Venga, no seas tímido, seguro que te gusta”.
Los finos dedos de José Luis desaparecieron de mi cuerpo dejándolo vacío, huérfano de placer. Después otros, más gruesos e inexpertos los sustituyeron. Sin duda debía ser la primera vez que Juan tocaba un coño ya que movía su mano como queriendo sin querer, sin acercase, sin apenas tocar mis labios vaginales sin aproximarse al ano. Esporádicamente introducía un dedo en mi vagina y rápidamente lo retiraba. Estaba tan inmersa por lo que me sucedía entre las piernas que apenas me entere cuando José Luis me sacó el vestido por la cabeza, ni cuando el se despojo de la ropa quedándonos ambos desnudos por completo.
Levanté la cabeza. Vi su polla ligeramente erecta ante mis ojos y en una reacción casi irracional me la metí en la boca. La encontré como yo: caliente, apetecible, palpitante. Era poseída por detrás y glotona por delante. El sexo de José Luis crecía entre mis labios a la par que los torpes dedos de Juan campaban por mi coño y, con pudor, se hundían a veces en mi vagina. José Luis pasaba su tiempo pellizcándome los pezones, acariciándome la espalda, preguntándome si estaba bien y a gusto, si gozaba.
Claro que lo hacía, como una loca. Nunca hube imaginado una experiencia como esta.
“Anda Juan, cambiemos” dijo José Luis sacando su sexo de mi boca y dirigiéndose a mi espalda. “y desnúdate de una vez”. Mientras lo hacía note la lengua de José Luis adentrándose entre mis glúteos humedeciéndome el ano al intentar perforarlo. Su lengua se relamía con mi clítoris y sus dedos se hundían, a la vez, en los dos canales de mi anatomía. Puso sus manos en mis caderas y lentamente me penetró. Estaba feliz. Vi a Juan ante mí. Su tripita blanca, sus piernas lampiñas, su sexo flácido y rojizo. Era como una estatua incapaz de reaccionar al placer. Estire la mano y me apodere de su polla. “No, no” dijo “que me corro”. Note el empuje de José Luis y mi excitación fue irrefrenable. “Bueno, pues córrete” dije sintiendo de inmediato un chorro de semen caliente entre mis dedos. Nosotros seguimos.
Volví a tener, mas tarde, el sexo de José Luis en mi boca, ahora con el sabor agridulce de mis líquidos y volví a sentirla luego en mi interior. No quería moverme, deseaba ser poseída, penetrada y observada. “Acércate Juan” dijo José Luis sin sacar su sexo de mi vagina “y haz algo útil. Métele el dedo en el culo, en su lindo culito”. Note su dedo perderse en mi interior y empecé a convulsionar. Uno de mis hombres se movía con violencia y el otro mantenía, inmóvil, su dedo en mi trasero. Al final José Luis se corrió y al sentirlo explote en un orgasmo interminable. Caímos sobre el sofá ante la atónita mirada de Juan que, no supimos nunca cuando, se había vestido y, sentado en la mesa, esperaba que nos repusiésemos. José Luis, ya descansado del esfuerzo, fue a la cocina canturreando algo así como “Esto hay que celebrarlo, tomemos una botella de cava”.
Alrededor de la mesa los tres formábamos un conjunto curioso. El, vestido triste y muy colorado. Nosotros agotados, desnudos y sedientos. “Debo irme” dijo de repente “tengo una conexión a Mieres en media hora”. Así, a la francesa, se despidió de nosotros y se perdió en la bruma de los tiempos.
Terminamos el cava y nos fuimos a la cama. Allí, otra vez, el pene de mi hombre volvió a despertar. Mi boca termino de enderezarlo y mientras era de nuevo poseída pensaba en Juan y en su ordenador; imaginaba que en esos momentos tendría algún orgasmo frio y distante mientras notaba en mis labios gotas perdidas de un semen caliente y espeso, con un ligero gusto a cava catalán.
Han pasado meses y las imágenes del sofá aun no se han borrado de mi mente. Rememoro el sofoco que tuve cuando José Luis alzaba mi vestido y enseñaba mi culo. La humedad que se me produjo al ser tocada y penetrada. Mi estomago se contrae al recordar con que perversidad actuamos, cuanto disfrutamos y gozamos exhibiéndonos ante aquel tímido internauta que tuvo la negra suerte de cruzarse en nuestro camino de vicio. Miro mi ordenador apagado y pienso en él, absorto en su pantalla, luchando con alguna internauta distante y desconocida. Mi mano, sin querer, se pierde entre mis piernas. Están, como entonces, húmedas, calientes, dispuestas. Mi habilidad e imaginación harán el resto.

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