sábado, 22 de enero de 2011

EL HOMBRE QUE RECOGÍA BASURA

Octubre llegaba a su fin. Tanto Manguita como Ana o yo misma creíamos que la vida empresarial de nuestra Galería de Arte estaba dando sus últimas bocanadas. Tras ímprobos esfuerzos logramos convencer a Manga para coordinar, en Diciembre, una exposición de Pintores Primitivistas Limonenses y, en función de los resultados, seguir o clausurar la Galería Roberto Lizano. A lo largo de dos meses contactamos con cinco de los pintores mas representativos de la Zona Atlántica y después de muchas llamadas telefónicas fijamos los días 23 y 24 , viernes y sábado, para concretar fechas, número de cuadros y condiciones económicas. Si no hubiese sido porque José Luis llegó el 18 y deseaba aprovechar la coyuntura para que juntos disfrutáramos el fin de semana, lo normal es que la tal reunión, como ya había sucedido con otra previa, nunca se hubiera celebrado, pero Manguita, obsesionado por saludar a viejos conocidos y José Luis, ansioso de pasar conmigo tres días de soledad, playa y sexo, terminaron convenciéndome. Anita, por un inoportuno catarro, decidió no apuntarse. Hable con el prohombre del grupo, hice las reservaciones oportunas en un hotelito de Puerto Viejo, medio escribí los términos de aceptación económica, preparé café y bocadillos para el viaje y el 23 salimos hacia Limón.Por causas que, aún hoy en día, se escapan de mi memoria, debimos retrasar la hora de partida, hecho que, salvo a mí, a nadie molesto. A mí si. Debería conducir con sol y calor y en vez de las tres horas de carretera estaríamos cuatro o cinco, pues Manguita querría parar a desayunar y, como a él, el tiempo no le importaba, se demoraría, así sucedió, observando el paisaje o recordando algunos lugares de su infancia limonense.La cita con Negrini, era a las 9,00, pero por lo ya dicho, y por haber, amanecido, el citado pintor, con una resaca espantosa, fruto de las mil cervezas de la noche anterior, eran más de las 11,00 cuando, sentados en el porche-cera de la entrada, seguíamos leyendo y concretando los términos del contrato. Nadie tenía prisa. Cuando se presento, y en prueba de buena voluntad, nos ofreció jugo frío de lima e inicio una divagación filosófica sobre el tiempo, el arte y sus amigos. A mediodía, el sol y la bebida habían conseguido romperme los nervios. Estaba intranquila, pegajosa y sucia; aun así no avanzábamos nada. Perdimos otra hora esperando, infructuosamente, la aparición de los otros artistas, decidiendo, al final, tomar el coche e ir a buscarlos.Solo encontramos a uno. Vivía como a 30 Km. del centro urbano y estaba participando en un mitin político. Eran ya las 14,00, tenía hambre y me sentía furiosa, sudada y agotada. No se llegó a nada. Los pintores se oponían, o no entendían, nuestras condiciones. Eso si, prometieron estudiarlas y transmitirnos su decisión el domingo. Hubo que habilitar a Manguita en casa de unos amigos y, sobre 16,15, ahora con una violenta lluvia tropical muy calida, tomamos la ruta de Puerto Viejo. No habíamos comido y tanto José Luis como yo estábamos bastante cabreados.
Después del terremoto del 92 y de los tifones de los años 94 y 96, la carretera Limón-Puerto Viejo, era una sucesión, continua de baches. Si a esto se unía la lluvia y el barrillo arcilloso que tapizaba el poco asfalto existente, fue un éxito llegar de día y sin ningún percance al hotelito que habíamos reservado.“Villas del Caribe”, así se anunciaba, estaba constituido por una serie de cabañas adosadas de dos plantas, con vistas al mar por el este y a las montañas Bri-Bris por el oeste. Por su reciente construcción estaban en muy buen estado. La parte superior incluía un amplio dormitorio con terraza y en la inferior se situaba el cuarto de baño, una cocinita con desayunador y un saloncito con puerta acristalada a través de la cual se llegaba a un solario y una zona de jardines que se extendía hasta la orilla del mar y por la cual se comunicaba al resto de cabañas. Desde mi punto de vista lo más novedoso era el cuarto de baño, en el que se conjugaban sabiamente la ducha, un espacio cubierto de vegetación y un techo de cristal, que proporcionaba luz y calor.
Si el viaje fue largo e infructuoso, al menos el hospedaje era bueno, mucho mas teniendo en cuenta que, tanto por la estación como por el clima, éramos los únicos clientes.
Por fin podíamos ducharnos, quitarnos el sudor que nos cubría, prepararnos una copa bien fría y gozar de la noche tibia y oscura del caribe.Con su habitual rapidez José Luis se acicaló, deshizo la maleta, coloco la comida que traíamos en la nevera de viaje, en el frigorífico de la cabaña, salió a recepción a pedir hielo, sitúo, en la terraza del dormitorio una mesita baja y empezó a distribuir sobre ella bebida y aperitivos. Mientras subía y bajaba, yo, sola en el baño, gozaba de las delicias del silencio y de las ventajas que nos ofrecían aquellas cabañitas del Atlántico. Pensaba en Manguita, solo en algún cuchitril de Limón, o en Anita con su gripe en San José. Me relamía con la copa que me esperaba y con la cena a la luz de la luna.Salí del agua, me peine, me di crema hidratante, me perfume, me ceñí a la cintura uno de los pareos que traía y salí. José Luis lo había recogido todo y se le escuchaba trajinar en lo alto. Me acerque a la puerta acristalada y contemple la noche, el movimiento fantasmagórico de las palmeras, el tintinear de algunas luces en el jardín. Quedé medio extasiada ante aquella quietud cálida y acogedora. Salí al solario, me tumbe en una de las hamacas y cerré los ojos. Cuando los abrí lo vi a mi lado. No se ni de donde vino ni por donde surgió, pero allí, apenas dos metros de mi, el hombre encargado de recoger la basura estaba extrayendo una bolsa llena de desperdicios y la sustituía por otra vacía. Yo, vestida exclusivamente con el pareo en la cintura y con los pechos al aire, quede paralizada. No sabía si cubrírmelos con las manos o entrar de nuevo al salón. No hice nada. Quede quieta viendo como terminaba la operación, como me miraba complacido y como desaparecía en la noche. Todo sucedió en menos de un minuto. Llegó, me vio desnuda, hizo su trabajo y se ausento. Quede excitada. No por el hecho de haberme visto con las tetitas al aire, sino por esa sensación de complicidad malsana que hizo que me quedase en mi sitio, que me exhibiera ante él.Entre, cerré la puerta y subí. José Luis, ataviado con un pareo similar al mío, empezaba a beber su segundo gin-tonic “Que pasa”, pregunto. “As tardado muchísimo”. Mientras tomaba mi copa y picaba las chucherías dispuestas sobre la mesa, mi nerviosismo iba en aumento. No se si por los guiños sucesivos de la luna, entrando y saliendo de las masas nubosas, por el cimbrear de las palmeras o por la experiencia vivida minutos antes, pero me sentía inquieta, excitada, caliente. A él le pasaba lo mismo, y aquellas copas servida para durar, murieron en los vasos.Empujados por una fuerza irracional, fuimos de la terraza a la cama. Allí, se desato el sexo. De inicio, me sentí su objeto de deseo. Inmóvil deje que se recreara con mi cuerpo. Su lengua y sus manos me recorrían, su saliva humedecía mi sexo. Se arrodillo e introdujo su miembro en mi boca. Como un contorsionista y, sin sacarlo de allí, volvió acariciarme el clítoris con la lengua. Durante mucho tiempo se dedico, en exclusiva, a darme placer. No me penetraba, solo me excitaba, me masturbaba, llenaba con sus dedos todos mis huecos de goce. No se el porque, pero cuando mi excitación aumenta mis fantasías sexuales se acrecientan. En esos momentos estaba excitadísima. José Luis me hacía todo tipo de perversidades y yo solo deseaba que alguien viera lo que me hacia. “Quiero que Manguita y Ana nos vean” dije exultante de vicio. “Si” respondió José Luis, “Piensa que nos están viendo, que están sentados ahí, a los pies de la cama”. “Ve como nos miran” “Ahora verán como te poseo”. Diciendo esto introdujo su verga en mi coño y empezó un delirante sube y baja. “Nos están mirando” seguía diciendo. “Si, si, están aquí y nos ven” murmuraba yo. En mi interior los sentía allí, muy cerca, como si fuesen reales, lo estaba deseando. “Córrete, córrete ya” le oí decir, y, acoplándome a sus movimientos, creyéndome observada, me convulsione violentamente.Amanecí sola. Una lluvia caliente y plomiza difuminaba el bosque de palmeras. Quede pereceando en la cama. En la cocinita oí a de José Luis mientras el ambiente se llenaba de un agradable aroma de café. Fue un desayuno opíparo: tortillas, fruta, tostadas, polen, recubierto por un paisaje brumoso y adornado con una serie de orquídeas robadas, ilegalmente, del jardín.Puerto Viejo estaba muerto. Recorrimos sus calles vacías, intentamos, infructuosamente, comprar algo, llamamos por teléfono y, pese a lo irregular del tiempo, regresamos a la playa del hotel. Estaba gris, desierta. Las olas rompían estrepitosamente creando grandes manchas de espuma blanca y el sol, jugando con las nubes, aparecía o huía en función de las rachas de viento. José Luis se metió en el agua y yo extendí una toalla en la arena e intente aprovechar algún rayo perdido de sol. La verdad es que allí, protegida por una serie de alomaciones apenas si se notaban las inclemencias climáticas, en cambio el sol, cuando de repente surgía en el cielo, calentaba de lleno. A media mañana las nubes se ausentaron y el calor comenzó a notarse con rigor. Los árboles circundantes nos servían de parasol y pudimos gozar, en solitario, de la belleza de aquella larga lengua de arena. Al amparo del ambiente me despoje de la parte superior del bikini y José Luis disfrutó haciéndome fotos. Me embadurne de crema bronceadora y me adormile bajo los almendros. José Luis se fue a pasear y yo desconecte de todo lo terrenal.Abrí los ojos y le vi. De pie, a 5 metros, un morenito como de 25 años, me observaba con curiosidad. Es cierto que estaba con el pecho al aire, pero pensaba que tal práctica no era inusual en aquellas playas solitarias. Me senté y le devolví la mirada. Debió sentirse incomodo ya que se alejo hacía el mar. Llego hasta uno de los muchos troncos secos cercanos a la orilla y, con premeditada lentitud, se despojo de su pantaloneta y se metió en el mar. Me recree viendo su cuerpo desnudo, su espalda musculosa, su culo respingón, sus piernas cortas y su pelo ensortijado. Quede abstraída. Era yo ahora quien miraba y él, el observado. Al poco salió. Su pecho brillaba bajo el sol y un negro penacho de pelo cubría su sexo cilíndrico apenas empequeñecido por el agua. Se seco dando saltitos, moviendo sin vergüenza aquel gran badajo que oscilaba entre sus piernas. Con idéntica parsimonia que cuando se desvistió se ajusto el pantaloncillo y deshaciendo el camino paso ante mi alejándose en la playa.Quede, de nuevo, nerviosa e inquieta. Aquel ambiente, aquella vegetación lujuriosa, la sucesión de situaciones confusas que estaba viviendo me hacían sentir extremadamente sensual. En la ducha, bajo una cascada de agua fría, pretendí eliminar de mi cuerpo la arena marina que lo cubría y de mi mente la imagen desnuda del moreno. En parte lo conseguí. José Luis, en el saloncito, acababa de descorchar una botella helada de vino blanco y me esperaba para empezar.
Recogí la ropa, me puse la parte inferior de otro bikini y salí al solario a colgar las toallas mojadas. Tal vez el destino, pero de nuevo, y como surgiendo de la nada, el encargado de cambiar las bolsas de basura volvió aparecer y, otra vez, me encontró medio desnuda, haciendo algo aparentemente normal. Paso a mi lado, hizo el cambio de bolsa correspondiente y se fue. Volvía a verme con los pechos al aire y yo barruntaba de nuevo, un regusto extraño en mi interior, una excitación pecaminosa y querida. Estaba bien, muy bien, sabiéndome mirada y deseada. José Luis ni se enteró. Comimos, bebimos y otra vez, como autómatas subimos al dormitorio.Ahora yo soy la activa. La escena del negrito y del hombre que recogía la basura, me tenían a mil. Caí sobre José Luis con hambre de sexo. Mi boca se cebo en el pene, nota como crece, como va adquiriendo dureza y grosor. Lo toco, lo chupo, me lo restriego por el cuerpo, lo cabalgo. Vibra en mi interior. Lo saco, otra vez lo acaricio, lo relamo. José Luis se coloca sobre mí y me penetra violentamente. También esta caliente. Elevándose sobre los brazos entra y sale de mí con un ritmo infernal. Con su sexo en el mío se recuesta a mi lado, quedando todo mi cuerpo al descubierto. Pienso en el negrito, en lo excitante que sería que nos viera, que estuviera a nuestro lado, que me acariciara los pechos mientras José Luis me penetra. Quiero sus manos sobre mí, las siento pellizcándome los pezones y descendiendo luego hasta el clítoris. Noto sus dedos masturbándome y el pene de José Luis poseyéndome. Un escalofrío de placer me recorre el estomago. Mi hombre real se eleva de nuevo y mientras su verga entra y sale de mi coño yo suspiro por unas manos morenas que acaricien mis pechos, unos labios gruesos que chupen mis pezones, unos dedos ásperos que se pierdan en el negro orificio de mi culo. “Ya, ya” oigo gritar a José Luis cuando ahora soñaba con poseer el grueso pene del moreno y degustaba sus dedos muy dentro de mi boca. Una sacudida de gozo hizo desaparecer su imagen y una serie de orgasmos en cascada dejaron mi cuerpo flácido, relajado y feliz.La noche, aquella noche, fue más negra. Por una de esas casualidades tercermundistas el fluido eléctrico desapareció. Debimos cenar a la luz de unas velas, pero nos dio lo mismo. El día nos había dado ya de casi todo.El domingo se presentó encapotado, con una lluvia fría y constante que solo invitaba al recogimiento. Pese a todo salimos a pasear, a recorrer, por última vez, aquella playa cubierta de troncos, aquel jardín de palmeras con orquídeas como detalle floral. Volvimos empapados. El agua, apenas perceptible, había ido calando lentamente nuestra ropa y al entrar en el adosado, chorreábamos. Nos desnudamos y entramos en la ducha. Limpios, perfumados y envueltos en sendas toallas nos dispusimos a tomar un aperitivo-comida previo al viaje de regreso. José Luis abrió la ultima botella y se repanchingó en el sofá. Yo, empecé a preparar la comida.

Ahora lo vi. Al contrario que las dos veces anteriores, en las que surgió como por encanto, el hombre que recogía la basura apareció por el caminito de acceso. Como en días anteriores venía hacer el cambio de bolsa, pero al contrario que en aquellos, yo me encontraba totalmente cubierta por la toalla de baño. Venía despacio, mirando con curiosidad al interior de la casa, balanceando en la mano la negra bolsa de plástico.No se porque reaccione así. Puede que el ambiente, las experiencias vividas, mi propia malicia, la proximidad del viaje, no lo se. La realidad fue que, lentamente, sin venir a cuento, desate el nudo de la toalla, la separe de mi cuerpo y empecé a secarme esa humedad que no tenía. Estaba haciendo un Streep-tease completo en exclusivo para el hombre que recogía la basura. Me estaba pseudo secando ante sus ojos. Se paro, me miro durante un largo minuto, recogió la bolsa, hizo el correspondiente cambio y se marcho. Seguí allí, desnuda, con la toalla en la mano, viendo a José Luis, perplejo, observar como el hombre se perdía tras un seto de crotos. ¿Qué había hecho? Sin premeditación alguna me acababa de desnudar para un hombre que no conocía de nada pero, ni me sentía incomoda ni culpable.Tras los crotos se perfilaba la figura difusa del hombre, su traje de faena, sus manos apartando el ramaje para facilitar la visión. Ahora, a conciencia, me estaba observando y eso me excitaba aun más, mucho más de lo que ya estaba. José Luis seguía en el sofá envuelto en su toalla. Me abalance sobre él y se la arranque. Quería hacer el amor, deseaba que me poseyera allí mismo. Sabía que me estaban mirando y deseaba exhibirme. Brinque sobre él. A mis espaldas percibía unos ojos curiosos que no perdían detalle. Quería más. Manteniendo nuestros sexos unidos me dí la vuelta. Estaba a horcajadas sobre él mirando hacía el jardín, mirando hacia el mar. Al hombre, entre los crotos, lo veía y me veía perfectamente. Empecé acariciarme las tetas, a pellizcarme los pezones a moverme sobre el pene erecto de José Luis, todo ante aquella mirada desconocida del hombre que recogía la basura. Me masturbe viendo unos ojos atónitos que no creían lo que estaban viendo. El hombre se levanto y se marcho, nosotros regresamos al baño.El grupo de pintores nos comunico que no pensaban exponer en nuestra Galería. Me dio lo mismo. Durante las tres horas del viaje de regreso solo pensé en el adosado y en todo lo que allí sucedió. Sería bonito regresar , interesante volver con un grupo reducido para constatar si el ambiente, la arquitectura y el erotismo verde y húmedo que rodeaba las cabañas nos afectaba a todos por igual o si al contrario solo fue un hecho aislado que exclusivamente me afecto a mi. En “Villas del Caribe” viví momentos maravillosos y todo lo imaginado, lo soñado lo realizado, lo volvería a repetir una y mil veces.

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