“Estaba guapísima”. Lo dijo así, como si nada, como quien habla del tiempo o de los altibajos de la Bolsa. Cuando Antonio me dio su regalo, lo único que comento, aparte de “Confío que nos veamos la próxima semana”, fue eso: “Sonia estaba guapísima”Era viernes, acababa de llegar de Oviedo y había recorrido medio Madrid para recoger los detalles que me enviaba. Mientras Roberto despotrica en medio de un embotellamiento en Ríos Rosas voy abriéndolos uno por uno: Algunos libros, varios pañuelos, un paquete de café, un tarro de palmitos, un sobre grande con cartas y dos carretes de fotos. Uno con una cinta adhesiva en la que se lee: “Los desnudos son solo para ti”.A las 8,45 los tengo revelados. Uno, muy antiguo con fotos de Navidad. El otro, mi regalo. En aquel momento la casa de mi madre era un guirigáis, razón por la cual guarde las copias en el cajón de la mesilla pensando que, mas tarde, con luz y tiempo por delante, me recrearía observándolasTras comprobar que en algunas, la parte inferior estaba ligeramente velada, sin duda por el reflejo del flas sobre el soporte de cristal en el que apoyo la cámara, y que tendría que hacer, de ellas, muchas ampliaciones para eliminar esas zonas alteradas, me acosté preocupado. Entonces no me fije ni en la calidad ni en el contenido ni tampoco, por supuesto, en el proceso de ejecución.Han pasado los días y ya tengo las copias mejoradas.
Eliminé las áreas dañadas y encuadre las imágenes. Sus tomas, o al menos a mi me lo parecen, magnificas. Extendidas sobre la mesa del comedor materno la veo sonreír a esa cámara inanimada y quiero imaginar cómo, ella sola, se las fue tomando. Esta maquillada, peinada, reluciente. En todas tiene los ojos abiertos y una sonrisa pícara ilumina su cara.Se las tomó, sin duda, un sábado por la mañana. Uno de esos días luminosos y cálidos del trópico en el que sus hijos han salido y tiene la casa entera a su disposición. Se levantaría temprano, se haría la toga, se hidrataría el cuerpo, desayunaría café, gallo pinto con huevos y fruta, leería la prensa, oiría música. Sobre la 9,00 A.m. estaría libre y, en ese momento de inspiración, pensó en regalarme las imágenes desnudas de su cuerpo. Con esa excitación nerviosa que da lo novedoso, sacaría la cámara, movería el sillón del salón hasta colocarlo bajo el móvil azul de Manguita, dispondría, en frente, la mesa soporte, seleccionaría una serie de adornos y collares, entraría del jardín las orquídeas florecidas y se acicalaría con esmero.Finalmente, en un quiero no quiero, sacaría de su armario el vibrador que un día le regale y empezaría a componer posiciones y tomas. Primero con las orquídeas y el sofá como referencia visual y luego ajustando la luz y los enfoques. A partir de ahí, con ese regusto interno que produce lo prohibido, iniciaría su sesión privada; esa sesión pensada y ejecutada solo para mí.Miro los positivos e intento situarme en la escena como un “Voyeur” invisible y agradecido. En las primeras su cuerpo se protege tras las orquídeas y cubre su cintura esa que, según ella, la afea, con un pañuelo colorista. Son fotos lejanas en las que el sexo se oculta tras una maceta estratégicamente colocada y sus pezones surgen traviesos entre un bosque de flores amarillas. Son, sin duda, las más tímidas, las de precalentamiento. Luego debió pasar el salón, se adorno con un collar de fantasía anaranjado y situó la cámara ante sí. Se autorretrató desnuda, radiante, jubilosa. Primero de espaldas, ofreciéndome su culito abierto, después tumbada, jugando con la orgia verde de las flores, Mas adelante sentada con las piernas abiertas y los brazos sobre el pecho, por último recostada, con su sonrisa más sensual y maliciosa. Son tomas en las que aun es difícil precisar la expresión de su rostro o el contorno de su cuerpo oculto por ese obstáculo caprichoso y colorista de las orquídeas.Mas adelante, su actitud cambia. Ha conseguido afinar las distancias y elimina así las orquídeas como obligado punto de referencia. No solo eso. Vuelve, como una autentica modelo profesional, a cambiar su escueto vestuario. Su cuerpo se adorna con un colgante de artesanía colombiana y el pelo, lacado y brillante, se acopla, como un guante, al óvalo de su cara. Hace más. Saca a escena su vibrador. Toda la malicia de su ser, aparece de golpe. Ora se muestra lujuriosa chupándose un dedo, ora abierta de piernas enseñando a la cámara, y a mí, la frondosa negritud de su sexo. Ora sentada, con su coñito como referencia central de la imagen y con el vibrador a escasos centímetros del mismo.Hay dos tomas en que se la ve acodada sobre la mesa. Son tal vez las mejores. En una oculta, con un pañuelo, su vibrador y en la otra este aflora ligeramente quedando muy cerca de la comisura de los labios. Son dos instantáneas divinas. Parece mentira que pudiera habérselas hecho sola. Imagino que para tomárselas a cualquier modelo profesional hubieran sido necesarias muchas y muy variadas repeticiones.Pienso, por la cadencia de los negativos y el brillo de sus ojos que, a estas alturas de la mañana, estaba húmeda, excitada, caliente. En las siguientes, como si fuese una vedette de revista, toma posesión de la mesa. Hay tres instantáneas de excepción. Una sentada con las piernas recogidas y apoyándose en los brazos, otra con las manos sobre la cabeza resaltando la redondez de sus tetas y la erección de sus pezones. La última, con las piernas muy abiertas ofreciéndome su sexo negro y poblado. En todas el vibrador, como serpiente curiosa, aparece juguetón y temerario. De pronto entre las piernas, próximo a la rajita de su coño, luego sobre su vientre y en la tercera lamiéndolo con lujuria. En todas luce una expresión radiante y, sus ojos, muy abiertos, reflejan satisfacción y deseo.El carrete finaliza con dos instantáneas de poder. Sonia de ha desinhibido de la cámara aproximándosele como queriendo poseerla. En la primera esta de pie, desafiante, con un pañuelo intentando cubrir las redondeces de su estomago. En la siguiente a horcajadas sobre una silla en la que los barrotes del respaldo tienen idéntica misión que el pañuelo: tapar parte de su explosiva anatomía.La serie monográfica de su cuerpo fue, sin duda, el preámbulo al amor solitario con el que debió acabar la sesión. Ese vibrador que surge atrevido en muchas de las fotos, pasaría a ser el protagonista principal de lo no filmado. Igual que me recree con el proceso previo, lo hago ahora con su culminación.Esta febril, sudorosa, ardiente. Tumbada en el sillón, con las piernas abiertas apoyadas sobre la mesita de ratán y el vibrador en la mano, contempla la cámara silenciosa. Piensa en ese ojo inanimado que la mira y al que quiere ofrecer su placer. Conecta el vibrador y, con infinita paciencia, empieza a recorrer el interior de sus muslos, lo acerca hasta su sexo, allí se recrea con suaves caricias. Esta muy mojada. Nota el cosquilleo de su pene mecánico. Lo restriega contra su clítoris. Progresivas oleadas de placer la van inundando. Quiere sentirse observada y solo el ojo ciego de la cámara la mira. Desea ser poseída y lo introduce en sus entrañas. Ve como desaparece por completo. Se llena de un hormigueo delirante y el movimiento de entrada y salida de su cuerpo se acelera. Con la mano libre se acaricia el clítoris y con los ojos muy abiertos chilla, dirigiéndose a la cámara: Mírame, mírame, mírame, cuando la violencia de un orgasmo convulsiona su cuerpo. Más adelante, sobre el mismo sofá, se adormece soñando en su osadía y en ese regalo especial que en breve me enviará.Tengo las fotos en mi mano y la sesión fotográfica en mi mente. ¿Qué mas hubiera deseado? Puede que contemplar su coñito, ver la grieta del placer abierta ante mis ojos, ver como el vibrador se hundía entre las piernas. Son puntos suspensivos de un reportaje inacabado.
Por las noches esas imagenes vagan por mis sueños. Me acuesto con su imagen. Siento como se filtran entre los surcos de la mente, como activan mis centros sensitivos. Cada amanecer el sexo se despierta hinchado y mi mano le extrae y te ofrece mi semen caliente. Poco a poco, esas fotos que hicisteis y me regalaste, van envenenando mis sueños, van alimentando mi deseo dormido, haciendo más cortos los minutos, los días , los meses que faltan para que volvamos a encontrarnos, para que nuestros sexos se unan en un beso incontrolado y el goce cambie de solitario a compartido.
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