domingo, 21 de agosto de 2011

LA NOCHE DE SAN JUAN

Aterricé en Madrid el 12 de Junio, un domingo caluroso en el que los españoles, y el resto de los ciudadanos de la Unión Europea, votaban para elegir a sus futuros eurodiputados. Tras casi 20 horas de vuelo, hambrienta, dolorida y sucia, aun tuve que recorrer 445 Km. en automóvil para poder llegar a Oviedo y allí ducharme, comer y descansar hasta que el cuerpo me dijera basta.
Tal vez mi reloj biológico sufrió el abusivo cambio de 8 horas, o el stress acumulado de los últimos meses hizo su aparición de repente, pero la cruda realidad fue que durante la primera semana un cansancio total me embargo. Caía rendida en la cama, me levantaba tarde, dormía siestas maratonianas y pese a todo, no reaccionaba.
El sol, que surgió con la entrada del verano, mis largas sesiones de amor y el deseo incontrolado de vivir situaciones excitantes, hizo milagros en mi organismo. El viernes 24, cuando José Luis salió a las 7 de la mañana a su oficina, murmurándome al oído:"Te llamaré cuando salga, para poder desayunar juntos". Una sensación de bienestar me invadió. Me acurruqué entre las sábanas, agradeciendo a la vida aquellas dos horas extras de vagueo y viendo, por fin, un cielo completamente azul. Instintivamente mis manos acariciaron mis pechos, descendieron hacía el sexo, aun seco y cerrado, para friccionarlo lentamente y sentirlo húmedo, suave, llevándome a un estado de relajación total. Frote mi clítoris, introduje mis dedos en la vagina, los hundí en mi culito, me masturbé desnuda y sola sobre la cama, viéndome reflejada en los cristales opacos de la ventana; luego, un sopor inconsciente se apoderó de mi.
El timbre del teléfono me devolvió a la realidad. Habían pasado dos horas y yo seguía tumbada ajena a todo lo que me rodeaba. Me levante y empecé hablar con José Luis. Sin motivo aparente, una extraña sensación recorrió mi columna, sentía como si se me crisparan los pelos de la nuca. Estaba de pie, desnuda, con el auricular en mi oreja y con un largo pasillo a mi espalda. La casa estaba vacía y no obstante, tenía la sensación de ser observada, notaba como si unos ojos recorrieran mi cuerpo saltando desde los hombros a las nalgas, descendieran por mis piernas, escudriñaran mi culito, se recreasen en mi piel. Era una experiencia nueva y placentera que esponjaba mis carnes. Nadie podía verme pero tenía la certeza de ser observada.
"Hola Sonita, vengo a desayunar con vosotros", oí decir a Manolo desde algún lugar de la casa. Colgué bruscamente, me puse un albornoz y salí a saludarle. Tuve la seguridad que me había visto y que, durante muchos minutos, había gozado con mi cuerpo. Ahora, mientras preparaba el café, percibía como el albornoz, excesivamente grande para mi tamaño, se desplazaba sobre mi, insinuando, sino mostrando veladamente, puntos íntimos de mi anatomía. Estaba feliz. Si él antes me había visto desnuda sin que yo lo supiera, ahora yo, con la misma impunidad, podía exhibirme cubierta exclusivamente por un ropaje con grandes aperturas frontales a través de las cuales se escapaban, sin querer, mis piernas hasta límites inverosímiles y con mangas tan amplias que, cada vez que levantaba los brazos, mis pechitos aparecían, como un regalo del cielo, al final del hueco de las mismas.
Llego José Luis, desayunamos y se marcharon dejándome nerviosa y excitada. El buen tiempo me animo a trasladar mi mesa de trabajo a la terraza, y sobre ella y varias sillas, distribuí apuntes, fotocopias, libros y mapas, tenía todo el tiempo del mundo por delante y la seguridad de que nadie me molestaría. A la 1 p.m. el sol caía de plano haciéndome imposible, no solo la concentración sino la simple lectura. Recogí el material didáctico, me puse un bikini, me embadurne de crema y me tendí. Estaba en España, sola y sobre una terraza que, por su ubicación, era difícil que pudiera ser observada. Me despoje de la parte superior del bañador y sentí la gratificante sensación del sol sobre el pecho y los pezones. Me adormilé con la inquietud de que, de nuevo, pudiera aparecer Manolo y que ahora, por mi situación, nada evitara que me viera medio desnuda. No llego. Si lo hizo José Luis que tras ponerse un bañador sirvió un aperitivo y descorchó una botella de vino rosado frío.
El sentirme acompañada, el vino y el calor me hicieron desinhibirme por completo. Si al principio me cubría los pechos cada vez que me levantaba, evitando posibles miradas indiscretas, ahora ese pudor se convirtió en morbo. Me ponía de pie, salía a la cocina a por comida o servilletas, paseaba libremente. Estaba convencida de ser admirada por alguno de los vecinos que tenían vista sobre la terraza y tal seguridad me excitaba. Mi cuerpo estaba caliente y nervioso, razón por la cual la comida se transformo en una escena de amor campestre sobre el suelo. Casi sin quererlo él y yo quedamos "chinguitos" sobre las toallas y al amparo del buen sol me poseyó. Goce como una loca intentando ver si alguien contemplaba nuestros cuerpos entrelazados, follando y follando para nuestra satisfacción y la suya.

Por la tarde, las nubes, típicas de la cornisa cantábrica, cubrieron el sol. No puede hablarse de la clásica calima propia de los climas continentales, sino del bochorno dominante en el trópico durante la estación seca. Me vestí, en consecuencia, como allí y salimos de compras Ni debajo de la camiseta, ni de la falda, llevaba nada, iba, como a los dos nos gustaba, "chinguita" por dentro. Oviedo era un bullicioso enjambre consumista que se volcaba, aquel primer día de autentico calor, sobre el comercio, con ánimo de adquirir su vestuario de verano. En las tiendas la gente entraba, revolvía las existencias, se las probaba, discutía, solicitaba tallas mas grandes o mas pequeña, eran auténticos zocos en donde solo interesaba comprar lo mejor al menor precio posible. Yo necesitaba zapatos, los que llevaba no encajaban ni con mi atuendo ni con la moda estival. Fuimos, primero, a unos grandes almacenes en los que una atenta y atareadísima dependiente no encontró nada que fuera de mi agrado. Luego a una tienda de moda juvenil en la que se luchaba a brazo partido por cada prenda y en donde el personal se desentendía por completo de los clientes. Por último, bajo la presión de José Luis, terminamos en una de las mejores zapaterías de Oviedo. En ella, el aire acondicionado, la escasez de compradores y el trato exquisito, eran signos inequívocos de variedad, calidad y alto precio. Tras solicitar diferentes modelos me senté y agradecí el ambiente fresco y la música relajante del local.
De verdad que no lo hice a propósito, que fue algo inconsciente fruto de la mañana, del calor y del momento. Sin desearlo me encontré sentada ante un joven que, a mis pies, se esforzaba en realzar la comodidad y belleza de los modelos. Solo cuando mire a José Luis y vi su sonrisa burlona empecé a darme cuente de lo que sucedía. No me acordaba que por debajo iba completamente desnuda y que la falda, cada vez que me probaba algo, ascendía ligeramente sobre mis muslos. Sentí un aire frío entre las piernas y asumí que mi sexo, sin nada que lo cubriera, era fácilmente visible desde la posición del dependiente. Hasta entonces desconocía si se había percatado o no del hecho, pero ahora empezaba a estar excitada y quería asombrarlo. Fue un juego erótico y perverso. Me hice probar un montón de zapatos, estire las piernas, mostré mis pies preguntando por el aspecto que cada uno le daban, abrí y cerré los muslos, me baje, y se subió, repetidamente la falda, al final tuve la certeza que él estaba contemplando mi sexo a placer, que José Luis lo sabia, que ambos nos excitábamos por el hecho y que el pobre muchachito era incapaz de reaccionar. Compramos un par bastante caro y salimos ante su incrédula sonrisa.
Íbamos muy alegres cuando entramos en el Truli. Tras la segunda copa, era ya tal el número de canapés que Francisco nos había servido, que decidimos suprimir la cena. Fuimos hacia el Oviedo antiguo donde, en la Plaza de la Catedral, se iniciaba la fiesta de San Juan con una enorme hoguera y la actuación de grupos folclóricos de las comarcas occidentales del Principado. El fulgor de las brasas, el relente de la noche y el paseo por las calles de la vieja Vetusta, apaciguaron nuestros ánimos y templaron nuestras mentes. De madrugada decidimos regresar al barrio, en él que, en contraposición con lo visto, la quietud era total. Calles y bares vacíos, pocos taxis, casi ningún paseante. La casa era un horno y nosotros ardíamos. "Cámbiate de ropa", dije mientras me despojaba del niqui y de la falda y los sustituía por una amplia camisa, que ni siquiera abotoné, y un pareo hindú con grandes aperturas laterales. Salimos de nuevo. Tuve una sensación de frío y placer al sentir el aire sobre mis pechos y los dedos de José Luis jugueteando con mis pezones. Nuestro descaro no tenía límites. Note su mano descender por mi espalda, llegar al borde de la falda, levantarla hasta la cintura. Mi culito quedo al aire y la emocionó de que pudiera ser visto por cualquier paseante nocturno, se convirtió en placer. Quería más. Deseaba acariciar, ver, absorber su pene. Empujándole contra una pared le baje los pantalones y me lance contra su sexo erecto. Lo sentí caliente en mi boca. Tenía los pechos fuera de la blusa, mi culito libre y mi garganta inundada de carne. Oí un coche a mi espalda y un espasmo me recorrió. Mi vagina se humedeció y desee, en vano, que alguien pasase, me viera y me envidiara. Vámonos, dijo, alzándome y cambiando en mi boca su sexo por su lengua.
Entramos en un bar. Tras la barra una jovencísima camarera charlaba con un apático y medio adormilado cliente. Fuimos a la parte alta y pedimos dos ginebras con tónica. Estábamos solos. Cuando la chica se fue saque, de nuevo, los pechos de la blusa y los labios de José Luis cayeron sobre ellos. Su mano se perdió entre mis piernas y mis líquidos vaginales volvieron a fluir copiosamente. Estaba excitadísima. Fui sobre su pene y lo chupe con deleite. Lo sentí crecer, pase mi lengua por sus pliegues, note sus palpitaciones. "Sigue, sigue."murmuro cuando mis dedos se perdieron en su culito y la tensión de poder ser sorprendidos se apodero de nosotros. "Levántate", dijo al tiempo que me volteaba inclinándome sobre la mesa. La falda se arremolinó en mi cintura y su sexo murió en la profundidad de mi vagina. Estaba muy mojada. Allí, en un bar de Oviedo, hacíamos el amor medio desnudos, sabedores del enorme riesgo que corríamos. Me termino de quitar la camisa, me acaricio los pechos, sentí en mi interior el ir y venir de su pene. No se cuanto tiempo nos mantuvimos así, se que en un momento determinado aquel sexo se derramo llenándome de semen. Tuve que morderme las manos para no gritar.
Caímos rendidos. Mis pechos al aire, mi coño abierto y palpitante, su pene flácido y mojado, las dos copas intactas.
Bebimos un trago, arrojamos el resto en unos tiestos de adorno y nos marchamos. Otra vez la noche volvió acariciar mis tetas y otra vez su mano juguetona dejo mi culito al descubierto para goce y relajo de los pocos taxistas que circulaban por la calle. El cansancio nos había hecho ya mella.
Que pena de copas, pensaba en la cama, esperando que el sueño acallase mi mente. Acariciaba su pene dormido e introducía mis dedos en mi coño intentando extraer de él los últimos suspiros de placer. Roce mi clítoris y con esa sensación de paz y bienestar me dormí. Era la noche del 24 de Junio, la noche de San Juan, la noche en la que se quema en la hoguera todo lo viejo del invierno, la noche con la que se inicia el verano, mi noche de sexo ardiente y desenfrenado.

domingo, 14 de agosto de 2011

QUE NEGRA ERA LA PLAYA

Los ecologistas, como los gorriones o las moscas, son seres distribuidos uniformemente por el planeta con ideas muy parecidas, aunque no iguales, sobre lo que se entiende por delito ecológico, contaminación o cualquier aspecto relacionado con el entorno natural. Por ello, para un ecologista africano es malo acabar con los elefantes, y en cambio, para el vulgar habitante de Zaire, es una tragedia que una estampida de esos animales arruine sus cosechas e inutilice, durante años, sus terrenos agrícolas. De igual forma, para uno costarricense la contaminación de las playas esta condicionada por la mayor o menor acumulación, en ellas, de residuos forestales, mientras que para uno asturiano, tal hecho no supone un problema y si la cantidad de polvo de carbón que, por un inadecuado tratamiento de los vertidos mineros, se envía a los ríos y estos lo terminan depositando en el mar. La problemática es aquí estética y se centran, exclusivamente, en la coloración negruzca de las playas que circundan los estuarios de los ríos mineros, en donde se entremezclan la arena blanca silícea con los finos negros del carbón.
Mi primer contacto con la playa del Bayon, máxima representación de esta problemática, no detecto el hecho y si la labor de limpieza superficial que las cuadrillas municipales realizaban. Estaba claro que la mala educación es patrimonio universal y que, al igual que en mi país, en las playas asturianas también se arrojan botellas, papeles, envoltorios y latas que son necesarias eliminar pues la naturaleza no esta capacitada para ello. Era un jueves por la mañana y los casi 5 Km. de costa aparecían cubiertos por una bruma baja que impedía apreciar su verdadera dimensión. El tiempo no acompañaba al baño y tras acomodarnos en el extremo mas oriental iniciamos un paseo por la orilla. Pescadores, alguna pareja como nosotros, dos o tres matrimonios con niños y poco mas sobre aquella acumulación de arena. Al regreso, en el macizo rocoso que cerraba la última cala, un letrero, rotulado en grandes caracteres blancos, anunciaba: "PLAYA NUDISTA". Por azar habíamos situado allí nuestros enseres pero, por desgracia, los únicos posibles nudistas, en aquellos instantes, éramos nosotros. Nos tumbamos a la espera de que algún rayo de sol se filtrara entre la masa nubosa y nos adormilamos. Estábamos, como tantas veces en mi país, solos en una playa. La diferencia radicaba en que allí teníamos la total seguridad de que nadie aparecería pues el hecho de estar desnudos estaba terminantemente prohibido. Aquí, al contrario, se aceptaba, por lo que no sería improbable que, de repente, alguien nos acompañase.
Nuestros cuerpos, como viejos conocidos, empezaron a investigarse. Sentí unos dedos que acariciaban mis pezones, descendían por mi cintura y finalmente reposaban en el clítoris. Note el crecimiento lento y continuo de su sexo, su erección maravillosa. Me volqué sobre él y lo aprecie vivo, caliente en mi boca. Veía la playa, el morir de las olas, los pescadores, una pareja que se acercaba. Cesaron las caricias. Quedamos tendidos .Los paseantes llegaron a nuestro lado, nos contemplaron desnudos y se alejaron. Otra vez mi boca succionó su pene, lo engrandeció y sin apenas esfuerzo lo introduje en mi vagina. Fue un acto lento, placentero, casi estético. Montada sobre él observe el mar, el andar cadencioso de la pareja que momentos antes paso por nuestro lado. Sentí en mi interior a José Luis, cada vez mas excitado, y ese conjunto de acciones mezclaron en la vagina su semen y mi flujo. Grite de placer y mis voces rebotaron contra el murmullo de las olas. La paz del ambiente y la relajación del amor nos adormilaron. Al despertarnos el sol abría grandes estelas luminosas sobre el cúmulo de nubes y la playa continuaba desierta. Prometimos volver.

Pasaron días, tal vez semanas, hasta que el sol confirmo, con su presencia, la llegada del verano. Una tarde, a la salida del trabajo, José Luis se empeño en regresar a la vieja playa negra. No estaba vacía. A medida que avanzábamos hacia la calita donde hicimos el amor, los bañistas iban perdiendo su vestuario, al final, la proporción de desnudos era total. Había, no obstante, mujeres en mono bikini o en traje de baño convencional, pero esta mezcla no parecía importarle a nadie. Nos situamos en el centro, extendimos las toallas y, en un alarde de delicadeza por su parte, me pregunto:"Quieres quitarte el bañador". Mi respuesta fue la acción inmediata de despojarme de tal prenda.
Me encontraba desnuda y rodeada de gente. En mi interior había acariciado muchas veces el vivir una experiencia como esta. Es verdad que por diferentes razones el desnudo, mi desnudo, no me preocupaba, que lo había lucido ante hombres y mujeres, pero siempre en grupos de amigos, en fiestas íntimas, animada por el alcohol, las drogas o la situación, pero tal como estaba ahora, en una playa rodeada de gente desconocida, nunca lo había hecho. Tumbada en la arena contemplaba a quienes, sin ningún pudor, paseaban, se bañaban o jugaban a la pelota.
"Caminemos", dijo José Luis. Nos levantamos y fuimos hacia el mar. Cubrió con su brazo mis hombros y mi mano se apoyo en sus nalgas. Llegamos a la orilla, nos mojamos los pies, seguimos las olas en su lenta agonía. Estaba feliz, libre, desnuda. Pensé en mis padres, en mis hermanas, en mis amigos. Cuantos de ellos harían lo mismo. Cuantos gozarían así con el sol sobre su piel. Había nudistas de todas las edades, de todas las formas y de todos los tamaños. Nadie se preocupaba de nadie, parecía que el pecado de la carne había desaparecido.
Regresamos a nuestro lugar. Observe mi entorno: un matrimonio con niños, un par de viejecitos, un grupo de chicos y chicas, dos gays. "Como disfrutaría Manguita con tanto pene suelto", pensé acordándome de mi querido amigo homosexual. De bruces en el suelo note como José Luis extendía, en mi espada, crema antisolar. Sus manos se desplazaban sobre los hombros, los brazos, la cintura, los glúteos. Abrí las piernas para favorecer la distribución, agradecí aquellos dedos que rozaban mi culito, deteniéndose en el ano, que bajaban, mas tarde, hasta mi sexo. Me relaje y permití que siguieran. Ante quienes nos rodeaban, que podían o no, fijarse en lo que José Luis hacia, el prosiguió su tarea. Sus dedos se olvidaron de todo y se centraron en mí. Sentí como hurgaban en mi culo, en mi vagina, en mi clítoris. El placer que me proporcionaban era enorme. Con los ojos abiertos notaba como me friccionaba el ano, lo circundaba, lo recorría de arriba a bajo. De repente hundió en él un dedo por completo. Fui penetrada desde atrás y mi vagina se empapo. Supe que otro se perdía en ella y que ambos iniciaban un ligero vaivén que termino por producirme un mudo y agradable orgasmo. "Rico" dijo recostándose a mi lado.
Pasamos tres horas envidiables. Roto el primer instante de turbación el resto: pasear desnudos, sentir la brisa del mar, revolcarse en la arena negra, eran sensaciones maravillosas.
En el coche, aparcado junto a varias decenas de vehículos, nos sacudimos la arena y nos cambiamos de ropa. Estábamos ardiendo. El sol, las nuevas experiencias, el ambiente hacían bullir nuestra sangre. José Luis se inclino sobre mi, me libero los pechos, los beso, lleno con su lengua mi boca, hundió sus dedos en mi vagina. Nada parecía importarnos, ni el hecho de tener abiertas las puertas, ni la gente que, como nosotros abandonaba la playa, ni la circulación de automóviles. "Vámonos" dije. Salimos por un camino de montaña y en la primera bifurcación volvió a detenerse. Fui sobre su pene. Lo avive, lo agrande, me lo engullí por completo. "No, aquí no", protesto débilmente. El sitio no era el adecuado pero yo estaba como una posesa. "Mastúrbate" me dijo, "Mastúrbate para mi". No me lo hice repetir. Me despoje del pantaloncillo, me abrí la blusa y empecé a acariciarme el clítoris, los senos, primero, con suavidad, luego, violentamente. Para sus ojos introduje mis los dedos en la vagina, los moví, contemple como un agricultor nos miraba atónito, y como un par de ciclistas nos sobrepasaban sin detenerse. Me sentía en el cielo. Me corrí chillando de placer, sintiéndome observada, querida y deseada. Volví a degustar su sexo y manteniéndolo constantemente en la mano, regresamos a Oviedo.
El agua de la ducha elimino la sal y la arena de nuestra piel, nos hidratamos y fuimos a encerrarnos en la sauna, creímos que un poco de calor seco nos beneficiaria. Esta claro que tanto a él como a mi el desnudo nos provoca. Cuando el sudor empezó a brotar, nuestros cuerpos, como imanes, se atrajeron. Sentí como recorría mi pecho, mi cintura, como yo acariciaba su barriguita, sus testículos. Hacia mucho calor. Salimos, nos duchamos y quedamos descansando sobre la mesa de masajes. Me tumbé al tiempo que él empezaba a acariciarme. Sus dedos descendieron desde mí frente a mis pies, circundaron mis ojos, contornearon mis labios, rozaron mis pezones, hurgaron con delicadeza en mi ombligo, juguetearon con mi pelo púbico, despertaron mi clítoris, sorprendieron mi vagina. Luego los labios sustituyeron a las manos. Note como su lengua hacia el mismo recorrido. El calor y la confortable sensación de ser acariciada activaron mis jugos vaginales. Cuando la lengua alcanzo ese punto su saliva y mi flujo se fundieron. Me senté, abrí las piernas y él, de pie como estaba, introdujo su pene en mi interior. Nos veíamos reflejados en el espejo y gozábamos viendo entrar y salir su sexo de mis entrañas. "Aquí me masturbo pensando en ti" dijo José Luis presa de una gran excitación. Sus palabras encendieron mi mente. Quería verle masturbarse, contemplar como surgía el semen de su interior. "Mastúrbate, dije, quiero verte". Se recostó, cerro la mano sobre su pene e inicio un rápido movimiento de subidas y bajadas. Cada poco tiempo mi boca ensalivaba su miembro lubrificándolo, sensibilizándolo al máximo. Estaba acostado con los ojos fijos en mis pechos. Le pedí que se penetrara por detrás y hundió su dedo en su culito. Una sacudida de placer convulsionó su cuerpo. Estaba a punto de correrse. Pase mi lengua por su pene, sentí el ritmo frenético de su mano y le oí murmurar:" Ya, ya..., ya.". Broto un chorro de semen blanco y caliente al tiempo que mi boca se inclinaba sobre él para beberlo, para absorber y saborear el gusto de su sexo, para gozar, para culminar su masturbación en mi cuerpo.
Volvimos a la ducha. El agua termino de eliminar los últimos vestigios de arena negra, los últimos recuerdos de aquella playa nudista que habíamos considerado como propia y que nos había empujado hacia el amor, hacia el placer y hacia el sexo. Recordé a la gente paseando por la orilla, pensé en lo que me gustaría volver allí otro año con amigos, con amigas, con gente que supieran apreciar la belleza del desnudo, que se olvidasen del pudor y mostraran a la naturaleza las bondades de su ser. Sin quererlo compare aquella playa nudista con el extraño mundo de la ecología. Sus adictos, al contrario que estos, no utilizaban a la naturaleza, la amaban, la comprendía, sabían que no era perfecta pero tampoco sus cuerpos lo eran y sin embargo los disfrutaban, los mostraban y nada ni nadie les importaba. La playa negra, la vilipendiada playa negra estaba cubierta de hombres y mujeres a los que el sol había hermanado con un bronceado estético y total.

sábado, 6 de agosto de 2011

JUEGOS DE SALON

Desperdicie media vida. Mejor dicho, no tuve niñez ni juventud ni nada. Mis primeros 25 años pasaron sin dejar huella, sin haber tenido en ellos las alegrías, desilusiones y juegos de esos días dorados. Nunca lo lamente. A veces, en mis horas de depresión me susurraba: "José Luis, fuiste un raro", pero ahí finalizaba la historia. Cuando en libros, revistas o películas veía todo lo que a la juventud le sucede en ese período de su existencia, yo admitía que, a mi, eso nunca me sucedió, que no tuve amores prohibidos, ni goce del sexo, ni me emborrache, ni siquiera desobedecí a mis mayores. Fui, lo que se dice, un joven, un adolescente modelo.
Es lógico, por tanto, que todo el peso vivencial de mi generación fuera solo un ligero recuerdo, un comentario curioso o una anécdota intrascendente. Con el tiempo todo aquello fue solucionándose y hoy estoy viviendo mi juventud a los 50 años. Una maravillosa mujer es la culpable. Ella desencadenó mi sexualidad, avivo mi imaginación y elimino los tabúes que, en su opinión, debería tener. La verdad es que no los tengo, que soy así, que ni la dictadura del General Franco, ni mi prolongado celibato me produjeron traumas importantes. He tenido, por error del destino, un cambio en mi evolución. En mi vejez siento, amo y hago todo lo que en mi juventud no desee. Soy mayor, vivo con personas mayores y tengo, por dicha, las mismas emociones que un día, hace años, los jóvenes tuvieron.
En mi adolescencia no jugué, por eso ayer, cuando me propusieron jugar dije si, y lo dije sabiendo que podía ser el desencadenante de lo erótico, de lo sorprendente que pudiera haber tras el juego que estaban proponiendo.
Llevaba 10 días en Costa Rica, tras año y medio de ausencia. Había vuelto a recorrer sus mares, sus ríos, sus bosques. Me había reencontrado con amigos y enemigos y estaba con la mujer que amaba.
Aquel viernes Sonia fue la anfitriona yo cocine la cena y ambos programamos, con ilusión, una fiesta que podía considerarse como de bienvenida y despedida a la vez. Nidia, José Enrique, Mirella, Manguita, Gerardo y Marta nos acompañaron. Otros no pudieron llegar y se disculparon. Éramos un grupo jovial, homogéneo y con la sola excepción de la edad de José Enrique, todos habíamos superado la barrera mágica de los 40. Hacía calor. Los hombres usábamos camisas estampadas de manga corta y las mujeres blusas y niquis que dejaban al descubierto gran parte de su anatomía. Corría el guaro, la ginebra y el vino. Aparecían y desaparecían "boquitas", canapés y ensaladas. Al final un plato fuerte de carne y una sobremesa regada con champaña. Estábamos contentos, nadie había roto el espíritu de amistad y compañerismo. Bromas y risas se mezclaban con el merengue y la salsa.
Manguita, el único no bebedor, pidió permiso para encender un "purito". Se acepto su solicitud y, salvo yo, que no fumo, el resto se atiborró de una marihuana suave y aromática. Los cigarros pasaban de mano en mano y el ambiente se iba tornando dulzón, fraternal. De los problemas políticos se pasaba a los ecológicos, de estos a los personales. Se hablaba, se bailaba, se bebía, se fumaba. Sin apenas darnos cuenta las horas transcurrían.
Fue Nidia, quien otra podría ser, la que alegando trabajo el sábado por la mañana, anuncio su retirada. En su marcha arrastro a Manguita, algo aturdido por los "porros". El resto nos quedamos saboreando los últimos vapores del humo que recalentaba la habitación. No es que la reunión languideciera, al contrario. En un momento determinado el clímax se electrizo. Pareció, por instantes, que hombres y mujeres caíamos en un estado de ingravidez etérea e irreflexiva. Se contaban chistes, se hacían bromas, la risa se posesionó de todos y la imaginación se desato.
No se quien propuso el juego. Tal vez Mirella, por aquello de ser la más mundana, o Gerardo, por los problemas pseudo místicos de su esposa, pero la realidad es que apareció sobre la mesa una cassette en la que se proponía una sesión de relajación mental y corporal. "Hagámoslo, hagámoslo.", fue el grito unánime de la mujeres, seguro que con ello nos tranquilizamos antes de irnos a la cama.
Sonia encendió unos palitos de sándalo aromático, para dar mas ambiente al evento, apartamos los sillones, dejando un amplio espacio donde poderse mover y, tal como indicaba la carátula de la cinta, sorteamos las parejas y distribuimos aceite de aguacate en pequeños vasitos. El azar emparejó a Sonia conmigo, a Gerardo con Mirella y a José Enrique con Marta. Todos de acuerdo iniciamos el juego. Sonia colocó la cassette, apago las luces y empezamos la sesión. A través de los cristales los rayos de luna daban luz a la oscuridad permitiendo ver entre penumbras tanto a nuestra pareja, como al resto de los participantes.

Bienvenidos a esta sesión de relajación, de unión espiritual de vuestros cuerpos, de vuestras mentes. El azar os ha emparejado, él quiere que todo lo insano que mora en vosotros desaparezca. Bajad al mínimo la luz, sentíos cómodos en la oscuridad que os rodea, sentaos en el suelo, respirad profundamente, centrad vuestra mente en el estómago, sacad de él el aire viciado que lo inunda, respirad lentamente.
Una voz lenta, grave, cadenciosa, y sumamente agradable lleno la habitación. Empezó a escucharse una música mientras iniciábamos la concentración. Tenía gracia el jueguecito. Pensé que, al final, terminaríamos todos dormidos.
Esparciros el aceite entre las manos. Cerrad los ojos, tomad a vuestra pareja, intentad captar su energía, entrelazaros los dedos, juntad las palmas, frotároslas, dejadlas fluir lentamente, libremente.
Era curioso, pero con ayuda del aceite mis manos y las de Sonia se entremezclaban, se acariciaban. Mis dedos abarcaban los suyos, ella se dejaba hacer. Yo llevaba la dirección del juego, ella repetía mecánicamente mis actos y, a veces, los innovaba mejorándolos. Aprisioné sus manos, cosquillee sus palmas, friccioné sus muñecas, amalgamamos las cuatro extremidades en un racimo imposible.
Intentad comprender su mente, sus problemas, sus deseos. Conoced su piel, sus dedos, su textura.
Hubo otra pausa musical. Como decía la voz, quise leer su mente, tan conocida por mí, a través de sus manos, del tacto de su carne. Volví a recorrer sus dedos, a pellizcarle las yemas, a mantener las suyas entre las mías.
Juntad las palmas, dejadlas fluir, haced, sentid, olvidaros de todo, concentraros en las palmas, en las manos, en la mente de vuestra pareja, en sus problemas, os sentís bien, muy bien, relajados, felices, estáis solos, os pertenecéis, continuad, continuad...
Volvió a sonar la música. Entreabrí los ojos y vi que, tanto la pareja Marta-José Enrique como la de Gerardo y Mirella, estaban ensimismados masajeándose las manos. Se oía la música, el olor a sándalo lo inundaba todo. Seguí llevando la dirección: rodee sus dedos, los entremezclé con los míos, acaricie sus muñecas, sentí como se estremecía, como apretaba mis manos. Nuestras mentes empezaron a sintonizar. Abrí de nuevo los ojos y comprobé que tal sensación era generalizada. El resto sentía como nosotros. No sabía, en cada pareja, quien era el director escénico, pero, sin lugar a dudas, uno de los dos lo era.
Poneros de pie, continuad el conocimiento a través de los brazos, mantened los ojos cerrados, sentid vuestras extremidades, rozarlas, ascender por ellas
Mis manos se deslizaron por sus brazos. Estaban calientes, dejaban que, con la punta de las uñas, los fuera acariciando. Note sus manos aferradas a los míos. Mis dedos entraron por el hueco de la manga hasta llegar al sobaco. Estaba húmedo. Levanto los brazos y me dejo hacer. Llegue al hombro, lo rodee. Llevaba una blusa de manga corta. Extraje mis manos que bajaron hasta encontrarse con las suyas. Al llegar me las apretó.
Conoceos la cara, los labios, las orejas, la nariz, la boca, los ojos, el pelo. Recorred con vuestros dedos cada parte de su cara, lentamente, con mimo. Dar libertad a vuestras manos, continuad. Unificad, en un único movimiento, las manos, los brazos, la cara. Continuad. Seguid...
De nuevo sonó la música. Mis manos acariciaron su cara, contornearon su boca, sentí el frescor de la saliva sobre los labios. Moví mis dedos por sus orejas, recorrí sus lóbulos. Ella tenía las manos en mi cara y duplicaba mis movimientos, exploraba mis ojos, las aperturas de mi nariz, la raíz del pelo. Mis manos volvieron a entrar por los huecos de las mangas para reencontrarse con la carne caliente de su cuerpo. Apenas si nos movíamos. Abrí los ojos y vi como el resto de las parejas permanecían absortas acariciándose. Vi como Marta mandaba, como Mirella dominaba. Eran las mujeres quienes se aventuraban a explorar la sensibilidad de los hombres.
Conoceos el cuello, la barbilla, los hombros, sentid sus músculos, sus huesos, su piel, su calor.
Mis manos bajaron por el cuello, tropezaron con la blusa, dudaron. Ascendieron hacia la garganta, la acariciaron. Volvieron a descender, soltaron los primeros botones de la blusa, se desplazaron sobre su sujetador, lo bordearon, descansaron en la zona que cubría los pezones. No se movía, no protestaba. Sus manos habían abierto mi camisa y me acariciaban el pecho. Seguí aventurándome. Recorrí la estela del sujetador, caí de nuevo sobre sus sobacos, ascendí hasta los labios, los abrí buscando en su interior una lengua ansiosa de placer.
Conoced vuestro torso, el pecho, las costillas, notad su calor, sentid vuestras dorsales, la unión del pecho con los brazos. Unificad la cabeza, el pecho, los brazos. Identificaos con vuestra pareja, entrar en su cuerpo, notad su corazón, sus latidos, sus palpitaciones. Continuad... .
Ayudadas por la voz mis manos descendieron soltando, a su paso, todos los botones. La blusa quedo abierta. Mis dedos recorrieron su estómago, su espalda. Estaba inmersa en el juego. Sentí que me despojaba por completo de la camisa, que sus dedos recorrían mi cuerpo. La notaba relajada y tranquila. Me pellizcaba las tetillas, ensortijaba mi pelo. Me atreví a más. Introduje los dedos entre el sujetador y la carne. Sentí sus pezones endurecidos, sus manos aferradas a mis hombros. Lentamente, embriagado por la música, busque el broche y lo abrí. Cayo sobre su pecho. Estaba perplejo. Sonia aceptaba que la fuera desnudando, que la acariciara en presencia de sus amigos. Estábamos haciendo lo que siempre soñamos. Abrí los ojos y el espectáculo que vi me hizo comprender su actitud. Marta tenía el niqui arrollado en la cintura mientras José Enrique, sin camisa, le acariciaba los senos. Vi sus grandes tetas blancas, sus pezones rosados, su cara de placer. Mirella, al otro extremo de la habitación, exhibía orgullosa sus hermosos atributos morenos, duros y turgentes, cubiertos por las manos de Gerardo que, tan pronto aprisionaba sus pezones, como recorrían el canalillo de separación entre ambos. Todos, menos yo, mantenían los ojos cerrados, pero todos, al igual que yo, los habían abierto en algún momento. No sabía quien fue el primero en romper el fuego, pero estaba roto. Desprendí por completo el sujetador de Sonia y acaricie sus pechos. Bajo los brazos y dejo que mis dedos disfrutaran con el tacto de su piel. Era un ángel de placer que admitía todo, y que, en su fuero interno, pedía más. Todos estábamos medio vestidos y todos nos dedicábamos a dar satisfacción física a nuestra correspondiente pareja.
Acercaos, unid vuestros pechos, sentid los huesos de la columna, las vértebras, recorrerlas desde la nuca hasta el coxis, friccionarlas. Separaos, conjugad el conocimiento total del cuerpo, del pecho, de la espalda, del cuello, de la cara. Abarcarlo todo, sentid cada poro, cada músculo, cada una de sus partes. Continuad...
La música sustituyo a la voz. Sonia y yo nos abrazamos. Acaricie su espalda, sentí su mejilla, sus labios. Gozamos haciendo realidad en nuestros cuerpos una fantasía querida. Abrí los ojos. La boca de José Enrique se recreaba con los pezones de Marta, chupándolos, absorbiéndolos, mordisqueándolos. Gerardo y Mirella eran un solo bloque en el que era imposible saber donde terminaba la boca del uno y empezaba la del otro. Baje la cabeza. Mi lengua recorrió su cuello, sus pechos. Ella acariciaba mi cabeza, perdía sus dedos en mi pelo, evitaba que mi boca dejara de excitarla.
Conoced vuestro estómago, el nacimiento de las piernas, notad la redondez de las nalgas, abarcarlas. Conjugad el conocimiento del pecho con el de la espalda, sentid vuestros glúteos, sus formas, sus pliegues. Continuad... .
De nuevo la música. Entorne los ojos. Marta se desprendía del niqui y de la falda quedándose en braguitas. Gerardo hacía lo mismo con Mirella mientras esta le despojaba de sus pantalones. Sonia desabrocho mi cinturón, bajo mi bragueta. Sentí su mano bajo mis calzoncillos. Solté los botones de su falda. Cayo. Empecé a acariciarle la cintura, la barriguita, rodee su ombligo, el inicio de su vello púbico. Note su mano aprisionando mis testículos.
Conoced vuestras piernas, las rodillas, los gemelos. Conjugad la pierna como un todo uno, sentid la suavidad de la entrepierna, el inicio del estómago, la dureza de los músculos. Subid por ellas, bajad por su interior, por el exterior. Continuad... .
Nuestras manos actuaron al unísono. Ella bajo mis calzoncillos y yo sus bragas. Fruncí la mirada y comprobé que las tres parejas estábamos completamente desnudas. Marta y José Enrique tumbados en el sofá, Gerardo y Mirella abrazados, Sonia ante mi. Descanse mis manos en sus pechos y mediante un descenso lento y prolongado llegue hasta su sexo. Estaba húmedo, muy húmedo. Lo acaricie, sentí su mano en mi pene y sus labios en los míos. La volteé y apoyando su espalda en mi pecho le fui activando sus puntos eróticos. Endurecí sus pezones, roce su clítoris, introduje mis dedos en su vagina, los llevé, luego, hasta su boca, regresaron de nuevo a su sexo. Ella seguía friccionando mi pene. Continué masturbándola hasta que una sacudida y un "Si..,si..,si..."me indicaron que se había corrido. La abrace. José Enrique seguía acostado. A su lado Marta se recreaba con su sexo, duro, empalmado. Su boca se volcaba en él perdiéndolo en la profundidad de su garganta. Sus manos jugueteaban con sus testículos y sus dedos se deslizaban en la negra hendidura de su ano. Mirella, inclinada sobre un sillón ofrecía su sexo para que Gerardo la penetrara desde detrás apoyando sus manos en sus prodigiosos senos. Todo, absolutamente todo, en un silencio solo roto por la música y el lento ascender del humo de sándalo. Gire a Sonia sobre sus talones y la bese. Su lengua, con infinita lentitud, fue recorriendo mi cuerpo hasta cebarse en mi pene. Lo chupo, lo ensalivó, lo engrandeció. Me abalance sobre ella y caímos al suelo. Busque su vagina. Estaba húmeda, caliente. Abrimos los ojos, nos miramos. Una sonrisa de complicidad iluminó su rostro al ver como, a nuestro alrededor, todos hacían el amor, todos gozaban.
Acercaos, bajad vuestras manos desde la espalda a los talones, sentid vuestro cuerpo, sois un todo uno, unid vuestras carnes, vuestros pechos. Haced que se conozcan, que se entiendan. Unid vuestras energías. Continuad... .
De nuevo la música. Tenía a Sonia entre mis brazos, la besaba, acariciaba su culito. Marta, junto a José Enrique, lamía su sexo dormido. Mirella y Gerardo seguían abrazados. Nadie se movía, solo la música y la luna tenían entidad propia en el salón.
Iniciar el final, recorred todo el cuerpo extrayendo su energía. Las piernas, la cintura, el pecho, el cuello, la cara, los brazos, los dedos. Separaos, las manos juntas, respirad profundamente, concentraos, mantened los ojos cerrados. Continuad... .
Lentamente fuimos vistiéndonos. El revoltijo de prendas termino correctamente dispuesto sobre las parejas. Las tres manteníamos las manos unidas.
La sesión ha terminado, abrid los ojos, encended una luz suave. Estáis muy relajados, felices, todo ha sido un sueño del mas allá, un vivir en el reino de la mente, del cuerpo, del tacto, del espíritu. Descansad.
"Una copa" dijo alguien."Ha estado muy bien” apuntilló José Enrique."Habrá que repetirlo","Quien trajo el cassette" pregunto tímidamente Marta. "Yo quiero una copia" pidió Mirella. La relajación era total. Los cuerpos se desmadejaban por el salón y el sueño empezaba hacer mella en nuestras mentes. "Hay que irse" dijo Gerardo, y en un abrir y cerrar de ojos los cuatro desaparecieron
Sonia y yo nos abrazamos, nos besamos como locos. Fuimos a la cama. Queríamos poseernos, penetrarnos introducirnos el uno en el otro. Nuestro grado de excitación era máximo. La sesión nos había sensibilizado la mente y nuestros cuerpos eran volcanes de lujuria. Estaba sobre ella. Mi pene se perdía en su vagina y mis dedos acariciaban su boca, sus pechos, su clítoris. "Te he masturbado en público" susurraba, "He tenido tu pene en mi boca, he introducido mis dedos en tu culito. Me has acariciado, has chupado mis pechos, he sentido tus dedos en mi clítoris, me he mojado, he gozado y, todo ello, ante mis amigos". "Yo te he masturbado", le decía, "He sentido tus orgasmos, he pasado mi lengua por tu sexo, he besado tu boca, te he acariciado. Tú has jugado con mi pene, lo has endurecido,...".Los dos hablábamos de nuestras experiencias mientras el semen volvía a agolparse en mí y su vagina se inundaba de flujo. Nuestro orgasmo fue violentísimo. La cama se movió durante mucho tiempo y al final ambos caímos rendidos, juntos, abrazados.
Creo que esa noche no soñamos. La sesión de relajación había dejado nuestros cuerpos deshechos y felices. Habíamos participado en un juego de salón para mayores con palabras de niños, un juego que todos recordaríamos siempre y que jamás contaríamos a nadie.