Desperdicie media vida. Mejor dicho, no tuve niñez ni juventud ni nada. Mis primeros 25 años pasaron sin dejar huella, sin haber tenido en ellos las alegrías, desilusiones y juegos de esos días dorados. Nunca lo lamente. A veces, en mis horas de depresión me susurraba: "José Luis, fuiste un raro", pero ahí finalizaba la historia. Cuando en libros, revistas o películas veía todo lo que a la juventud le sucede en ese período de su existencia, yo admitía que, a mi, eso nunca me sucedió, que no tuve amores prohibidos, ni goce del sexo, ni me emborrache, ni siquiera desobedecí a mis mayores. Fui, lo que se dice, un joven, un adolescente modelo.
Es lógico, por tanto, que todo el peso vivencial de mi generación fuera solo un ligero recuerdo, un comentario curioso o una anécdota intrascendente. Con el tiempo todo aquello fue solucionándose y hoy estoy viviendo mi juventud a los 50 años. Una maravillosa mujer es la culpable. Ella desencadenó mi sexualidad, avivo mi imaginación y elimino los tabúes que, en su opinión, debería tener. La verdad es que no los tengo, que soy así, que ni la dictadura del General Franco, ni mi prolongado celibato me produjeron traumas importantes. He tenido, por error del destino, un cambio en mi evolución. En mi vejez siento, amo y hago todo lo que en mi juventud no desee. Soy mayor, vivo con personas mayores y tengo, por dicha, las mismas emociones que un día, hace años, los jóvenes tuvieron.
En mi adolescencia no jugué, por eso ayer, cuando me propusieron jugar dije si, y lo dije sabiendo que podía ser el desencadenante de lo erótico, de lo sorprendente que pudiera haber tras el juego que estaban proponiendo.
Llevaba 10 días en Costa Rica, tras año y medio de ausencia. Había vuelto a recorrer sus mares, sus ríos, sus bosques. Me había reencontrado con amigos y enemigos y estaba con la mujer que amaba.
Aquel viernes Sonia fue la anfitriona yo cocine la cena y ambos programamos, con ilusión, una fiesta que podía considerarse como de bienvenida y despedida a la vez. Nidia, José Enrique, Mirella, Manguita, Gerardo y Marta nos acompañaron. Otros no pudieron llegar y se disculparon. Éramos un grupo jovial, homogéneo y con la sola excepción de la edad de José Enrique, todos habíamos superado la barrera mágica de los 40. Hacía calor. Los hombres usábamos camisas estampadas de manga corta y las mujeres blusas y niquis que dejaban al descubierto gran parte de su anatomía. Corría el guaro, la ginebra y el vino. Aparecían y desaparecían "boquitas", canapés y ensaladas. Al final un plato fuerte de carne y una sobremesa regada con champaña. Estábamos contentos, nadie había roto el espíritu de amistad y compañerismo. Bromas y risas se mezclaban con el merengue y la salsa.
Manguita, el único no bebedor, pidió permiso para encender un "purito". Se acepto su solicitud y, salvo yo, que no fumo, el resto se atiborró de una marihuana suave y aromática. Los cigarros pasaban de mano en mano y el ambiente se iba tornando dulzón, fraternal. De los problemas políticos se pasaba a los ecológicos, de estos a los personales. Se hablaba, se bailaba, se bebía, se fumaba. Sin apenas darnos cuenta las horas transcurrían.
Fue Nidia, quien otra podría ser, la que alegando trabajo el sábado por la mañana, anuncio su retirada. En su marcha arrastro a Manguita, algo aturdido por los "porros". El resto nos quedamos saboreando los últimos vapores del humo que recalentaba la habitación. No es que la reunión languideciera, al contrario. En un momento determinado el clímax se electrizo. Pareció, por instantes, que hombres y mujeres caíamos en un estado de ingravidez etérea e irreflexiva. Se contaban chistes, se hacían bromas, la risa se posesionó de todos y la imaginación se desato.
No se quien propuso el juego. Tal vez Mirella, por aquello de ser la más mundana, o Gerardo, por los problemas pseudo místicos de su esposa, pero la realidad es que apareció sobre la mesa una cassette en la que se proponía una sesión de relajación mental y corporal. "Hagámoslo, hagámoslo.", fue el grito unánime de la mujeres, seguro que con ello nos tranquilizamos antes de irnos a la cama.
Sonia encendió unos palitos de sándalo aromático, para dar mas ambiente al evento, apartamos los sillones, dejando un amplio espacio donde poderse mover y, tal como indicaba la carátula de la cinta, sorteamos las parejas y distribuimos aceite de aguacate en pequeños vasitos. El azar emparejó a Sonia conmigo, a Gerardo con Mirella y a José Enrique con Marta. Todos de acuerdo iniciamos el juego. Sonia colocó la cassette, apago las luces y empezamos la sesión. A través de los cristales los rayos de luna daban luz a la oscuridad permitiendo ver entre penumbras tanto a nuestra pareja, como al resto de los participantes.
Bienvenidos a esta sesión de relajación, de unión espiritual de vuestros cuerpos, de vuestras mentes. El azar os ha emparejado, él quiere que todo lo insano que mora en vosotros desaparezca. Bajad al mínimo la luz, sentíos cómodos en la oscuridad que os rodea, sentaos en el suelo, respirad profundamente, centrad vuestra mente en el estómago, sacad de él el aire viciado que lo inunda, respirad lentamente.
Una voz lenta, grave, cadenciosa, y sumamente agradable lleno la habitación. Empezó a escucharse una música mientras iniciábamos la concentración. Tenía gracia el jueguecito. Pensé que, al final, terminaríamos todos dormidos.
Esparciros el aceite entre las manos. Cerrad los ojos, tomad a vuestra pareja, intentad captar su energía, entrelazaros los dedos, juntad las palmas, frotároslas, dejadlas fluir lentamente, libremente.
Era curioso, pero con ayuda del aceite mis manos y las de Sonia se entremezclaban, se acariciaban. Mis dedos abarcaban los suyos, ella se dejaba hacer. Yo llevaba la dirección del juego, ella repetía mecánicamente mis actos y, a veces, los innovaba mejorándolos. Aprisioné sus manos, cosquillee sus palmas, friccioné sus muñecas, amalgamamos las cuatro extremidades en un racimo imposible.
Intentad comprender su mente, sus problemas, sus deseos. Conoced su piel, sus dedos, su textura.
Hubo otra pausa musical. Como decía la voz, quise leer su mente, tan conocida por mí, a través de sus manos, del tacto de su carne. Volví a recorrer sus dedos, a pellizcarle las yemas, a mantener las suyas entre las mías.
Juntad las palmas, dejadlas fluir, haced, sentid, olvidaros de todo, concentraros en las palmas, en las manos, en la mente de vuestra pareja, en sus problemas, os sentís bien, muy bien, relajados, felices, estáis solos, os pertenecéis, continuad, continuad...
Volvió a sonar la música. Entreabrí los ojos y vi que, tanto la pareja Marta-José Enrique como la de Gerardo y Mirella, estaban ensimismados masajeándose las manos. Se oía la música, el olor a sándalo lo inundaba todo. Seguí llevando la dirección: rodee sus dedos, los entremezclé con los míos, acaricie sus muñecas, sentí como se estremecía, como apretaba mis manos. Nuestras mentes empezaron a sintonizar. Abrí de nuevo los ojos y comprobé que tal sensación era generalizada. El resto sentía como nosotros. No sabía, en cada pareja, quien era el director escénico, pero, sin lugar a dudas, uno de los dos lo era.
Poneros de pie, continuad el conocimiento a través de los brazos, mantened los ojos cerrados, sentid vuestras extremidades, rozarlas, ascender por ellas
Mis manos se deslizaron por sus brazos. Estaban calientes, dejaban que, con la punta de las uñas, los fuera acariciando. Note sus manos aferradas a los míos. Mis dedos entraron por el hueco de la manga hasta llegar al sobaco. Estaba húmedo. Levanto los brazos y me dejo hacer. Llegue al hombro, lo rodee. Llevaba una blusa de manga corta. Extraje mis manos que bajaron hasta encontrarse con las suyas. Al llegar me las apretó.
Conoceos la cara, los labios, las orejas, la nariz, la boca, los ojos, el pelo. Recorred con vuestros dedos cada parte de su cara, lentamente, con mimo. Dar libertad a vuestras manos, continuad. Unificad, en un único movimiento, las manos, los brazos, la cara. Continuad. Seguid...
De nuevo sonó la música. Mis manos acariciaron su cara, contornearon su boca, sentí el frescor de la saliva sobre los labios. Moví mis dedos por sus orejas, recorrí sus lóbulos. Ella tenía las manos en mi cara y duplicaba mis movimientos, exploraba mis ojos, las aperturas de mi nariz, la raíz del pelo. Mis manos volvieron a entrar por los huecos de las mangas para reencontrarse con la carne caliente de su cuerpo. Apenas si nos movíamos. Abrí los ojos y vi como el resto de las parejas permanecían absortas acariciándose. Vi como Marta mandaba, como Mirella dominaba. Eran las mujeres quienes se aventuraban a explorar la sensibilidad de los hombres.
Conoceos el cuello, la barbilla, los hombros, sentid sus músculos, sus huesos, su piel, su calor.
Mis manos bajaron por el cuello, tropezaron con la blusa, dudaron. Ascendieron hacia la garganta, la acariciaron. Volvieron a descender, soltaron los primeros botones de la blusa, se desplazaron sobre su sujetador, lo bordearon, descansaron en la zona que cubría los pezones. No se movía, no protestaba. Sus manos habían abierto mi camisa y me acariciaban el pecho. Seguí aventurándome. Recorrí la estela del sujetador, caí de nuevo sobre sus sobacos, ascendí hasta los labios, los abrí buscando en su interior una lengua ansiosa de placer.
Conoced vuestro torso, el pecho, las costillas, notad su calor, sentid vuestras dorsales, la unión del pecho con los brazos. Unificad la cabeza, el pecho, los brazos. Identificaos con vuestra pareja, entrar en su cuerpo, notad su corazón, sus latidos, sus palpitaciones. Continuad... .
Ayudadas por la voz mis manos descendieron soltando, a su paso, todos los botones. La blusa quedo abierta. Mis dedos recorrieron su estómago, su espalda. Estaba inmersa en el juego. Sentí que me despojaba por completo de la camisa, que sus dedos recorrían mi cuerpo. La notaba relajada y tranquila. Me pellizcaba las tetillas, ensortijaba mi pelo. Me atreví a más. Introduje los dedos entre el sujetador y la carne. Sentí sus pezones endurecidos, sus manos aferradas a mis hombros. Lentamente, embriagado por la música, busque el broche y lo abrí. Cayo sobre su pecho. Estaba perplejo. Sonia aceptaba que la fuera desnudando, que la acariciara en presencia de sus amigos. Estábamos haciendo lo que siempre soñamos. Abrí los ojos y el espectáculo que vi me hizo comprender su actitud. Marta tenía el niqui arrollado en la cintura mientras José Enrique, sin camisa, le acariciaba los senos. Vi sus grandes tetas blancas, sus pezones rosados, su cara de placer. Mirella, al otro extremo de la habitación, exhibía orgullosa sus hermosos atributos morenos, duros y turgentes, cubiertos por las manos de Gerardo que, tan pronto aprisionaba sus pezones, como recorrían el canalillo de separación entre ambos. Todos, menos yo, mantenían los ojos cerrados, pero todos, al igual que yo, los habían abierto en algún momento. No sabía quien fue el primero en romper el fuego, pero estaba roto. Desprendí por completo el sujetador de Sonia y acaricie sus pechos. Bajo los brazos y dejo que mis dedos disfrutaran con el tacto de su piel. Era un ángel de placer que admitía todo, y que, en su fuero interno, pedía más. Todos estábamos medio vestidos y todos nos dedicábamos a dar satisfacción física a nuestra correspondiente pareja.
Acercaos, unid vuestros pechos, sentid los huesos de la columna, las vértebras, recorrerlas desde la nuca hasta el coxis, friccionarlas. Separaos, conjugad el conocimiento total del cuerpo, del pecho, de la espalda, del cuello, de la cara. Abarcarlo todo, sentid cada poro, cada músculo, cada una de sus partes. Continuad...
La música sustituyo a la voz. Sonia y yo nos abrazamos. Acaricie su espalda, sentí su mejilla, sus labios. Gozamos haciendo realidad en nuestros cuerpos una fantasía querida. Abrí los ojos. La boca de José Enrique se recreaba con los pezones de Marta, chupándolos, absorbiéndolos, mordisqueándolos. Gerardo y Mirella eran un solo bloque en el que era imposible saber donde terminaba la boca del uno y empezaba la del otro. Baje la cabeza. Mi lengua recorrió su cuello, sus pechos. Ella acariciaba mi cabeza, perdía sus dedos en mi pelo, evitaba que mi boca dejara de excitarla.
Conoced vuestro estómago, el nacimiento de las piernas, notad la redondez de las nalgas, abarcarlas. Conjugad el conocimiento del pecho con el de la espalda, sentid vuestros glúteos, sus formas, sus pliegues. Continuad... .
De nuevo la música. Entorne los ojos. Marta se desprendía del niqui y de la falda quedándose en braguitas. Gerardo hacía lo mismo con Mirella mientras esta le despojaba de sus pantalones. Sonia desabrocho mi cinturón, bajo mi bragueta. Sentí su mano bajo mis calzoncillos. Solté los botones de su falda. Cayo. Empecé a acariciarle la cintura, la barriguita, rodee su ombligo, el inicio de su vello púbico. Note su mano aprisionando mis testículos.
Conoced vuestras piernas, las rodillas, los gemelos. Conjugad la pierna como un todo uno, sentid la suavidad de la entrepierna, el inicio del estómago, la dureza de los músculos. Subid por ellas, bajad por su interior, por el exterior. Continuad... .
Nuestras manos actuaron al unísono. Ella bajo mis calzoncillos y yo sus bragas. Fruncí la mirada y comprobé que las tres parejas estábamos completamente desnudas. Marta y José Enrique tumbados en el sofá, Gerardo y Mirella abrazados, Sonia ante mi. Descanse mis manos en sus pechos y mediante un descenso lento y prolongado llegue hasta su sexo. Estaba húmedo, muy húmedo. Lo acaricie, sentí su mano en mi pene y sus labios en los míos. La volteé y apoyando su espalda en mi pecho le fui activando sus puntos eróticos. Endurecí sus pezones, roce su clítoris, introduje mis dedos en su vagina, los llevé, luego, hasta su boca, regresaron de nuevo a su sexo. Ella seguía friccionando mi pene. Continué masturbándola hasta que una sacudida y un "Si..,si..,si..."me indicaron que se había corrido. La abrace. José Enrique seguía acostado. A su lado Marta se recreaba con su sexo, duro, empalmado. Su boca se volcaba en él perdiéndolo en la profundidad de su garganta. Sus manos jugueteaban con sus testículos y sus dedos se deslizaban en la negra hendidura de su ano. Mirella, inclinada sobre un sillón ofrecía su sexo para que Gerardo la penetrara desde detrás apoyando sus manos en sus prodigiosos senos. Todo, absolutamente todo, en un silencio solo roto por la música y el lento ascender del humo de sándalo. Gire a Sonia sobre sus talones y la bese. Su lengua, con infinita lentitud, fue recorriendo mi cuerpo hasta cebarse en mi pene. Lo chupo, lo ensalivó, lo engrandeció. Me abalance sobre ella y caímos al suelo. Busque su vagina. Estaba húmeda, caliente. Abrimos los ojos, nos miramos. Una sonrisa de complicidad iluminó su rostro al ver como, a nuestro alrededor, todos hacían el amor, todos gozaban.
Acercaos, bajad vuestras manos desde la espalda a los talones, sentid vuestro cuerpo, sois un todo uno, unid vuestras carnes, vuestros pechos. Haced que se conozcan, que se entiendan. Unid vuestras energías. Continuad... .
De nuevo la música. Tenía a Sonia entre mis brazos, la besaba, acariciaba su culito. Marta, junto a José Enrique, lamía su sexo dormido. Mirella y Gerardo seguían abrazados. Nadie se movía, solo la música y la luna tenían entidad propia en el salón.
Iniciar el final, recorred todo el cuerpo extrayendo su energía. Las piernas, la cintura, el pecho, el cuello, la cara, los brazos, los dedos. Separaos, las manos juntas, respirad profundamente, concentraos, mantened los ojos cerrados. Continuad... .
Lentamente fuimos vistiéndonos. El revoltijo de prendas termino correctamente dispuesto sobre las parejas. Las tres manteníamos las manos unidas.
La sesión ha terminado, abrid los ojos, encended una luz suave. Estáis muy relajados, felices, todo ha sido un sueño del mas allá, un vivir en el reino de la mente, del cuerpo, del tacto, del espíritu. Descansad.
"Una copa" dijo alguien."Ha estado muy bien” apuntilló José Enrique."Habrá que repetirlo","Quien trajo el cassette" pregunto tímidamente Marta. "Yo quiero una copia" pidió Mirella. La relajación era total. Los cuerpos se desmadejaban por el salón y el sueño empezaba hacer mella en nuestras mentes. "Hay que irse" dijo Gerardo, y en un abrir y cerrar de ojos los cuatro desaparecieron
Sonia y yo nos abrazamos, nos besamos como locos. Fuimos a la cama. Queríamos poseernos, penetrarnos introducirnos el uno en el otro. Nuestro grado de excitación era máximo. La sesión nos había sensibilizado la mente y nuestros cuerpos eran volcanes de lujuria. Estaba sobre ella. Mi pene se perdía en su vagina y mis dedos acariciaban su boca, sus pechos, su clítoris. "Te he masturbado en público" susurraba, "He tenido tu pene en mi boca, he introducido mis dedos en tu culito. Me has acariciado, has chupado mis pechos, he sentido tus dedos en mi clítoris, me he mojado, he gozado y, todo ello, ante mis amigos". "Yo te he masturbado", le decía, "He sentido tus orgasmos, he pasado mi lengua por tu sexo, he besado tu boca, te he acariciado. Tú has jugado con mi pene, lo has endurecido,...".Los dos hablábamos de nuestras experiencias mientras el semen volvía a agolparse en mí y su vagina se inundaba de flujo. Nuestro orgasmo fue violentísimo. La cama se movió durante mucho tiempo y al final ambos caímos rendidos, juntos, abrazados.
Creo que esa noche no soñamos. La sesión de relajación había dejado nuestros cuerpos deshechos y felices. Habíamos participado en un juego de salón para mayores con palabras de niños, un juego que todos recordaríamos siempre y que jamás contaríamos a nadie.
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