domingo, 14 de agosto de 2011

QUE NEGRA ERA LA PLAYA

Los ecologistas, como los gorriones o las moscas, son seres distribuidos uniformemente por el planeta con ideas muy parecidas, aunque no iguales, sobre lo que se entiende por delito ecológico, contaminación o cualquier aspecto relacionado con el entorno natural. Por ello, para un ecologista africano es malo acabar con los elefantes, y en cambio, para el vulgar habitante de Zaire, es una tragedia que una estampida de esos animales arruine sus cosechas e inutilice, durante años, sus terrenos agrícolas. De igual forma, para uno costarricense la contaminación de las playas esta condicionada por la mayor o menor acumulación, en ellas, de residuos forestales, mientras que para uno asturiano, tal hecho no supone un problema y si la cantidad de polvo de carbón que, por un inadecuado tratamiento de los vertidos mineros, se envía a los ríos y estos lo terminan depositando en el mar. La problemática es aquí estética y se centran, exclusivamente, en la coloración negruzca de las playas que circundan los estuarios de los ríos mineros, en donde se entremezclan la arena blanca silícea con los finos negros del carbón.
Mi primer contacto con la playa del Bayon, máxima representación de esta problemática, no detecto el hecho y si la labor de limpieza superficial que las cuadrillas municipales realizaban. Estaba claro que la mala educación es patrimonio universal y que, al igual que en mi país, en las playas asturianas también se arrojan botellas, papeles, envoltorios y latas que son necesarias eliminar pues la naturaleza no esta capacitada para ello. Era un jueves por la mañana y los casi 5 Km. de costa aparecían cubiertos por una bruma baja que impedía apreciar su verdadera dimensión. El tiempo no acompañaba al baño y tras acomodarnos en el extremo mas oriental iniciamos un paseo por la orilla. Pescadores, alguna pareja como nosotros, dos o tres matrimonios con niños y poco mas sobre aquella acumulación de arena. Al regreso, en el macizo rocoso que cerraba la última cala, un letrero, rotulado en grandes caracteres blancos, anunciaba: "PLAYA NUDISTA". Por azar habíamos situado allí nuestros enseres pero, por desgracia, los únicos posibles nudistas, en aquellos instantes, éramos nosotros. Nos tumbamos a la espera de que algún rayo de sol se filtrara entre la masa nubosa y nos adormilamos. Estábamos, como tantas veces en mi país, solos en una playa. La diferencia radicaba en que allí teníamos la total seguridad de que nadie aparecería pues el hecho de estar desnudos estaba terminantemente prohibido. Aquí, al contrario, se aceptaba, por lo que no sería improbable que, de repente, alguien nos acompañase.
Nuestros cuerpos, como viejos conocidos, empezaron a investigarse. Sentí unos dedos que acariciaban mis pezones, descendían por mi cintura y finalmente reposaban en el clítoris. Note el crecimiento lento y continuo de su sexo, su erección maravillosa. Me volqué sobre él y lo aprecie vivo, caliente en mi boca. Veía la playa, el morir de las olas, los pescadores, una pareja que se acercaba. Cesaron las caricias. Quedamos tendidos .Los paseantes llegaron a nuestro lado, nos contemplaron desnudos y se alejaron. Otra vez mi boca succionó su pene, lo engrandeció y sin apenas esfuerzo lo introduje en mi vagina. Fue un acto lento, placentero, casi estético. Montada sobre él observe el mar, el andar cadencioso de la pareja que momentos antes paso por nuestro lado. Sentí en mi interior a José Luis, cada vez mas excitado, y ese conjunto de acciones mezclaron en la vagina su semen y mi flujo. Grite de placer y mis voces rebotaron contra el murmullo de las olas. La paz del ambiente y la relajación del amor nos adormilaron. Al despertarnos el sol abría grandes estelas luminosas sobre el cúmulo de nubes y la playa continuaba desierta. Prometimos volver.

Pasaron días, tal vez semanas, hasta que el sol confirmo, con su presencia, la llegada del verano. Una tarde, a la salida del trabajo, José Luis se empeño en regresar a la vieja playa negra. No estaba vacía. A medida que avanzábamos hacia la calita donde hicimos el amor, los bañistas iban perdiendo su vestuario, al final, la proporción de desnudos era total. Había, no obstante, mujeres en mono bikini o en traje de baño convencional, pero esta mezcla no parecía importarle a nadie. Nos situamos en el centro, extendimos las toallas y, en un alarde de delicadeza por su parte, me pregunto:"Quieres quitarte el bañador". Mi respuesta fue la acción inmediata de despojarme de tal prenda.
Me encontraba desnuda y rodeada de gente. En mi interior había acariciado muchas veces el vivir una experiencia como esta. Es verdad que por diferentes razones el desnudo, mi desnudo, no me preocupaba, que lo había lucido ante hombres y mujeres, pero siempre en grupos de amigos, en fiestas íntimas, animada por el alcohol, las drogas o la situación, pero tal como estaba ahora, en una playa rodeada de gente desconocida, nunca lo había hecho. Tumbada en la arena contemplaba a quienes, sin ningún pudor, paseaban, se bañaban o jugaban a la pelota.
"Caminemos", dijo José Luis. Nos levantamos y fuimos hacia el mar. Cubrió con su brazo mis hombros y mi mano se apoyo en sus nalgas. Llegamos a la orilla, nos mojamos los pies, seguimos las olas en su lenta agonía. Estaba feliz, libre, desnuda. Pensé en mis padres, en mis hermanas, en mis amigos. Cuantos de ellos harían lo mismo. Cuantos gozarían así con el sol sobre su piel. Había nudistas de todas las edades, de todas las formas y de todos los tamaños. Nadie se preocupaba de nadie, parecía que el pecado de la carne había desaparecido.
Regresamos a nuestro lugar. Observe mi entorno: un matrimonio con niños, un par de viejecitos, un grupo de chicos y chicas, dos gays. "Como disfrutaría Manguita con tanto pene suelto", pensé acordándome de mi querido amigo homosexual. De bruces en el suelo note como José Luis extendía, en mi espada, crema antisolar. Sus manos se desplazaban sobre los hombros, los brazos, la cintura, los glúteos. Abrí las piernas para favorecer la distribución, agradecí aquellos dedos que rozaban mi culito, deteniéndose en el ano, que bajaban, mas tarde, hasta mi sexo. Me relaje y permití que siguieran. Ante quienes nos rodeaban, que podían o no, fijarse en lo que José Luis hacia, el prosiguió su tarea. Sus dedos se olvidaron de todo y se centraron en mí. Sentí como hurgaban en mi culo, en mi vagina, en mi clítoris. El placer que me proporcionaban era enorme. Con los ojos abiertos notaba como me friccionaba el ano, lo circundaba, lo recorría de arriba a bajo. De repente hundió en él un dedo por completo. Fui penetrada desde atrás y mi vagina se empapo. Supe que otro se perdía en ella y que ambos iniciaban un ligero vaivén que termino por producirme un mudo y agradable orgasmo. "Rico" dijo recostándose a mi lado.
Pasamos tres horas envidiables. Roto el primer instante de turbación el resto: pasear desnudos, sentir la brisa del mar, revolcarse en la arena negra, eran sensaciones maravillosas.
En el coche, aparcado junto a varias decenas de vehículos, nos sacudimos la arena y nos cambiamos de ropa. Estábamos ardiendo. El sol, las nuevas experiencias, el ambiente hacían bullir nuestra sangre. José Luis se inclino sobre mi, me libero los pechos, los beso, lleno con su lengua mi boca, hundió sus dedos en mi vagina. Nada parecía importarnos, ni el hecho de tener abiertas las puertas, ni la gente que, como nosotros abandonaba la playa, ni la circulación de automóviles. "Vámonos" dije. Salimos por un camino de montaña y en la primera bifurcación volvió a detenerse. Fui sobre su pene. Lo avive, lo agrande, me lo engullí por completo. "No, aquí no", protesto débilmente. El sitio no era el adecuado pero yo estaba como una posesa. "Mastúrbate" me dijo, "Mastúrbate para mi". No me lo hice repetir. Me despoje del pantaloncillo, me abrí la blusa y empecé a acariciarme el clítoris, los senos, primero, con suavidad, luego, violentamente. Para sus ojos introduje mis los dedos en la vagina, los moví, contemple como un agricultor nos miraba atónito, y como un par de ciclistas nos sobrepasaban sin detenerse. Me sentía en el cielo. Me corrí chillando de placer, sintiéndome observada, querida y deseada. Volví a degustar su sexo y manteniéndolo constantemente en la mano, regresamos a Oviedo.
El agua de la ducha elimino la sal y la arena de nuestra piel, nos hidratamos y fuimos a encerrarnos en la sauna, creímos que un poco de calor seco nos beneficiaria. Esta claro que tanto a él como a mi el desnudo nos provoca. Cuando el sudor empezó a brotar, nuestros cuerpos, como imanes, se atrajeron. Sentí como recorría mi pecho, mi cintura, como yo acariciaba su barriguita, sus testículos. Hacia mucho calor. Salimos, nos duchamos y quedamos descansando sobre la mesa de masajes. Me tumbé al tiempo que él empezaba a acariciarme. Sus dedos descendieron desde mí frente a mis pies, circundaron mis ojos, contornearon mis labios, rozaron mis pezones, hurgaron con delicadeza en mi ombligo, juguetearon con mi pelo púbico, despertaron mi clítoris, sorprendieron mi vagina. Luego los labios sustituyeron a las manos. Note como su lengua hacia el mismo recorrido. El calor y la confortable sensación de ser acariciada activaron mis jugos vaginales. Cuando la lengua alcanzo ese punto su saliva y mi flujo se fundieron. Me senté, abrí las piernas y él, de pie como estaba, introdujo su pene en mi interior. Nos veíamos reflejados en el espejo y gozábamos viendo entrar y salir su sexo de mis entrañas. "Aquí me masturbo pensando en ti" dijo José Luis presa de una gran excitación. Sus palabras encendieron mi mente. Quería verle masturbarse, contemplar como surgía el semen de su interior. "Mastúrbate, dije, quiero verte". Se recostó, cerro la mano sobre su pene e inicio un rápido movimiento de subidas y bajadas. Cada poco tiempo mi boca ensalivaba su miembro lubrificándolo, sensibilizándolo al máximo. Estaba acostado con los ojos fijos en mis pechos. Le pedí que se penetrara por detrás y hundió su dedo en su culito. Una sacudida de placer convulsionó su cuerpo. Estaba a punto de correrse. Pase mi lengua por su pene, sentí el ritmo frenético de su mano y le oí murmurar:" Ya, ya..., ya.". Broto un chorro de semen blanco y caliente al tiempo que mi boca se inclinaba sobre él para beberlo, para absorber y saborear el gusto de su sexo, para gozar, para culminar su masturbación en mi cuerpo.
Volvimos a la ducha. El agua termino de eliminar los últimos vestigios de arena negra, los últimos recuerdos de aquella playa nudista que habíamos considerado como propia y que nos había empujado hacia el amor, hacia el placer y hacia el sexo. Recordé a la gente paseando por la orilla, pensé en lo que me gustaría volver allí otro año con amigos, con amigas, con gente que supieran apreciar la belleza del desnudo, que se olvidasen del pudor y mostraran a la naturaleza las bondades de su ser. Sin quererlo compare aquella playa nudista con el extraño mundo de la ecología. Sus adictos, al contrario que estos, no utilizaban a la naturaleza, la amaban, la comprendía, sabían que no era perfecta pero tampoco sus cuerpos lo eran y sin embargo los disfrutaban, los mostraban y nada ni nadie les importaba. La playa negra, la vilipendiada playa negra estaba cubierta de hombres y mujeres a los que el sol había hermanado con un bronceado estético y total.

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