martes, 26 de julio de 2011

UN BAÑO NOCTURNO

Por muy observador que se sea, por mucho que se crean conocer las reacciones de quienes nos rodean, siempre vivimos inmersos en un mundo de sorpresas, en un planeta móvil y cambiante que presenta, ante nuestros ojos, un universo en constate evolución. Los lugares se transforman con el paso de los días, las situaciones varían en segundos, condicionadas por el tiempo, el lugar o el clima y las personas, oh¡ las personas, estas no solo cambian sino que son impredecibles, mutantes, imposibles de entender.
Cuando vi por primera vez a Mariquita me pareció una mujer, mejor dicho, una jovencita callada, recatada en exceso, poco maliciosa, inserta en una problemática, para ella difícil y para mi desconocida. Hablaba con moderación, bebía pausadamente, sonreía con un rictus impersonal y lejano. Era un ser que no quería reflejar su interior, alguien que sabía mucho mas de mi que yo de ella. Era la amiga predilecta de Sonia, su confidente, su compañera de estudios. Fue un encuentro corto. “Nos veremos en La Fortuna " dijo al despedirse. Creo que en su fuero interno estaba convencida de que no iríamos, que tendríamos tanto que hacer que nos olvidaríamos del cantón de San Carlos y que su ofrecimiento se pospondría hasta mi próximo viaje, sin que por ello se enfriara su amistad o se resintiera su orgullo.
Se confundió. Pese a una leve oposición por mi parte, que recordaba La Fortuna como un lugar de paso en el que había que hacer extrañas maniobras para entrar y para salir, que casi siempre estaba cubierto de nieblas y que se extendía a escasos kilómetros del volcán Arenal, el 27 de Diciembre salimos hacía allí con la ilusión de pasar parte de la semana que va desde Navidad a Fin de Año. Siguiendo sus consejos alteramos el trayecto Naranjo-San Carlos-La Fortuna, por otro, en su opinión mas rápido y de mejor carretera, que discurría por San Ramón-Tigre y Piedras Blancas. Hasta San Ramón circulamos por la Panamericana, contemplando el verdor y la uniformidad de los extensos cafetales de la provincia de Grecia y los incipientes penachos floridos de las plantaciones de caña. Desde allí la carretera perdió anchura y de adentro en las estribaciones mas boscosas de la Meseta Central. Viajábamos sin prisa.
Como por encanto, una nube de algodón surgió de la profundidad del valle y el recorrido se convirtió en un viaje fantasmagórico. Había que sortear baches, adivinar el sentido de las curvas y evitar posibles colisiones, no ya con otros vehículos, apenas existentes, sino contra grupos de vacas que, sin previo aviso, surgían y desaparecían entre la niebla en busca de mejores pastos. Sonia redujo la velocidad y se dedicó circunvalar, a ritmo lento, los eventuales obstáculos que el azar pudiera interponer en nuestro camino.
En silencio disfrutábamos con aquel paisaje de bosque encantado, con la visión fugaz de los lugareños asentados en las márgenes de la carretera, con la lluvia suave que empañaba los cristales. Sonia movía el volante con una mano y con la otra me acariciaba la rodilla. Pese a la inclemencia climática exterior, vestíamos como para ir a la playa. Yo, con pantalón corto y camisa, ella con un suéter rojo de tirantes, que dejaba entrever parte de sus pechos, resaltando, de paso, sus pezones endurecidos por el frío y una lycra azul que se ceñía a sus muslos y a su culito, como un guante. Sabía que por debajo no llevaba nada y eso, como siempre, me excitaba. Su mano ascendió por mi pierna y sus dedos se perdieron bajo el pantalón atrapando mi sexo dormido. Lentamente fue creciendo hasta rebasar los límites del tejido que lo cubría. Sonia conducía y acariciaba mi pene, mis testículos. Sentí en ellos sus uñas, la presión de su palma. Íbamos muy despacio. Solté su cinturón de seguridad y hundí mi mano bajo su lycra. Su sexo rebosaba humedad. Ambos nos estábamos masturbando envueltos en una intimidad blanca, brumosa, excitante. Jugueteé con su clítoris, introduje mis dedos en su vagina, la oí susurrar, gritar de placer. Abandono, momentáneamente, mi sexo y se levanto el suéter hasta el cuello dejando libres sus pechos para mi deleite y para el de quienes cruzasen a nuestro lado y tuvieran la suerte de dirigir su mirada hacia el coche. Ella se acariciaba las tetas y yo le friccionaba el sexo. Grito al sentir una serie de orgasmos continuados y al contemplar, con placer, que algunos de quienes se cruzaban con nosotros, se extasiaban ante la contemplación de sus pechos desnudos. Luego se centró en mí y humedeciendo mi pene con parte de sus jugos vaginales hizo que de él surgiera un chorro de semen que restregó sobre mis piernas. Olíamos a sexo, a lujuria. Nos tranquilizamos y continuamos entre brumas, bajo una llovizna fina e insistente, hacia La Fortuna, lugar último de nuestro recorrido
“Deberíamos lavarnos ", dijo, "Olemos mucho”. No lo hicimos y así llegamos a casa de Mariquita. No nos esperaba y alguien de su familia fue a buscarla. Daba la impresión de no saber que hacer con nosotros. "¿Queréis ir al lago?, ¿A montar a caballo?, ¿A bañaros a las termas?”.Eran ideas sin concretar, opiniones dadas para que fuéramos nosotros quienes eligiéramos. " Hay mucho tiempo " dijo Sonia," Iremos a todos los sitios”.
Cruzamos el lago, bajo una pertinaz lluvia tropical, en dos lentos pedalones, recorrimos a caballo un bosque primario, fuimos por caminos de montaña, observamos el cielo gris tapizado por los árboles, hicimos fotos, nos mojamos, nos ensuciamos de barro. Al final uno de los caballos se negó a seguir y Mariquita terminó la excursión medio andando y medio a la grupa del caballo de Sonia.
Estaba oscureciendo. Mariquita propuso ir a las termas de Tabacón. La primera, la mejor y la más espaciosa, estaba abarrotada de gente. " Vámonos, dije, aquí no hay quien se quede."." No, respondió nuestra anfitriona, al lado hay otra mas rústica y menos concurrida.". En aquellos momentos la noche había caído por completo y la lluvia no era el típico "pelo de gato" costarricense sino un violento aguacero. Descendimos hacia un rellano del río y en un barracón cochambroso, húmedo y resbaladizo nos cambiamos de ropa.
El ambiente tenía una connotación extraña. Notaba la lluvia sobre mi espalda , el frío de la noche, los vapores del agua termal, el tapiz verde y brillante del césped, el brillo opaco de los focos de iluminación.. Dejamos la ropa a la intemperie y nos introducimos en el agua. Sentí el calor del termalismo y en el me guarecí. La enorme pradera de la margen derecha reflejaba el parpadeo lejano de los reflectores. Sobre el agua, quieta y humeante, se veían o imaginaban cabezas de bañistas que, como nosotros, se deleitaban con el baño cálido proveniente de las entrañas de la tierra. Grupos de personas se distribuían inmóviles sobre una extensión de unos 20 metros cuadrados siendo imposible distinguir el color, la forma y la naturaleza de los mismos. Sonia y Mariquita hablaban, yo contemplaba ensimismado la escena: el río humeante, el deambular borroso de la gente sobre el césped, cabezas humanas, como piedras móviles, emergiendo del agua, el chapoteó constante de una cascada, la lluvia atravesada por la luz de los reflectores.

“Acércate, dijo Sonia." y arrastrando mi cuerpo sobre el fondo me reuní con ellas. Vi sus caras sudorosas, su pelo mojado sobre el rostro, sus ojos brillantes, pequeñas gotas de agua deslizándose por los pómulos, cayendo por la nariz. "Esto es buenísimo para la piel, dijo Mariquita, y además dicen que excita la libido." .No estaba de acuerdo. En mi opinión no era el agua caliente la causa de la excitación, era la noche, el frescor del campo, las luces lejanas y perdidas, la sensación viva de soledad compartida. Eran hechos aislados que amalgamados ayudaban a la desinhibición, creando a la vez un ambiente único para la confidencias, para lo prohibido. Nos desplazamos a la zona de la cascada y allí, al arrullo del agua, volvimos hablar del aislamiento, del hecho de estar solos y rodeados de gente. Podríamos hacer lo que quisiéramos sin que nadie se enojara, enfadara o nos criticara. Por delante una pareja se fundía en un interminable abrazo, a nuestra espalda un par de homosexuales aprovechaban el calor y la quietud de la noche para el desahogo de sus instintos. Por una de esas conexiones astrales que unen las mentes, en aquel momento todos pensamos en lo mismo: desnudarnos. Fue Sonia quien en un desesperado intento de alcanzarlo empezó hablar de las playas nudistas españolas, del goce de sentir el sol sobre la piel, de andar desnudos entre la gente. Tuve la intención de despojarme de mi bañador y vi, en los ojos de Sonia y Mariquita, el mismo deseo, pero, por alguna extraña razón, nadie lo hizo. Nos mantuvimos aun un rato en el agua, hablamos del placer, del deseo de lo prohibido, pero el momento mágico de vivir un desnudo compartido en las aguas termales de Tabacón, había pasado.
Salimos. Íbamos calientes y la lluvia arreciaba sobre nuestras cabezas. Sonia, indiferente hacia los grupos que nos rodeaban, dijo: "Cambiémonos aquí, es mas rápido.". Fue ella la primera que se despojó de la parte superior del bañador, la primera que dejo al aire sus pechos, la que mientras se secaba, comentaba en inglés, con un turista, la agradable temperatura del agua. Yo quería ver la reacción de Mariquita. Pensé que su pudor, su aparente apocamiento, le impediría desnudarse. No fue así. Con una torpe rapidez de movimientos se bajo el bañador. Sus pechitos, sus pezones contraídos por el frío, quedaron ante mis ojos. Fue una visión fugaz, casi soñada. Me quite el mío y, en apenas segundos, me vestí. Sonia totalmente desnuda intentaba enfundarse en la lycra. Sus negros pezones bailaban, sin pudor, ante la atenta mirada de un curioso lejano.
Mariquita, mas recatada, dudaba si quitarse, o no, del todo. Al final lo hizo y una mata de pelo púbico surgió, negro y potente, entre sus piernas. Con la incapacidad que produce la necesidad de cubrirse y vestirse a la vez, hizo mil operaciones encaminadas a evitar la mirada del curioso, mostrándome a mi, en contra, todo el esplendor de su cuerpo.
Vestidos, mojados y nerviosos salimos de las termas hacia La Fortuna. De nuevo la charla oculto el conjunto de sentimientos que nos embargaban. Sonia y yo llegamos a nuestra cabaña y sin pasar por la ducha caímos abrazados en la cama. Fue un acto de amor violento, deseado, querido. Nos duchamos y, como tantas otras veces y en otros tantos lugares, nos pusimos dos copas. Estábamos solos, desnudos, tranquilos, felices.
Allí empecé a saber más de Mariquita, de sus luchas familiares, de sus crisis, de sus estudios. Supe de su amistad con Sonia, de su mutua ayuda y comprensión. Supe de su ofrecimiento a llevar una de nuestras fotos de desnudos para que la imprimieran en unas camisetas. Supe que conocía la existencia del albun con nuestros más eróticos recuerdos, de la serie de escritos sobre nuestras fantasías. Tuve la impresión de que pronto vería las fotos y leería los relatos.
Fue curioso, cuando la vi por primera vez pensé que reaccionaria de forma diferente y ahora estaba convencido de lo contrario. Si Sonia, en un momento dado de la noche, hubiera propuesto el bañarnos desnudos, ella habría dicho que si. Que si algún día le quería enseñar las fotos o los cuentos, ella estaría encantada con verlas y leerlos y que si, con los meses, le proponía ir a una playa nudista, no mostraría ninguna extrañeza. Fue algo que aquella noche intuí y de lo que ahora tengo la más absoluta certeza.
Salimos a cenar. Nos esperaba con su primo y una amiga de este, en uno de los múltiples restaurantes de La Fortuna. Adriana era su antítesis. Grande, habladora, con enormes pechos. Nos contó su vida, su trabajo, sus ilusiones. Se reía, bebía, comía. Me desconcentré. Eran opuestas. La locuacidad de una se contraponía al silencio de la otra. Lo aparentemente frívolo y mundano de Adriana chocaba frontalmente con el recato y el pudor de Mariquita; sin embargo en mi aun flotaba su figura descompuesta intentando taparse el culito mientras dejaba al descubierto sus pechos, aun recordaba sus ideas sobre la sexualidad y sobre todo el brillo de sus ojos cuando Sonia hablaba de las playas nudistas. Fue, como dije, un momento perdido. Aquel baño nocturno había traído a nuestras mentes la idea de lo prohibido, el deseo de desnudarnos sabiéndonos rodeados de gente aun teniendo la certeza de que nadie, ni nosotros mismos, vería nuestros cuerpos. Los tres, Mariquita, Sonia y yo, tuvimos el mismo deseo, y los tres lo reprimimos.
Tal vez nunca vuelva a surgir una noche mágica como aquella en la que se conjugaron la lluvia, el vapor, la luz y la escasez de gente; tal vez nunca volvamos a vivir un momento similar, pero si lo viviéramos, si otra vez nos recreásemos en un baño nocturno como el de aquel día, los tres nos despojaríamos de nuestros bañadores y gozaríamos desnudos del calor de las agua. Mas aun, tras haber leído estas impresiones transcritas, casi literalmente, de lo que entonces decían nuestras mentes y que, por desgracia, nuestros cuerpos fueron incapaces de realizar.

viernes, 15 de julio de 2011

MARENCO: EL ERROR DE UNA ELECCION

El turismo es mi debilidad, mejor dicho, nuestra debilidad. A lo largo de los últimos años hemos recorrido el País en busca de sol, lujo, calor, mar o montaña; hemos descubierto parajes insólitos, playas inhabitadas o bosques primarios apenas si transitados por los propios lugareños; hemos vivido en albergues, cabinas u hoteles, pero siempre, o casi siempre, hemos compaginado lo placentero con lo erótico, lo normal con lo provocativo, lo abúlico con la excitación que produce el intentar forzar las normas de esta sociedad decadente y permisiva.
Sonia es una mujer maravillosa. Con el paso de los años nuestras mentes han sincronizado de tal forma que aún sin hablarnos nos compenetramos. Ella sabe lo que me gusta y sin decirlo lo realiza, lo fuerza. A ambos nos agrada lo mismo, sin embargo, es ella, quien pone los ingredientes necesarios para conseguirlo. Nuestros viajes turísticos son, en consecuencia, una mezcla irracional de belleza, erotismo, lujo, provocación, incitación y lujuria, un coctel explosivo que pocas veces falla. En ello influye una adecuada planificación, un estar al día de la evolución hotelera y un estudio detallado de lo que cada lugar puede dar de si. Hay veces, no obstante, que este encaje de bolillos, este castillo de naipes, se desmorona y lo que, en un principio, consideramos excelente, luego le realidad lo convierte el algo vulgar e inadecuado a nuestros gustos.
Marenco era, en opinión de quienes lo conocían, un lugar privilegiado de la naturaleza. Construido sobre el borde Norte del Parque Nacional de Corcovado, volcado hacia el Pacífico e inserto en el extremo de un bosque primario, presentaba todos los ingredientes para poder pasar en él un largo y agradable fin de semana. Sonia solicito la reserva con meses de antelación, preparo el viaje con esmero y ambos imaginamos lo que haríamos en aquel paraje alejado de la civilización, al que solo podía accederse por barca.
La cabina asignada debió ser magnífica en su inauguración, pero tras 10 años de uso, abuso y escaso mantenimiento, tenía ahora un aire destartalado, de total abandono; solo la paradisíaca visión del bosque y el mar, a través de la malla metálica que hacía las veces de cristal, daba al recinto un cierto sabor tropical. Dos camas matrimoniales, una mesa y un servicio sanitario, indigno de un hotel de tal categoría, completaban un cuadro surrealista en el que chocaba la belleza de lo exterior con la pobreza y el mal gusto del interior. Si el viaje, por una carretera descarnada y con múltiples deslizamientos, había sido horroroso, la visión de la cabina no aporto nada a mejorar nuestro estado de ánimo. Hacía calor, sudábamos, estábamos sucios y cansados
La ducha, en otros tiempos cargada de tipismo, consistía en un tubo metálico del que surgía un potente chorro de agua incontrolado. Nos desnudamos, bajo la atenta mirada del paisaje agreste que nos rodeaba, deshicimos la bolsa de viaje y Sonia se metió en el baño. Oí el golpeteo del agua, escuche sus peticiones y sugerencias, la vi aparecer, como siempre, con la toalla arrollada a modo de turbante sobre la cabeza, y así desnudita salio al porche a sentir sobre su piel el aire caliente de la tarde, sabiendo que nadie osaría profanar su intimidad. Entre en la ducha mientras ella seguía recibiendo las caricias del sol, ordenaba la ropa, lucia al mundo su belleza morena. Al yo salir y ella sustituirme para terminar su aseo, me encontré, de repente, con la mirada atenta de dos jovencitos que, desde la puerta, contemplaban absortos todo cuanto allí ocurría. "Quieren algo, dijeron ante mi sorpresa.", "Nada, gracias" respondí, procurando que la toalla anudada a mi cintura no cayera violentamente. "Pueden retirarse". No sabía cuanto tiempo llevaban allí pero estaba seguro que nos habían visto desnudos y que se habían excitado mucho más viéndola a ella que a mí.
Frescos y nerviosos por la inesperada aparición, caímos en la cama. La luz entraba a raudales y nuestros cuerpos se entremezclaron con fuerza. ¡Cuanto tiempo sin hacer el amor, sin gozar de nuestros sentidos! Fue una ceremonia larga, a veces apacible, a veces agresiva. Mis manos buscaban sus pechos, su sexo, su clítoris, su culito. Mis dedos se perdían en su boca, en su vagina. Sus labios se fundían con mi pene. Nos acoplábamos y desacoplábamos contemplados por un cielo azul, por una vegetación exuberante. Nos sentíamos libres, contentos. Por momentos creí ver la sombra de quienes momentos antes vigilaban nuestra puerta. Los imagine contemplar, ahora, como gozábamos, como llevábamos hasta el límite el placer sexual. Explote en su interior y caí rendido a su lado. Siguió su boca en mi sexo queriéndolo reavivar, absorbiendo de él las últimas gotas de semen. Volví a acariciarla. Busque su mano y, junto a la mía, se hundieron en su vagina. Ambas acariciaban, se juntaban, penetraban. Ambas querían conseguir, de nuevo, que su cuerpo vibrara, se inundara. Quedamos rendidos en la cama cuando el sol iniciaba su descenso sobre el horizonte, cuando el cielo cambiaba su tonalidad azul por la rojiza del atardecer.
Fue el momento hermoso preámbulo de una desilusión. En el bar no había hielo, ni tónicas, ni limones ni nada. La cena se servia, obligatoriamente, a las seis y había que alquilar linternas para circular por el recinto hotelero, pues la corriente producida por un generador portátil, se cortaba a las 8, por último las excursiones del próximo día se habían planificado para un grupo de turistas cuyo único deseo era el de no andar, justo lo contrario que nosotros, que anhelábamos hacer un recorrido de 20 kilómetros hasta llegar a Playa Llorona, en pleno corazón de la Península de Osa. Tras discutir con el gerente, explicándole las condiciones del paquete turístico adquirido en San José, negarnos a abonar el impuesto por el uso de las linternas y comer un desabrido plato de arroz con carne, conseguimos que nos adjudicaran un guía
A la luz de una vela, sin hielo, sin limón y medio desnudos nos sentamos en el porche a disfrutar de la quietud de la noche, del ambiente, de nuestro amor. La luna iluminaba el cielo recortando las copas de los árboles y cientos de luciérnagas aparecían y desaparecían intermitentemente. La poca ropa que nos cubría cayo a nuestros pies, sentimos el frescor de la noche, el gusto de lo imprevisto. Oímos el murmullo de las aves, el ruido agudo del bosque animado. Una grata excitación nos envolvió. De nuevo el placer cambiaba los malos presagios anteriores por la incierta aventura del futuro. La cama nos tomo de nuevo y sobre ella nuestros cuerpos volvieron a poseerse. Ninguna entrada era prohibida, ningún deseo insatisfecho. Nos amamos sobre el lecho, de pie en el porche ofreciéndole a la luna nuestros gritos de placer, nuestros sexos vibrantes. Al amparo de ella nos dormimos empapados de semen, de sudor, de deseo.

Consuelo, la guía asignada, tenía 25 años y había ascendido de pinche de cocina a "mesera", para pasar, por último, tras un año de estudios en San José, a guía ecológica. Morena, alta, de pelo negro rizado, sin apenas pecho, era la encargada de los itinerarios largos, y aunque, según nos dijo, hacía más de 40 días que no transitaba por aquella ruta interior no tendría ningún problema en orientarse, en especial en la última parte del camino cubierta por un deslizamiento reciente. Discreta, silenciosa y rápida, no tenía otra preocupación que la posible aparición de manadas de cerdos salvajes que, en su huida descontrolada, pudieran arrollarnos. En mi fuero interno estaba convencido de que no encontraríamos ni cerdos ni dantas ni serpientes ni nada.
Los primeros kilómetros discurrieron por el litoral marino, alternándose suelos de arena y roca en proporciones similares. Luego el camino entro zona de quebradas con constantes subidas y bajadas, ríos de montaña y alternancia de bosques primarios y secundarios. La excursión era preciosa. El cielo azul se filtraba entre las copas de las enormes secuoyas y cientos de plantas arborescentes mostraban gigantescas raíces colgantes. El suelo, típico de la alteración meteórica, lo formaban arcillas rojas muy plásticas y resbaladizas. El calor, en cuanto debíamos afrontar tramos de subida, hacia que nuestras frentes se perlaran de sudor y nuestras camisetas se empaparan por completo. Me caí varias veces, mis manos se llenaros de sangre y espinas y mis pantalones, al igual que mis zapatillas, tomaron el color rojizo del terreno. Dos horas y media después de transitar entre árboles y ríos, de descender, a pelo, sobre el talud suelto del deslizamiento, llegamos a Playa Llorona, una extensión de 17 Km. de arena blanca sobre la que morían infinidad de olas. En su extremo septentrional negras formaciones de rocas volcánicas conformaban una pequeña calita que, a través de un arco natural, daba paso a la gran playa de Corcovado. Por indicación de Consuelo fuimos hacia ella, a disfrutar de una gran caída de agua que, desde la parte alta de la montaña, se precipitaba sobre la playa. Era el punto último de la excursión. Debido a nuestro ritmo de marcha habíamos hecho el trayecto total en la mitad del tiempo normalmente utilizado y teníamos, en consecuencia, toda la mañana para disfrutarla. Dejamos las mochilas a la sombra y nos dirigimos a la cascada
** “Sonia se despojo de la camisa y del pantalón y entro bajo el chorro cristalino. Vi como el agua envolvía su cuerpo, como alzaba los brazos intentando contener su fuerza de caída, como abría y cerraba las manos, como, con total desinhibición, se desprendía de la parte superior de su bañador para que el agua enfriara sus pechos, endureciera sus pezones. Vi como, con igual desparpajo, se despojaba por completo del mismo ofreciendo su cuerpo desnudo al envite del agua. "No te preocupes Consuelo, dijo dirigiéndose a la guía, somos nudistas y no nos importa bañarnos así, ni que nos vean."Consuelo, empapada de sudor, contemplaba incrédula la escena dejando traslucir un rictus de envidia en su mirada. Yo la observaba queriendo adivinar si se desnudaría o no, si, al igual que Sonia, ofrecería su cuerpo desnudo a la cascada. Sonia seguía bajo el agua, espléndida, excitante. "Vamos José Luis, ven". No lo dude. Me desprendí del bañador y entre bajo el chorro. Sentí el agua dulce en mi piel, en mi boca, en mis manos. La note descender por mi pecho, mis piernas, mi sexo. Vi a Consuelo indecisa mirándonos. Supe que seria incapaz de desnudarse, de refrescarse, de eliminar de si el polvo y el sudor del camino. Nos daba lo mismo. Éramos felices. Salimos de la cascada y fuimos hacia el mar. El agua salada del Pacífico nos acogió. Sentí sus pezones en mi pecho, acaricie, bajo el agua, su culito, excite su clítoris, hundí mis dedos en su vagina, note la presión de su mano en mi pene y así continuamos hasta que uno y otro alcanzamos el orgasmo.
Al salir Consuelo había preparado el almuerzo y una vez secos y vestidos la acompañamos a comer. En sus pupilas aun bailaban nuestros cuerpos y en su mente la duda de no haber hecho ella lo mismo.” **
Si todo hubiera sucedido así habría sido magnifico, pero Marenco estaba maldito y el baño en la playa fue simplemente eso, un baño rápido y recatado, sin desnudos, ni provocaciones, ni sexo. Regresamos, pese a todo, contentos y salvo los últimos kilómetros, hechos sobre la rasa litoral inundada por la marea alta, la excursión pudo considerarse como aceptable. Sonia y yo hubiéramos deseado que fuera como la pensamos, como la soñamos, pero no fue posible.
El robo de nuestros billeteros puso la guinda amarga a la jornada. Se creo una situación difícil que nos enfrento al personal del hotel y a los anónimos ladrones acostumbrados a delinquir y a no ser denunciados. El mal trago lo mitigamos con otra noche de placer, de copas nocturnas, ahora ya con hielo, y con la ofrenda repetida de nuestros cuerpos a los dioses de la noche a quienes obsequiamos con nuestro amor sobre el suelo de la terraza, sintiendo en la piel la brisa nocturna y viendo, a nuestro alrededor, el bullir humano de las cabinas del entorno.
Un mal desayuno y el retraso en la salida de la lancha, nos permitió recorrer las calitas arenosas que circundaban la zona de embarque. Estábamos solos y nuestros deseos se hicieron entonces realidad. Paseamos desnudos por la playa, nos fotografiamos, gozamos de nuestros cuerpos, fuimos felices.
"No queremos mas "ticos" en Marenco", dijo el encargado de la cocina, al despedirnos. Efectivamente, haríamos lo posible por que nadie volviera allí. Sin duda el Parque Nacional de Corcovado, tenía un encanto especial, pero aquel hotel, bueno o muy bueno en su tiempo, había sido una completa desilusión, un lunar en nuestro turismo erótico-ecológico, algo a olvidar, o mas bien, algo a superar. Salimos para no volver, pero nos quedo la impronta del regreso, la idea de gozar, algún día, de lo que no pudimos gozar: desayunar gallo pinto con huevos, tomar gin-tónica fríos con limón, bañarnos desnudos en compañía de Consuelo, amarnos a la luz de la luna. Marenco había sido un error, un error elegido con premeditación, un error costoso, un error que debería, a la larga, dar pie a un viaje maravilloso, uno más de los muchos que habíamos hecho y de los muchos que aun nos quedaban por hacer.

domingo, 10 de julio de 2011

PASION TRAS LOS CRISTALES

Es una visión maravillosa, sus cuerpos son un cántico a la sensualidad, al placer, a la vida. A mi derecha, en la cama que hasta hace unos segundos compartíamos, Sonia aparece tumbada boca arriba mostrando sus pechitos menudos, coronados por enormes pezones negros, su piel oscura, su pelo púvico resguardando un sexo caliente y húmedo, sus pies pequeños y cuadrados, su cara risueña. Adriana y Mariquita, en la cama contigua, duermen, como Sonia, desnudas. Adriana, apoyándose sobre su flanco izquierdo, es la expresión de la abundancia de la carne. Pechos exuberantes, caderas anchas, piernas largas, piel aceitunada, brillante. Mariquita, a su lado, muestra una espalda lisa, un culito redondo y respingón, una cintura estrecha y entre sus piernas asoma la vitalidad de su sexo, mas claro, mas en consonancia con su piel rosada. Las contemplo extasiado: dormidas, abandonadas, felices tras una noche de pasión, de amor, de lujuria.
Realmente aquello de " la planificación esta hecha para no cumplirse " podría aplicarse perfectamente a nuestro caso. Hacía apenas 24 horas que salíamos de La Fortuna con la idea de pasar unos días a la orilla del mar y ahora, por una serie de imponderables del destino, volvíamos a ella. La única razón fue la buena voluntad de Mariquita que consiguió, en uno de sus negocios familiares, alojamiento para tres días.
El complejo turístico del Guacamayo lo constituían 8 cabinas adosadas situadas en la parte posterior de la residencia familiar. Si por dentro podían considerarse como aceptables, la vista hacia el exterior moría, a pocos metros, contra una pared blanca e irregular, dando, al pequeño pasillo de acceso, la apariencia de un callejón barriobajero. Un baño amplio, una pequeña nevera, una cama matrimonial, una cómoda con espejo y una mesita, componían un conjunto coquetón y pueblerino. Claramente el interior era mucho mejor que el exterior. Si a esto uníamos la adversa climatología reinante y el cansancio acumulado, no fue extraño que la primera noche la pasáramos enclaustrados, oyendo el constante repiqueteo de la lluvia y los gritos esporádicos de la familia que ocupaba la cabaña contigua.
Como finalizó la noche continúo la mañana. Una lluvia insistente y un calor seco, impropio de la estación, mantenían nuestros cuerpos húmedos y sudorosos. Deje a Sonia mi sitio en la ducha, me puse un pantaloncillo guatemalteco y me acomode en la mesa pensando que podríamos hacer a lo largo del día.
.- Hola, como estáis, como habéis dormido.
Adriana, prima de Mariquita y encargada del mantenimiento de las cabinas, apareció, como un ciclón, por la puerta. La cerró y se sentó conmigo.
.- Tienes un cigarrillo, dijo, no te molesta que lo fume aquí, mi tío me tiene prohibido fumar.
Si, había cigarrillos y no me importaba que se sentara conmigo. La habíamos conocido anteriormente y era lo que podía considerarse como una hembra espectacular. Muy morena, de ojos negros, alta, con poca cintura, y con unos pechos grandes y redondos. Fumaba despacio, paladeando cada chupada, alargando el humo en sus pulmones. Sentada a mi vera dejaba entrever sus senos cubiertos por un sujetador y una camiseta incapaces, entre ambos, de abarcarlos perfectamente. Mientras hablaba a gritos con Sonia, yo me concentraba en ellos. Los imaginaba libres, sólidos, coronados por pezones duros como el acero. Estaba tan abstraído que apenas si me fije cuando ella salió de la ducha. Como siempre que venia de allí iba completamente desnuda con una toalla, a modo de turbante, anudada en la cabeza. No tiene pudor y por lo que vi, Adriana tampoco. Siguió fumando y hablando mientras ella terminaba de secarse, se extendía crema hidratante por el cuerpo, se colocaba las braguitas y un mini-short, se coloreaba los ojos y los labios y por ultimo, olvidándose del sujetador, se enfundaba en una camiseta de tirantes. Adriana la miraba captando cada movimiento, cada oscilación de su cuerpo.
.- Puedo fumar otro, dijo, llevándose un nuevo cigarrillo a la boca.
Sus ojos brillaban ligeramente y las palabras se le amontonaban en los labios.: Que os divirtáis.", "Ir a desayunar al Café Central", "Procurad ved la cascada, y la corrida de lava y..., por la noche nos reuniremos aquí con Mariquita para tomar un trago, Chao."
Hicimos casi todo lo que nos indicó y, salvo la desagradable participación de la lluvia, el día transcurrió de forma excelente. A las seis, con una puntualidad germana, acarreando una caja de cervezas, una botella de guaro y dos bandejas de "boquitas" se presentaron acompañadas de su primo y una amiga común embarazada. Pese a la lluvia en la cabina reinaba un calor húmedo que provocaba una constante transpiración y la necesidad ineludible de beber.
El turismo, el mal estado de las carreteras, el descontrol en los precios de los servicios..., fueron temas analizados, discutidos y abandonados. De lo general se paso a lo particular: los políticos, los amigos comunes, los conocidos, pasaron a ser objeto de críticas o alabanzas. De ahí se recalo en lo íntimo, en lo más querido de cada uno. Se hablo de la educación en las zonas rurales, de la influencia de la religión, de la separación de sexos, del poder omnímodo del padre, de la libertad mal concebida, del amor, del cariño, de los éxitos, de las frustraciones, de las fantasías, de....
Sonia, Mariquita y Adriana llevaban la voz cantante. La amiga embarazada callaba, sin duda alguna de los temas esbozados habían sido la causa de su embarazo no querido, pero apoyado, al final, por todos. Ronald empezaba a sentir los efectos de las muchas cervezas y cabeceaba en un rincón. Yo hacía las veces de abogado del diablo.
Se atacó el tema de la sexualidad. Lo sensual, lo humano, lo soñado, los tabúes del sexo. Todo se rompió. Era una noche de brujas. El miedo a expresar lo que cada uno sentía se evaporo. Adriana defendía su lesbianismo activo. Ahora me daba cuenta del contraste entre la belleza morena de su cara y la masculinidad de su cuerpo. Mariquita, por razones religiosas, se oponía al mismo, pero reconocía que su instinto le llevaba al placer compartido, por amor, con personas de su mismo sexo. Le gustaba el cariño, la caricia suave, la amistad, la comprensión, el dialogo. No temía a los hombres pero se encontraba mejor con las mujeres. Sonia no entendía la homosexualidad y yo procuraba dar opiniones ambiguas, justificando ciertas tendencias por el contexto moral o religioso. Ni los indios de la Polinesia, ni los árabes, ni los chinos, tenían los mismos principios sexuales, ni los mismos tabúes, ni las mismas creencias y sin embargo, todos gozaban de una erótica sexual excelente.
El calor, el continuo golpeteo del agua y el alcohol ingerido, iban dando a la reunión un clímax más tierno, más íntimo. El dialogo fue convirtiéndose en monologo, cada cual defendió sus tesis, no había controversia, era una constante exposición de hechos. Un trueno, un fortísimo trueno vino a romper el encanto del momento. “El volcán, chilló Mariquita, esta noche se le oye muy fuerte, seguro que también esta arrojando lava." Vayamos a verlo, nuestro tío nos dejara utilizar una de sus cabinas para observarlo de cerca" dijo Adriana saliendo en su busca.
Todo se alteró. La embarazada se sentía mal y quería retirarse, Ronald estaba muy "tomado", por eso, cuando Adriana apareció con la llave, solo Sonia, Mariquita y yo, estábamos disponibles.
“El Mirador del Volcán " era el pomposo titulo del complejo hotelero al que nos dirigimos. Estaba en fase de construcción y únicamente tres, del las quince cabinas previstas, estaban terminadas. Situadas sobre la falda del Arenal mostraban la clásica disposición interior de toda construcción turística de bajo costo: un gran recinto con dos camas matrimoniales y un servicio sanitario al fondo; pero a diferencia de otras, el porche de entrada estaba acristalado, facilitando, desde él, la perfecta visión del volcán sin sufrir las inclemencias del tiempo. Sin mediar palabra nos acomodamos en él, Mariquita y Adriana en un balancín, Sonia y yo en un sofá biplaza, dispuestos todos a recrearnos con la actividad volcánica.
Las masas nubosas, que minutos antes cubrían el cielo, empezaron a desaparecer. La luna, en cuarto menguante, puso el toque luminoso y un silencio denso se apodero de nosotros. Lo dicho anteriormente paso a un segundo plano, permanecíamos mudos y absortos esperando ver como se iluminaba el cráter. Un chorro de luz, un ruido ensordecedor y una cascada de puntos brillantes surgieron tras los cristales. Fueron segundos de emoción, de intensa belleza. Luego la calma y la luna volvieron a adueñarse del ambiente. No hablábamos, sentíamos el placer de la noche, de la visión del volcán, de la proximidad humana, del calor. De nuevo rugió y otra vez la luz y el fuego nos iluminaron, luego el silencio, el clímax contenido. Vi como Adriana atraía hacia si a Mariquita, como esta apoyaba la cabeza en su hombro, como sus cuerpos se fundían en un abrazo tierno, prolongado. Me acerque a Sonia, la sentí caliente, febril. El ruido, el fuego, el silencio daban vida a la noche. Tras los cristales la pasión, el deseo y el sexo nos iban inundando. Vi la mano de Adriana perderse bajo la camiseta de Mariquita, como su blusa, que hasta entonces ocultaba, púdicamente, sus pechos, estaba desabrochada, como la mejilla de Mariquita descansaba sobre su potente seno. La noche y la luna empezaron a ser invitados de piedra, observadores anónimos. Adriana y Mariquita vivían el encanto de su sensualidad, Sonia y yo el de nuestra sexualidad. Note su boca en la mía, su mano aprisionando mis testículos. Vi a Mariquita y Adriana besarse, vi los inmensos pechos de Adriana, libres ya de toda vestimenta, prietos contra los de Mariquita, cubiertos aun por el niqui. Vi como Adriana le desembarazo de este y como ambas, semidesnudas, se fundían en un interminable beso. Vi los negros pezones de Sonia, sentí su dureza en mi boca. Mis manos pugnaban por desabrocharle el pantalón para vivir la humedad de su sexo. Oí un ruido a mi espalda y supe que Adriana y Mariquita habían entrado en la habitación. Nos quedamos en el porche amándonos, desnudándonos, viendo el brillo de la luna, el color del volcán.

Sobre la cama Mariquita recibía los cuidados de Adriana. Sus labios la recorrían, su lengua rozaba su piel, sus pechos, le acariciaba el rostro. Inmóvil lo aceptaba todo, lo vivía, lo sentía en su interior. Sonia y yo caímos en la cama. Su boca en mi sexo, mis manos en sus pechos, su sexo sobre el mío, su lengua entre mis dientes. La veía, aprisionaba sus tetitas con mis manos, hundía mi pene en su vagina. A nuestro lado, la cabeza de Adriana se perdía entre las piernas de Mariquita. Su lengua excitaba su clítoris, lo besaba con mimo, con deleite. Lentamente fue retorciéndose hasta que su sexo quedo sobre su cara, esta lo atrajo hacia si y lo engullo como un manjar caliente y sabroso. Ambas formaban un círculo perfecto unido por sus bocas y sus sexos.
Cambie de postura. Puse a Sonia de rodillas y lo penetre desde detrás. La oí gemir, sentí como su mano acariciaba su clítoris. Bese su culito, aspire su humedad, chupe sus jugos. Volví a penetrarla. Adriana y Mariquita se emparejaron. Sus bocas eran una continuación de la otra y sus sexos se atraían como dos ventosas. Me puse sobre Sonia, le acaricie la boca, el pecho, aprecie el vibrar de su orgasmo, las palpitaciones de su vulva, el ritmo de su cintura, oí sus gritos de placer y ambos caímos rendidos. Fuera el volcán seguía escupiendo lava, dentro, cuatro cuerpos enlazados dormían tras una noche de pasión.
El cuadro inicial ha ido transformándose. Contemplo la asimetría de Adriana y Mariquita, ambas boca arriba, ambas ofreciéndome sus cuerpos desnudos. Los pechos pequeños de una contrastan con los voluminosos de la otra, la mata de pelo negro, que Mariquita luce orgullosa entre sus piernas, es la antítesis del triángulo oscuro y ensortijado que cierra los muslos de Adriana. Los pezones claros de la una resaltan con la mancha negra de la aureola de la otra. Sonia duerme boca abajo ofreciéndome su culito, la apertura rosada de su ano, los gruesos labios vaginales. Me inclino y pierdo mi lengua en estas exquisiteces. Noto como se humedece, como abre sus piernas, como levanta el trasero mostrándome la entrada sagrada de su templo. Hundo en él mi lengua, siento como vibra, como despiertan sus instintos. Casi dormida me tumba sobre la cama, ensaliva mi sexo, se monta sobre él, me cabalga. Sus manos se aferran a las mías, sus pechos golpean en mi pecho. Me corro mientras ella observa a nuestras compañeras, mudas y ciegas participes de nuestro placer.
“Es muy tarde, dormilones, tenéis que levantaros." dice Adriana sentada a los pies de la cama, sacudiendo las piernas de Sonia en un vano intento de despejarla. Su mano pugna por acariciarle el muslo, por rozar, instintivamente, aquel culito provocar y complaciente. Voy hacia la ducha, ella sale, correctamente vestida, Mariquita. “Buenos días " murmura perdiendo sus ojos en el infinito. Sonia, bajo la mirada y la caricia de Adriana, se levanta y me acompaña. Nos besamos envueltos en jabón, sentimos nuestros cuerpos limpios, ardientes, cómplices.
Un volcán, una luna en menguante, unas horas de pasión, de fuego, de lujuria, una noche para olvidar o para recordar siempre, todo quedó entre aquellas paredes. En La Fortuna nos aguarda un sólido desayuno a base de "gallo pinto" y huevos, un paseo a caballo y algún que otro coloquio sobre el lesbianismo y las causas que lo condicionan.
¿Quien de los cuatro gozo mas?¿A quien le importó lo que hicimos? Todos guardaríamos para siempre aquella noche de fuego, de entrega total, de pecado. Los cuatro lo habíamos consentido y admitido y los cuatro nos sentíamos embebidos de amor, de carne, de placer.