Es una visión maravillosa, sus cuerpos son un cántico a la sensualidad, al placer, a la vida. A mi derecha, en la cama que hasta hace unos segundos compartíamos, Sonia aparece tumbada boca arriba mostrando sus pechitos menudos, coronados por enormes pezones negros, su piel oscura, su pelo púvico resguardando un sexo caliente y húmedo, sus pies pequeños y cuadrados, su cara risueña. Adriana y Mariquita, en la cama contigua, duermen, como Sonia, desnudas. Adriana, apoyándose sobre su flanco izquierdo, es la expresión de la abundancia de la carne. Pechos exuberantes, caderas anchas, piernas largas, piel aceitunada, brillante. Mariquita, a su lado, muestra una espalda lisa, un culito redondo y respingón, una cintura estrecha y entre sus piernas asoma la vitalidad de su sexo, mas claro, mas en consonancia con su piel rosada. Las contemplo extasiado: dormidas, abandonadas, felices tras una noche de pasión, de amor, de lujuria.
Realmente aquello de " la planificación esta hecha para no cumplirse " podría aplicarse perfectamente a nuestro caso. Hacía apenas 24 horas que salíamos de La Fortuna con la idea de pasar unos días a la orilla del mar y ahora, por una serie de imponderables del destino, volvíamos a ella. La única razón fue la buena voluntad de Mariquita que consiguió, en uno de sus negocios familiares, alojamiento para tres días.
El complejo turístico del Guacamayo lo constituían 8 cabinas adosadas situadas en la parte posterior de la residencia familiar. Si por dentro podían considerarse como aceptables, la vista hacia el exterior moría, a pocos metros, contra una pared blanca e irregular, dando, al pequeño pasillo de acceso, la apariencia de un callejón barriobajero. Un baño amplio, una pequeña nevera, una cama matrimonial, una cómoda con espejo y una mesita, componían un conjunto coquetón y pueblerino. Claramente el interior era mucho mejor que el exterior. Si a esto uníamos la adversa climatología reinante y el cansancio acumulado, no fue extraño que la primera noche la pasáramos enclaustrados, oyendo el constante repiqueteo de la lluvia y los gritos esporádicos de la familia que ocupaba la cabaña contigua.
Como finalizó la noche continúo la mañana. Una lluvia insistente y un calor seco, impropio de la estación, mantenían nuestros cuerpos húmedos y sudorosos. Deje a Sonia mi sitio en la ducha, me puse un pantaloncillo guatemalteco y me acomode en la mesa pensando que podríamos hacer a lo largo del día.
.- Hola, como estáis, como habéis dormido.
Adriana, prima de Mariquita y encargada del mantenimiento de las cabinas, apareció, como un ciclón, por la puerta. La cerró y se sentó conmigo.
.- Tienes un cigarrillo, dijo, no te molesta que lo fume aquí, mi tío me tiene prohibido fumar.
Si, había cigarrillos y no me importaba que se sentara conmigo. La habíamos conocido anteriormente y era lo que podía considerarse como una hembra espectacular. Muy morena, de ojos negros, alta, con poca cintura, y con unos pechos grandes y redondos. Fumaba despacio, paladeando cada chupada, alargando el humo en sus pulmones. Sentada a mi vera dejaba entrever sus senos cubiertos por un sujetador y una camiseta incapaces, entre ambos, de abarcarlos perfectamente. Mientras hablaba a gritos con Sonia, yo me concentraba en ellos. Los imaginaba libres, sólidos, coronados por pezones duros como el acero. Estaba tan abstraído que apenas si me fije cuando ella salió de la ducha. Como siempre que venia de allí iba completamente desnuda con una toalla, a modo de turbante, anudada en la cabeza. No tiene pudor y por lo que vi, Adriana tampoco. Siguió fumando y hablando mientras ella terminaba de secarse, se extendía crema hidratante por el cuerpo, se colocaba las braguitas y un mini-short, se coloreaba los ojos y los labios y por ultimo, olvidándose del sujetador, se enfundaba en una camiseta de tirantes. Adriana la miraba captando cada movimiento, cada oscilación de su cuerpo.
.- Puedo fumar otro, dijo, llevándose un nuevo cigarrillo a la boca.
Sus ojos brillaban ligeramente y las palabras se le amontonaban en los labios.: Que os divirtáis.", "Ir a desayunar al Café Central", "Procurad ved la cascada, y la corrida de lava y..., por la noche nos reuniremos aquí con Mariquita para tomar un trago, Chao."
Hicimos casi todo lo que nos indicó y, salvo la desagradable participación de la lluvia, el día transcurrió de forma excelente. A las seis, con una puntualidad germana, acarreando una caja de cervezas, una botella de guaro y dos bandejas de "boquitas" se presentaron acompañadas de su primo y una amiga común embarazada. Pese a la lluvia en la cabina reinaba un calor húmedo que provocaba una constante transpiración y la necesidad ineludible de beber.
El turismo, el mal estado de las carreteras, el descontrol en los precios de los servicios..., fueron temas analizados, discutidos y abandonados. De lo general se paso a lo particular: los políticos, los amigos comunes, los conocidos, pasaron a ser objeto de críticas o alabanzas. De ahí se recalo en lo íntimo, en lo más querido de cada uno. Se hablo de la educación en las zonas rurales, de la influencia de la religión, de la separación de sexos, del poder omnímodo del padre, de la libertad mal concebida, del amor, del cariño, de los éxitos, de las frustraciones, de las fantasías, de....
Sonia, Mariquita y Adriana llevaban la voz cantante. La amiga embarazada callaba, sin duda alguna de los temas esbozados habían sido la causa de su embarazo no querido, pero apoyado, al final, por todos. Ronald empezaba a sentir los efectos de las muchas cervezas y cabeceaba en un rincón. Yo hacía las veces de abogado del diablo.
Se atacó el tema de la sexualidad. Lo sensual, lo humano, lo soñado, los tabúes del sexo. Todo se rompió. Era una noche de brujas. El miedo a expresar lo que cada uno sentía se evaporo. Adriana defendía su lesbianismo activo. Ahora me daba cuenta del contraste entre la belleza morena de su cara y la masculinidad de su cuerpo. Mariquita, por razones religiosas, se oponía al mismo, pero reconocía que su instinto le llevaba al placer compartido, por amor, con personas de su mismo sexo. Le gustaba el cariño, la caricia suave, la amistad, la comprensión, el dialogo. No temía a los hombres pero se encontraba mejor con las mujeres. Sonia no entendía la homosexualidad y yo procuraba dar opiniones ambiguas, justificando ciertas tendencias por el contexto moral o religioso. Ni los indios de la Polinesia, ni los árabes, ni los chinos, tenían los mismos principios sexuales, ni los mismos tabúes, ni las mismas creencias y sin embargo, todos gozaban de una erótica sexual excelente.
El calor, el continuo golpeteo del agua y el alcohol ingerido, iban dando a la reunión un clímax más tierno, más íntimo. El dialogo fue convirtiéndose en monologo, cada cual defendió sus tesis, no había controversia, era una constante exposición de hechos. Un trueno, un fortísimo trueno vino a romper el encanto del momento. “El volcán, chilló Mariquita, esta noche se le oye muy fuerte, seguro que también esta arrojando lava." Vayamos a verlo, nuestro tío nos dejara utilizar una de sus cabinas para observarlo de cerca" dijo Adriana saliendo en su busca.
Todo se alteró. La embarazada se sentía mal y quería retirarse, Ronald estaba muy "tomado", por eso, cuando Adriana apareció con la llave, solo Sonia, Mariquita y yo, estábamos disponibles.
“El Mirador del Volcán " era el pomposo titulo del complejo hotelero al que nos dirigimos. Estaba en fase de construcción y únicamente tres, del las quince cabinas previstas, estaban terminadas. Situadas sobre la falda del Arenal mostraban la clásica disposición interior de toda construcción turística de bajo costo: un gran recinto con dos camas matrimoniales y un servicio sanitario al fondo; pero a diferencia de otras, el porche de entrada estaba acristalado, facilitando, desde él, la perfecta visión del volcán sin sufrir las inclemencias del tiempo. Sin mediar palabra nos acomodamos en él, Mariquita y Adriana en un balancín, Sonia y yo en un sofá biplaza, dispuestos todos a recrearnos con la actividad volcánica.
Las masas nubosas, que minutos antes cubrían el cielo, empezaron a desaparecer. La luna, en cuarto menguante, puso el toque luminoso y un silencio denso se apodero de nosotros. Lo dicho anteriormente paso a un segundo plano, permanecíamos mudos y absortos esperando ver como se iluminaba el cráter. Un chorro de luz, un ruido ensordecedor y una cascada de puntos brillantes surgieron tras los cristales. Fueron segundos de emoción, de intensa belleza. Luego la calma y la luna volvieron a adueñarse del ambiente. No hablábamos, sentíamos el placer de la noche, de la visión del volcán, de la proximidad humana, del calor. De nuevo rugió y otra vez la luz y el fuego nos iluminaron, luego el silencio, el clímax contenido. Vi como Adriana atraía hacia si a Mariquita, como esta apoyaba la cabeza en su hombro, como sus cuerpos se fundían en un abrazo tierno, prolongado. Me acerque a Sonia, la sentí caliente, febril. El ruido, el fuego, el silencio daban vida a la noche. Tras los cristales la pasión, el deseo y el sexo nos iban inundando. Vi la mano de Adriana perderse bajo la camiseta de Mariquita, como su blusa, que hasta entonces ocultaba, púdicamente, sus pechos, estaba desabrochada, como la mejilla de Mariquita descansaba sobre su potente seno. La noche y la luna empezaron a ser invitados de piedra, observadores anónimos. Adriana y Mariquita vivían el encanto de su sensualidad, Sonia y yo el de nuestra sexualidad. Note su boca en la mía, su mano aprisionando mis testículos. Vi a Mariquita y Adriana besarse, vi los inmensos pechos de Adriana, libres ya de toda vestimenta, prietos contra los de Mariquita, cubiertos aun por el niqui. Vi como Adriana le desembarazo de este y como ambas, semidesnudas, se fundían en un interminable beso. Vi los negros pezones de Sonia, sentí su dureza en mi boca. Mis manos pugnaban por desabrocharle el pantalón para vivir la humedad de su sexo. Oí un ruido a mi espalda y supe que Adriana y Mariquita habían entrado en la habitación. Nos quedamos en el porche amándonos, desnudándonos, viendo el brillo de la luna, el color del volcán.
Cambie de postura. Puse a Sonia de rodillas y lo penetre desde detrás. La oí gemir, sentí como su mano acariciaba su clítoris. Bese su culito, aspire su humedad, chupe sus jugos. Volví a penetrarla. Adriana y Mariquita se emparejaron. Sus bocas eran una continuación de la otra y sus sexos se atraían como dos ventosas. Me puse sobre Sonia, le acaricie la boca, el pecho, aprecie el vibrar de su orgasmo, las palpitaciones de su vulva, el ritmo de su cintura, oí sus gritos de placer y ambos caímos rendidos. Fuera el volcán seguía escupiendo lava, dentro, cuatro cuerpos enlazados dormían tras una noche de pasión.
El cuadro inicial ha ido transformándose. Contemplo la asimetría de Adriana y Mariquita, ambas boca arriba, ambas ofreciéndome sus cuerpos desnudos. Los pechos pequeños de una contrastan con los voluminosos de la otra, la mata de pelo negro, que Mariquita luce orgullosa entre sus piernas, es la antítesis del triángulo oscuro y ensortijado que cierra los muslos de Adriana. Los pezones claros de la una resaltan con la mancha negra de la aureola de la otra. Sonia duerme boca abajo ofreciéndome su culito, la apertura rosada de su ano, los gruesos labios vaginales. Me inclino y pierdo mi lengua en estas exquisiteces. Noto como se humedece, como abre sus piernas, como levanta el trasero mostrándome la entrada sagrada de su templo. Hundo en él mi lengua, siento como vibra, como despiertan sus instintos. Casi dormida me tumba sobre la cama, ensaliva mi sexo, se monta sobre él, me cabalga. Sus manos se aferran a las mías, sus pechos golpean en mi pecho. Me corro mientras ella observa a nuestras compañeras, mudas y ciegas participes de nuestro placer.
“Es muy tarde, dormilones, tenéis que levantaros." dice Adriana sentada a los pies de la cama, sacudiendo las piernas de Sonia en un vano intento de despejarla. Su mano pugna por acariciarle el muslo, por rozar, instintivamente, aquel culito provocar y complaciente. Voy hacia la ducha, ella sale, correctamente vestida, Mariquita. “Buenos días " murmura perdiendo sus ojos en el infinito. Sonia, bajo la mirada y la caricia de Adriana, se levanta y me acompaña. Nos besamos envueltos en jabón, sentimos nuestros cuerpos limpios, ardientes, cómplices.
Un volcán, una luna en menguante, unas horas de pasión, de fuego, de lujuria, una noche para olvidar o para recordar siempre, todo quedó entre aquellas paredes. En La Fortuna nos aguarda un sólido desayuno a base de "gallo pinto" y huevos, un paseo a caballo y algún que otro coloquio sobre el lesbianismo y las causas que lo condicionan.
¿Quien de los cuatro gozo mas?¿A quien le importó lo que hicimos? Todos guardaríamos para siempre aquella noche de fuego, de entrega total, de pecado. Los cuatro lo habíamos consentido y admitido y los cuatro nos sentíamos embebidos de amor, de carne, de placer.
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