El goce erótico se basa en la violación de la ley
G. Bataille
Todo empezó con la compra de un bikini. Un bikini que apenas utilice y que, al final, se quedó en Madrid. Era diminuto y floreado. Al adquirirlo, en Valencia, quedo claro que, por sus reducidas dimensiones, solo lo llevaría junto a José Luis. La tanga, escasamente me cubría el culito y las tetas se escapaban de las cazoletas del sujetador. Era ideal para las playas, para desprenderse, sin problemas, de la parte superior o para incrustárselo entre los glúteos y dejar así el culo, prácticamente al descubierto. Fue José Luis quien se encargó de rasurarme el pubis, respetando una fina banda de pelo alrededor del coño, y junto a él lo estrene, primero, en Peñíscola y luego en La Malvarrosa.
Es probable que aquel afeitado y su posterior mantenimiento, condicionasen mis últimos días en la capital de España ya que, el principio del viaje, a causa de una serie de desarreglos hormonales, de alergias inoportunas y de maratonianos discusiones político-religiosas con unos amigos, fue un completo fracaso en todo lo relativo al sexo y a lo erótico.
Nos hospedamos, como el año anterior, en El Centro Colón, un enorme apartotel muy bien situado y con una excelente relación calidad-precio. Me quedaba por delante una semana y salvo dos o tres reuniones de trabajo, teníamos las tardes libres para ir al cine, al teatro o de compras, y las noches enteras para nuestro disfrute personal.
He dicho que todo se inició con la compra de un bikini, pero la verdad es que aquello solo sirvió para adecentar visualmente mi entrepierna. Lo que realmente me alboroto las neuronas fue, y no exactamente en este orden: el calor, la escasa vestimenta que lucían la mayoría de las madrileñas y el hecho de ya encontrarme en perfectas condiciones físicas.
Las siestas interminables, los paseos por las grandes arterias comerciales, las copas nocturnas en las terrazas de la Castellana, los desfiles de las muchachitas, y no tan muchachitas, con aquellos reducidos bodys de finísimos tirantes dejando los ombligos al aire, o con blusas semitransparentes bajo las que no se adivinaban, sino que se veían perfectamente, sus pechitos morenos y juguetones y el mucho sexo en el acogedor y recoleto apartamento, hicieron que, progresivamente, me sintiese mas provocadora, mas audaz, mas deseosa de ser yo una de aquellas mujeres que, sin pudor, lucían sus encantos ante las miradas de quienes quisieran observarlos. Daba la impresión de que el sol y el ambiente animaban a que cada cual hiciera y se pusiera lo que le viniera en gana. Nadie se lo iba a recriminar.
De forma progresiva y, casi sin querer, empecé a adentrarme en el precioso juego del soterrado desnudo callejero. Quien primero lo sufrió, o mejor dicho, lo disfrutó, fue uno de los camareros del Centro. Todas las mañanas el servicio del Apartotel nos subía un suculento desayuno a la habitación a base de bollitos, café, jugos y, para mí, huevos con pan y mantequilla. Normalmente era José Luis quien abría la puerta y esperaba mientras él depositaba lo pedido en la mesa del salón. Aquel día varié el decorado a conciencia. De entrada me levanté mas temprano de lo habitual. Me duche, acicalé y me vestí con un picardías blanco. Hacía años fue un regalo de José Luis. Servía de todo menos para dormir. La parte superior, de encaje semitransparente hasta debajo de los pechos, terminaba en una franja de raso que apenas si alcanzaba la parte alta de los muslos. La braguita, muy corta, era del mismo material, con grandes y provocativas aperturas laterales. Si el camisón era ya de por sí agresivo, aquel día lo fue mas al prescindir, con premeditación, de su parte inferior. Los encajes dejaban entrever mis negros pezones y la franja de raso apenas me tapaba los glúteos. Al hacer cualquier movimiento, por ligero que fuese, dejaba al aire mi culito o mi coñito. No me importó. Salí, abrí y el camarero, muy joven, no pareció alterarse por mi aspecto. Depositó el pedido en la mesa y me entregó la comanda para firmarla. Perdió un minuto fijándose en mis tetas y salió. Quedé contenta. Podía andar medio desnuda y nadie se escandalizaría. Lo hecho me animó, me animó muchísimo.
A partir de ahí desterré el sujetador. Paseé por Goya en una chaquetilla de satén rojo recién adquirida. En condiciones normales, o sea, correctamente abrochada, era una prenda de lo mas recatada, pero, dejando abiertos los tres botones superiores y encima yendo sin ropa interior, el pecho no solo ya se insinuaba, sino que, en determinadas posiciones, era visible por completo. Entramos en tiendas, tomamos un aperitivo en Los Jardines de Serrano y regresamos al hotel. Yo muy excitada y José Luis con ganas de poseerme.
De noche, me aventuré más. Estaba claro que la nocturnidad favorecía mis instintos básicos. Los Espejos, era una de las muchas terracitas de La Castellana. Tenía un área interior acristalada y otra exterior sobre el paseo peatonal. Por lo general, la penúltima copa la tomábamos allí viendo el ir y venir de la gente que aprovechaba esas horas nocturnas para refrescarse. Un continuo desfile de chicos y chicas, hombres y mujeres dispuestos a exhibirse, a ver e intentar ligar, daban vida al chiringuito en el que cada cual hacía y vestía como mejor podía, sin que ello escandalizará a nadie, mas bien daba tono al lugar y su clientela aumentaba. Cambie la chaquetilla por una blusa floreada y semitransparente. Era una prenda eminentemente playera para llevar sobre el bikini o sobre una camiseta de tirantes. A conciencia me la puse a pelo sobre la piel. José Luis me miró perplejo, no tanto por la blusa sino por haberme maquillado los pezones, ya de por sí oscuros y grandes, con lo cual resaltaban, aún mas, bajo la tela...- No te preocupes, le dije.Salí así, luciendo tetas y ansiosa por ver las reacciones del personal. Nada pasó. Nos sentamos, pedimos dos gin-tónics y durante casi una hora la gente circuló a nuestro alrededor. Algún despistado me echaba una mirada lujuriosa pero ahí se acababa la fiesta. El final erótico de la noche lo finalizamos en la habitación.
Quería más. Si un día fue el sujetador la prenda que desapareció, al siguiente lo fueron las bragas. Tras una siesta y su correspondiente ducha, regresamos a las compras, las postreras de mi corto verano. Sin comentar nada a José Luis me arreglé con una faldita negra y la misma chaquetilla roja del día anterior. Debajo nada, ni bragas ni sujetador.
Al principio tuve una sensación rara, mezcla de cosquilleo y humedad, pero el tiempo y el bochorno estival la fueron eliminando. A medida que las horas pasaban me iba olvidando de mi desnudez. Entramos en ZARPA, tienda especializada en sandalias y zapatos, con clara orientación al segmento juvenil y más popular de la población. Pedí varios modelos y empecé a probármelos. De repente José Luis se dio cuenta que iba sin nada por debajo. Al separar las piernas y colocarme los zapatos mi sexo se reflejo en el espejo inferior del área de probadores. Sentí un calambre en el estomago. ¿Solo José Luis lo habría visto o más gente lo estaría contemplando?. Medio me aloqué. A pesar de haber elegido ya un par que me gustaba pedí otros modelos únicamente para observar de nuevo mi raja en el espejo y constatar si alguien la miraba. Salí nerviosa y contenta. En respuesta al “ Eres mala Sonia, muy mala, pero me gustas” dicho por José Luis, le susurre..- Venga, entremos en otra zapatería, quiero hacerlo de nuevo.LOEWE es la más selecta de las tiendas madrileñas. Todo en ella es carísimo, buenísimo y, el trato de los empleados de excepcional. No pensaba comprar nada pero al menos disfrutaríamos del aire acondicionado. Un solicito dependiente se nos acercó, nos acomodó en un sofá bajo tapizado en sepia y salió como un tiro a por una serie de modelos por mí solicitados. Por desgracia allí no había espejos para los pies y si dos de cuerpo entero distribuidos por el local.
Aún rumiaba mi desilusión cuando regresó el dependiente con lo pedido. Hasta entonces jamás había entrado en una tienda como aquella y siempre era yo quien me probaba la ropa o el calzado. Pero LOEWE era distinta. El chiquito sacó, de no se sabe dónde, una banquetilla y se sentó a mis pies dispuesto a probarme el material. Me ruborice. Tal como estaba y más como iba vestida, quedaba claro que si le ofrecía el pie vería, de inmediato, toda la dimensión de mi coño. Vi la sonrisa de José Luis cuando el empleado tomo mi pie, lo descalzó y lo introdujo en uno de los modelos. Quedé abierta de piernas ante sus ojos. No pareció importarle. Veía sus ojos entre mis muslos y mi sexo se humedecía hasta chorrear. ¿Le gustan?, le oí decir mientras sus manos ascendían por mi pierna elevándola a fin de resaltar la calidad del articulo. No solo me admiraba el coño abierto y empapado, sino que, como sin querer, me estaba acariciando la pierna, Fueron segundos eternos hasta que dije.- No, estos no me sientan bien, dejando descansar de nuevo el pie en el suelo. Probaremos otros.Así, durante casi 20 minutos el dependiente estuvo probándome, observándome y excitándome. No compré nada pero él debió quedar contentísimo con lo visto y yo agitadísima por lo sentido.
El agobiante calor consiguió secar mi entrepierna pero no apaciguar mi estado de ansiedad. Había tenido mas de lo que esperaba. Un paseo por Velásquez, un cafecito y dos o tres comentarios jocosos de José Luis me tranquilizaron. “Que quieres, vida.”, me decía de vez en cuando, “No deseas comprarte nada más.”. Al final le hice caso, no porque lo necesitara, sino porque el escaparate de la tienda era una preciosidad. GLAMOUR una boutique de lencería situada en la esquina de Ayala con Hermosilla exponía prendas de ensueño..- Con entrar no perdemos nada, dije a José Luis.Volví a repetir el mismo error que en LOEWE. Tan pronto atravesamos la entrada una dependienta, como de unos 35 años, rubia y con bastante buen tipo nos acaparó, mejor dicho, me acaparó a mí: “Que desea”, “Que talla usa”, “Que colores prefiere”. Mire los anaqueles y seleccione diferentes tipos de bragas, sujetadores y camisones..- Pase al probador, me dijo, ahora se los llevo.José Luis quedo curioseando por el establecimiento y yo pase a un vestidor enmoquetado, un perchero, una mesa, un silloncito y dos de las paredes cubiertas por sendos espejos de cuerpo entero. Colgué el bolso y me senté a esperar. La empleada apareció con una pila de estuches que fue abriendo y ordenando sobre la mesa al tiempo que comentaba: “Le gustan”, “Son los modelos que deseaba”, “Los colores, las tallas”. Dije un “Si” lejano y espere a que desapareciera para probármelos a mi gusto.
No se movió. Sin duda en las tiendas caras y elegantes el “Modus operandi” es diferente al de los grandes almacenes o al de las tiendas tipo ZARA o BENETTON, en las que se entra en los probadores con la ropa deseada. En GLAMOUR daba la impresión que la dependienta estaba allí para ayudar, asesorar, evaluar y convencer. No me pareció ni bien ni mal. El único problema es que estaba sin ropa interior y al despojarme de la blusa o la falda, quedaría totalmente desnuda frente a Claudia, así se llamaba la señorita. “ Quiere que le ayude” dijo ante la duda que me embargaba “No, gracias” respondí quitándome la camisa. Salvo una leve sonrisa y el brillo malicioso de sus ojos no pareció afectarse. Empecé a probarme sujetadores y a sufrir desmedidos halagos por su parte: “ Tiene muy buen cuerpo”, “Ese le queda muy bien”, “El blanco le favorece”, a la vez que sus manos se deslizaban, una y otra vez sobre mis hombros desnudos. El nerviosismo y la morbosidad volvieron apoderarse de mí. Surgió de nuevo el cosquilleo en él estomago y el fuego entre las piernas. Empezaba a creer que aquel modo de ayudar no era del todo el correcto. “ Es mejor que te pruebes alguno de los conjuntos”, dijo. El tuteo y el desparpajo ni me sorprendieron ni me amilanaron. Solté la presilla de la falda y que vestida con el sujetador negro que entonces llevaba, pero con el coño y el culo al descubierto. El brillo de sus ojos volvió a endurecerse. “Pruébate este” dijo ofreciéndome uno crema de encaje muy abierto. Sentí sus manos sobre mí y de repente, me vi desnuda. “Tienes muy buen tipo”, volvió a repetir mientras sus dedos, sin ningún pudor descendían hasta mi pecho y sus uñas circundaban y acariciaban mis pezones, duros y fruncidos. Estaba estupefacta. No fui capaz de reaccionar y deje que me sobara, besara, pellizcara. Con una rara habilidad se desprendió de su bata y, ante mi asombro, quedo como yo, desnuda por completo. No pude fijarme en su cuerpo ya que me encontré, de pronto, sentada en el silloncito, con las piernas abiertas, la cabeza de Claudia entre ellas y su lengua relamiéndose con mi clítoris. No se como pero me corrí de inmediato. Mis muslos empezaron a vibrar y una serie de sacudidas secas me convulsionaron.
Nos vestimos, salimos y con un “Vuelve otro día, cuando hayamos recibido la moda otoño-invierno”, se despidió aquella rubia que, con la impunidad del probador, había tenido a bien el masturbarme con la lengua mientras me intentaba vender algo que, de entrada, sabía que no iba a comprar.
La noche, en Los Espejos, estuvo cargada de lujuria. Mi coño ardía y José Luis se empeñaba en tomar la última copa del día. Presa de una excitación muy fuera de lo normal y amparada en la oscuridad tome su mano y la llevé hasta mi sexo “Estas ardiendo” dijo, “Si mi vida, enfríalo tu “ conteste.
Sin saber el porque de la acción, tomo un cubito de hielo de su ginebra y me lo introdujo en el coño. Sentí un frío intenso seguido de un placer desconocido. Jamás hasta entonces, y menos en público, habíamos hecho nada parecido. Me gusto, me gusto mucho. Cerré las piernas. Mi vagina se convirtió en un manantial de líquidos viscosos que goteaban lentamente humedeciendo la moqueta del suelo. “Vámonos”, dijo de pronto, “Quiero comerte enterita, hacerte gozar tanto como estoy gozando yo”.Son las 10 de la mañana. A las 14 sale mi avión vía San José y probablemente hasta dentro de un año no volveré a transgredir el pudor de esta sociedad sin pudor, ni a gozar de la erótica de los hoteles, de las zapaterías o de las tiendas de lencería. El próximo año todo lo vivido en este lo superaré y nuevas experiencias vendrán así ampliar mi bagaje erótico. ¿ Que haré?¿, ¿Qué me harán? ¿Quién me verá?¿, ¿Dónde?, ¿Cómo?........ . Todo quedará pendiente para 1999.
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