jueves, 22 de septiembre de 2011

TENTACION Y CAIDA DE DINORA

Ensalada de aguacates
Ingredientes.

4 Aguacates.
1 Cucharada de alcaparras
250 gr. de camarones.
1 Lata de sucedáneo de caviar.
Mayonesa.
Sal y limón.

Preparación
Pelar los aguacates, retirarles el hueso, trocearlos en dados, salarlos y rociarlos con limón. Mezclarlos con la mayonesa y las alcaparras. Colocarlos en una fuente y adornarlos con los camarones y el sucedáneo de caviar. Acompañar con el resto de la mayonesa servida en salsera aparte.
Si no fuera por mis conocimientos de cocina habría muerto de hambre y aburrimiento haría ya muchos años. No recuerdo con precisión como me inicie en este mundo, ni cuando cuaje mi primera tortilla de patatas, ni donde me lance a la cocina preciosista, fue cuestión de tiempo, de cubrir las horas vacías de tantos sábados y domingos pasados en soledad, de agasajara amigos, de sorprender a incrédulas mujeres que, al saber que vivía solo, su pregunta inmediata era: "Entonces, quien te hace la comida?". "Pues me la hago yo", respondía, "Y seguro que me sale mejor que a ti". En la mayoría de los casos de ahí surgía una controversia dialéctica en la que, solía terminar como amanerado, afeminado o marica. Nadie entendía que me gustase guisar, que fuera al mercado, que no permitiera la entrada en mi cocina a las mujeres, que me desviviera por servirlas, que autocriticase con dureza la calidad de mis platos, no entendían que un europeo, ya maduro, tuviera esos gustos tan extraños.
Con el tiempo mis amigos superaron su estupor inicial y mi dominio del arte culinario les termino pareciendo de lo mejor. Sonia fue una excepción. Desde el primer día estuvo encantada de que alguien cocinara para ella, que la "chinease" en todo lo relativo al mundo de la cazuela y la cuchara. Ella ordenaba, insinuaba o proponía un determinado plato y yo le complacía. Lo hacia con amor, con cariño, poniendo en cada receta la imaginación que dimanaba de mi estómago y mi paladar. Pensando en ella reelabore menús, mezcle ingredientes, cuide las presentaciones, hice todo lo que en mi mano estaba para que siempre se olvidara de la preparación y se centrara en la degustación. Esta inversión de funciones nos proporcionaba mucho tiempo libre, con lo cual, las largas sobremesa podíamos utilizarlas para hablar, descansar, o hacer el amor.

Nuestra primera comida la hicimos en un restaurante. Casi no nos conocíamos y no tenía confianza para llevarla a casa. El hecho de que fuera a recogerla a su oficina creo un cierto alboroto. Amigas, compañeras y subordinadas se cebaron en mi. Para unas era bajo y gordo, para otra un tipo vulgar y para Dinora, curiosamente, un ser excepcional. Vestía bien, me movía con gracia, era, sin lugar a dudas, un caballero. Con el tiempo, esa veneración por mi persona, no solo se mantuvo, sino que fue creciendo. Cada vez que iba a recoger a Sonia y ella me veía, comentaba algo positivo: el perfume, la corbata, lo bien que me sentaba el bronceado. Sonia la picaba diciéndole que me invitara a salir, que fuéramos a bailar, a tomar una copa. Dinora siempre se negó.
La idea, la maligna idea de pervertir a Dinora, surgió de Sonia. Un buen día, en uno de nuestros excesos sensoriales, comento: " Y si participáramos a Dinora de nuestro erotismo?". "Bueno, dije, siempre que todo parezca normal". La cosa no paso de ahí, pero tanto en ella como en mi quedo el regusto de tentar a Dinora, de ver como reaccionaria ante una inusitada situación aparentemente fortuita.

Corvina con almejas.
Ingredientes

1 kilo de corvina en trozos.
1/2 kilo de almejas
1/2 kilo de patatas
1 Lata de guisantes
Aceite.
Ajos, cebollas, perejil y pimentón.
Harina.
Sal, pimienta negra y agua.

Preparación
En una cazuela de barro se pone el aceite y se reoga la cebolla, el ajo picado, el perejil y el pimentón. Cuando empieza a dorarse se sazona y se espolvorea la harina. Se añade, luego, el caldo de hervir las almejas, las patatas cocidas, peladas y cortadas en cuadradito y los guisantes. Se pone a fuego lento y, cuando empieza a hervir, se distribuye, por encima, los trozos de corvina y las almejas. Se deja cocinar de 4 a 5 minutos y se sirve adornándola con una ramita de perejil.

Conociendo mis aficiones no fue raro, ni ocasiono suspicacias, el que un viernes invitáramos a Dinora a almorzar a casa. Al no haber venido nunca quedo gratamente sorprendida por el orden, por la decoración, por la luminosidad y por lo mas importante, allí trabajaba el hombre y la mujer descansaba. Se sentaron en el jardín, les serví un aperitivo, abrí una botella de vino blanco y fui a cambiarme de ropa. Me vestí con una camiseta y un pantalón corto guatemalteco y volví a la cocina. Sonia, al verme, creyó conveniente imitarme, hacía mucho calor y estábamos en confianza. Se puso un atuendo similar al mío pero con una camiseta de tirantes. Dinora, que vestía faldita corta y blusa escotada, opino que a ella no le afectaba el calor y rechazo algo mas fresco que le ofrecía la anfitriona. Fue un almuerzo alegre regado con buen vino. Se hablo, como era de esperar, del trabajo, de los jefes, de las mujeres. Vaciadas tres botellas los temas cambiaron. Fueron ahora líos de faldas, amores frustrados, ilusiones perdidas. Sin quererlo, y sin decirlo, el sexo afloraba silenciosamente y las familiaridades entre ella y nosotros,
crecían.
Mousse de limón y kiwi
Ingredientes

1 Limón en zumo.
2 Kiwis.
150 gr. de azúcar.
Ralladura de 1/2 limón.
4 Huevos.
Un pellizco de sal.

Preparación

En un cazo se remueven, con cuchara de madera, las yemas, el azúcar, el zumo de limón y un kiwi triturado. Se pone la mezcla al baño de María y dándole vueltas constantemente se cocina durante 20 minutos. Se retira del fuego y se añade el medio limón rallado. Se baten las claras a punto de nieve, con el pellizco de sal y se incorporan a la crema. Se vierte el contenido en copas de champan y se enfría en la nevera un par de horas. Se sirve adornado con el otro kiwi y acompañado de lenguas de gato.
El ágape se cerró con un aromático café chorreado y una helada botella de champan. Recogimos los platos y volvimos a la terraza a finalizar las copas. Fue entonces, solo entonces, cuando la farsa comenzó. A mí, al atento anfitrión, al solícito servidor de las damas, le entró repentinamente, un profundo mareo. "No es nada, dijo Sonia, convenientemente aleccionada, debe ser una caída de tensión, lo recostamos un poco en la cama y enseguida se le pasará".
Apoyándome en ellas me fui arrastrando, con un profundo rictus de dolor en el rostro, hasta la cama, a cuyos pies caí, aparentemente, inconsciente. Con enorme esfuerzo me depositaron allí y ante mi continuada inmovilidad Sonia tomo la iniciativa. "Dinora, desnúdalo para darle unas friegas de colonia". Salió de la habitación hacia el baño, dejando a Dinora ante un hombre inconsciente al que había que desnudar. Se sentó en el borde y, púdicamente, empezó a quitarme la camiseta. Yo, más que impedimentos, allanaba el camino, con lo cual, esta operación, que podía parecer complicada, se facilito sobremanera. Quedo observándome indecisa, no se atrevía a continuar con el pantalón. Se cuestionaba si debía o no seguir, si sería suficiente con el pecho. Era, lo dicho, un mar de dudas. Sonia llego con el frasco de colonia y dos toallitas y siguió mandando. "Anda, mi amor termina de desnudarlo". Note las manos de Dinora sobre mi cintura incapaces, por pudor, miedo o respeto, de hacer descender el pantaloncillo. "No seas tonta, dijo Sonia, mientras con precisión matemática me lo sacaba dejándome totalmente desnudo, es solo un hombre, no te va a comer". Quede como vine al mundo ante las dos mujeres, una temerosa, la otra regocijada y las dos excitadas. "Venga, vamos a darle unas friegas", dijo Sonia apoyando la idea con la acción de empapar la toalla y distribuir el líquido sobre mis piernas. Por la posición a Dinora le correspondía el pecho, y sobre él extendió y masajeo la colonia. El encanto se había volatilizado. Estaba ante ellas con los ojos cerrados, sentía las manos de una que se desplazaban desde el cuello al estómago y las de la otra que me friccionaban las piernas rozando mi pene y mis genitales. "No lo querías ver y tocar, dijo Sonia, pues ahí lo tienes, aprovéchate". Note como sus manos se detenían en mi cintura y una de Sonia se cerraba sobre mi pene dormido. "No seas tonta, tómalo" comentó Sonia ofreciéndoselo a su amiga. Dudo. Podía percibir el sudor, el calor de su piel, su miedo, su deseo. Venció lo último y su mano descendió hasta desplazar, de su sitio, a la de Sonia, abarcando, con mimo, mi sexo. La una con mi pene y la otra jugueteando con mis genitales. Todos empezábamos a excitarnos. Lo que en un principio era un miembro flácido iba tomando forma y tamaño. Sonia quería forzar aun más el clímax. "Démosle la vuelta", dijo. Dicho y hecho. Me voltearon dejando mi culito al aire, abierto y a su disposición. "Juguemos con él", propuso la anfitriona apoyando su dedo en mi ano. Estaba frío y le era difícil introducirlo, por lo que se lo embadurnó de vaselina. Note como se perdía en su interior y como mi pene se endurecía. "Ahora tú Dinora, méteselo tú", dijo Sonia. Estaba lanzada. Distribuyo vaselina por sus dedos y sustituyeron, con avidez, a los de Sonia.
El juego, el maligno juego de perversiones se había iniciado y así, mientras Dinora tomaba posesión de mi culo, Sonia buscaba, con su boca, mi pene erecto y empezaba suavemente a chuparlo.
Debía despertarme. Era imposible que en tal situación me mantuviera inconsciente. Abrí los ojos. Vi a una entre mis piernas, sentí a otra a mi espalda. Mis manos descendieron hacia Sonia arrancándole la camiseta, a la vez que ella se desprendía del pantaloncillo. Olvidándome de todo la atraje hacia mí y la poseí. Dinora quedo al margen, mientras nosotros, desnudos, nos revolcábamos a su lado. Duro poco. Nos percatamos de su situación embarazosa y nos pusimos a desnudarla. No opuso resistencia. Con lentitud le desabroche la blusa, el sujetador, le acaricie los pezones, le baje la falda, las braguitas, note su coño caliente, mojado. Estaba ya como nosotros. La mire despacio. Era pequeña, casi sin pechos, con una abundante mata de pelo entre las piernas y un culito redondo y juguetón. Nos la colocamos entre los dos y la abrazamos yo, por delante, Sonia, por detrás. Formamos un magnifico sándwich con ella en el centro.
Como diría un castizo las cartas estaban echadas y había que jugarlas. La recostamos en la cama y, mientras Sonia se masturbaba, le fui acariciando lentamente con la lengua. Se poso en sus labios, descendió hasta sus senos, se recreo allí envolviendo y ensalivando los pezones, los succiono, los mordisqueo. Llegó, mas tarde, hasta su ombligo y de allí, a través de un bosque negro y tupido, se encontró con un clítoris sediento de placer que poco a poco iba humedeciéndose. Era ya fácil perder los dedos en su vagina, mojar la entrada de su culito, aun por descubrir. Le dimos la vuelta y Sonia se aventuro en aquel jugoso pozo, yo, por mi parte, me centre en su vagina. Sentimos sus espasmos de placer, sus gemidos callados, su respiración entrecortada. Cayó rendida. Sonia busco mi sexo con su boca y se cebo en él. Dinora a nuestro lado lo miraba y su atracción fue superior a su cansancio. Se arrodillo y acompaño a su amiga. Sus dedos lo aferraron, lo friccionaron. "Quiero verte correr aquí, en mi mano, dijo".Entre la una y la otra lo iban a conseguir. Mi placer aumento bruscamente hasta hacer brotar un chorro de semen blanco y caliente que se esparció entre ellas. Luego, ambas, con gula, absorbieron las últimas gotitas de aquel líquido sagrado. Caímos sobre la cama. Sonia tomo nuestras manos para que siguiéramos. Llevo la de Dinora a su pecho y la mía a su clítoris. Debíamos excitarla, hacerla gritar, conseguir que una cadena de orgasmos pulverizara sus piernas. Dinora empezó a pellizcarle los pezones y yo a masajearle rítmicamente el clítoris. Cambie la mano por la lengua y esta recorrió umbrosas cavidades abriéndose paso hacia la vagina. Su lubricación estaba al máximo y uno a uno todos mis dedos desaparecieron en su sexo, tremendamente dilatado. Me abalance sobre él y mi pene ocupo el divino lugar del placer. Introduje mis dedos en su boca, ella se acaricio el clítoris y Dinora dio placer a sus pechos. Ella, que parecía ausente, iba paulatinamente entrando en escena. Abandono su labor y se situó a mi espalda. Su lengua me recorrió desde la nuca al ano, acaricio mis testículos, jugo con mi culito hasta terminar perdiéndose en su interior. La sentía en mí. Notaba como sus dedos entraban y salían, como se endurecía mi pene, hundido aun en el coño de Sonia. Dinora empezó a masturbarse y así todos, llegamos a la vez al orgasmo. Quedamos agotados y felices sobre aquel amable campo de batalla, en el que, por aquello de las prisas, ni siquiera habíamos quitado el edredón.
A los pocos días Sonia me comunicó que Dinora estaba orgullosa de mis cualidades culinarias y estaría encantada de volver otro día a casa. Desde entonces cada dos semanas nos reunimos a almorzar, alargando la sobremesa hasta muy entrada la tarde hora en la que por motivos familiares, tiene que retirarse a su casa.

No hay comentarios: