jueves, 20 de octubre de 2011

UN FIN DE SEMANA EN EL CYPRESAL

Como tantos hombres de mi generación, mas aun, como aquellos que tuvieron la suerte de nacer en la gloriosa España de Franco de los años 40, llevo sobre mis espaldas dos grandes estigmas que sigo sin poder superar, ni creo que, "en los años que me queda por vivir", pueda eliminarlos. No hablo inglés y no manejo los ordenadores. Respecto a lo primero reconozco que soy un inútil, mientras que en relación a lo segundo, debido a mi lógica matemática, me he convertido en un vulgar usuario.
Una de las secuelas del desconocimiento de la lengua inglesa es mi desafortunada traducción de ciertas palabras, en general errónea para quienes me rodean, pero perfectamente válida en mi filosofía. Lo anterior viene a cuento por mi forma de seleccionar hoteles, paradores o lugares de descanso y esparcimiento. Cuando un establecimiento anexa en su dossier propagandístico la palabra "Luxury", automáticamente yo la traduzco por "Lujurioso", e intento ver que servicios del mismo se entroncan o relacionan con la lujuria. Sonia no suele comprenderlo así y sonríe maliciosamente cuando al leer algún folleto informativo digo: "Instalaciones lujuriosas", o "Piscina lujuriosa". Por lo general mi instinto no suele confundirse y cuando luego visitamos alguno de esos establecimientos la lujuria aparece casi siempre, bien porque efectivamente existe, bien porque la creamos a nuestro alrededor.
El Cypresal es un hotel de montaña situado a 30 Km. de San José, sobre las estribaciones del Volcán Barba. Se utiliza como centro de convenciones empresariales o como lugar idílico de descanso para quienes quieren olvidarse, por unos días, del bullicio ciudadano. Su ubicación sobre un bosque próximo al Parque Nacional de Braulio Carrillo le proporciona una excelente vista sobre el Valle Central, lo que unido a una serie de instalaciones "lujuriosas”: salón de reuniones, amplio comedor, zona de hípica, cine y televisión en circuito privado, piscina y sauna, habitaciones con chimenea..., lo convierten en uno de los refugios mas apetecibles del Área Metropolitana.
Todas estas agradables posibilidades me hicieron seleccionarlo para pasar en él un delicioso fin de semana, fin de semana, por otra parte, invisible en el resto del País ya que se jugaba la final del Campeonato Nacional de Fútbol y los aficionados del Cartaginés y del Herediano lo habían convertido en una autentica jaula de grillos.
Sin ningún agobio tomamos el coche el sábado por la mañana y con ilusión, una nevera de comida, dos botellas de ginebra y el ánimo rebosante de ilusiones, nos dirigimos a él. Nos asignaron una cabaña con dos camas matrimoniales, una pequeña salita con chimenea, cuarto de baño y magnificas vistas sobre el bosque. El revestimiento interior era de madera y la decoración, a base de colores blancos y rojos, parecía entresacada de algún establecimiento suizo. Daba la impresión que Costa Rica había desaparecido y nos encontrábamos en algún albergue de ensueño de Europa Central.
Ya instalados salimos a recorrer los alrededores. Sonia me guiaba entre un laberinto de pequeños caminos que circunvalan las estribaciones del volcán y yo conducía. Fue una mañana excelente que culmino con la típica comida criolla a base de "casado" y "guaro" y tras ella una apacible siesta al arrullo del viento que soplaba entre los pinos.
La tarde la iniciamos con lo que, a nuestro entender, se ajustaba a lo más "luxury" del Cypresal. La sauna, o mejor dicho las saunas, pues la instalación de relax se componía de dos habitaciones independientes y separadas, incluían en su habitáculo un jacuzzi y una sala de masaje con dos camillas. Se completaba con una sala de descanso común en la que se distribuían sillas, tumbonas, anaqueles con toallas y cestos pera la ropa usada. Recepción nos asigno la nº 1 y a ella nos dirigimos con la emoción propia de unos principiantes. Nos recostamos sobre los bancos superiores y dejamos transpirar libremente nuestros cuerpos. Hasta ese momento todo transcurría con normalidad. Tras una sesión de 15 minutos, totalmente empapados, salimos a la ducha, luego al jacuzzi y una vez secos y envueltos en nuestras correspondientes toallas entramos en la sala. Sonia se tumbo en una hamaca y yo me senté, nuestra piel despedía abundante vapor lo que, unido al procedente del sistema calefactor, hacía que los cristales estuvieran permanentemente empañados impidiendo la vista exterior de los alrededores. Una vez relajados iniciamos de nuevo el proceso: calor, sudor, ducha y descanso. Todo iba siendo como antes cuando la puerta de la sauna nº 2 se abrió y aparecieron por ella 3 ejecutivos, en nuestra opinión nórdicos, envueltos en ridículas toallas, y tras un ceremonioso saludo, se distribuyeron sobre las tumbonas.

La malicia radica en mostrar indiferencia ante lo inusual, en enseñar sin querer dar importancia a lo mostrado, en adoptar actitudes normales frente a situaciones, en principio, fuera de lo normal. Quizás, por la educación mas liberal de nuestros vecinos, su pudor era, o creía ser, diferente al nuestro, o, tal vez nuestras mentes calenturientas forzaron ligeramente la situación, la cruda realidad fue que poco a poco sus toallas empezaron a resbalar sobre sus cuerpos dejando ver, muy claramente, sus partes más íntimas. Si a su fuerte complexión se unía la reducida dimensión de la prenda que los cubría, no fue ilógico que una de ellas se soltara y otra se escurriera sobre la tumbona, ofreciendo toda la humanidad de su propietario ante nuestros ojos.
Sonia y yo dejamos la sala y regresamos a la sauna. Comentamos lo visto y dijimos:"Si ellos si, porque nosotros no?". En la próxima salida los provocadores y los excitados seríamos nosotros, y especial ella, por ser el único miembro femenino del grupo. Salimos y allí seguían, plácidamente repantigados, los tres ejecutivos. Sonia se tumbo y yo me senté, todo como antes, salvo que el cierre de nuestras toallas se situaba ahora sobre el centro y no sobre el lateral y en su caso la prenda, excesivamente pequeña, apenas si cubría sus pechos dejando casi al descubierto su lindo culito, ellos lo notaron y levantaron automáticamente la cabeza. En su primer movimiento parte de la toalla resbalo, quedando su pierna derecha y su vello púbico, visibles. No paso nada, tres pares de ojos se centraron en ella pidiendo mas, mucho mas. Para satisfacerlos se levanto, les dio la espalda, se despojo de la toalla, mostrando ahora claramente sus nalgas a los improvisados espectadores y, demorándose en exceso en esta operación, volvió a recolocársela perfectamente. Aquel acto rompió el fuego para el inicio de un nudismo silencioso. Las toallas empezaron a subir y a bajar, los cuerpos surgían sin pudor, nadie y todos se preocupaba de sus vecinos. Al finalizar nuestra correspondiente hora de relax, ahora ya con las toallas alrededor de los cuellos, nos dirigimos, mostrando por última vez nuestros cuerpos a los inusitados vecinos, a la sauna para allí vestirnos correctamente. Contentos y muy calientes dejamos aquel privilegiado lugar, sin lugar a dudas muy "lujurioso".
Como siempre el último ingrediente, y no por ello el menos importante, para la preparación de la cena, era el hielo. Bajamos al bar a recoger una cubeta y de paso a preguntar donde se situaba el depósito de leña, en previsión de que la noche se alargase más de lo previsto.
Bernardo y Cristina era una agradable pareja que, como nosotros, había elegido ese fin de semana para darse un descanso laboral y familiar. Se acababan de instalar y estaban en el bar a punto de tomar una copa. Bernardo había estudiado con Sonia en la primera época de la Escuela de Arquitectura y Cristina era licenciada en literatura inglesa. Ambos vivían en Liberia y hacía muchos años que no se veían. A la primera copa le siguió otra en nuestra cabaña y la consiguiente invitación a cenar todos juntos, invitación que, por aquello de revivir viejos recuerdos, aceptaron de inmediato. Hubo que reinventariar las existencias, pedir una botella de whisky, mas vasos, queso, frutos secos,....En menos de media hora habíamos montado, en nuestra salita, cena para cuatro y conseguido un ambiente de total camaradería, muy caldeado por la chimenea que en esos momentos, funcionaba a su máxima potencia.
Sentados en torno a una mesita baja, con ginebra y güisqui a discreción y con un montón de vivencias dormidas desde hacia años en la mente de los contertulios, se inicio una memorable velada. Los principios siempre son desalentadores y mas aquellos en los que la Escuela de Arquitectura era el centro neurálgico de la conversación. Profesores, antiguos compañeros, trabajos, excursiones, aventuras, fueron ponderados, criticados. Mas tarde la vida profesional y privada. Éxitos, fracasos, proyectos, matrimonios, divorcios. Pasaron dos horas en las que Sonia y Bernardo hablaban y Cristina y yo escuchábamos como alumnos atentos. Dos horas en las que las botellas se vaciaron, la temperatura ambiental subió y el calor empezó hacer mella en nuestros cuerpos. Se rememoró la generación del 68, los hippies, las drogas, la minifalda. De repente nos pusimos melancólicos, a cada uno le vino a la mente una época determinada de su vida, alguna experiencia que no concreto, un desengaño. Nos vimos, otra vez, con 25 años y con el mundo por delante. La euforia volvió a enaltecernos. Por arte de magia aparecieron un par de "canutos" que Sonia y Bernardo encendieron, fumaron y pasaron. Ni Cristina ni yo fumábamos, pero aquel día acercamos a nuestros labios el placer del humo prohibido y soñamos con elevarnos del mundo, con vivir nuevas sensaciones. No se, entonces, de quien surgió la idea, si fue por una apuesta o por pasar el rato, pero el caso es que, de pronto, nos vimos participando en el antiguo y bonito juego de las prendas. Fue muy curioso. Bernardo quería ver a Sonia desnuda, Cristina no quería que la vieran a ella, Sonia deseaba mostrar su cuerpo, al igual que lo había hecho, por la tarde, en la sauna y a mi me daba lo mismo, era el mas feo y el mas gordo de la reunión. Lo iniciamos y el azar empezó a actuar por su cuenta. En Cristina, en la pudorosa Cristina se cebo la mala suerte. Sin que el resto de los participantes perdiera nada ella se despojo de los zapatos y de la blusa en tres jugadas sucesivas. Luego la diosa fortuna cambio. Caí yo, cayo Bernardo y Sonia se mantuvo incólume. Volvimos a perder los hombres quedando alrededor de la mesa 2 señores en calzoncillos, Cristina con falda, sujetador y braguitas y Sonia correctamente vestida.
De nuevo el azar eligió a Cristina y así, mientras Sonia perdía la blusa, ella se desprendía de la falda, luego tras un quiero y no quiero seguir, pero con el apoyo decidido de Bernardo, se quito el sujetador y por último, totalmente sonrojada y excitada, apareció desnudita ante las risas de su marido y nuestro regocijo. Me fije entonces en sus pechos pequeños y un poco caídos, en su fina cintura en su culito picudo y travieso, en su cara de niña buena cogida en falta grave.
No pudimos seguir. "Ropa fuera", dijo alguien y allí se acabo el juego. La poca ropa que nos quedaba voló por los aires y todos brindamos desnudos. Seguimos charlando alrededor de la mesa, nos mirábamos, Bernardo a Sonia, que debió anhelar algún día, Sonia a Cristina, evaluando sus atributos, y yo a las dos llenando mis ojos con sus pechos, sus pezones, sus culitos. Cristina bajaba la mirada no queriendo ver ni ser vista; daba lo mismo, estábamos muy alterados, la droga y el alcohol corrían por nuestras venas, nada nos importaba.
Cristina fue acercándose a Bernardo y se fundieron en un beso. Sonia, para evitar tiranteces, hizo lo propio conmigo al tiempo que me tumbaba sobre la cama. Desconecte e inicie una serie de caricias sobre su cuerpo. Me olvide de Bernardo y Cristina, de la luz, de nuestra desnudez. Me centre en Sonia, en su boca, en sus pechos, en su clítoris. La masturbé y luego mi sexo sustituyo a mi mano. Estando sobre ella vi que, al lado, Bernardo y Cristina nos imitaban. Éramos dos parejas desinhibidas haciendo el amor. Nada nos importaba. Gozábamos amándonos, viéndonos y sintiéndonos vistos. Tan pronto aparecía uno sobre el otro como nos observaban en todas y cada una de las posiciones posibles. Nuestros orgasmos, al calor de la chimenea, fueron casi simultáneos. Los cuatro caímos sobre las camas dejando que el sueño nos invadiera.
La noche de vinos y rosas nos había unido eliminando de nosotros toda sensación de pudor. El despertar fue bullicioso."Quien se ducha primero?". "Que tal si nos duchamos juntos?". "Quien tiene jabón?". "Trajiste maquinilla de afeitar?". "Tienes crema hidratante?", eran preguntas sin respuesta de cuatro seres que en una noche habían olvidado sus viejos perjuicios, los decadentes perjuicios de la cultura occidental.
Desayunamos juntos, paseamos por el bosque, charlamos de nuestra experiencia en la sauna la tarde anterior y decidimos, como colofón del fin de semana, tomar otra los cuatro juntos.
Nuestros cuerpos desnudos volvían a contemplarse libres y sudorosos. Por primera vez la manos y las piernas se rozaban en las tibias aguas del jacuzzi, de nuevo paseábamos desnudos. Cristina hablaba conmigo y Sonia con Bernardo. Miraba los cuerpos de las dos mujeres, pequeños, morenos, redondeados; una con el pelo negro liso, la otra castaño y ensortijado. Me deleitaba con sus dos culitos, con su vello púbico, con sus grandes pezones oscuros. Me excitaba mentalmente ante la posibilidad de tocarlos, de acariciarlo. Pase a la acción y propuse darle un masaje a una de las dos. Bernardo indico algo mejor, sugirió que los hombres dieran un masaje a las mujeres, pero cambiadas, él a Sonia y yo a Cristina.
Entramos en la sala y ambas se tendieron, boca abajo, sobre las camillas. Olvide a Sonia y empecé a extender aceite sobre el cuerpo de Cristina, en su espalda, sus hombros, sus nalgas, sus piernas. Inicie el masaje por la espalda, primero con grandes pases longitudinales, luego lateralmente, después sobre la columna y por último sobre el coxis. De ahí baje a los glúteos, a las piernas, me situé a sus pies y le masajee los gemelos, las pantorrillas el interior de los muslos.
No se si por mi excitación o por la suya, empecé a notar que al pasar mis manos por sus piernas, las abría levemente, levantando inconscientemente su culito. Gire la cabeza, para comprobar el grado de avance de la otra pareja y contemple, con asombro, que Sonia estaba ya boca arriba y Bernardo le acariciaba los pechos y el clítoris, mientras le besaba en la boca. Animado por esta observación alce mi dedo índice hasta el nacimiento del cuello de Cristina y lo fui moviendo sobre su columna. Lo detuve al inicio de sus glúteos y luego lo deje resbalar hasta apoyarlo en la redonda hendidura de su ano. Abrió mas las piernas mostrándome parte de su vello púbico y su vagina ya totalmente húmeda. Sin lugar a dudas era una invitación nada desdeñable. Mi mano continúo su recorrido, acaricio su clítoris, entro en el túnel sagrado de su vientre. La fui masturbando mientras notaba que mi pene se hinchaba de placer adquiriendo una posición casi vertical. Tal como estaba la fui deslizando sobre la camilla hasta que sus pies tocaron el suelo, presentándome, en esa posición, todo el esplendor de su culito y de su sexo, ambos calientes, abiertos y palpitantes. Perdí el mío en su vagina y mis manos acogieron sus senos, pellizcaron sus pezones. Alzamos los ojos y vimos, en la camilla de enfrente, a Sonia sentada sobre el borde de la misma con las piernas abiertas y a Bernardo, de pie frente a ella, introduciéndole el sexo, gozando de su cuerpo. Los cuatro nos movíamos al unísono. Sonia nos miraba y nosotros la mirábamos sintiendo todos como un múltiple y confortable orgasmo empezaba a invadirnos.
Agotados nos refrescamos en el jacuzzi. No hablábamos. Tal vez Bernardo había conseguido un anhelo que deseo en su juventud. Quizás Cristina le había pagado con su misma moneda. Sonia y yo habíamos gozado en el sexo como algún día lejano imaginamos poder hacerlo.
Fuera empezó a llover y una espesa capa de niebla cayó sobre el Cypresal. Nos despedimos con besos y abrazos pensando en Liberia, en sus playas solitarias, en sus aguas sulfurosas, en tantos y tantos sitios queridos por nosotros y en los que sin duda podrían repetirse y mejorarse reuniones como esta.
"Chiao, chiao, nos veremos". El Cypresal con su "luxury" quedaba atrás. Bernardo y Cristina se perpetuaban en nosotros como algo del 68 que venia a vivirse en el 92. Dejamos a nuestra espalda un magnifico lugar en el que habíamos pasado un excelente fin de semana.

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