martes, 1 de noviembre de 2011

SIDRA PARA EL APERITIVO

Desde pequeño mi mente funciona mal y ello radica en el anómalo comportamiento de mi memoria, es " tremendamente selectiva". Capaz, por ejemplo, de retener íntegramente "La venganza de D. Mendo.", farsa cómica de cuatro actos con mas de 20 personajes, y no lo es, para recordar un número telefónico, aunque sea el de mi propia casa; puede entresacar una frase concreta, de una larga conversación y no recordar el motivo de la misma. Por ello, el bonito aforismo: "Todo lo imaginable, puede ser pensado y todo lo pensado puede ser realizado", sé que pertenece a una obra alemana titulada "Proceso por la sombra de un burro", pero no la enmarco en el contexto ni sé quien la dice, ni donde, ni porque. No obstante desde que la oí la asimile como propia y la esgrimo, con cierto éxito, en mis discusiones.
Sonia y yo tenemos, en el amor, muchas fantasías eróticas. Generalmente nos las contamos en los momentos más violentos del acto sexual y entonces, las deseamos vivir intensamente, luego, cuando el sueño sustituye a la batalla, lo deseado queda dormido en alguna parte de nuestra mente. Hasta hoy aquello de "lo imaginable puede ser pensado y lo pensado puede ser realizado", era una frase mas para mí y algo desconocido para ella, ayer, sin que nadie lo planificara, sin que ni ella ni yo lo decidiéramos, se concreto lo pensado, se hizo real uno de nuestros sueños de muchas noches de placer. Era el primer domingo de primavera. Oviedo lucia despejado y el sol brillaba tras dos meses grises y lluviosos. Como tantos otros días, luego de una hora de marcha atlética por los alrededores del Naranco, tomamos una sauna, en el pequeño gimnasio privado situado en el ático de la casa, le di un masaje relajante, acompañado de caricias y besos, no del todo correctos, y con el cuerpo limpio y ardiente, bajamos a tomar el suculento aperitivo comprado con anterioridad.
Estábamos solos, en consecuencia, vestíamos informalmente, yo, con niqui y pantalón corto guatemalteco, sin nada por debajo, y ella, con una amplia camiseta que le llegaba hasta la mitad de los muslos. Mientras preparaba las nécoras, las almejas y los aguacates, veía, atreves de las aberturas de las mangas, el inicio de sus pechos, e intuía, cada vez que levantaba los brazos el borde de sus nalgas. No sé porque me vino a la memoria un día en el hotel Ocotal, que vestida de forma similar, y como hoy sin nada por debajo, esperaba impaciente la llegada de un camarero con un cubo de hielo. Ambos queríamos, en secreto, que la viera así, semidesnuda, mostrando y no mostrando parte de su cuerpo, para provocarlo y excitarlo, sin que pareciera darse cuenta de ello. Nunca lo comentamos pero los dos queríamos que llegara y la viera así. Desgraciadamente no llego y fui yo quien, al final, tuve que bajar a por hielo.
Como en aquella ocasión estaba provocativa, excitada y, tras la botella de vino ingerida, ligeramente alegre. Una mala planificación, o el desconocimiento previo de como iba a desarrollarse el día, hizo que, de repente, nos diéramos cuenta que el vino había desaparecido, y sin embargo la mesa, aun estaba repleta de comida. De las ventajas de vivir en una pequeña capital de provincia la más importante radica en que todo queda a la mano: el quiosco de periódicos, la pescadería, el supermercado,... . 

La Sidrería El Pilu se situaba en el portal siguiente y sin pensarlo dos veces llamamos por teléfono para que nos subieran unas botellas de sidra natural y poder, con ellas, terminar la mariscada. En menos de cinco minutos Jaime, el hijo del propietario, apareció con cuatro botellas. A parte de escanciar sidra en el bar, lo conocía del gimnasio donde yo practicaba squash y él formaba parte del equipo de halterofilia.
Le invitamos a pasar con nosotros para que nos escanciara la primera botella. Hablamos, comentamos el buen tiempo reinante, comíamos y bebíamos. Cada cierto tiempo Sonia se levantaba, vaciaba los platos y mostraba su cuerpo menudo enfundado únicamente en la maxi-camiseta que dejaba ver parte de sus pechos y, esporádicamente, cuando hacía algún movimiento violento, casi todo su culito. Jaime la miraba de reojo y yo me excitaba viéndola pavonearse, provocándonos como si no se diera cuenta de nada. En alguno de aquellos recorridos se acercaba a besarme. Imagino que al hacerlo, la visión que entonces tendría Jaime de sus nalgas, pues por la posición inclinada la ropa le subía casi hasta la cintura, sería inmensa. Todo discurría normalmente, salvo que las mezclas y la profusión de la bebida nos iba, poco a poco, calentando, desinhibiendo de la realidad.
Sonia y yo nos encontrábamos flotando en un estado de semiembriagadez. Tal vez por ello no nos dimos cuenta que, en medio de los besos furtivos, nos levantamos y fuimos al dormitorio. Jaime, por supuesto, se había borrado de nuestras mentes.
Sin apenas esfuerzo caímos desnudos sobre la cama e iniciamos la más vieja de las ceremonias sexuales. La bese, la acaricie, la penetre, la volví a acariciar, rodamos sobre nuestros cuerpos. Mis manos y mi boca luchaban por poseer sus labios, sus pechos, su clítoris. Tan pronto la tenía debajo como era ella quien asentaba su vagina sobre mi pene. Fue en esa posición cuando vi la figura de Jaime en el quicio de la puerta, iba casi desnudo y tenía la verga en erección. Se sentó a los pies de la cama, a la espalda de Sonia, mirándola fijamente, queriendo tocarla sin atreverse.
.- Puedo, me dijo.
.- Pregúntaselo a ella, le conteste.
.- Puedo, le dijo.
- Si, contesto Sonia.
Mientras mis manos y las suyas se mantenían unidas, vi otras manos que partiendo de su cuello le acariciaban los pechos, la cintura, el vello púbico, vi como volvían a subir y se centraban en sus pezones, luego bajaron para acariciarle el clítoris, rozando apenas mi pene.
Algo se rompió en nosotros. Sin darnos cuenta lo que hasta entonces había sido un armonioso dúo se convirtió en un trío, un trío con dos consumados especialistas y un recién llegado al que había que iniciar.
.- Tranquilo, dijimos, intenta gozar al máximo, no pasa nada.
Cambiamos de posición. La acople debajo, la penetré y empecé a acariciarla. Ella alargo la mano que se cerró sobre el sexo de Jaime, a punto ya de explotar. Fui descendiendo hasta que mi boca se hundió en su sexo, húmedo, jugoso y mis dedos penetraron en su vagina, en su ano; ella giro sobre el costado derecho y introdujo el pene de Jaime en su boca. Casi de inmediato un chorro de semen exploto en su rostro.
Era muy joven. Veía su cuerpo musculoso y presagiaba que pronto se repondría. Quedo a nuestro lado. De nuevo mi boca busco la suya, y mi sexo volvió a hundirse en la gratificante cavidad de su vagina. Le volteé, le coloque de rodillas y le penetre desde detrás. Empezó a masturbarse, note sus dedos junto a mis testículos, los sentí introduciéndose en su vagina, se acaricio los pechos, la abandone momentáneamente y en la misma posición que estabas le bese el ano, el clítoris. Hundí en ellos mis dedos, la volví a poseer así, continuamos gozando, disfrutando. Se movió hasta atrapar con su boca, otra vez, el sexo dormido de Jaime y se dedico a la gratificante tarea de revivirlo. Fue rápido. La juventud tiene, sino sabiduría, si potencia, y aquel miembro de nuevo tomaba forma y dureza. Quería tenerlo en si y apartándome lo introdujo en su interior, volcándose, hábilmente, sobre él. Yo le acaricie la espalda con mis labios, baje lentamente hasta llegar a su culito, su lindo y elástico culito. Allí mi lengua se perdió entre sus pliegues y mis dedos ascendieron por él hasta sentir, muy cerca de ellos, el sexo de Jaime, sus contracciones de gusto. Mis labios y mis manos tocaban a la vez los dos sexos sin repugnancia, sintiendo placer, deseo. La veía penetrada y gozosa. Era un mar de jugos y líquidos vaginales.
.- Cambiemos, dijo.
Me tumbe y su boca cayo sobre mi sexo mientras Jaime, a su espalda, introducía el suyo en su vagina. Veía su cara, sus pechos, su boca hundida entre mis piernas.
¿- Cómo estas? Pregunte.
.- Muy bien, dijo, sigamos. Jaime no contesto.
Nuestros cuerpos se unían y se separaban al igual que nuestros sexos. Ella se colocó sobre él volviendo a sentir su pene, mostrando ante mis ojos su culito mojado y abierto. Mi sexo entro por él en sus entrañas.
.- Estas bien, susurre.
.- Mucho, contesto.
Tenías un pene en la vagina y otro en el ano y los tres nos movíamos desordenadamente.
.- Me voy a correr, dije.
.- Yo también, musito Jaime.
.- Si..., si..., si..., dijo Sonia.
Fue una explosión de sexo. Nos inundamos de semen, de placer, de lujuria.
Caímos como muertos. Sonia en medio, yo a la derecha, Jaime a la izquierda. Ella quería más. Mis dedos se humedecieron en su boca y fueron descendiendo. Primero sus pezones, luego su clítoris. Allí se detuvieron perdiéndose en la humedad cavidad de su vagina, en el duro túnel de su ano. Sus manos buscaron los dos penes amigos que la flanqueaban, los acaricio, intentó darles vida. Tras varios intentos fue su boca la que se cerró sobre el mío mientras Jaime, al igual que yo anteriormente, extraviaba su lengua y sus dedos entre tu coño y tu culo.
La recosté sobre la cama y la penetre lentamente. Jaime, a nuestro lado empezó acariciarle los pechos, la cintura, el clítoris, note sus dedos junto a mi pene en el interior de su cuerpo; todos nos deshacíamos en un apacible orgasmo.
Dormimos entremezclados. Al despertarnos había anochecido. Estábamos relajados, felices. Sin quererlo una de nuestras fantasías eróticas se había consumado, casi, casi, sin proponérnoslo. Jaime no estaba. Fuimos a la cocina y allí, junto a los platos repletos de restos de marisco y los vasos vacíos de sidra, había una nota: "Muchas gracias, las botellas corren de mi cuenta. Jaime."
"Muy amable", dijo Sonia mas tarde cuando nos enjabonábamos en la ducha y sentíamos el agua caliente por nuestros cuerpos. "Fue rico, rico, muy rico".

No hay comentarios: