Soy una mujer detallista, siempre lo he sido. Pese a que mi familia considera el regalo solo como una obligación social conectada invariablemente a ciertos días fijos del calendario, para mí, desde muy niña, fue algo diferente, fue una manifestación de cariño, un acto de gratitud, amor o recuerdo. Hoy, pasados los años, aquella actitud infantil se ha acrecentado, puede decirse que, en mi fuero interno, la he institucionalizado
Hay regalos, como los que me hacía de niña mi madre, que están ligados a fechas concretas: cumpleaños, santos, aniversarios, fiestas religiosas, otros, a sentimientos y algunos a deberes. Hay, por otro lado, dentro del gran abanico de obsequios, los que tienden a cubrir una necesidad. Quien no ha regalado un pequeño electrodoméstico o una prenda de vestir. Otros, complementan los sentimientos hacia amigos, parientes o seres queridos y por último, algunos se sitúan en el marco puramente humano de las relaciones laborales. Es el pequeño recuerdo, el detalle sin valor.
Finalmente, desde mi modesto punto de vista, hay regalos útiles y regalos inútiles pero bellos. Estos últimos están, por lo general, unidos al amor. Hay obsequios que se dan para el goce de dos personas y que normalmente nadie los contemplará. Son aquellos como el picardías diminuto y transparente, las braguitas sexys, minúsculas y con puntillas o las batas de seda vaporosas y traslucidas, que recibimos las mujeres para el disfrute del hombre que nos las regala, pero que desearíamos, en muchas ocasiones, poderlas lucir en sociedad.
Cuantas veces he deseado, como se ve en las películas, desayunar en un hotel cubierta exclusivamente con ese leve batín semitransparente que todo lo muestra y todo lo tapa, o recibir al botones o al servicio ataviada con el grácil picardías que realza al máximo mis encantos naturales. Son aquellos bellos regalos que siempre se mantienen guardados, que se utilizan una o dos veces en la vida y que solo sirven para crear a su alrededor ilusiones y deseos imposibles.
Las Navidades son fechas ideales para poder practicar el hermoso deporte del regalo. Yo, como la madre de un amigo mío, estoy más atenta a lo que he de entregar que a lo que voy a recibir. Paso el mes anterior evaluando lo más idóneo para cada persona, comprándolo, empaquetándolo con esmero, escribiendo notas cariñosas. Mas tarde, cuando recibo los míos, apenas si los miro, los agradezco y almaceno, para, días mas tarde, olvidarme de ellos. Lo mío, en aquellos momentos, es analizar las reacciones de los agasajados, sentir que he acertado, comprobar que cada cual ha recibido, en mi opinión, lo que más le sugestiona.
"De parte de Hulda", dijo mi hija entregándome un pequeño paquete y una tarjeta, muchos días después de Navidad. Lo abrí y, para mi sorpresa y la de ella, unas mallas negras y un par de ligueros rojos surgieron entre los pliegues del envoltorio. “Que los disfrutes y que seas muy feliz en 1995" rezaba la tarjeta en la que un orondo Papa Noel surcaba los cielos nórdicos en un trineo arrastrado por alces. “Que cosas tiene Hulda" comente con mi hija intentando explicarle la utilidad de tan atrevido regalo. Era uno de aquellos presentes bellos e inútiles impropios de ser lucidos en público por muy hermosos y sugerentes que fueran. Rehice el paquete y lo guarde en el armario. "Algún día, como dice Hulda, tal vez lo disfrute" comente para mi.
Por primera vez en mi vida iba hacer un largo viaje sin apenas equipaje. Después de muchísimos años había decidido comprarme en España todo mi vestuario aprovechando las grandes rebajas que allí se promueven en verano. Salvo algo de ropa interior, tres blusas, una falda y un par de pantaloncillos, la maleta aparecía como mi nevera a finales de mes: totalmente vacía. Fue entonces y casi por azar cuando observe aquel lejano regalo de Hulda e instintivamente lo coloque en mi equipaje junto a algunos presentes útiles: café, semillas de marañón, una pantaloneta de deportes, colonia; e inútiles: un trípode para fotos, unos abrecartas y dos rascadores. Así, unas mallas y un trípode cruzaron el Atlántico desde San José a Oviedo. También, como suele ocurrir con este tipo de regalos, pasaron los primeros 15 días de mi estancia en Asturias olvidados en uno de los armarios de casa.
Ayer, con tristeza y un poquito de enfado, celebramos o mejor dicho, certificamos nuestra despedida. Faltaban poco para mi partida y decidimos ofrecernos una cena regada con cava, en la que, a la luz de las velas, el salmón, el caviar y los langostinos, fueran nuestros únicos invitados. Las frías burbujas disiparon nuestra melancolía. Comíamos, hablábamos, brindábamos y preparábamos el próximo encuentro.
“Hagámonos fotos y de paso estrenas el trípode que te regale, pues da la impresión de no haberte gustado nada", comente. Mientras abría la segunda botella José Luis cargo las cámaras, armo el trípode y lo coloco en uno de extremos de la estancia de modo que el campo visual del objetivo abarcase la totalidad del recinto en el que nos encontrábamos.
Juntos, comiendo, bebiendo, brindando. Con inusitada precisión la máquina, como un fotógrafo frío, impersonal y silencioso, nos iba inmortalizando. De las tomas iniciales, reflejo continuado de una celebración, pasamos a otra mas íntimas, menos recatadas. Nadie podía evitar que nos besáramos, nos acariciáramos y que la cámara, fiel testigo de todo, lo fuera perpetuando. Siempre he dicho que el sentirse observado por la lente de un objetivo, es algo que activa la sexualidad, mas aun, cuando no hay nadie en el entorno que nos intimide o coarte. Así los besos fueron mas cálidos y osados, las caricias mas íntimas, los pudores desaparecieron. Mis pechos afloraron bajo la blusa, luego esta desapareció a la par que la camisa y los pantalones de José Luis. El clic repetido de la máquina y los destellos azulados de los flases inmortalizaron sus labios en mis pechos, mi boca sobre su sexo endurecido y vibrante, nuestros cuerpos desnudos entrelazados por la pasión y la excitación del momento. Estas tomas, captadas al calor del cava y en base a un regalo aparentemente inútil y deseado, nos excitaron al máximo. “Ponte las mallas que te regalo Hulda" dijo José Luis queriendo recrearse con adornos atípicos y sugerentes.
Me enfunde en aquellos leotardos negros, ceñí sobre los muslos los ligueros rojos y medio me cubrí los pechos con un deshabille de seda negro semitransparente. Luego me recosté sobre el sofá, me aposente sobre los sillones isabelinos del salón, pose vestida exclusivamente con las mallas: de frente, boca abajo, recostada. Veía los destellos de la cámara y mi libido crecía. Fue una noche memorable, maravillosa e irrepetible. Impresionamos los tres carretes que teníamos y, olvidándonos del trípode, la ropa, el cava y la comida, terminamos nuestra pequeña orgía de sexo sobre la cama.
Hoy, pasados los días, tengo las fotos en mis manos. Es una serie que va desde lo recatado del principio de la cena hasta los desnudos eróticos sobre la cama, pasando por semidesnudos enmarcados en ambientes mas propios de una película de Emmanuel que de una apacible velada en Oviedo. De entre todas entresaco las que aparezco con las mallas que Hulda me regalo y que pensé que nunca utilizaría. Son ocho magnificas tomas. Unas pudorosas, otras cargadas de erotismo, algunas rayando lo pornográfico. En las primeras cubro mis pechos con el deshabille de seda negro, en las siguientes tal prenda ha desaparecido y los muestro libres contrastando mis negros pezones con el rojo vivo de los ligueros. En algunas mi pubis medio asoma entre mis piernas y en otras es mi culito quien muestra su redondez y dureza. La inexistencia de las bragas bajo los mallas hace que mis formas, mas que imaginarse, se aprecien en su autentica dimensión; sin lugar a dudas me gustan. Las contemplo y me acuerdo de la nota de Hulda: " Que las disfrutes". Ahora la comprendo. Parece mentira. Da la impresión que sabía lo que terminaríamos haciendo, como las utilizaríamos y como gozaríamos con ellas. Por mi mente cruza la idea de enviárselas, de agradecerles, con las fotos, el regalo, de hacerle saber que acertó con plenamente.
Hulda, la buena de Hulda. Se alegrará de verlas o se escandalizará. Se las enviaré todas o solo aquellas en las que aparezco correctamente vestida. Bien pensado ella me ha visto desnuda en múltiples ocasiones, hemos dormido juntas, utilizado a veces el mismo baño, tomado saunas, solas y en compañía, conoce mis amores, mis romances, mis gustos, mi cuerpo. Es nórdica y no tiene perjuicios. Voy a enviárselas todas. Que me observe así, vistiendo su hermoso regalo, como deseé que me viera cuando me las tomé. Tal vez se anime algún día y nos tomemos otra serie las dos juntas luciendo idénticos atuendos y riéndonos de nuestros cuerpos ajados. ¿Habrá querido con su regalo incitarme a ello?
Pienso que, con el tiempo, sería excitante que ella participase en una sesión como la que José Luis y yo tuvimos. Entonces todos podríamos ser a la vez fotógrafos y modelos. Con ella como compañera, José Luis y yo tendríamos a alguien que nos plasmase haciendo el amor, gozando, penetrándonos, corriéndonos de gusto. Creo que Hulda participaría encantada. Sin duda al comprarme el regalo y al escribir la nota lo pensó, lo idealizó, lo imaginó, lo deseó.
Se las remitiré todas. Las decentes, las eróticas y las pornográficas. Irán con un mensaje subliminal de invitación a que participe con nosotros en el juego perverso del erotismo. “Querida Hulda, le escribiré, te agradezco el regalo de Navidad. Admira lo bien que me queda e imagina, por las fotos, lo que hemos gozado. Fue, tal como decías, algo maravilloso. Quiero pensar que tú también has tenido idénticas experiencias y esperamos, José Luis y yo, que algún día podamos disfrutarlas en unión. Ambos te enviamos muchísimos recuerdos y confiamos vernos pronto bien en tu país, en Oviedo o en Costa Rica. Guarda para nosotras el secreto."
Mañana le enviaré las fotos con la carta y dejaré España. Estos 15 días han quedado en el recuerdo, en las fotos y en muchas noches de amor. Aquel regalo bello pero inútil, regresa conmigo. El trípode, desencadenante de la noche de placer, queda en Oviedo. El testimonio de lo vivido vuela hacia Suecia. La ilusión de una nueva aventura prohibida y erótica salió de Asturias vía Copenhague con destino último en San José. Durante meses esperaré noticias de mi amiga y sobre todo aguardaré con ansias el nuevo regalo que sin duda me enviara para las Navidades de 1995.
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