De nuevo vuelvo a estar sobre la arena negra de la playa de "Sablon de Bayas". Otra vez el sol acaricia mi cuerpo en esta zona nudista de la costa asturiana. Tumbada boca abajo contemplo el ambiente apacible que me rodea y espero que José Luis, de rodillas a mi lado, empiece a distribuirme crema solar por la espalda. Hace apenas unos minutos yo misma la extendí por los brazos, las piernas, el pecho, el estómago. He sentido idéntico gusto que hace un año al ir desnudándome en publico, al ordenar luego la ropa, al sentarme en la arena y aplicar en mi cuerpo la leche bronceadora. Ahora aguardo con impaciencia que él me la de por detrás. Se, pues lo hemos hablado muchas veces, que al hacerlo jugara con mi cuerpo, que sus manos serán instrumentos de placer. Siento una agradable contracción en la boca del estómago e instintivamente separo las piernas. Espero, mientras contemplo el sexo flácido de un hombre situado a pocos metros de mí y la escasa mata de pelo púbico de la mujer que le acompaña, que empiece. Ambos están tumbados exponiendo a mi mirada sus dormidos atributos sexuales.
Un reguero de crema se extiende por mi espalda, su frío contacto estimula mi epidermis. La siento descender sobre mi cintura, mis glúteos, mis muslos. Cierro los ojos cuando un nuevo chorro me cae, de improviso, sobre el ano. Lo esperaba. Quería que allí, sobre todo allí, fuera la crema. Mi trasero se rellena de una sustancia gelatinosa, tibia y resbaladiza que fluye hacia mi sexo empapándolo, lubrificándolo. Abro más las piernas, elevo el culito y me relajo.
Sus manos me masajean distribuyéndola homogéneamente; bajan desde el cuello hasta los pies, por un lateral, por el otro. Las siento por el interior de los muslos, sobre los glúteos, se mueven con suavidad sobre mi cuerpo. Mi estómago sigue en tensión. Lo que debería ser un acto mecánico e impersonal no lo es, pero desconozco cuando se desencadenará. Vuelvo a elevar mi culo, tapizado aun por esa capa de crema blanquecina y me acomodo las manos bajo la barbilla. Contemplo el sexo de la mujer ligeramente abierto, veo su raja vaginal apenas encubierta, su clítoris abultado. Me excito. Las manos ascienden por mis piernas; una rodea un glúteo y se apoya sobre el coxis, la otra, me abandona. Se que esta sobre mi, me esponjo. Baja de repente hacia mi sexo, lo acaricia, sube hasta mi ano. Noto la suave sensación de la crema, los dedos friccionando mi negra cavidad. Miro su sexo, esta ligeramente empalmado. Nadie nos mira. Cierro los ojos cuando un dedo se hunde en la profundidad de mí ser. Me esta sodomizando en publico, como yo quería, como deseaba. Su índice entra y sale de mí con mimo. Mi vagina se inunda de líquidos y empiezo a jadear. Abro mas las piernas, quiero sentirme invadida por completo. Uno en el culo, dos en la vagina y el meñique sobre el clítoris. Su mano armoniosamente me masturba bajo el sol.
Abro los ojos. Veo el mar, la arena, los bañistas paseando a lo lejos. La pareja próxima a nosotros esta ahora boca abajo mostrándome la redondez de sus culos. José Luis sigue entrando y saliendo de mi cuerpo. Sus falanges me perforan llevándome hasta un estado de felicidad física absoluta. Jadeo..., me corro. Una serie de espasmos agitan mis piernas. Noto las palpitaciones de mi ano y mi vagina sobre esos dedos que, poco a poco, abandonan la gruta dorada. "Gracias" susurro. Al hacerlo veo su pene pidiéndome ser devorado pero sabiendo que esa posibilidad, allí, es imposible. Le miro levantarse y dirigirse al mar a refrescarse. Una apacible relajación me invade. Duermo al amparo del sol, bajo su calor protector. Siento entre las piernas la humedad gratificante de mi sexo. Mi estómago esta completamente relajado.
Lo que ayer le propuse en la playa, lo va ha ejecutar. Cuando sobre la arena sentí sus dedos en mi cuerpo pensé en mi aseo personal matutino, en como me recorte los pelitos del pubis y en la idea de afeitármelos, mejor dicho, de que el me los afeitara al igual que se afeita la barba. Entonces se lo pedí y ahora lo va a efectuar.
Estoy desnuda, atada sobre la cama. Tengo los pies amarrados a las patas del somier, para mantener así mis piernas abiertas y las manos enlazadas al cabecero. Bajo mi cuerpo ha extendido la toalla y ha colocado en la mesilla de noche las tijeras, la rasuradora, la crema de afeitar, un cuenco con agua caliente y un frasquito de colonia. Le observo mientra se desnuda. Tiene el pene caído, pequeño. Esta nervioso. Entre mis piernas, contemplo la mata de pelo que me cubre el sexo, ese tapiz oscuro que dentro de poco habrá desaparecido.
Se acomoda a mi lado. Me acaricia suavemente el pelo que va a eliminar y roza apenas mi clítoris al hacerlo. Con el peine lo va desenmarañando mientras con las tijeras lo recorta. Siento caer pelitos entre mis piernas. Lentamente la masa negra va clarificándose. Lo que antes era tupido es ahora un campo erizado. Deja las tijeras y una blanca capa de espuma se extiende por mi sexo. Mi clítoris se contrae y, como en la playa, se me endurece el estómago. La maquinilla inicia su recorrido desde las ingles eliminando, a la vez, la espuma y el pelo. Es agradable sentir el frío del acero en la piel, ver como, bajo la espuma, surge la carne blanquecina, cierro los ojos mientras continua su labor. Al abrirlos mi sexo esta casi rasurado, ha eliminado la totalidad del pelo y lo esta lavando para culminar luego el afeitado de los bordes. De nuevo la espuma me cubre y otra vez la maquinilla, con mimo, borra todo vestigio capilar. Veo a José Luis centrarse en la tarea, siento el filo de la cuchilla sobre esa zona tan sensible y un hormigueo me recorre el estómago. Ha terminado. El agua tibia me limpia. Mi coño queda liso, rasurado, impúdico. José Luis lo seca, lo acaricia, lo besa. Retira el instrumental y me contempla con lujuria. Toma el frasco de colonia y con ella fricciona la zona recién afeitada. Siento un calor y una picazón enorme. La piel reacciona, desearía rascarme pero mis ligaduras lo impiden. Veo como empieza a excitarse. Si hasta entonces su sexo había permanecido inerte ahora se despierta. El fuego que arde entre mis piernas va remitiendo, el dolor se transforma en placer. Su mano no solo fricciona la zona afeitada sino que juega con mi clítoris, mi vagina, mi culito. En mi posición soy incapaz de hacer nada. Se vuelca y con su sexo empalmado me acaricia. Ahora, sin el pelo protector, veo nítidamente como golpetea mi botón de placer. Su carne y la mía se confunden. Me pellizca el clítoris, se introduce en mi vagina, me penetra por el culo. Estoy totalmente abierta de piernas y todos mis orificios son para su goce, para nuestro placer.
Esta sobre mi clítoris. Una y otra vez lo golpea con su pene. No puedo más. Me corro. Cuando no han concluido aun las contracciones de mi sexo el suyo me perfora. Como un émbolo lo veo subir y bajar. Sus brazos le flexionan el cuerpo haciéndolo entrar y salir de mí sin ninguna consideración. Es maravilloso sentirse poseída sin poder hacer nada por evitarlo. Su cara se transfigura, las ballestas que le sustentaban flaquean derrumbándose sobre mi. El semen se mezcla con mi flujo, la colonia y algo de espuma de afeitar.
Otra vez el sol sobre mi cuerpo. Torimbia es una cala preciosa de muy difícil acceso ubicada al oeste de Llanes. La bajada ha sido horrible y peligrosa. Dos veces me caí y mil recrimine a José Luis su desmedida afición por ir a playas nudistas. En ellas, la llegada es, por lo general, complicada, aunque luego, como esta, sean maravillosas. La arena es blanca y el mar transparente. Tras mi enfado inicial empiezo a tranquilizarme. Al contrario que el Playón de Bayas, es una concha recoleta y limpia, pero, al igual que aquella, los bañistas son escasos distribuyéndose, sin agobios, sobre la franja arenosa. Al nuestro lado un matrimonio con dos hijos, a la espalda el monte, en frente del mar.
Me embadurno con loción antisolar y me tumbo en la arena. Parezco mas desnuda que nunca. Miro entre mis piernas y veo mi rajita, mi clítoris achocolatado. Ayer lo afeite y ahora lo presento en publico. Vuelvo a percibir ese hormigueo típico de lo prohibido. No solo estoy desnuda sino que mi coño aparece rasurado ofreciendo mi sexo nítido para la observación de los paseantes. José Luis me anima a caminar. Creo que, como yo, quiere que me luzca ante la gente. Recorremos la orilla. Muy morena, casi india, y entre el color de mi piel y el afeitado de mi sexo soy el punto de atención de todos los nudistas. Estoy orgullosa. Constato que las miradas de los hombres se orientan hacia el centro de mis piernas, casi noto sus ojos en mi clítoris. Entramos en el agua, nos detenemos, nos fotografiamos. Los bañistas que nos cruzan se detienen a verme.
Regresamos. Los ojos del hombre de nuestra derecha están fijos en mi sexo. Lo se. Vuelvo a esparcirme crema sobre el cuerpo y ahora me protejo con ella la zona afeitada. Esta suave, húmeda en su centro. Me masturbo, meto mi dedo en la vagina y allí lo mantengo. Se que soy observada pero no me importa. José Luis a mi lado, ignora mi maldad. Se levanta y parte hacia la mar. Me tumbo y espero. El macho de mi lado no deja de observarme. Presiento que su mujer y sus hijos están al margen de lo que sucede. Me levanto, contemplo el nadar acompasado de José Luis, su salida del agua, su llegada junto a mí. Tomo la crema y otra vez me embadurno. Repito todos y cada uno de los movimientos anteriores. Se que me miran. Mis manos se deslizan sobre mis hombros, mi cintura, mis pechos; bajan hasta mi vientre y se pierden entre mis piernas. El tibio Monte de Venus las atrae como un imán. Esta caliente, untoso, lo protejo con crema. Me acaricio el clítoris y se endurece. Meto los dedos en la vagina, rozo los labios mayores, me recreo en el dulce deporte de la masturbación. Me estoy excitando en público para un solo observador que ni siquiera conozco, se que, como yo, estará gozando y que mantendrá para el su placer. Me encuentro mas desnuda que nunca exhibiéndome impúdicamente, como actuando en una especie de espectáculo pornográfico. Se que al final nadie aplaudirá pero esto es algo que, en mis noches de insomnio, soñé con realizar, no así, en una playa como esta, sino en una cabina de sexo vivo, con publico expectante tras las ventanas de observación. Mis dedos siguen trabajando con precisión, mis piernas se relajan y una serie de espasmos en cascada recorren mi cuerpo. Noto la humedad viscosa de mi flujo y caigo de espaldas dejando mi raja, crecida, abierta y palpitante, al amparo del sol, bajo la atenta y lujuriosa mirada del anónimo turista que no ha perdido detalle de mi buen hacer.
El coño me arde. Entre el afeitado y la sesión de sol de la mañana, toda mi zona baja esta en carne viva. El incipiente pelo, la erosión de la arena y el roce de la ropa interior han hecho que ahora, tras la ducha, sienta una horrible picazón. José Luis me dio una fricción con colonia que si bien al principio me escoció, luego apaciguo mis terminaciones nerviosas. Para colmo, tengo muchísima hambre. Con mi afición a desayunar fuerte y no almorzar, a las 8 de la noche mi organismo demanda comida. Me visto, o mejor dicho, me medio visto con una amplia camiseta sin nada por debajo, para evitar mas rozaduras y salimos a cenar. Llanes es un pueblecito del oriente asturiano con un prometedor desarrollo turístico. Su apogeo coincide con la ultima semana de Julio y la primera quincena de Agosto, razón por la cual en estos momentos las aglomeraciones son pequeñas. Hay gente, si, pero no molesta. Paseamos, bebemos sidra, comemos pulpo, calamares, queso; recorremos chiringuitos, bares, sidrerías. Recibo entre las piernas la brisa marina del Cantábrico e instintivamente las abro para aplacar sus picores. Mis pechos bailotean libres bajo el vestido y el sentirme de nuevo observada, ahora por la oscura coloración de mi piel, hace que camine alegre, excitada. Si no fuera por el malestar de mi coño haría el amor nada mas llegar al hotel. Seria, sin duda, otra bacanal de sexo y perversión, pero en mi estado es imposible.
Mi deseo es mas fuerte que mi lógica, mejor dicho, es mas sabio y busca para el lo mejor. Hoy José Luis no me penetrara, pero haremos el amor. Lo haremos muy rico, como ambos sabemos. Desnudo sobre la cama empiezo a excitarlo. No le ato, como el hizo conmigo, pero le pido que no ofrezca resistencia a nada de lo que le haga. Con la lengua recorro su anatomía: su pecho, su tripita, su pene, que chupo y agrando. Le doy la vuelta. Contemplo embelesada su culo, quiero sodomizarlo. Le ensalivo el ano e intento meter por el mis dedos, la lubrificación es insuficiente. Tomo su crema hidratante antisolar y la aplico en su orificio. Ahora si, mi dedo se hunde en su cuerpo hasta los nudillos. Noto la rugosidad de su esfínter, la consistencia de su contenido. Me giro hacia su polla y la introduzco en mi boca. Así, con su sexo en mi garganta y mis dedos en su culo inicio una sesión de felación y enculamiento que termina cuando un chorro tibio de semen se mezcla con mi saliva. Lo dejo y uno mi boca con la suya fundiéndonos en un beso largo, sensual, erótico en el que ambos gozamos del agridulce sabor de su semen.
Queda rendido. Yo sigo muy caliente. Mi coño vuelve a escocerme y mi vagina se encabrita. Con muchísima suavidad aplaco mi furor. Mi clítoris se dulcifica mientras un estado de total placidez me envuelve.
No me arrepiento de nada, pienso. Ni de haberme afeitado el sexo, con los picores que me ha ocasionado, ni de masturbarme en publico, ni de haber permitido que me sodomizara en la playa. Estoy feliz. En poco tiempo mi pelo habrá vuelto a crecer y será suave y sedoso como antes. Habré tenido la experiencia de un afeitado, no como el que tuve durante el parto de mi hijo, sino para obtener del placer. Lo he lucido, enseñado. Me lo he fotografiado y quedará así, para siempre, constancia del hecho. Tal vez algún día vuelva hacerlo, seguro que lo haré. Entonces tendré a la mano polvos de talco y me rasuraré diariamente para evitar este picor. No, no me arrepiento de nada.
Hoy percibo de nuevo la suavidad del nuevo pelo, añoro, no obstante, los días en los que me lo afeite, pues entonces tenía un peluquero que me lo cuidaba y ahora, para mi desgracia, no lo tengo, debiendo ser mi propia mano quien lo "chinee".
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